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3. Instinto.

¡Hola mis bonitos lectores! Día tres y vamos en la buena racha, tenemos a personas que sé que aman durante este capítulo, así que espero que les saque una sonrisa, y acá se empieza a instaurar la trama.

¡Espero que les guste!

—¿Vas a salir? —La voz de Eiji retumba por el apartamento, es tenue y tímida, viene acompañada de un mortífero dulzor que no le ha permitido conciliar el sueño durante semanas, no lo comprende, ha botado las flores que Max les regaló, no debería continuar atormentado por la reminiscencia, sin embargo, alza la nariz para aspirar con descaro de la esencia, es peligroso—. ¿Ash?

—Sí. —Evita su mirada deliberadamente, Aslan se halla sentado en el viejo sofá del apartamento, revisando los planes para la pandilla por milésima vez, Arthur es un dolor de culo

—¿A dónde irás? ¿Quieres compañía?

—Tengo un... —Debe pensar rápido, ¿qué diablos haría un adolescente normal en esta situación? ¿Qué hacen quienes no están jodidos hasta la médula?—. Trabajo en grupo en la universidad.

—Ya veo, no sabía que estudiaras.

—Medicina, sí.

Eiji ha tomado asiento al otro extremo del sillón, tiene las orejitas gachas, sus puños se contraen a los bordes de sus jeans, sus zapatillas penden al soporte de madera, lo coloca ansioso tenerlo al lado (lo que no tiene absolutamente nada que ver con semejante dulzor). Aslan no quiere mentirle acerca de lo qué hace para ganarse la vida o su verdadera identidad, hasta donde ha alcanzado a apreciar, el moreno es una buena persona, ha aguantado su carácter de mierda con una extraordinaria finura e incluso, ha tratado de ser amable, invitándolo de forma constante a pasar tiempo juntos. Y tal vez, por esa misma razón siente que no puede decirle. Debe ser aterrador para alguien normal descubrir que duerme con un asesino en la pieza del lado.

Le dará asco.

Lo odiará.

—Ash... —Las manos del nombrado han apretado los papeles en la mesa, es imprescindible llevarlos a esta reunión entre diferentes pandillas y salven el centro de Nueva York—. ¿Te doy vergüenza?

—¿Vergüenza? —La pregunta lo deja pasmado, al parecer, lo suficiente para que abandone todo su trabajo—. ¿Qué te da la impresión? —Eiji se muerde el labio, enfocando su mirada en la mesa.

—Cuando salimos juntos, me escondes.

Oh.

No tiene que preguntar más para saber.

Es un idiota.

—¿Odias que sea un omega dominante? —Que alce la mirada con ojos más brillosos que las estrellas es trampa, ni siquiera es capaz de procesarlo con decencia, su mente queda descubierta a causa de esas pupilas, le encanta que sean tan negras, porque no es ese mismo tono aterrador que lo asustó en Halloween, sino que este matiz desprende brasas de confort, unas que lo invitan a permanecer.

—No lo odio. —No se atreve a acercarse o a disminuir el abismo en el sillón—. No quise darte esa impresión. —Una disculpa es lo que quiere musitar, no lo logra. Porque sus jodidos mecanismos de defensa le impiden bajar la guardia un instante, debe agradecer que estos lo mantuviesen vivo hasta ahora, lo sabe—. No quise que se viera así. —Pero ahora, estorban.

—¿Entonces, por qué? —Eiji tensa aún más los puños hacia sus muslos, se ve increíblemente herido, las palabras de Max le abofetean la consciencia, tuvo una vida dura en su hogar, probablemente no se refiere a una red de prostitución y narcotráfico, ¿vida dura? ¡Ja!—. ¿Por qué me escondes?

—Es complicado. —El chico se asfixia en un tonto vaso de agua, no, no está bien menospreciar el sufrimiento ajeno, se recuerda.

