24. Púas en la lengua.
¡Hola mis bonitos lectores! Finalmente, luego de esos capítulos que han estado bastante fuertes porque ha sido golpe tras golpe tras golpe, hemos llegado a los capítulos para digerir bien todo esto e ir cerrando antes del golpe final (ya me conocen, ¿para qué?). Espero que estén teniendo unas muy lindas fiestas, gracias por tanto cariño este año y en esta dinamica.
El capítulo ha sido escrito para esta maravillosa mujer, esa fue mi otra razón para hacer hoy la actualización doble, quería alcanzar a dartelo antes de navidad, MrGako, me apoyas en literalmente cada fic que saco, te amo, te amo y agradezco tanto que no te lo puedo expresar, este no es el capítulo que esta originalmente dirigido a ti, hay algo mucho más dulce esperandote, así que espera otra dedicatoria más adelante.
¡Ojala les guste!
—Los cachorros están bien.
Deja caer esas palabras en medio de la consulta, parecía poseer la lengua repleta de concreto antes de pronunciarlas, la sentía entumecida e hinchada, casi como si fuese un bloque inmutable de plomo u otra especie de material de construcción, sabe que la sensación es visceralmente familiar, arrancó aquel trozo de memoria policromático de una infancia quebrada, siente como si hubiese entrado de nuevo a la cabaña del entrenador, esta vez no es el niño aterrorizado sobre sábanas ensangrentadas, ahora es un adulto capaz de defenderse y no solo eso, de defender a quienes ama.
Pero sigue siendo difícil ¿saben? El cambio es un concepto curioso, los seres humanos luchamos con fuerza para desaprender hábitos nocivos, comportamientos que ya no sirven: la hiperalerta, aquella capa de negativismo que hacía de domo para su propia rosa o incluso el trastorno alimentario, cosas que interfieren con la calidad de vida actual pero en un momento no tan lejano, fueron a favor de una supervivencia animal.
Aslan sabe que el mundo no está repleto de pedófilos en su mayoría, que es imposible, casi delirante esa idea de salvaguardar a sus hijos de toda la maldad, guardándolos en una cajita para impedir que algo terrible les pase, Eiji tiene razón, el sufrimiento es necesario para que se levanten, les dolerá a ambos además de sus pequeños, porque para ningún padre le es rico ver a sus crías perecer (supone la existencia de excepciones como Jim), sin embargo, lo comprende y acepta.
Aceptación radical.
Ese es otro pilar de su terapia.
Hay cosas que simplemente no se logran controlar, así como él no sabía que Griff quedaría jodido al irse a la guerra o que el entrenador lo miraba con lujuria o que acabaría aún más atrapado al huir de la casa de su tía, no pudo predecirlo. Y si bien, absolutamente nada de eso es su culpa al haber sido un niño (no tenía ni debería andar preocupado de abuso o negligencia), es su responsabilidad el poder arreglarlo ahora.
«Puede que los pacientes no hayan causado todos sus problemas, pero tienen que resolverlos de todos modos».
La bendita regla tiene razón, la ha repasado varias veces y la ha llevado a diferentes situaciones, Eiji y esa constante inseguridad e invalidación contra la que lucha, incluso terapiado le cuesta vislumbrar que tiene compañía y es amado, debió pasar una infancia bastante estricta y...Solitaria para jurarlo. Shorter es otro caso, quedó atrapado en las pandillas para proteger a su hermana mayor, Sing es un cachorro aún y se encuentra asido en este mundo de violencia, Skipper no tuvo más opción, esa lista no impresiona tener final, no cree que alguien sea completamente culpable de sus dificultades, pero sí de resolverlas.
Y desde que Aslan se enteró que no solo una vida dependerá de él, sino dos, se ha propuesto mejorar de verdad, no porque antes no lo haya intentado, sino porque cada día descubre que se subestima, que su límite parece ir aún más lejos. Sí, es una mierda durante las recaídas o los bajones, más con tan endeble embarazo no es un ambiente idóneo para tener una pelea.
Pero otra vez, no se trata de estar bien todo el tiempo para la otra persona, eso no es amor, aquello es egocentrismo, se trata de estar para la otra persona, buenas y malas, incluso las malas más feas.
