27. Rutina.
¡Hola mis bonitos lectores! Como mencioné antes, estos ya son los temitas para ir cerrando el fic, me da mucho amor verlo culminar en este punto, ojala hacer un final semi decente no más.
¡Espero que les guste!
Aslan aborrece las disculpas, jamás han arreglado nada a lo largo de su vida, suelen idealizarlas como si fuesen palabras mágicas, se pronuncian en voz alta y puf, de pronto el daño se ha reparado, igual que las grietas en una vasija de arcilla dentro del horno, dichosas disculpas actúan siendo ese barniz brillante que se encarga de suavizar las cicatrices y darle una segunda oportunidad. Griffin le enseñó la importancia de estos modales, de las palabras de cortesía, pero en algún momento se cansó: «Lo siento chico, pero pagué un buen precio por ti», «Lo siento, murieron en el tiroteo», «Lo siento niño, tu hermano se quedará en un estado casi vegetal».
Las disculpas jamás han salvado a nadie de nada.
Y aun así...
—Lo lamento, Eiji.
Él se encuentra pronunciándolas mientras se aferra a la palma de su novio, posee la mirada clavada en el mugriento suelo de la estación, el aroma a café barato entremezclado con cigarrillos de tienda se funden en una bruma fantasmal hacia sus memorias, no le gustan las celdas, aquella época dentro de prisión es un fragmento que apenas recuerda.
Lo ha escuchado en varios estudios de psicología social, en lugares donde la jerarquización de poder se encuentra tan desequilibrada se adoptan roles con un afán de supervivencia que una vez arrojado al mundo normal, se olvidan. Pero mierda, fue una masacre lo ocurrido con los perros falderos de Dino, incluso llegó a creer que tenía SIDA y era factible, las violaciones grupales sostenidas no dejan impune al cuerpo de enfermedades, por suerte era otra cosa y se la logró tratar.
Así que estar otra vez frente a las celdas le genera mucha impotencia.
—Van a estar bien. —Las palabras de Eiji son suaves y violentas en medidas similares, son tan ligeras que danzan como una pluma de mirlo al son de la brisa, son lo suficientemente feroces para taladrar en el hueso de su cabeza e irrumpir a la fuerza la disrupción—. Estoy a tu lado.
—Lamento que sea así. —Las pronuncia otra vez—. Te has perdido el cierre del semestre gracias a este desastre ¿no? —Su omega se encoge de hombros, batiendo esas pestañas de carbón mientras sus orejas se encogen en la hiperalerta del ambiente, el clima en la estación es feo, gris se atrevería a apostar si tuviese un color.
—Ya di todos mis exámenes, no fue la gran cosa.
—Aun así. —Lo fue, porque quebrantó esa frágil ilusión de cotidianidad que ambos se esmeraron en forjar—. Me habría gustado que terminaras el semestre como corresponde.
—Esto es más importante.
—Supongo que tienes razón.
Se quedan en silencio, Aslan quiere ahogarse en ese incómodo mutismo, pero en su lugar repasa de manera errática cada rincón del cuartel, va por las mugrientas paredes húmedas, las sillas de madera podridas donde se encuentran sentados, los barrotes recubiertos por una capa de óxido, el cenicero rebosante de cigarrillos grotescos junto a los vasos de café que vende la gasolinera, es amargamente familiar y no sabe por qué diablos ha regresado acá. Está mejor, no es bueno exponerse a estímulos que pueden reavivar las llamas del trauma durante tan quebradizo equilibrio.
—Ash. —Eiji le aprieta la mano al llamarlo, su cola yace rendida sobre el regazo, se han quedado sin energía, la noticia ha despertado tanto su incertidumbre como una triste resignación—. Debió pasar algo para que actuaran de esa manera, no es que trate de justificarlos, pero los conoces.
—Por eso es extraño.
—Ni Max ni Griff lo hubieran hecho sin una razón coherente. —Aslan suspira, agotado—. Ese sujeto debió hacer algo bastante grave para ofenderlos.
—Escuché que estaban borrachos.
—No son esa clase de personas.