—Intenta explicarme. —El conejo frunce los brazos contra el pecho, inmovible, es testarudo y se lo demuestra a honra, le hace saber con una mirada inquebrantable que no le cederá la competencia.

—Hay gente peligrosa rondando en este barrio, estoy seguro de que lo has notado. —La rigidez en los músculos del omega se relaja progresivamente, pasando de un agarre violento a su suéter, hasta una mera caricia en las mangas—. Que seas dominante es maravilloso, pero esos cerdos lo tratarán de usar para su propio beneficio sino tienes cuidado, por eso, debes cubrir tus rasgos animales.

—Pero tú sales sin esconderlos. —Su suave tonalidad contrasta con esa mueca indignada.

—Porque yo los he puesto en su lugar.

—¡También puedo ponerlos en su lugar! —Que lo grite con semejante convicción lo hace sonreír, Ash se relaja en el sillón, ni siquiera se da cuenta, no obstante, se acerca por instinto al conejito.

—¿Puedes golpearlos?

—Claro que puedo. —Bufa, intentando verse amenazante—. Para tu información, era un deportista muy rudo en Japón.

—¿Sí? ¿Acaso practicabas boxeo? —Las mejillas del japonés se encienden con un rubor sumamente seductor, él esboza un puchero tiritón, como si estuviese haciendo un esfuerzo sobrehumano por verse adulto y ganar la discusión—. ¿Kendo? ¿Karate?

—Salto de pértiga. —Musita, dándose vueltas, intentando esconder el sonrojo que le ha quemado las orejas.

—¿Qué? No te escuché. —Mentira, solo lo está molestando, pero no es su culpa, él es tan lindo que no lo puede soportar. ¿Qué es esto? ¿Tan desesperado se profesa por tener un amigo? Es patético arrastrar inocentes a una guerra—. ¿Dijiste que practicabas katana?

—¡Salto de pértiga! —Gimotea, atreviéndose a entablar contacto visual.

—Vaya, así puedes golpearlos con un palo, felicidades. —Aunque Aslan debería poner más empeño en la batalla, se encuentra demasiado fascinado contemplando la manera en que el alba se desliza desde esas pestañas entintadas hasta salpicar su bronceado, es etéreo, casi irreal.

—¡Puedo pelear! —Se queja, haciéndose pequeño dentro de su suéter con un horrendo estampado, la brisa se bambolea a través de las cortinas, envolviéndolos con una delicada bruma de zozobra, es tranquilo y pacífico, es hogareño. Va a llegar tarde a su reunión, lo asevera, pero lo único que anhela hacer en estos momentos, es quedarse con Eiji acá, en su mundo—. Eres malo por burlarte.

—Y tú eres lindo.

—¿L-Lindo? —Mierda, se le ha escapado un pensamiento—. ¿Crees que soy lindo? —Debe salvar la situación con sus 200 puntos de IQ, pero las manos le sudan y la mente está en blanco. ¿Desde hace cuánto no se sentía genuinamente ansioso? No por la muerte, sino por una interacción social.

—Ya sabes, eres lindo con esa colita esponjada meneándose y por la manera en que estornudas mi nombre con un acento adorable, eres lindo también con delantal y... —Lo empeora a cada segundo.

—¿Ash? —Se ha ruborizado con violencia.

—¡Me debo ir! —Ni siquiera se da el tiempo para tomar sus documentos, solo alcanza a agarrar su camisa a cuadrille antes de huir por la puerta.

¿Qué ha sido eso?

¿Qué diablos ha sido esa estupidez?

Aslan tiene sus objetivos claros, es el lince de Nueva York, ha tenido la determinación suficiente para asesinar a Dino y ahora pretende ir tras los demás monstruos que lo succionaron hasta dejarlo vacío, siendo una carcasa congelada en una montaña imposible de encontrar. Por muy agradable que sea, fingir tener una vida normal con Eiji no es moral, el omega es un problema, no se va a encariñar, no es débil para hacerlo, ha perdido a demasiados y no tiene ganas de entablar una paradoja relacional, la única certeza que posee es que todos se mueren en este mundo de sangre, incluso él. No le teme a la muerte, al contrario, la anhela.

