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23. Ojos de cachorro.

¡Hola mis bonitos lectores! ¿Actualización mañana? Sí, porque hoy serán dos capítulos para ponernos al día y no quería que pasaran su noche de 24 leyendo solo un promp medio tristón, así que se sube luego en capítulo para procesarlo. No confien en cómo parte el capítulo, porque termina muy diferente, nadie se me suste.

✩ Advertencias: Mención explícita al abuso sexual infantil. Si bien, no es algo que se menciona como descriptivamente del suceso, a mí me generó cierta reacción, es fuerte, así lo sentí. Y pido responsabilidad al leer, porque este tema puede ser reactivante para quienes han pasado por algo así, si es muy fuerte, dejen de leer o tomen un descanso.

Eiji ha tenido un aborto espontáneo.

Eiji...

Su bebé.

Mierda.

Ash lo recuerda como si se lo hubiesen quemado en las pupilas, a cada instante procura echarle una buena cantidad de gasolina a la imagen para seguirse atormentando en ese festín de dolor. Pasó tan rápido que aún luce irreal, como si fuese a despertar en cualquier momento de una pesadilla y viese a su dulce omega dormitando a su lado, con un tenue hilo de saliva entre sus labios (es un bebé aún, pero se enfada si lo dice), con sus delgados y fornidos brazos rodeándolo alrededor del vientre para que su calidez sangre a través del alfa.

Se cuestiona constantemente por qué no ha visto las señales, cenaron igual que todos los viernes con los chicos, el ambiente seguía tenso a causa del encuentro con Arthur, no obstante, aprecia que no se mencione explícitamente el tema, luego observaron con orgullo la exposición que Eiji preparó para su trabajo de final de ramo antes de que se fueran a la cama a solas. La primera señal que captó su atención fue la demora que su novio tuvo en el baño, intentó no darle vueltas, de que la paranoia no tomase el control de su nueva vida, pero el omega salió con el pijama ensangrentado hacia abajo, con los ojitos muy llorosos mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para pronunciar una palabra.

Una sola palabra.

«Aborto».

Luego no escuchó más, no pudo, se quedó congelado en la cama, mirando cómo la sangre escurría desde los muslos de Eiji hacia el suelo mientras temblaba con las orejas gachas, con delgados hilos de lágrimas goteando sinfín por sus regordetas mejillas hasta su boca agrietada y tiritona.

«Ash, llévame a un hospital».

Esas fueron sus siguientes palabras.

«Te lo suplico, Ash».

Y esas fueron las palabras que lo hicieron reaccionar.

Le costó más tiempo procesarlas y las siguió fuera de sí, agarró las llaves de la motocicleta, ayudó a que se cubriera con más ropa incluso ahogado en el dolor y condujo al hospital más cercano. No han dicho más desde que lo ingresaron, se ha quedado afuera del pabellón, con la frente apoyada contra los nudillos, con las lágrimas cayendo inertes de sus pestañas y un nudo acrecentándose tras cada mera respiración.

Fue su culpa, fue su culpa, fue su culpa.

Probablemente la pelea con Arthur trajo secuelas, Aslan es incapaz de vislumbrar esas memorias en su estado más salvaje. Con el tiempo aprendió a lidiar de una simple manera con esas imágenes más repugnantes escritas en sus vivencias, le gusta fingir que puede meterse en su propia mente al final del día, mirar todo lo que ha pasado como si fuesen fotogramas de una película casera, arrancar los que es incapaz de tolerar al ser muy asquerosos o sangrientos, quitarlos de la línea y meterlos dentro de una caja fuerte cuya llave él ni siquiera tiene.

Puf.

Ya no están, ahora puede fingir que es una persona normal.

La terapia abrió esa caja, no sabe de dónde diablos la psicóloga ha encontrado la llave para despertar a sus fantasmas, pero lo ha hecho y le sorprende la facilidad con la que es capaz de procesarlas, no es cuestión de ignorarlas, es cuestión de mirarlas diferentes le ha dicho. Al principio se burló porque bueno...¿Cómo se ve una violación diferente? Y luego entendió el verdadero valor de resignificarlas. Va bien con el método, lo ha ayudado, aun así las memorias atañidas a su naturaleza de dominante, esas que se crean ante la falta de control (ha ocurrido apenas dos veces: con la muerte de Dino y de Arthur), no hay forma de recuperarlas.