—Tienes razón. —Cae rendido encima del hombro del omega, está cansado, muy cansado, no siente ni los brazos ni las piernas, sus músculos se han recubierto por un manto de entumecimiento—. Me tomó por sorpresa la llamada del oficial, debió ser justificado, tienes razón. —Se repite.
—Siempre la tengo.
—Presumido. —Se burla, regresando a ese mugriento cuartel.
Griffin salió del instituto de salud mental, el plan era buscarlo en casa de Max y Jessica en la mañana para unirse a un desayuno familiar, luego guiarlo hacia una fiesta de bienvenida, dejar que las cosas fluyan antes de informarle sobre sus futuros sobrinos y enmendar el bosquejo con algún plan, más que nada, quería escuchar el apoyo brotar directamente de la boca de su hermano, no le cabe duda que se lo dará, pero no, en su lugar han terminado en Cape Cod.
Griffin fue arrestado apenas dejó el instituto.
Griffin tuvo una pelea donde dejó malherido al demandante.
Griffin regresó a Cape Cod.
¡Es frustrante! Si acaba de salir de un proceso exhaustivo de rehabilitación cognitiva debería poseer las neuronas suficientes para saber que es peligroso andarse metiendo en peleas. No, no lo tratará como si fuese un bebé al tenerlo de regreso, sin embargo, es factible que se preocupe, lo ama, Aslan ha estado a la espera de casi un año para verlo siendo...Griff otra vez.
—Apuesto que ha sido idea de Max. —Gruñe, hunde sus dedos entre las asperezas de su piel, le ha salido sarpullido en los brazos a causa de los nervios, la espera lo mata—. Sabía que el viejo era una mala influencia para mi hermano. —Se rasca una y otra vez hasta que se quema.
—Ash... —Eiji intenta ser un cable a tierra en vano, es especialmente reactivo cuando se trata de la poca familia que le queda. Entonces, los mocasines del oficial se abren camino en su campo visual junto a otros dos pares de zapatos.
—Él pagó la fianza por ustedes. —Se ven como la mierda, es su primer pensamiento. No sabe si debe empezar preocupándose por la ropa rasgada y sucia o los evidentes hematomas en sus caras, esto le parece una ironía ridícula del destino, ellos son los adultos—. Pueden irse.
—¡Sabía que vendrías a recogernos! —Max se muestra emocionado ante su rescate—. Te dije que así sería, el mocoso tiene más corazón del que aparenta. —Pero la atmósfera no cambia, el alfa se levanta del banquillo de madera imponente, su cola cae inerte contra el suelo, logra alzar sus orejas, no va a mostrar su debilidad ni será benevolente.
—¿Me van a explicar? —Griffin le lanza una mirada agotada, el añil alrededor de sus pupilas se ha visto opacado por un ojo morado, tiene la boca rota y la mejilla hinchada.
—Vamos a casa, no quiero tener esta conversación así.
Así lo hacen.
El regreso es simplemente asfixiante, Max ha intentado aligerar la tensión cantando la misma línea de esa insoportable canción una y otra vez, solía tararearla en la celda antes de irse a dormir, Aslan se cuestiona severamente saltar de la camioneta y huir, no quiere confrontar esa mugrienta cabaña que carece hasta de electricidad. Sí, sabe que debe confrontar a sus fantasmas, sino no va a avanzar, sin embargo, está noche no. Fue tan inesperada la llamada del oficial, estaba ayudando a Eiji con un proyecto de final de semestre cuando la noche se arruinó.
Lo peor es que se imagina pronto en este escenario, siendo llamado de un jardín infantil porque sus hijos son unos revoltosos y debe hablar con el director, serán un dolor de culo, los regañará por ese mal comportamiento, le lanzarán de esos pestañeos inocentones y falsos que Eiji usa para manipular y caerá rendido. Es todo, no podrá ganar ninguno de los rounds. Al menos, ese pensamiento lo ayuda a mantener (fingir más bien) la calma hasta llegar a casa.
Casa.
Cape Cod.
Ugh.
—Voy a buscar algo para comer. —Max lo musita apenas abandona el vehículo.
—Voy contigo. —Y por supuesto, Ash no lo dejará escapar—. Tendremos que pasar la noche acá de todos modos, es demasiado tarde para regresar.