Ni siquiera se logra concentrar camino al bar, sus hombres lo han pasado a recoger cerca, nunca les confiaría su dirección personal, es riesgoso y Nueva York es la ciudad de las ratas, Arthur es ejemplo perfecto. Él se hunde en el asiento, un leve dulzor se desprende de su camiseta, como si alguien más la hubiese usado antes, es reconfortante, le hace recordar a la sonrisa de Eiji, esa más deslumbrante que el sol pero más suave que el aleteo de un mirlo, es recordar la efímera conversación del balcón que a pesar de ser enfermizamente cotidiana, fue la primera vez que se sinceró desde la prisión. No es tan desagradable tenerlo de compañero, es una ambivalencia en la que sigue repasando, algo en lo que le gustaría indagar con mayor profundidad.

Pero Eiji probablemente no quiere esto.

Eiji seguramente lo odie.

El bar queda en Harlem, sus subordinados lo esperan en silencio, Aslan no tarda en tomar el mando junto a los demás jefes pandilleros, Cain Blood es su aliado más reciente, es un alfa dominante con rasgos de oso, sus afiladas garras le han conferido el título, su legado de sangre es casi tan admirable como el suyo, asesinar a su creador no ha sido tarea fácil. Sing Soo-Ling, el futuro líder de Chinatown también se encuentra acá bajo el ala defensora de Shorter. Pese a los documentos que ha olvidado en el apartamento, se las arregla para explicar su plan con suma maestría.

—Arthur cree que puede usar el territorio como le plazca. —Gruñe, se han acomodado en la barra para que todos puedan ver y escuchar—. Hay que demostrarle las consecuencias de desobedecer nuestra ley. —Los chicos chocan las botellas de cerveza al unísono, la espuma escurre hacia el suelo, es fuerte y huele realmente desagradable, se la traga.

—Cuentas con el apoyo de Black Sabbath.

—Lo desafiaré a una competencia para ponerle final a esto. —Es una estrategia peligrosa, Aslan no confía en el nulo honor de ese sujeto ni pretenderá hacerlo, es una hiena carroñera.

—Yo también puedo mediar la pelea. —Sing gimotea en el asiento, meneando su cola de león contra el taburete, se ha manifestado hace poco como dominante, tal vez, eso diferencia a los líderes natos.

—No te apresures tanto. —Shorter lo regaña, es suave, es paternal—. Aún no te he cedido el mando.

—Si tú medias la pelea se verá poco parcial. —No es un secreto la amistad entre estos dos, de hecho, eso ha mantenido la armonía durante tantos años en Nueva York, desde el reformatorio infantil, ambos se han vuelto inseparables—. Necesito hacerlo yo porque soy imparcial. —Cain alza una ceja, incrédulo.

—¿Lo eres?

—No, pero Arthur no tiene por qué saber. —Es un chico inteligente, el león le sienta a la perfección, le dijo que este animal era la traducción directa de su nombre—. ¿Está arreglado? —Aslan eleva las orejas, intentando prestar atención a la reunión y no al descarado dulzor impregnado a su camiseta.

—Sí. —Los chicos de su pandilla vuelven a brindar.

—No tengo un buen presentimiento con Arthur. —Es Alex quien lo musita, hundiendo sus quejas en la boquilla de la cerveza barata, permitiendo que las gotas escurran hasta perderse en sus yemas—. Él siempre te ha tenido envidia, Ash.

—¡Es verdad, boss! —Bones salta a defensa—. Incluso, cuando recién lo reclutaste en la pandilla te atacó por la espalda. —Cuando le cortó los nudillos por hacer trampa, lo aborrece desde esa fatídica tragedia. Él relaja las piernas en su asiento, sus converse chirrían contra los soportes de metal, su camiseta se encuentra amarrada a su cintura, hay demasiadas feromonas en el aire, es intoxicante.