Así que no puede saber si le ha hecho daño a Eiji durante el proceso.

Fue su culpa, fue su culpa, fue su culpa.

Solo lo presiente.

—Ash... —Max le ha acomodado una palma encima del hombro, justo sobre la mezclilla, lo ha hecho sobresaltarse a causa de la sorpresa, se había olvidado, lo ha acompañado durante toda la noche, no supo a quién más recurrir durante este caos y sabe que se desmoronará cuando el médico le diga algo—. Deberías ir a dormir.

Aborto espontáneo.

Por su culpa.

—Estoy bien.

—No es cierto, necesitas descansar. —Sus nudillos se hunden en su frente, su mirada yace clavada en el mugriento piso del hospital, con los focos amarillentos haciendo lucir aún más chillón el blanco de las baldosas.

—No puedo.

—Jessica está en camino. —No lo escucha—. Eiji se preocupará si te ve así. —No escucha más que esa voz intrusiva taladrándole los tímpanos, se pregunta si será lo suficientemente violenta para agujerarle el cerebro y convertir en una plasta su interior.

—No puedo irme. —Repite, percibiendo el suspiro de Max cerca de su oreja, se ha encorvado tanto que la espalda le cruje cuando la mueve, no sabe si lleva diez minutos afuera del pabellón o diez horas, de cualquier manera se profesa como una eternidad—. Eiji...

—¿Por qué no nos contaron del embarazo?

—¿Por qué deberíamos habérselos contado? No les incumbe. —Max se mira increíblemente herido por ese comentario y una parte de Aslan lo saborea, porque si es así de cruel se va a quedar solo, es perfecto, evita hacerle daño a los demás si se rodea de espinas.

—Ash. —Pero es una rosa de cuatro espinas y necesita de un domo para protegerse, no es tan fuerte como lo aparenta—. Vamos a tomar un café.

—No me moveré hasta ver que esté a salvo. —Gruñe, sus garras han salido por reflejo, clavándose en sus propios nudillos, hace bastante no disfrutaba del dolor, no porque le fascine el dolor o en sí las peleas, sino por una intrínseca necesidad a recordarse la clase de escoria que es y seguirá siendo incluso si vuelve a nacer—. Eiji me necesita.

—No querrá verte así.

—No me moveré de acá.

—¿No te parece que él también debe estarla pasando mal? —Aunque la voz de Max es suave, hay una chispa de inflexión que le hiela la sangre—. No hagas de esto más difícil, después de todo es él quien está ahí dentro batallando para no perder al cachorro. —De pronto, Ash posee muchas ganas de llorar, pero es incapaz de encontrar una razón coherente.

—Lo sé.

—Vamos por un café.

Esta vez, se levanta y lo sigue.

Se arrastra cabizbajo, jalando del suéter de Max como si fuese un niño pequeño por los gigantescos pasillos del hospital, no tiene energías para batallar o para seguir funcionando, es un cansancio que le es sumamente familiar, igual que cuando Marvin lo dejaba seco en la habitación de motel y el alfa se quedaba quietecito en las sábanas, mirando la pintura del techo descascararse, siendo consciente únicamente del ardor en sus huesos y de la sensación de pérdida de sí mismo, de que cualquiera iba a hacer lo que quisiera con su cuerpo porque él no se pertenecía ni tenía derecho a rechistar.

Últimamente piensa mucho en su infancia.

Max lo termina llevando al jardín del hospital, es un espacio abierto agradable, no hay más personas al ser las seis de la mañana, se han sentado contra una baranda de concreto que rodea la escultura de la institución, es bastante bonito y agradable, hay varias flores que colorean de vitalidad el paisaje y árboles que dan sombra, la baranda es tan alta que sus suelas no logran dar con el piso, ha quedado con las piernas colgando y un café amargo entre las manos.