—Hablé de mi infancia con Max. —Finalmente logra sacar el tema que tanto ha deseado en la sesión.
—¿Qué hablaste exactamente con él? —Ash se mantiene encogido del otro lado de la consulta, su cola se ha hundido entre los mullidos cojines del sofá, siente las piernas pesadas y la boca seca.
—Le conté cosas que he tratado de olvidar durante mucho tiempo. —Empieza—. Cosas que Eiji no sabe porque son demasiado dolorosas para mí de contárselas, cosas en que me mentí y dije que no recordaba al ser muy duras, cosas como mi primera versión de amor.
—¿Tu primera versión de amor? —El ambiente ha cambiado, se ha tornado más denso y asfixiante.
—Sí... —Se ha encogido dentro de su polo, intenta metabolizar su encuentro con Max, le es irreal, todo este incidente acerca del aborto lo ha sido—. Exploté y le conté varias cosas al azar, pero hay una que fue especialmente importante. —Tensa los puños hacia arriba de los muslos, la fricción del jeans arde, las converse flotan sobre la alfombra de terciopelo.
—¿Quieres contarme? —Asiente, quietecito.
—Durante muchos años Dino tuvo un juego retorcido acerca de nosotros dos. —A estas alturas se ha sincerado con su psicóloga en los temas que desea trabajar, eso no lo hace más fácil, jamás es fácil develar el suceso porque cada vez que lo hace se vuelve un poco más real—. Él me engañó para que creyéramos que estábamos enamorados, que éramos una pareja como...
No puede seguir hablando.
Tiene que contar desde diez hacia atrás mentalmente para mantenerse en la consulta, debe soslayar la disociación, todas las emociones son necesarias, por eso existen, Ash está cansado de huir de sus memorias acerca de Cape Cod, ya basta. Precisa ser valiente, aunque duela, aunque pierda un poco de vida con cada lágrima, está harto de su propia cobardía y de mentirse, de decirse que mañana va a mejorar porque no pasa, no mejorará a menos que se ponga un punto final.
Sus hijos.
Eiji.
Él mismo.
Querer vivir y disfrutar de eso.
Este es su punto final.
Así que toma aire otra vez, llena su cavidad torácica con fuerza, le duele, relaja los párpados incluso sabiendo de antemano que los destellos sangrientos y pueriles lo intentarán arrastrar al pasado con una reexperimentación. No es lo mismo, incluso si volviese a los burdeles, a la cabaña del entrenador o al cuarto de Dino, nunca más será ese niño indefenso, ahora tendrá niños indefensos que proteger.
—Hubo mucho tiempo en que creí que solo estaba eso ¿sabe? Los clientes muchas veces me decían que me amaban, era muy pequeño para entenderlo, el amor no dolía, no el poco que conmemoraba de Griffin y eso me confundía mucho. Una vez luego de que Dino me tomara se quiso acurrucar, yo no quería, estaba sucio y no soportaba esa sensación en mi cuerpo, de él tocándome con cuidado si hace dos segundos me estaba asfixiando contra la almohada y abofeteando para que no llorara, no soportaba su aliento, su aroma, nada, me daba asco pero solo podía quedarme congelado como una muñeca mientras él hacía lo que quería conmigo, así que le permití abrazarme contra su barriga.
Traga la saliva.
—Entonces él me dijo que cuando fuera mayor me haría su esposa y podríamos tener un bebé, tenía miedo de eso, porque sabía que si él traía un bebé lo abusaría como lo hizo conmigo.
Y acá está.
La raíz de ese temor que resultaba casi delirante para el resto acerca de que sus propios hijos serían abusados sexualmente durante la infancia, es acá que lo ha desenterrado.
—Y no podía imaginarme lo horroroso que sería ver a alguien todavía más frágil pasar por lo mismo, no quería ver que su inocencia se extinguiera, temía no ser capaz de protegerlo, tendría apenas diez años cuando Dino me lo dijo pero no lo pude olvidar nunca, desde ahí he sentido un temor irracional a ser padre, porque en el fondo, sigo escuchándolo, sigo temiendo que regresará para convertirme en su esposa y tener a ese bebé que va a abusar, es tonto ¿verdad?