¿Cuál es la peor maldición de un periodista? Ser un pésimo mentiroso, a Ash le ha bastado analizarlo durante dos segundos para saber que esconde algo, lo nota por la tensión que ejercen sus hombros bajo la camiseta, por el sudor que escurre hacia su flequillo, por su risa nerviosa y tiritona, por todas las señales que colman en que evita deliberadamente su mirada. Eiji tiene razón, Griffin no golpearía a otro ser humano sin justificación, no lo tiene idealizado, pero conoce su corazón de abuela.
Mantiene sus ojos en el suelo dorado, desviándose entre las diferentes espigas, frotando sus dedos en sus brazos porque si usa las uñas empeorará el sarpullido. No sabe qué está haciendo, todavía se profesa perdido en muchos aspectos, es un depredador que intenta vivir como un herbívoro, eso lo incita a suspirar. No se ahoga, en su mente relumbra una sensación de seguridad ciega acompañada de mechones brillantemente negros, piel bronceada y sonrisas suaves.
Mantente fuerte por ellos.
—¿Por qué trajiste a Griffin a Cape Cod? —Max se tensa visiblemente.
—Él me lo pidió. —Una carcajada apagada brota de su garganta, rompiendo la brisa salada de una infancia marchita, descomponiéndose entre las diferentes capas del viento—. Es mi viejo amigo, no pude negarme, ya lo conoces. —Ash frena sus pasos, caminan hacia una gasolinera roñosa en busca de provisiones para la cena y el desayuno.
—Viejo... —Su tono se ha vuelto inflexible—. ¿Por qué pelearon con un idiota?
—No fue la gran cosa.
—Max. —Bajo la inflexión pende fragilidad—. ¿Por qué pelearon? —Entonces, el adulto cae rendido, es débil ante esta faceta del lince y lo demuestra, lo trata como si genuinamente fuese su preciado hijo y a estas alturas, la idea le encanta.
—No nos peleamos con un desconocido. —Se han detenido cerca del lago, puede ver a la perfección las olas dulces arremeter contra la orilla, no suele ser agitado, debe ser efecto de la ventisca o de la distancia, no obstante, se asemeja a una tormenta a medio reventar—. Tu padre fue quien llamó a la policía, nos peleamos con él.
—¿Qué? —Parpadea, le toma tiempo procesar las palabras, dejarlas reposar en su lengua antes de tragárselas—. ¿Jim les hizo eso? ¿Él los mandó a prisión? —Max asiente, no le agrada esa expresión, la conoce bien, la visto demasiadas veces para prever que no arreglará nada, no quiere escucharlo, no necesita disculpas.
—Lo lamento. —Pero se las da—. Cuando Griffin salió vio el artículo del Club Cod.
—¡¿Le contaste?! —Saca garras y colmillos, está enfurecido, se siente traicionado, las emociones no dudan en erupcionar desde el corazón hacia la cabeza, chamuscando cada pizca de razón.
—Jamás traicionaría tu confianza así. —Y racionalmente lo entiende, sin embargo, la traición es su segunda piel y recién se la está quitando en esta metamorfosis—. Él ató cabos sueltos por sí mismo, estaba frenético, lo hubieras visto cuando se enteró. —Ash se obliga a calmarse, tomando generosas bocanadas de aire, están saladas y son terrosas, el sabor es familiar, le da pena—. Me suplicó que lo llevara a hablar con su padre, no pude negarme.
—Podrías no haberlo traído.
—Me amenazó con arrastrar su silla de ruedas hasta Cape Cod, es lo bastante terco para hacerlo. —Es verdad, culpar a Max no es más que una compensación a su propia incompetencia, debió ponerse el escenario mental donde leía esa noticia, Griffin es ingenuo pero no tonto, sobreestima sus propias máscaras, lo mismo hizo con Eiji cuando recién lo conoció—. Lo lamento.
—¿Qué le dijo Jim? —Max hunde sus hombros en su camiseta, se observa mucho más escuálido en contraste a la tela, sus dedos se hunden en los botones alrededor de las mangas, frunce la quijada, como si genuinamente le fuese difícil memorar la escena y lo más probable es que lo sea.