—¿Por qué no me dijiste? —Max lo vuelve a repetir, dándole un sorbo calmado a su propia bebida, un bigote de espuma no tarda en hacerse presente, si tuviera algo de fuerza se reiría, en prisión se solía quejar acerca de la miseria que llamaban comida pero no ha refinado sus hábitos alimentarios.

—No podía.

—¿Eiji te pidió guardar silencio acerca del embarazo? —Niega, encogiéndose dentro de su chaqueta, hundiendo sus yemas en el logo de la cafetería, se está quemando, el cartón es demasiado delgado y no le importa—. ¿No confías en mí? ¿Es eso?

—No es eso.

—¿Entonces...?

Ash lo mira, tiene muchas ganas de llorar y de desmoronarse, de contarle sus más profundos miedos a Max. ¿Cómo podría haberle contado? ¿Cómo podría haberlo entendido? El bebé ha revivido cada uno de sus fantasmas de una manera que le resultaba inconcebible, lo ha hecho contactarse con su lado inocente, ese que no solo metió en una caja fuerte, sino que arrojó a un lago, es un asesino, es su propio asesino y le duele.

—Soy monstruoso. —Es lo primero que suelta—. Una parte de mí se siente aliviada con el aborto. —Se escucha mil veces peor pronunciarlo en voz alta, porque es su hijo, ¿cómo diablos puede ser tan insensible?—. Sino nace no tendrá que pasar por... —No consigue terminar la frase, el nudo se ha instalado en su tráquea impidiendo el paso del aire.

—Ash.

—Y aun así me duele. —Se las arregla para jadear—. Porque quiero a ese bebé.

Solo al escuchar el sonido de la lluvia contra el plástico de la tapita se percata de que no es lluvia lo que cae contra su café, sino su propia pena. Sí, es una ambivalencia dura de sostener y aceptar, una parte de sí mismo apenas se enteró de la situación se dijo que pasaría y fue casi un alivio ese aborto espontáneo, como si dichos temores que ha estado esperando finalmente se confirmaran, dándole la razón al involuntario e intrusivo negativismo, como si se dijera: «¿realmente creíste que merecías ser feliz? Idiota». Y otra parte de él se quebró, porque ese es su cachorrito y él lo ama.

Aslan jamás fue fanático del amor idealizado de un padre a un hijo, tuvo una paternidad de mierda con Jim, de hecho, había un terror injustificado a que no pudiese vincular con ese bebé, sin embargo, apenas Eiji se lo contó supo que lo amaba más que a su propia vida.

Y es duro aceptar eso, no es rico ni deseable, es algo coherente a sus vivencias.

—Una parte de mí está más tranquila porque jamás tendrá que lidiar con entrenadores de béisbol, que estará mejor sino nace, sino llega a conocer lo jodido que se encuentra su papá, que no tendrá que llegar a conocer lo que yo tuve que conocer, una parte de mí se alivia por eso.

Max no emite respuesta, no existe un consuelo suficiente para semejante horror.

—La otra parte lo ama mucho y tiene pena. —Se encoge hacia sí mismo, aferrándose al café como si de eso dependiese su vida, un sollozo lastimero se quiebra en su garganta, la imagen de Eiji con el pijama ensangrentado, con el horror escurriendo de cada poro, con el corazón roto, no puede.

—¿Qué es lo que tanto miedo te da de la paternidad? —La pregunta de Max escapa con una astucia que le ha revuelto las entrañas, se siente visto, no le gusta ser visto como un ser humano, eso implica aceptar que lo es.

—Todo.

—Te conozco. —Max intenta esbozar una sonrisa amigable que queda colgada a medias—. Sé que me estás mintiendo, hay algo más.

Y es verdad, hay algo, un tema en particular que ha charlado superficialmente con Eiji acerca de las entrañas de su verdadero espanto a la paternidad. Lo ha puesto en terapia, trabaja constantemente alrededor, aun así, le han dicho que es buena idea mostrarle esta vulnerabilidad a quien ama.

Y Ash podría, finalmente ha ordenado su relato, ha aprendido a hablar y podría darle a Max aquella oportunidad de ser su primer testigo después de que Jim no le creyó, pero teme que no le crean por segunda vez, no es tan fuerte para recuperarse de eso, teme volver a ser culpado y que este hombre que por mucho que moleste ama como un verdadero padre, lo rechacé.