—¿Por qué sería tonto? Me acabas de confesar un temor sumamente importante, no te lo invalidez así, se lo dijiste a Eiji, cualquier cosa que genere malestar es imprescindible, eso va para ti.
—¿Puedo confesarle algo horrible?
—Sabes lo que pienso de los juicios. —Aslan rueda los ojos, más ligero.
—¿Puedo confesarle algo difícil?
—Mejor. —Lo felicita—. Puedes.
—Durante mucho tiempo me dio miedo que Max abusara de mí. —Y lo dice.
—¿Por qué Max? ¿Por qué no Eiji o Shorter?
—Es diferente con Max, es lo más cercano que he tenido a una figura paterna además de Golzine. —Le es fascinante la manera en que esa perversión se ha torcido, lo amaba como un hijo y amante, es abominable—. En la celda cada noche esperaba que su paciencia se agotara, subiera a mi litera y me tomara a la fuerza, porque los hombres en los que confiado para usar el rol suelen hacer aquello, usar mi confianza en mi contra para manipularme, usar ese cariño ciego para obligarme.
Probablemente de ahí también se alimente el temor a la paternidad, equiparar dicho puesto con un toque de traición y daño, temer que al convertirse en un padre él pase a ser Barba Azul, Jim e incluso Dino Golzine, es una idea irracional que es capaz de desglosarla al analizarla, eso no la convierte en una tortura menos atemorizante. ¿Cómo pensar en ser un buen padre si todos le hicieron daño? Tal vez por eso no puede perdonar a su propio progenitor, porque definió el inicio de lo que se volvería un desfile de horrores inimaginables.
Durante mucho tiempo a Aslan le costó comprender un «te amo» limpio, Eiji se encargó de mostrar la verdadera incondicionalidad de ese amor, no le tomó tanto como creía, durante mucho ni siquiera necesitaron de palabras para confesarlo, sin nombres ni etiquetas sabía que esto era diferente, que esto estaba bien. Ni el amor ni el sexo son intrínsecamente malos, piensa.
Tampoco la paternidad.
—Cuando le conté me sentí más ligero. —Retoma su hilo de pensamientos, vuelve a encarrilar aquel tren—. Tenía muchas emociones encontradas con respecto al posible aborto espontáneo, y aun así, seguía recordando mi infancia una y otra vez, ahí apareció una voz en mi cabeza.
—¿Qué te dijo?
—Que confiara en Max, que tal vez podía ser diferente y me creería. —Lo que no reparó el daño de Jim al echarle la culpa cuando llegó de la cabaña de Barba Azul, nada borra el pasado—. Y lo hizo. —Pero sí reescribió sobre esas viejas heridas para que finalmente sanaran—. Me creyó.
—Ash...
—Porque me ama. —Ash se encoge aún más en el sillón, las manos le tiemblan y los labios se han agrietado—. Quiero amar de esa manera a mis cachorros, hacerlos sentir así de seguros, quiero ser tan grandioso padre como Max. —Morirá antes de confesarle al viejo esa admiración, sin embargo, lo hace, solo Dios sabe cuánto lo admira.
—¿Te sigue asustando la paternidad?
—Carajo, es aterradora como la mierda. —Soltó más insultos de los que pretendió decir—. Pero se me ha dado la posibilidad de formar una familia con quien estoy enamorado y estoy agradecido de aquello, no permitiré que el temor me controle más para que sabotee esto aunque probablemente lo termine saboteando, supongo que quiero sabotearlo a mi manera.
—Esa es una actitud bastante diferente a la que me mostraste la última vez.
—Sí. —Se ríe, acariciándose nervioso el cuello, repasando la marca temporal que le hizo su omega—. Sospecho que me cansé de escudarme tras mi fachada.
—Háblame más de eso.
El resto de la sesión se pasa volando.
Al salir, Eiji lo está esperando afuera de la consulta, puede apostar que se ha comido una magdalena a escondidas para hacer más placentera esa pausa y lo comprueba al besar el glaseado que le quedó en los labios, eso le roba una risita risueña, sus colas no tardan en encontrarse en un abrazo de pura dulzura, a estas alturas se cuestiona severamente sino llevan su propia relación escondida.