—No sé. —Es su mejor amigo, debió sentirse acorralado ante la situación—. Les di privacidad en la conversación, entré cuando escuché los golpes y los traté de separar. —Ahora que se fija, el anciano también salió bastante malherido, no sabe si debe atribuírselo a la fuerza de su padre o lo blandos que son estos dos para golpear de verdad a un amargado en su vejez.
—Voy a hablar con Jim. —Antes de que se pueda apartar, Max lo frena de la muñeca.
—No creo que sea buena idea. —Más que un consejo, es una súplica.
—Voy a hablar con Jim.
No quiere enfrentarlo, por muy idóneo que fuese haber abierto el tema del abuso infantil, una parte de sí mismo sigue reticente respecto a Jim. No lo necesita, se repite una y otra vez, ha conseguido una figura paterna digna gracias al periodista, tendrá que forjar una senda propia por sus cachorros, debería serle indiferente a estas alturas, pero no lo es.
Hay ambivalencias en su relación, en sus memorias aparecen diferentes Jims, uno que si bien, jamás fue cariñoso en demasía lo amaba, le talló una calabaza de Jack para Halloween, le permitió ingresar al equipo de béisbol e incluso lo ayudaba a practicar, tenían conversaciones acerca de dirigir el Green Hill Diner cuando fuese mayor. Aunque no era protector ni cálido como Max, a fin de cuentas sentía que lo amaba. Y hay otro Jim marcado por Barba Azul, ese despectivo, aquel que le hizo saber sobre lo sucio que estaba, ese que le echó la culpa y hasta hoy sufre.
Se pregunta si siempre habrán sido dos o es un mecanismo de defensa muy mierdoso que usa.
—Viejo. —Nada de eso importa cuando se mete al comedor, Jennifer no está, tampoco hay clientes, el único que se encuentra encorvado bajo las luces amarillentas y fluorescentes es su progenitor, un vaso de whisky añejo pende entre las burbujas, es de un ámbar oscuro.
—También has vuelto, grandioso. —Su tono es grosero, casi burlesco—. Es una reunión familiar. —Cada uno de sus pasos cruje entre las viejas tablas del local, hay manchas de condimento y grasa en los muebles, siempre le ha parecido un pueblucho decadente, estancado en el tiempo, pero no en cualquier tiempo.
—¿Qué le dijiste a Griffin? —Sino en ese momento donde necesitó un papá y se le negó.
—Nada que fuese mentira. —Ash se sienta en el taburete de al lado, las converse se le enganchan en los fierros del soporte, arrojando un ruido seco—. ¿Solo has venido para eso?
—¿Qué le dijiste? —Insiste—. Lo alteraste lo suficiente para que te golpeara, él no es así. —Ahora que lo mira de cerca, lo comprueba, Jim luce como la misma mierda, repleto de vendajes y parches que Jennifer probablemente le puso contra voluntad.
—Nada que fuese mentira. —Repite, tirando el vaso hacia atrás, dándole largas y profundas caladas al líquido ámbar, haciendo resonar los hielos contra sus gastados dientes—. Vino a preguntarme por lo ocurrido durante su ausencia, le conté que eras una puta cualquiera desde niño. —Le sorprende lo poco sorprendido que se profesa por esas palabras.
—Ya veo.
Se quedan en silencio, Jim sigue dándole largos tragos al vaso, lo rellena desde una botella añeja. Se atreven a entablar contacto visual, en esa mirada inyectada de sangre, con las pupilas hundidas, los párpados morados y una amargura omnipotente, Ash pudo entender que esta conversación era su rutina. Casi le es hilarante, cada vez que viene a Cape Cod Jim lo recibe así ¿verdad? Es agresivo y mordaz, un padre negligente por donde se mire. Ahora que se ha vuelto más consciente acerca de su relato, se percata de que esa rutina era la misma que él solía implementar con quienes ama.
Eiji.