—¿Puedo contarte algo incómodo? —Así que empieza por esto—. Por favor. —Y suplica, igual que suplicó cuando llegó destrozado a casa.

—Puedes contarme lo que sea, Ash.

Y se da el valor para reescribir esto aunque sea un momento errático.

Lo necesita.

Necesita sanar su idea acerca de un papá antes de ser uno.

—Empezó el año que Griffin se fue, Jim se portó especialmente hostil conmigo. —La voz le escapa baja y tiritona, teme que nadie lo escuche al ser apenas un murmullo, pero Max le está prestando atención absoluta—. Mi entrenador de béisbol se puso mucho más atento, me hizo creer que se preocupaba por mí, siempre me alababa sobre mi gran talento y... —La culpa se le ancla en el pecho, lo hunde, lo hunde hasta la asfixia—. Lo quería, fue más padre que Jim hasta que me llevó a su casa.

Esa es la cuestión con los pederastas, Aslan ahora es capaz de entenderlo porque es un adulto, existe una faceta de seducción donde se forja un vínculo de confianza para atraer a los niños, los manipulan con una extraordinaria facilidad, ahora lo ve y está procesando que no ha sido su culpa caer en esto, que no estaba enviando señales incorrectas para que le hicieran lo que le hicieron, que tan solo era demasiado ingenuo, pequeño e inocente para verlo.

—Luego llegó Dino. —Las tripas se le retuercen tras pronunciar su nombre—. Él fue algo diferente.

—¿Diferente?— Ash asiente, encogido.

—Barba Azul me trataba como un hijo, Dino me hizo creer que estábamos enamorados. —Max deja caer el vaso de café al suelo, ha palidecido con los ojos abiertos y muy grandes—. Tenía apenas... —No recuerda la edad exacta, ¿ocho años?, ¿nueve?, ¿hace la diferencia?—. Pero le creí.

—Ash.

—Yo soy diferente a tus demás clientes, porque nosotros estamos enamorados. —Repite—. Te haré mi esposa cuando crezcas, pero no crezcas demasiado porque a los clientes no les gusta.

De ahí empezó su bella anorexia gracias al bozal, Ash ya había olvidado cualquier otro tipo de amor antes de esto, a veces su vida en Cape Cod o Griff se veían como un sueño muy lejano, a veces creía que había inventado esas memorias para no enloquecer, porque parecía que siempre había existido ahí, en los burdeles de Dino o en su mansión, otras estaba tan seguro de que tenía un hermano, sino lo hubiesen llamado para que lo fuese a buscar hasta el hospital de veteranos probablemente habría enloquecido.

—Te amo, sweetheart. —Musita, abriendo la caja para que se escapen los fotogramas fantasmas—. ¿Acaso no me amas? ¿Entonces, por qué no se lo demuestras a Papa? Veamos qué tan enamorados estamos, déjame tocarte o me pondré triste.

Y esa fue la clase de amor que Aslan conoció durante mucho tiempo.

El amor, enamorarse, amar o ser amado era un concepto asqueroso.

Si no fuera porque recuperó a Griffin, incluso siendo un cascarón del hermano que fue, creería esto hasta hoy en día. Ese llamado amor que le daba Dino era voraz y egoísta, era desagradable, inclusive siendo un niño le era evidente que algo andaba mal, que no debería sentir rechazo a quien lo obligó a un supuesto enamoramiento, ni que deberían golpearlo o lastimarlo. La mejor manera que el alfa encontró para sobrevivir una vez develada, metabolizada y procesada la verdad fue odiarse.

Odiar a ese niño por ser tan estúpido y caer en esas mentiras.

Odiar a ese niño por escaparse de la casa de su tía y caer en las garras de un pederasta.

Odiar a ese niño por ser tan idiota y creer que alguien lo amaría.

—Nadie te va a amar más que yo. —Ha presionado los párpados y soltado el café—. Ningún otro te va a aceptar cuando sepa la clase de puta que eres, tenía diez años cuando me lo dijo. —Y él le creyó, esas secuelas lo acompañan hasta hoy en día.

Nadie más nunca te va a amar.