Aslan creyó que sería más duro ver a Eiji luego de mostrarle exactamente lo que era, tras el ajetreo del aborto ni siquiera tuvo el instante necesario para procesar la muerte de Arthur, en contra de sus expectativas más coherentes, le fue un alivio exponer esa parte de sí mismo, porque finalmente él siente que ya no queda más que esconder o avergonzarse, ha sido pararse completamente desnudo en alma y cuerpo frente a esos grandes ojos cafés y dejar que llegue a un veredicto.
Que aún así, no solo haya acurrucado la fealdad de las heridas que tanto le acomplejan al grabar un pasado que prefiere olvidar, sino que además, Eiji también se atreviese a desnudarse en alma frente a él, mostrándole cada una de sus imperfecciones y retribuyendo al gesto, fue demasiado.
Lo ama.
Lo ama tanto.
—¿Cómo te fue en la sesión? —Una de las mejores cosas de su relación es aquello, hablar sin tabú o algún temor a la incomodidad sobre su salud ya sea mental o física.
—Creo que bien. —Aslan se encoge de hombros, jamás profundiza de lo que trata su terapia, pero ama que le pregunte—. La siguiente será acerca de Ibe y cómo me mandará al hospital por contarle acerca de nuestros cachorritos.
—¡Ibe-san no es violento!
—Lo he visto pelearse con Max, tiene un lado peligroso. —Eiji cierra la boca, ha tambaleado sus orejas y tensado su pompón, delatándose a sí mismo—. ¡¿Ves?!
—Ibe-san estuvo a punto de partirle la cara a Mizu-chan cuando se enteró de que me hizo llorar, puede ser bastante protector. —En lugar de asustarlo, le genera un alivio desmesurado, le resulta fundamental rodearse de buenas personas que fomenten una red de apoyo, así como él lo ha hecho con Shorter y la pandilla, le alivia que su omega no estuviese tan...Solo.
—Yo golpearé a cualquier idiota que te haga llorar.
—¿Y si ese idiota eres tú?
—Me golpearé a mí mismo. —Diablos, Eiji le lanza una sonrisa que hace estrellas, eso lo derrite, las mejillas se le calientan y el corazón le martillea con una fuerza atronadora, lo que más le hipnotiza de esas sonrisas no son sus labios, sino sus ojos. Porque Eiji sonríe hasta con los ojos, convirtiéndolos en medialunas, haciéndolos ver pequeños y brillantes, reales, es lo más genuino que ha vislumbrado.
—Creo que tu cola lo haría por mí antes. —Musita, avergonzado por el contacto visual prolongado—. Te ves mucho mejor hoy.
—¿Insinúas que ayer me veía mal? —Se lo pregunta en broma, acomodando casualmente uno de sus brazos por encima de sus hombros, acunándolo, aspirando de esas adictivas feromonas que tan loco lo traen, no ha sido la clase de idiota empedernido que idealiza el amor, sin embargo, su terco conejito es su excepción—. ¿Es eso?
—Bones dijo que casi le tumbaste otro diente. —Suspira.
—Ayer andaba sensible.
—Yo soy el embarazado. —Se burla, moviendo su pompón de algodón de azúcar en señal de victoria, el alfa tiene muchas ganas de morderlo.
—De verdad espero que nuestros hijos no hereden tu terrible personalidad. —Eso lo hace enfadar, lo desglosa al verlo detenerse para patear el piso (muy maduro de su parte), es un gesto que debería intimidarlo pero en su lugar, le es jodidamente adorable—. Max publicó lo del Club Cod.
—Oh. —Los pasos se entorpecen—. ¿Por qué no me dijiste?
—Incluso yo mismo lo olvidé, hemos pasado por muchas cosas. —Su cola de lince sube por inercia hacia el vientre de su omega, acariciándole desde la cintura al ombligo aún plano—. Me texteó en la mañana, ahí lo recordé, pero estaba demasiado entretenido en el desayuno viendo plaza sésamo contigo, acurrucándolos en el sillón, dándonos besitos.