Trató de apartarlo innumerables ocasiones, en el fondo Ash no dejaba de cuestionarse cuánto esta calidez seguiría, cuánto más Eiji soportaría hasta que agotase su amabilidad y paciencia para rebajar al alfa a lo que siempre fue, volviéndose cruel y exigente. Primero alzó sus barreras, apartándose por el bien de ambos, y luego le dolió, no comprendió qué le dolió más, imponer distancia o volverse consciente de lo mucho que le dolería que el conejito lo lastimara. Es capaz de vislumbrar su manera de vincular con luminaria, aparta lo que ama, daña lo que ama, rompe lo que ama, porque no hay nada más aterrador que tener la certeza de que peligran a su lado.
Tal vez, Jim es similar.
Tal vez no.
—Le conté sobre el entrenador de béisbol y se enfadó muchísimo, como si hubiese hecho algo malo cuando no podía hacer nada. —El alcohol arrastra sus palabras, el agarre alrededor del vaso se ha tornado flojo pero pesado—. No pedí tener dos niños problemáticos.
—Ni siquiera te hiciste cargo de nosotros.
—Les di techo y no les faltó comida, fue más de lo que mi padre hizo por mí. —Aslan rueda los ojos, le desagrada que se justifiquen con fofos argumentos—. No les levanté la mano. —Gruñe, vertiendo un poco más de whisky, chorreando por la barra—. No fui tan mal padre.
—¿Alguna vez te lo he dicho?
—No necesitas decírmelo para que sepa lo que piensas. —El vaso aporrea la mesa—. Me odias, me alegra que me odies, no necesito de un hijo malagradecido. —Esa autodestrucción le es familiar, ya ve de dónde la heredó, maravilloso, espera que sus cachorritos hereden más genes Eijis.
—Y yo no pedí un papá de mierda, pero acá estamos.
—¡Mocoso! —Jim se tambalea cuando se intenta levantar, está más borracho de lo que especuló—. ¡No ha sido solo mi culpa! ¡Griffin se fue a la guerra y te dejó! ¡Ningún otro padre en el equipo dijo nada! No fue mi culpa, pero me miran como si fuese así. —Y acá está.
—Tú me dices que lo supere. —La verdadera razón del comportamiento de su padre es esta—. Pero ni siquiera tú lo has superado ¿verdad?
—Largo. —Se lo ordena, tambaleándose un poco más—. Váyanse, no los quiero ver. —Verlos implica lidiar con el constante fantasma del padre que no pudo ser, quizás sí le generó impotencia en cierto nivel su propia actitud, tal vez reaccionó presa del pánico y se vio a sí mismo atrapado en un bucle incapaz de romper, no lo sabe y ya no le importa.
—Deberías disculparte con Griffin.
—¡Largo de acá! —Se cae de espaldas, el vaso se quiebra contra el piso, el licor se derrama.
—Viejo. —Ash ni siquiera lo piensa, solo lo dice—. No te odio. —Es verdad.
—Ja. —Jim frunce el entrecejo, ha apretado un trozo de vidrio en su palma, mezclando el ámbar con un tenue carmesí—. ¿Estás diciendo que me perdonas? —Niega.
—Me eres indiferente en estos momentos, no necesito perdonarte. —Su padre abre los ojos grande, está herido y lamenta no haber tenido más tacto—. Espero que Griff y tú arreglen las cosas, te quiere aunque te sea imposible creerlo. —Se da la vuelta, metiendo sus manos en los bolsillos de sus jeans.
—No fue mi culpa. —Se repite a sí mismo, incapaz de pararse—. ¡No fue mi culpa! ¡Todos lo sabían! ¡Todos pudieron hacer algo!
—Cuídate, Jim. —El alfa se da la vuelta, encaminándose hacia la salida del comedor—. Serás abuelo por cierto, al menos creo que tienes derecho a saber.
—¿Por qué? ¿Acaso no aprendiste nada?
—Cuídate.
Ash piensa otra vez en la aceptación radical mientras se arrastra hacia la cabaña, está amaneciendo o anocheciendo, no logra descifrarlo, sus yemas se raspan dentro de los bolsillos, sus converse pesan contra los maizales. No odia a Jim, tampoco sabe si alguna parte de él lo ame, le es indiferente, meh, en otras palabras. Así que le da igual perdonarlo o no, tiene la cabeza ocupada y no le queda espacio para sumar una nueva preocupación, aunque sí le dio lástima.