—Estoy dispuesto a enfrentarlo a mano limpia. —Una vez recobre la paz de su ciudad, podrá ir por esos pedófilos en el Club Cod, gracias a Max se encuentran esbozando un plan para exponerlos, esto debe funcionar o jamás podrá ser libre. ¿Libertad? ¿Qué diablos es la libertad?

—Tú... —No puede seguirse atormentando, Sing le ha hundido la nariz contra su cuello, olfateándolo con sumo descaro, aspirando como una especie de sabueso—. Hueles agradable.

—¿Eh? Yo no huelo nada. —Bones se inclina con un puchero—. Odio ser un beta. —Gimotea.

—Hueles muy agradable, es dulce. —Sing lo reafirma, moviéndose frenéticamente a su alrededor, se encuentra buscando la fuente del dulzor, lo confirma cuando baja hasta su camiseta de cuadrille.

—Debe ser por mi nuevo desodorante.

—No es eso. —El más joven se levanta, meneando la cola de manera errática, golpeando botellas de cerveza hasta tirarlas de la barra, consiguiendo que sus subordinados se quejen decepcionados—. Esto es diferente. —Musita, apartándose de la multitud, corriendo hacia la salida de la cantina.

—¿Qué mosca le picó al mocoso? —Él se encoge de hombros, abriendo una segunda cerveza, es un Heineken, es barata y mala, aun así, no duda en tragarla.

—¡Acá! —El chillido de Sing capta la atención de los presentes—. ¡De acá viene el olor delicioso!

—¡¿Eiji?! —El nombrado se ve extremadamente incómodo mientras el cachorro de león lo olfatea, las luces se posan sobre él, tiene las orejas cubiertas por un gorro y el suéter es lo suficientemente holgado para disimular la cola, está tenso, sus feromonas se hallan impregnadas de terror.

—¿Eiji? —Shorter lo repite juguetón—. ¿Acaso es tu nuevo...?

—¡Es el novio del jefe! —Que Bones grite eso es completamente inesperado e irracional—. ¡Es muy lindo! ¡Se ve suavecito! —El beta se le arroja para examinarlo, apretándole las mejillas antes de alzarlo entre sus brazos, la correa del bolso se tensa alrededor del pecho del japonés, cubriendo ese espantoso estampado de pájaro.

—No es mi novio. —Bufa, levantándose de la barra—. ¿Podemos hablar a solas? —Aunque dice eso, le es sumamente instintivo abrazar al omega por los hombros, marcando territorio en un vestigio animal.

—Sí.

Caminan hasta el fondo del bar a pesar de los chiflidos, parte de él le dice que debe sacarlo, que no debe acercarlo porque la gente se muere a su alrededor todo el tiempo, sin embargo, otra parte de él realmente quiere permanecer cerca de este chico suave, como si fuese un girasol anhelante de la calidez de este astro irremediablemente radiante, es un pensamiento tonto, es Dante adentrándose a su propio infierno por voluntad o Edipo sellando su destino a pesar de las advertencias del oráculo. No es un chiste, debe cortar lazos con Eiji aunque sean solo compañeros de apartamento, si muere por su culpa, no se lo perdonará.

—¿Qué haces acá? —Su voz escapa altiva, eso le ha tensado las orejas, incluso con el gorro encima es capaz de darse cuenta—. ¿Cómo me encontraste? —Está siendo severo y frío, es un desgraciado, lo más probable es que ya ni le quiera hablar y se mande a cambiar de apartamento.

—Tu aroma... —Eso sería genial, así ya no sería una preocupación mental tener que resguardarlo—. Seguí tu aroma hasta acá.

—¿Hasta Harlem? —Eiji asiente, paseando sus dedos alrededor de los broches de su bolso, sacando un montón de papeles del interior.