—¿Estás bien? —Eiji se ha detenido.
—Estoy procesándolo todavía. —Aslan se atreve a ser sincero, no se pueden combatir las lágrimas que no vienen, tampoco se puede buscar la verdad en una mentira—. ¿Está bien si lo hablamos más tarde? No trato de evitar el tema, pero no creo que me queden neuronas vivas.
—¿Tenías neuronas vivas aún? —La facilidad con la que suelta lo enrabia a niveles astronómicos.
—¡Eiji! —Chilla, inflando las mejillas y tensando el entrecejo—. Tengo 200 puntos de IQ.
—A veces no sé si creerte, Griffin me dijo que te tomaron esa prueba hace mucho tiempo ¿sabes?
—¿Hablas con mi hermano?
—Claro, es bastante simpático, así puedo robarle historias vergonzosas sobre el lindo Aslan. —Eso es mil veces peor a lo que imaginó, ni siquiera corriendo de la muerte el pánico le inundó con tanta ferocidad el alma—. Va a salir pronto del instituto, deberíamos comprarle un regalo.
Es una excusa para distraerlo, Eiji libera esa clase de comentarios con suma naturalidad, a causa de su capacidad para disimular el ingenio se confunde con ingenuidad e incluso torpeza, pero Ash sabe que estos ojos cafés esconden un altruismo incondicional que le remueve hasta los huesos.
Cuando niño tenía la fantasía de que corría constantemente de los monstruos dentro de un paisaje desierto, que sin importar qué tan rápido avanzara estos lo alcanzaban, que corría hacia su casa rota y abandonada, y solo al llegar a su cuarto podrido y esconderse bajo las sábanas, podía reposar. Con este terco deja de correr, no porque los monstruos desaparezcan, no lo hacen, no lo harán jamás si son parte de su historia, pero si tiene a quien le de la mano y lo ayude a atravesar el desierto al final, no necesita esconderse más.
Terminan yendo al centro comercial más cercano, precisa relajarse luego de la sesión, la llamada de Max es inevitable a estas alturas y está bien, pero merece un maldito paseo acaramelado con aquel lindo, lindo (y terco) conejito.
—¿Deberíamos empezar a comprar cosas para los cachorros? —Eiji piensa en voz alta mientras mira escaparates, siguen abrazados por los amplios pasillos del centro comercial, sus orejas yacen bajas, no le encanta mostrar esta fachada doméstica, no obstante, no consigue disimular su felicidad.
—Que los chicos nos compren esas cosas.
—No dejaremos a la pandilla en quiebra. —El omega los defiende—. Además, hay cosas de Nori Nori que debo ver personalmente.
—¡No usarán a ese pajarraco horrendo!
—¿Crees que puedes ganarme en eso? —Se burla con una sonrisa altanera, la pequeña mierda tiene tanta fe ciega en su habilidad de persuasión que se ha dado por victorioso—. Eres lindo.
—Al menos deja que uno se vista con decencia.
—Shorter puede asesorarlos.
—Lo acabas de empeorar, ¿quieres que nuestros cachorros usen lentes de sol antes de abrir los ojos? Eres bastante cruel, onii-chan. —No tiene tiempo de refutar, la atención del omega ha saltado a un extenso escaparate.
Una tienda de mascotas.
—¿Quieres entrar?
Eiji se ruboriza con violencia, se acurruca por inercia hacia su lado, eso lo incita a estrecharlo todavía más fuerte, procura jamás desplegar la presión suficiente para lastimarlo, es la medida perfecta para que se profese adorado.
—Mis padres no me dejaron tener una mascota de niño. —Balbucea, bajando el mentón—. Quiero.
Así que entran.
¿Cómo negarle algo a Eiji Okumura?
El aroma a comida de cachorro y la estridencia de los ladridos es lo primero que lo recibe tras entrar, es una tienda pequeña y acogedora, impresiona dividida por secciones y permite la interacción entre los compradores y las posibles mascotas. Un tanque iridiscente con una infinidad de peces es lo que capta su atención, ocupa toda una pared al costado de la sección de alimentos y juguetería, la danza de los pececillos le resulta hipnotizante, recuerda cuando iba a pescar al río de Cape Cod, no atrapó nada ni una sola vez, sin embargo, le era suficiente contemplar ese vivaz bamboleo.