—Aslan.
Griffin lo está esperando a las afueras de la cabaña con una manta, le cuesta trabajo acostumbrarse a la silla de ruedas, agradece su fortaleza mental para procesar lo ocurrido en una década de blanco por culpa de una droga y entiende que pase por harto, que probablemente sienta culpa, pena, rabia, impotencia, odio hacia todo y nada al mismo tiempo. ¿A quién puede culpar? Están muertos.
—¿Finalmente deseas hablar? —Su hermano mayor asiente, Ash se sienta a su lado en el pórtico de la cabaña, el interior apesta a natto y sabe que son los antojos del embarazo—. Golpeaste a papá.
—Él no te cuidó. —El tema explota en una onda expansiva—. No elegí irme a la guerra, pero yo... —Tensa sus palmas alrededor de la manta encima de sus rodillas, es de cuadrille y de lana—. Confié en que te cuidaría. —Y Griffin finalmente se quiebra—. Lo siento.
Otra vez esas palabras.
«Lo siento».
«Lo siento, has tenido una vida terrible, no deberías seguir sufriendo».
—Griff. —El aludido ha empezado a llorar, es la primera vez que contempla a su preciado héroe caer a pedazos, cuando era niño jamás lo vio quejarse por el trabajo extra, por la precariedad o la soledad que lo envolvía porque criar a su hermanito era su prioridad—. Está bien.
—¡No lo está! —Tampoco lo había escuchado alzar la voz—. No está bien, tú has sufrido. —Se vuelve físicamente imposible continuar hablando, su boca se hizo nudo—. Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento tanto. —Esta imagen le rompe el corazón, Aslan se vuelve a levantar del pórtico, es terrible consolando a las personas, ese talento suave es propio de Eiji o Shorter, incluso Max.
—Está bien. —Pero se atreve a rodear a su hermano, a acomodarle la cabeza contra el pecho.
—Lo siento.
—No busques culpables, Griff. —Se lo ruega—. Te lo dije antes. —Y de repente, todo este episodio explota en una burbuja de turbaciones, tiene muchas ganas de llorar al ver a su imponente hermano hecho un ovillo contra su pecho, abrazándolo desesperado como si tuviese ocho años otra vez—. Estoy bien.
—Has pasado por tanto. —El beta hunde sus dedos en la camiseta de su hermanito—. Yo te metí al equipo de béisbol, te alenté porque tú querías verme orgulloso. —Gruesas lágrimas empapan desde su cuello hasta su pecho. En otro instante el negativismo y la cólera podrían haber tomado el control, ha pasado su existencia buscando culpables y acá se le ofrece en bandeja de plata.
—Deja de hacer eso. —Pero ya no es así—. No te culpes. —Ash se arrodilla frente a su hermano, usa sus yemas para limpiar esa pena desmedida que cae, cae y cae, igual que cuando él se caía, porque era inocente, ingenuo y llevaba tan poco de vida—. No eres responsable de mis decisiones, yo escogí escaparme de casa, yo escogí usar a Dino, yo escogí lidiar de esa manera con lo que me ocurría.
—No es verdad, no escogiste que te pasara eso. —No todo ha sido libre, es verdad, pero aún dentro de su prisión se las arregló para tener una pizca de libertad.
—Yo elegí superarlo. —Lo pronuncia en voz alta—. Y me cuesta como no tienes idea, pero acá estoy, sigo vivo, sigo siendo tu pequeño hermanito, así qué... —Sus dedos retiemblan alrededor del rostro de Griff, la barbilla le raspa, las mejillas empapadas se le resbalan igual que el agua—. Elige superarlo conmigo, por favor.
—Aslan... —Su hermano se queda en blanco.
—Estamos vivos, eso es todo lo que importa para mí. —Le insiste, empujándolo un poco más—. Sé que también te estás esforzando mucho por mejorar, que odias esa silla de ruedas, que golpear a papá probablemente fue un descargo porque has cargado con demasiado, pero ya basta. —Suplica, dejando escapar un apenas perceptible hilo de voz—. Estoy cansado de buscar culpables.