—No quiero que mi hijo pase por eso. —Libera—. Porque sé en carne propia lo ingenuos que pueden ser los niños y lo mucho que los adultos se aprovechan de eso, no sé si podré protegerlo, yo...

—Aslan.

Pero Max lo abraza con fuerza, sacándolo de su estado de shock (¿o disociación? Es incapaz de verlo) lo acuna contra su pecho como si pudiese reducirlo a una versión diez años más joven y mucho más herida, presiona un beso contra su frente y esta confesión le cae como un balde de agua fría. Porque le ha contado a Max algo que ha mantenido callado incluso para sí mismo y le creyó, Max no lo está regañando por haber confiado en Dino, ni por haber querido a su entrenador durante un tiempo, ni por haberse escapado, ni por no haber luchado más fuerte, ni por haberlo "disfrutado", ni por...

—Mi pequeño Aslan. —Sangra esas palabras, como si le hubiesen pasado a él, como si le hubiesen pasado a su hijo y quisiera revivir a Dino solo para matarlo otra vez—. Lamento mucho no haberte encontrado antes. —No podría, estaba en la misma guerra de Griff, es una disculpa vacía.

—Max.

—Te amo.

Y este es el amor paterno que tanto tiempo se le negó o distorsionó.

Este es el amor que Jim le arrebató, este es el amor que buscó desesperado en Barba Azul, este es el amor que Dino torció hasta convertirlo en una perversión, este es el amor que siente por el bebé que su dulce Eiji carga mientras peligra en el pabellón y todo es demasiado crudo y real.

—Serás un grandioso padre, no lo dudes. —Son palabras que usualmente despertarían una reacción agresiva de su parte, no le gusta recibir confort por mera lástima, sin embargo, siente que Max las dice en serio—. Y Eiji saldrá de esta, estoy seguro, todo va a estar bien.

—¿Qué pasa si no puedo protegerlos? —Apenas lo logra articular, el abrazo se encuentra demasiado tenso, no tiene intención de apartarlo—. ¿Qué pasa si...?

—Será afortunado simplemente porque eres tú.

Aslan alza su mirada solo unos segundos, lo marea esta clase de reacción, no se la esperaba, aunque le ha contado su pasado por impulso, para arrancarse esta herida de una maldita vez, discurría que lo asqueara siendo honesto, que lo rechazara y lo odiara, eso haría más llevadera su posible pérdida, y es acá cuando se da cuenta de lo mucho que agradece haberlo conocido y la fuerza con que anhela forjar una familia con Eiji.

Es amado.

No es su pasado.

No porque haya sido abusado sus hijos serán abusados.

Está bien, Eiji estará bien.

Se quedan en silencio abrazados, procesando lo que acaba de ocurrir, no tiene energía para adivinar lo que pasa por la mente de Max, se encuentra demasiado cómodo disfrutando de estos toques que son seguros y agradables, no todos quieren algo a cambio, no todos lo buscan por sexo, por armas o por protección. Hay personas que solo lo aman y ya, es afortunado, Dino no tenía razón.

Y tal vez, jamás ha sido tanto el temor a su propio hijo o al embarazo, quizás este posible aborto ha removido en Ash su propia muerte infantil y necesitaba procesarla, sacarla, hablársela a alguien que sí le creyera, reescribir sobre esto para seguir adelante.

Lo ha hecho.

Dios sabe que queda mucho más por recorrer, pero ha avanzado.

Cuando regresan al pabellón Jessica los está esperando con una mueca que se convierte en alivio el instante en que los ve, tiene el cabello desordenado, ni siquiera se ha puesto tacones iguales, lo más probable es que haya salido corriendo del estudio tras la llamada de Max, es afortunado, Ash no ha tenido muchas figuras maternas además de Jennifer (quien tampoco le es tan cercana), él se congela al verse rodeado por los delgados brazos de la imponente alfa, es distinto al abrazo que compartió con el periodista, este es mucho más suave y ¿dulce? No hay palabra suficiente para describirlo.

—Él está bien. —Le susurra, recorriendo sus espaldillas hasta que el relajo progresivo derrite ese nudo que tanto lo atañía—. No fue un aborto, Eiji parece haber estado lidiando con mucho estrés.