Su cola se mece de un lado a otro mientras observa entretenido la acuarela móvil, el parloteo queda de fondo bajo la música comercial, el aroma a bolsas de alimento se le cuela hasta las fosas nasales, lo que parece ser lo suficiente para que contenga un estornudo, de pronto, está más ligero, necesitó con urgencia desconectarse del caos y esta fue la excusa perfecta.
Gracias.
Gracias por siempre pensar en mí.
Se voltea con una sonrisa apenada, tiene la intención de agradecerle a Eiji, el corazón le pulsa a mil kilómetros por hora y la fragilidad le sangra en la manga cuando contempla la traición.
Hay un gato.
Hay un maldito gato doméstico restregándose en su conejito.
—¡Ash! —Eiji alza el felino con una sonrisa ilusa, lo sostiene con sumo cuidado dentro del corral de los gatos, al lince le desagrada al instante—. Es igual a ti. —Esa bola de pelos no se asemeja en nada a su gloriosa belleza, ¿hola? Es el depredador más voraz de todo el universo, ese gato con suerte se debe alcanzar las bolas para lavarlas.
—No es verdad.
—Es rubio de ojos verdes. —Bufa indignado, el felino se restriega contra las mejillas del omega con maldad, lo nota, está haciéndolo con una maldad que ni siquiera conoció en Golzine.
—¡Te está apestando! —Chilla, intentando apartarlos para que el gato lo rasguñe—. ¡Eiji!
—No está haciendo nada malo, solo quiere cariño. —Aslan se sienta amurrado dentro del corral de los felinos, siente que todos los gatos se burlan de él ante la derrota (que nunca admitirá) de cortejo.
—Creo que le gustas. —Tiene que frenar a su cola para evitar que cometa un crimen—. Ese gato te quiere como compañero de apareamiento. —Eiji alza una ceja, incrédulo.
—¿No estás exagerando? —Pero entonces, el desgraciado le empieza a lamer las mejillas porque no le basta con empujar a Ash a tal extremo, sino que ha desatado una lucha de orgullos, es cuestión de dignidad, ya es personal—. Su lengua es muy rasposa. —Musita, anonadado.
—Los gatos tienen púas en la lengua.
—¿Eh? Pero tú no tienes púas. —Eiji ladea la cabeza, dándole una imagen tan adorable que cree que sufrirá de un infarto al corazón—. Al menos cuando me besas yo no... —Ah, se dio cuenta de la obscenidad implícita en tan inocente confesión.
—¿Yo no...? —Lo molesta, adora molestarlo y no disimulará.
—No tienes púas en tu lengua, las sentiría. —Se ha puesto rojo de pies a cabeza.
—Las tengo. —Entonces, saca la lengua y una serie de papilas rasposas aparecen—. Algunos alfas las poseen para poder inyectarle feromonas a su pareja, así cuando se separan su esencia persiste. —Su amante se mira decepcionado con la confesión, lo nota por la caída en sus orejas y el cese de su pompón.
—Oh... —Ha dejado al gato sentado en su regazo.
—¿Te molesta? —Niega, acariciando el pelaje dorado del felino una y otra vez, hundiendo sus dedos entre los lacios y delgados cabellos, liberándolos por doquier—. ¿Entonces?
—Nunca has hecho eso conmigo. —Lo musita en apenas un hilo de voz, si el alfa no hubiese prestado atención al movimiento entre sus labios habría pasado esa confesión por alto bajo el estruendo de la tienda, sus manos se entrelazan arriba del gato (el cual le arroja una mirada infernal, pero le da igual)—. Cuando tengo clases todo el día te extraño, incluso si me vas a buscar a la universidad.
—¿Tú me extrañas?
—Claro que te extraño, te amo.
Es demasiado para tolerar.
Eiji lo extraña.
Eiji lo ama.
Eiji y él van a tener dos bebés.