—Se te olvidaron en casa. —Se los extiende, son los documentos que estaba leyendo para planificar esta presunta reunión, ni siquiera los necesitó, pero...—. Dijiste que eran importantes, por eso los traje. —El gesto es tan lindo que le arrebata la respiración.

De repente, se siente como un idiota. Eiji no tiene por qué entender su amplia gama de traumas, es una persona normal, no anda pensando en abuso sexual, redes de pedofilia y asesinos a sangre fría, este no es su mundo y menospreciarlo por eso, es injusto, lo sabe. Pero es brutal para Ash tener que convivir con semejante inocencia luego de haber pasado por tantas atrocidades en prisión y bueno, en su vida en general. Porque lo único que le aterra más que permitirle entrar a este infame omega, es hacerlo para ser rechazado, comprobar que esas voces intrusivas en su cabeza poseen razón, que se encuentra sucio, que se merece lo que ha ocurrido, es triste, no es voluntario.

—Gracias. —Recibe los papeles, apretándolos contra su pecho, se profesa frágil, no le gusta.

Ash Lynx no es débil.

Ash Lynx no puede darse el lujo de tener una debilidad.

—¿Estos son tus compañeros de universidad? —Eiji eleva una ceja, mirando hacia el bar, lo hiere de sobremanera semejante mueca de decepción, ni siquiera debería, son simples desconocidos, lo más que han compartido ha sido una charla casual, pero le duele mucho. Porque justamente este omega es el único que le ha dado una verdadera oportunidad por ser...Él mismo—. Suerte en el trabajo.

—¡Espera! —No sabe por qué ha sujetado su muñeca—. No te mentí cuando te dije que la reunión era importante. —Esta es la disculpa más patética que se ha manifestado en la faz de la tierra, su cola mengua al igual que sus orejas, dándole un aura lastimera—. Sí necesitaba los papeles.

—No tienes que decirme a dónde vas. —El japonés se aferra a la correa del bolso, tensándola con fuerza—. Pero sé claro si te desagrada pasar tiempo conmigo, me siento tonto por insistir. —Y él se siente aún más tonto por generar este lío. ¿No sería mejor si lo odiara? Solo aceleraría lo inevitable.

—Yo... —Su cola ha caído inerte al piso, su propio aroma delata su melancolía. Ni siquiera desglosa por qué este chico se ha tomado la molestia para venirle a dejar los documentos—. No soy bueno.

—¿No debería yo juzgar eso? —La réplica lo toma por sorpresa, sus orejas se menean con energía—. Max me dijo que eras un genio con 200 puntos de IQ o algo así, pero eres bastante tonto.

—¡No lo soy! —Gimotea—. Es que tú eres terco.

—En la mañana dijiste que era lindo. —Se burla—. ¿Acaso lo olvidaste? —Y eso lo hace carcajear de verdad. ¿Desde hace cuánto no se reía por reír? La prisión ha sido un infierno, fue una supervivencia disociada sostenida durante seis meses, las últimas semanas sin Max fueron las más difíciles.

—¿Quieres quedarte un rato?

—¿Eh? —Eiji ladea la cabeza, perplejo—. ¿Puedo?

—Así nos vamos juntos a casa, ya casi concluyo con la reunión. —La sonrisa que le entrega le derrite el corazón, Aslan no puede respirar o sostener durante mucho tiempo el contacto visual, sus latidos se han disparado a la velocidad de un tren bala, ha empezado a balbucear—. Regreso inmediato. —Lo único que logra es arrastrarse hacia la barra con sus subordinados.

—No me dijiste que tu compañero era tan bonito. —Shorter canturrea, no ha perdido oportunidad de molestarlo—. Tampoco que era un omega recesivo.