Pero Ash no escucha más allá de eso.

No es un aborto.

Eiji está bien.

Su bebé está bien.

Corre hacia las habitaciones a pesar de los gritos de las enfermeras, no necesita leer los nombres en los cuartos, le basta con la reminiscencia de las feromonas de su omega para llegar, abre con fuerza, aunque ha sido lo suficientemente bruto para que los soportes de metal retiemblen, no es suficiente para sacar a Eiji de su estado de trance, el mundo deja de girar en ese instante.

Porque su terco conejito, a pesar de estar envuelto con una bata de papel, con algunas intravenosas conectadas a los brazos, en una camilla vieja y deprimente ubicada en una habitación que se parece a un cuchitril, tiene una expresión increíblemente risueña mientras se acaricia el vientre, sus orejas se hallan gachas al manifestar relajo, una sonrisa impasible forma medialunas en sus mejillas rosas, con sus ojitos cafés coloreando estrellas mientras juguetea con su estómago aún plano.

—Ash. —Y entonces, se percata de su presencia.

Hay muchas cosas que el alfa le quiere decir, desea disculparse por no haberse dado cuenta cuando debió predecirlo, por no haber gritado y armado un escándalo para entrar con él, por no exigir más explicaciones, por haberse asustado al punto de la muerte y aun así, guardar en algún lugar dichosa ambivalencia sobre que quizás sería mejor no tener hijos jamás, porque los niños son inocentes y el mundo es cruel, porque no codicia ser un padre ciego como Jim, porque es un niño todavía, porque se profesa impotente y jodidamente horrorizado ante esta novedad. Permite que aquello lo golpee en este instante, que le cale hasta las venas y luego se esfume.

Ha pasado, se recuerda que las emociones fluyen, que la vida mana y que tenga temor de algo ahora no significa que lo tendrá por siempre.

—Eiji. —Pronuncia su nombre con parsimonia, comprueba si es real y maldición—. ¡Eiji! —Corre a abrazarlo.

—¡Ash!

El omega no duda en recibirlo, ha compartido muchos abrazos hoy, es agradable, espera tener algo de práctica para cuando su cachorro se los pida, espera poder transmitirle la seguridad que Max le dio, la ternura que Jessica presionó en sus músculos y el calor que no deja de emanar su adoración, espera poder transmitirle con cada toque que lo ama y que es lo más significativo de su vida junto a este terco (terco, muy terco) conejito.

—¿Estás bien? —Asiente, quitándole el peso del mundo de encima—. ¿El cachorro está bien? —Lo pregunta en voz alta, mira el vientre de su amante aterrado, quien no duda en entrelazar sus dedos para que toque aquel lugar especial.

—Están bien.

—¿Están? —Balbucea, confundido.

—Son dos. —Eso podría asustarlos a ambos—. Son dos cachorritos, me lo han confirmado recién. —En su lugar, lo hacen sentir como si todo su dolor se viese compensado justo en este instante.

No tiene más miedo ni pena, solo es feliz.

Finalmente es feliz.

—Espero que ninguno sea tan testarudo como tú. —Se burla, presionándole un beso en el vientre—. O voy a enloquecer si tengo que lidiar con tanta obstinación.

—Mira quien habla. —Bufa—. Lamento mucho haberte asustado, al parecer el sangrado se produjo por estrés acumulado, asumí lo peor.

—Están a salvo. —Repite en voz alta—. Eso es todo lo que importa.

Max y Jess se quedan esa noche con ellos, Eiji debe permanecer hospitalizado por simple precaución y para garantizar descanso, a primera hora verán a un especialista en cachorros para que les dé una charla sobre la paternidad y sus cuidados. Si bien, hay una pieza de invitados al lado, el lince prefiere escalar al lado de su pareja en la camilla para acurrucarse juntos, es cauteloso, no toca ni los sueros ni las intravenosas, aun así lo estrecha contra su pecho.

El día se les escapa entre los dedos, usan el tiempo para leer los libros gratis que les ofrece el hospital y escuchar de forzado la charla sobre maternidad de Jessica, ella no los saca del trabajo, al contrario, les ofrece refugio y apoyo de múltiples maneras.