Le gusta pensar que esta es una compensación por la vida de mierda que ha aguantado, como una especie de disculpa cósmica de Dios por haber ignorado los rezos de un niño que lo necesitó o de la fuerza que gobierna y se encarga de retribuir un equilibrio ridículo, es tonto, sabe que la justicia no es real y que si el destino le ha obsequiado eso puede arrebatárselo en cualquier instante, el mundo ha sido un hijo de puta con él y no cree en los cambios mágicos.
Pero entonces, alza el mentón y esos restos de muros se terminan de desplomar, dichoso domo que protegía sus cuatro espinas se craquela, Ash se ve incapaz de apartarlo, siempre lo ha sido y siempre lo será, no cuando esos sentimientos que con tanto esmero enterró explotaron apenas entró por la puerta de su apartamento sin pedir permiso ni perdón. Sigue acariciando al gato sin soltar las palmas del japonés, su cuerpo se profesa flácido por el relajo, probablemente es la fragancia que desprende su omega, solo cae hacia Eiji como si este lo hubiese reclamado una eternidad atrás y simplemente regresase a donde perteneciese, a casa, a su lado. Durante años aprisionó este deseo de encontrarse con una persona que pudiese vislumbrar más allá de sus pecados y ser amado.
Ahora sabe que ese temor lo que escondía era una verdadera liberación.
Ash no es libre porque mató a Dino o se vengó del Club Cod o consiguió la paz entre las pandillas de Nueva York.
Es libre porque ama y es amado.
Cursi, jodidamente cursi y acertado.
—Ven acá.
Y entonces, se inclina para inyectar sus feromonas en el omega, lo ha tomado desprevenido, aquello lo confirma ante el tiritar de sus labios y el crujir de su mandíbula, no le importa. Él jamás le inyectó sus feromonas a nadie porque es un acto sagrado, lo único bueno y protector que un alfa puede dar a alguien, ni siquiera cuando Dino lo presionó en busca de un vínculo o sus clientes le pegaban, Aslan nunca cedió esa parte de sí, a fin de cuentas, sino podía obsequiarle ninguna primera vez a alguien ante la remota idea de que pudiesen amarlo, esperaba que esto significase algo.
—Eso hace cosquillas.
Lo significa, al escuchar la risa de Eiji mientras le lame de las mejillas hasta el cuello, usando las púas en su lengua para saborearlo y dejar una parte de sí mismo, sabe que luchar no ha sido en vano.
—¿Cómo los conejitos inyectan feromonas? —Pregunta tras terminar, dándole una sonrisa burlona al gato que se baja indignado del regazo de su pareja.
—No lo hacen. —El rubor se demora en abandonarlo, sus manos se han mantenido entrelazadas a pesar de la huida del felino—. Pero los omegas dominantes también pueden hacer eso con la lengua. —Entonces, la saca para demostrárselo y Ash tiene muchas ganas de besarlo.
—¿Me lamiste frente a toda la pandilla? —Se burla, tiene el objetivo de intensificar el bochorno y lo logra.
—¡Era la única manera sino despertabas! —Gimotea, parándose hacia la sección de conejos.
A Ash le enternece de sobremanera contemplar a su omega rodeado de animales esponjados negros y blancos, son un ejercito de Eijis, se atreve a pensar y eso le encanta, anhela llevárselos todos a casa para poderlos mimar, se ha puesto blando, pero no le dirá a nadie.
—¿Puedes entender lo que dicen? —Ha escuchado de algunas habilidades especiales de los omegas, en específico de dominantes sobre la sensibilidad de su especie, Aslan se pregunta si será capaz de entender a un lince, los gatos no cuentan porque son los felinos más sobreestimados del universo y él es un depredador feroz.
—No hablo conejo, Ash. —Eiji eleva una ceja, las motitas no tardan en arremolinarse alrededor del alfa cuando se mete al corral con su novio—. Pero puedo entender un poco, estoy conectado, no sé cómo explicarlo. —Tanto el omega como un conejo mueven la nariz al unísono, se ha acomodado contra el pequeño vientre que carga dos futuras vidas.
—¿Qué dice?
—Que a nuestros hijos les gustará el natto.