—Lo entiendo.
No lo hace, pero aún así respeta su decisión.
Gracias.
—Vas a ser tío.
—Lo sé. —El ambiente cambia—. Max me dijo hace semanas.
—¡Ese viejo chismoso! —Los dos siguen llorando, pero ya no es por pena.
—Me sorprendió que fueran tan rápido con bebés. —Es por un sentimiento imposible de nombrar que pende entre ellos, ese que mantuvo rezando para que su hermano regresara a casa, ese que lo mantuvo resistiendo las fauces de las bestias para ahorrar, ese que mantuvo la esperanza encendida porque sabía que volvería a verlo bien—. Cuando eras niño te asqueaba el amor.
—Corrección. —Chilla—. Me sigue asqueando.
—Tu cola tironea hacia Eiji. —Claro que su naturaleza animal se hace presente exclusivamente para humillarlo, grandioso—. ¿El embarazo fue planificado? —Y de pronto, vuelven a su normalidad.
—No. —Continúan abrazados, él hunde sus dedos en los cabellos de su hermano, es agradable, igual que la miel que robaba de la alacena, es agradable como una bebida recién refrigerada en verano, como esos horrendos suéteres de Nori Nori en las tormentas, como meterse al río de Cape Cod para posar ante una cámara, es agradable y hogareño—. Pero los sacaremos adelante.
—¿Has pensado en algún nombre para los cachorritos?
—He descartado nombres. —Divaga, continuando con sus mimos, es extraño cambiar de roles, más, le gusta ser quien proteja a Griff está vez—. Jim es un nombre prohibido. —Ambos ríen, más ligeros, más calmados, la crisis ha pasado, están bien.
—Papá es...
—Lo sé. —Aslan se encoge de hombros—. Tampoco sé qué pensar, date tiempo para procesarlo. —Griff baja el mentón, una sonrisa agridulce pende entre sus mejillas, sus manos se crispan encima de la manta.
—¿Cuándo te volviste tan sabio?
—Siempre he sido sabio, gracias por notarlo.
—No es lo que Eiji me dice.
—¡Eiji! —Gimotea, resonando por toda la casa—. ¡No me dejes mal con Griffin!
—No te preocupes. —Su hermano le lanza una mirada comprensiva—. Yo te dejo mal con él.
Hijos de puta.
A pesar de los inconvenientes con Jim, la tarde transcurre agradable, Aslan se ve forzado a escuchar el horroroso dueto de música entre su hermano y Max, se traga sus mofas y procura devolvérselas al mostrarse especialmente acaramelado con su omega. Ambos parecen estar contentos a pesar de lo precario que resultó el embarazo.
Ante la insistencia de Eiji salen a pasear cerca del faro, hace frío, no han traído más ropa, ni siquiera duda en sacarse la chaqueta para acomodarla sobre su novio, le queda grande, es obvio, los bordes de mezclilla penden hasta encubrir sus dedos, las costuras esconden su cola de algodón en la cadera y sus hombros se miran ahogados bajo la aspereza de la tela, aun así, la imagen es perfecta. Se dan las manos con timidez, sus pasos quedan marcados en la tierra, es agradable, es una zona segura.
—Lamento que las cosas no hayan salido bien con Jim.
Otra vez esas palabras.
Supone que se ha tomado mal las disculpas, que si ha recibido tantas es porque hay personas que genuinamente lo aman y sufren ante la impotencia de no poder cambiar el pasado, es lindo.
—El viejo me da algo de pena siendo honesto. —No se detienen en la conversación, hunde las suelas entre las cañas alrededor del río y la arena, el suelo se asemeja a un lienzo blanco y pulcro.
—¿Por qué?
—Tengo la impresión de que no se puede perdonar. —Eso no justifica su paternidad de mierda, por supuesto—. Me pongo en el caso, para mí sería duro perder a un hijo en la guerra y que abusen del otro, aunque claro, Jim a veces da la impresión de no tener corazón, así que no sé. —Ash arroja la nuca para atrás, saboreando la brisa salada, sintiendo los tenues granos de arena entre las pestañas.
—¿Cómo se lo tomó Griffin?