—¡¿Bonito?! —Se pone rojo de pies a cabeza—. Supongo que es algo bonito. —Chasquea la lengua, metiendo las manos en los bolsillos de sus jeans, amurrado—. Si te gustan los chicos de apariencia normal. —La mentira es tan grande que teme que le crezca la nariz, Griffin solía molestarlo con eso para garantizarle sinceridad.

—Creo que lo invitaré a salir. —El pánico le inunda el alma—. Si no estás interesado. —Tanto la cola como las orejas se le engrifan, le es instintivo sacar las garras.

—No te atrevas.

Le es instintivo querer estar cerca de él.

Es peligroso.

Le da escalofríos la facilidad con la que Eiji encaja en tan putrefacto cuadro, es evidente la apariencia de criminales que caracteriza a los chicos (no es por prejuicio, literalmente son pandilleros) aún así, se las ha arreglado para encajar a la perfección, como si fuese una pieza faltante que se encontraba destinada a completar su puzzle blanco. Su compañía es placentera, solo se da cuenta de lo baja que ha dejado la guardia cuando se halla a sí mismo riendo en la barra, con uno de sus brazos punzando por querer enrollarse en los hombros del omega. Su risita es una melodía encantadora, Aslan posee muchas ganas de escuchar más de esta. Bromean luego de concluir el plan, se obsequian anécdotas, habla como un ser humano y no un sobreviviente.

Siendo sincero, el alfa todavía es incapaz de entenderlo, porque el omega no lo ha juzgado en ningún instante, ni cuando vio los moretones de sus subordinados ni cuando escuchó la facilidad con la que se mofan de la muerte. Él sabe que es muy problemático, Jim siempre se lo ha dicho y le es extraño no verse reducido a solo una etiqueta.

—Tus amigos son simpáticos. —Han salido juntos del bar, el día se les ha esfumado como agua entre los dedos, ha sido agradable y bonito, hace bastante no tenía esta clase de días—. ¿Es verdad lo que dicen? —El corazón de Ash se congela, no tuvo tiempo para explicarle a los chicos la situación, aterra que hayan dicho algo inapropiado acerca de su pasado.

—¿Qué cosa? —El pánico en su voz le da risa.

—Que le tumbaste un diente a Bones cuando te despertó. —Es un alivio, le asusta lo contento que se siente al preservar esa mezcla de inocencia e ignorancia, las flores no deberían mancharse con sangre—. Dijo que tienes el sueño pesado.

—Puede ser verdad. —Ash tiene muchas ganas de pasear su brazo alrededor de los hombros de Eiji, se ha percatado de la clase de miradas que le arrojan incluso con el gorro puesto, pretende dejar en claro que se localiza bajo su protección—. Hace un poco de frío. —Pero no lo hace, no tiene el coraje suficiente para ensuciarlo. Esas manos, esas manos que matan como una máquina asesina, esas manos que solo saben proporcionar placer ajeno y...

—Gracias. —Ha presionado la camisa encima de sus hombros en su lugar, es una fricción de dedos apenas perceptible el que se enfrentan con el toque de la prenda, eso es lo suficiente para derretirle el alma—. Eres bastante amable. —Le da risa, esa es la última palabra que usaría para definirse a sí mismo. ¿Amable? No dirá eso cuando se entere de su pasado.

—Y tú eres lindo. —Sin embargo, se halla agotado de atormentarse, así que acá está—. Lo decía de verdad. —Caminando a ciegas, esperando en una carcasa congelada imposible de encontrar, medio vivo.

—También eres lindo, Ash. —Medio muerto.

Le es instintiva la naturalidad con la que desglosa este sentimiento.

Pero no.

Hay cosas que es simplemente mejor ignorar.

Mañana se viene el primer punto de inflexión entre Ash y Eiji porque obviamente pasa algo, eso cambia un poco su relación en el buen sentido, sin temor. Ay, me emociona esta trama pero me da miedo aburrirlos por ir tan lento, perdón, soy así. Muchas gracias por tanto.

¡Nos vemos mañana! (Dos veces, algunos)

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