—¡Eso no...! —Se maldice por no poderlo contradecir—. No dice eso. —No sabe si le está agarrando el pelo o realmente puede entenderlos, no le sorprendería que esos animales también lo fastidiaran porque pueden y ya—. ¿Qué dice de verdad?
—Que tendremos puros conejitos el resto de nuestra vida y tendrás que lidiar siendo el único felino en casa. —La idea no le desagrada, aunque claro, fingirá molestia, su orgullo es más importante.
—¿No te da miedo? Los linces devoran conejos. —Eiji se encoge de hombros, su cola ha vuelto a su lugar predilecto en esa fina cintura mientras esos dedos suaves impresionan disfrutar acariciando sus manchas, especialmente la que tiene en la punta, esa que es más negra y desordenada.
—Me recuerdas más a un gato siendo franco. —La ofensa es un golpe directo al estómago—. Nunca has sido muy agresivo conmigo, ni siquiera cuando recién me conociste.
—Te di la peor bienvenida que un compañero de cuarto te podría haber dado.
—Pero me dabas la impresión de estar realmente asustado. —Claro que incluso con sus muros aún presentes pudo atravesarlos, porque Eiji vuela, vuela más alto que nadie.
—Tienes razón. —El ambiente ha cambiado—. Estaba realmente asustado de ti.
—Ash...
—Los conejitos pueden ser aterradores no por sus garras y dientes. —Musita, acariciando a uno de los animales moteados con suma ternura—. Sino porque son frágiles, yo soy un depredador, todavía me lo cuestiono si te soy franco, si he hecho lo correcto al haberte permitido estar tan cerca y si saldrás herido por mi culpa más adelante.
—¿Te arrepientes?
—Ni una sola vez. —Sus palmas terminan en el vientre del omega—. No me arrepiento de nada. —La conmoción cristaliza el café de esos ojos hasta convertirlo en un lago de caramelo dorado, resulta precioso y enigmático, Aslan cree que puede vislumbrarlo por siempre.
—Bien. —Eiji acomoda sus propias manos en ese lugar especial—. Yo tampoco me arrepiento.
Salen de la tienda en silencio.
Apenas llegan al apartamento se lanzan a los brazos del otro, como si dicha conversación casual que entablaron en la tienda hubiese significado algo más profundo, lo hizo, puede sentirlo por la forma en que Eiji lo sostiene en este momento, por cómo pasea sus dedos entre sus rebeldes mechones dorados, extendiendo la caricia para poder acunar su marca temporal antes de juntar sus frentes y ronronear, el omega exhala lentamente, como si genuinamente le hiciese feliz y lo dejase en calma tener a su alfa en casa, sano y salvo, a su lado.
—Te amo. —Se lo musita sin razón aparente, moviendo ese pompón negro con suma sinceridad, el alfa se aferra a su compañero, hunde su nariz contra su cuello, besando donde inyectó de sus propias feromonas, sabe que estos días han sido una montaña rusa emocional y que el hechizo se quebrajó dentro de la tienda de mascotas, poco a poco se vuelven conscientes de lo mucho que han pasado.
—También te amo. —Le responde, volviendo al abrazo cariñoso y tierno.
No dicen más.
Van a tener un bebé juntos en un mundo peligroso, estando en quiebra, sin experiencia o planes de respaldo que los salven.
Y a veces pasa, a veces la realidad les recuerda lo pequeños que son, que no son más que conejos o gatos atrapados en sus jaulas a merced de una fuerza superior. Pero se tienen al otro, en un abrazo de absoluta rendición, en una lenta caricia donde Eiji reposa sus manos justo encima de su corazón, en un consenso silencioso donde esas feromonas que se inyectaron van más allá a lo que dirán.
Ese mismo te amo que alguna vez estuvo sucio y tuvo que limpiar, hoy parece no bastar. Tal vez, lo suyo es un sentimiento más potente, un sentimiento de:
«Mi alma siempre estará contigo».
Finalmente llegamos a los capítulos de relajo, de hecho el de mañana es muy lindo y doméstico, así que pueden respirar por esto, nos empezamos a enfocar más en Eiji durante estos días antes del final. Espero que les haya gustado y tengan una noche linda.
¡Nos vemos en Navidad!
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