—Supongo que le falta procesarlo, no es un tema fácil. —Aslan desliza sus dedos entre los nudillos de su pareja, llega hasta los bordes de la chaqueta y se atora, no puede avanzar más—. ¿Cómo tú lo digeriste tan fácil?
—¿A qué te refieres?
—Durante mi primer ataque en el estudio de fotografías, cuando escuchaste mi conversación con Max me esperaste, aunque sabías que yo... —La boca se le seca, el corazón le retiembla—. La clase de infancia que tuve. —Lo recuerda con una escalofriante nitidez, el terror que paralizó su alma ante esa mirada de ciervo y el desgarro de resignarse a perderlo—. ¿Cómo lo haces para no enfadarte?
—Claro que me enfado y sufro por eso, te amo, es natural. —Se lo explica con suavidad, no es brusco ni impaciente ni demandante, es Eiji—. Pero lo más importante para mí es estar para ti.
—Idiota. —Musita, con las mejillas rojas y el corazón en la manga—. ¿Tú estás nervioso?
—Estoy considerando seriamente cambiarme de apellido para evitar conversar con mis padres. —Balbucea, Aslan se encuentra a sí mismo maravillado por el aleteo natural de esas pestañas brunas y las caricias entre sus manos, es mágico e inefable—. Contarles sobre mi embarazo va a ser duro.
—Podemos quedarnos a vivir acá. —Se frena—. Pero lejos de Jim, al otro lado del pueblo. —Ese plan le gusta mucho más—. Podemos sobrevivir robándole comida a los vecinos. —Entonces, Eiji le arroja una sonrisa de muchos dientes ruidosa, le encanta ese sonido, lo embriaga.
—Esa es una terrible idea.
—No veo que nuestros hijos se estén quejando. —Bufa, su cola se ha enrollado alrededor del omega, justo en el vientre, repasando alrededor de su ombligo sobre la polera—. Les encanta el plan. —Su pareja infla las mejillas, esbozando un adorable puchero en respuesta.
—No les gusta. —Le rebate, claro que lo hace, es terco como un conejo—. ¿Griff sabe del embarazo?
—Max le contó. —Ash bufa, acercándose aún más a la calidez de su adoración, permitiendo que sus brasas de confort lo envuelvan hasta convertirlo en llamas, y que de esas llamas no queden más que cenizas con las que pretende renacer—. Lamento haberte arrastrado a Cape Cod a fin de semestre. —Y de pronto, él mismo está pronunciando esas disculpas.
—Está bien. —Porque ama a Eiji y ya—. Mientras pudieran hablar las cosas valió el viaje.
—Espero alguna vez poder tolerar mejor a Jim. —Aslan lo medita en voz alta, su cola se tensa en un apenas perceptible agarre hacia la cadera del omega, parece estar buscando al pompón azabache, le da risa que no lo encuentre bajo la chaqueta.
—¿Te gustaría arreglar la relación con tu padre?
—No arreglarla. —No se puede arreglar sino hay nada que arreglar, no hay relación—. Pero sí tener una conversación más sincera, no soy sentimental con el tema de la familia. —No es verdad, Griff, Eiji y Max son sus talones de Aquiles—. Aun así, tampoco quiero quedarme con la duda de no haber tratado mejor, sino quiere ya es su problema.
—Es relajante escuchar eso antes de charlar con mis padres. —No lo dice con sarcasmo, es alivio real—. La familia más importante es la que se escoge. —El agarre se tensa aún más entre sus manos, sus colas finalmente se encuentran bajo la brisa de Cape Cod, caminan hacia el lago, sumergiéndose en un lienzo iridiscente de verano.
—Supongo que sí.
Familia.
Tuvo la libertad y la fortuna de formar su propia familia, es afortunado.
No debe olvidarlo.
Veo alta probabilidad de que mañana me ausente y como estas dinamicas succionan vida y alma, porque vamos, escribir casi 300 páginas en un mes mata a cualquiera, no veo factible volver a escribir dos capítulos diarios, así que nos atrasariamos un día no más. No perdamos la esperanza, pero por si acaso prefiero avisar.
¡Muchas gracias por tanto!
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