Con el pretexto de un tiempo ingrato, la timidez exige su espacio sobre la primera página de una historia con poco desarrollo, pero ficción encarnada en dos novios. Silencios se intercalan sobre la marea del impulso, que peligra ante la imprudencia. Pecados sin culpa y caricias imaginarias. Miradas y contemplación, sin prisa y con gratitud. La búsqueda del momento para dejar el enclaustro de sí mismo y exhalar los miedos que oprimen sus pechos desde su primer encuentro. Se acercan con lentitud, tratando de mostrar sosiego pero a sabiendas que su derrota es inminente. Los labios se han encontrado entre el laberinto corto que se inmuta en neblina y frío. Suaves toques con ternura que oscilan debajo de la respiración imperiosa e inclemente, danzando sobre ellos y con los ojos imaginarios. El primer beso no se da con los labios, sino con los ojos.

La distancia fue su pretexto para desvanecer el tiempo ingrato sobre el predominio del recuerdo, cuyo regocijo no fue en el abrazo de la piel, sino desde la mirada perfecta. Solo de un origen, emergieron como dientes de león aquellas ilusiones llenas de fantasías fugaces y mitos mudos. Se susurran con vientos apresurados y luces intermitentes, sin dejar se acercarse con lentitud para ser derrotados otra vez, y por siempre. Los labios encuentran más piel entre el laberinto largo que derrite en fuego y sudor. El primer beso no se da con los labios, sino con los ojos.