Es raro, Aslan recuerda haber estado tumbado en la celda, mirando el techo podrido, usando hasta su última neurona para enfocarse en sus divagaciones con los ronquidos de Max en la litera de abajo mientras buscaba una motivación para sobrevivir, además de matar a Dino y destrozar al Club Cod, no tenía más. Ahora, imagina tantas cosas que le asusta.

Pronto se publicará el artículo de la red de pedofilia, ya está trabajando contra el clan Lee, no quedan más fantasmas que desenterrar y tiene finalmente un futuro.

—Quiero que los ojos de nuestros cachorros se parezcan a los tuyos. —Solo cuando Eiji libera aquella penosa confesión se percata de que lo ha estado observando durante su reflexión—. Amo tus ojos.

—Me gustaría que fuesen más como los tuyos. —Entonces, la pequeña mierda bufa—. ¿Acaso estás cuestionando mis gustos?

—Solo digo que los tuyos son más bonitos. —Se defiende—. Aslan Jade Callenreese. —Es la primera vez que lo escucha musitar su nombre completo desde que se lo confesó, repasa cada letra envuelta en su infame acento, es suave, grácil y propia, se siente real, se siente suyo—. Te queda perfecto.

—¿Qué significa el tuyo? —Ese puchero de desagrado se intensifica mil veces más tras la pregunta, la brisa se ha colado por la ventana, se han quedado solos en el cuarto, Max y Jess han ido a comprar a la cafetería porque la comida de hospital es una mierda.

—Hace alusión al segundo hijo, pero tengo la sospecha de que lo eligieron con maldad, como si me hubiesen condenado antes de nacer a ser el segundo. —Se expone—. No me gusta mi nombre.

—Amo tu nombre. —Lo contradice—. Es lindo.

—¡No es lindo! —Gimotea, pateando por debajo de las sábanas—. Es aburrido.

—E-i-ji. —Repasa, saboreando cada letra en la punta de su lengua, permitiendo que se derrita como caramelo o una bebida azucarada—. Eiji Okumura. —No le encanta del todo—. Eiji Callenreese. —Se han ruborizado por la apresurada propuesta, aunque la ha dicho en broma, se concibe demasiado maravillosa.

—Aslan Okumura. —El omega le sigue el juego—. Me gustan ambos.

—¿Debo tomar eso como una propuesta, onii-chan? —Le sonríe coqueto, alzando una de sus cejas antes de inclinarse hacia la camilla, el sonido del electrocardiograma entrelazado al canto de aves le genera una mezcla agridulce en el paladar.

—Tú empezaste. —Eiji se encoge en la bata, molesto y ofendido.

—Tendrás que proponérmelo mejor si me quieres conquistar.

—¡Tú tendrás que proponérmelo mejor! —Esto se ha convertido en una guerra de terquedad.

—Bien, te lo propondré en la biblioteca más grande que encuentre y me arrodillaré justo frente a la sección de Hemingway para que él bendiga nuestra unión.

—¿Ha sí? Entonces yo te lo pediré primero frente a un carrito de hot dog, le pediré al vendedor que me ayude a escribir la propuesta con mostaza a ver si te niegas. —Ambos estallan en una carcajada por los bizarros escenarios mentales, admite que esta faceta hogareña le genera mucho confort.

—¿Estás más tranquilo? —Es Aslan quien queda encima del omega, se apoya en sus codos, así evita aplastarlo o generar presión indeseada, el esfuerzo extra no es problemas si puede contemplarlo.

—Jessica quedó embarazada de Michael muy joven, me dio algunos consejos y una charla que sacó la catástrofe que tenía, estoy más ligero. —Le agradecerá a la anciana más tarde, le es indispensable que su novio se conciba cómodo con el embarazo, no, eso no significa chispear felicidad, le es obvio que habrán varios contratiempos y más ambivalencias, pero están juntos.

—Me alegro. —Eso es todo lo que importa.

—Te quedaste bastante tiempo charlando con Max. —Otra vez, tras su apariencia de ciervo perdido en el bosque se esconde una astucia filosa, lo ha comprobado en reiteradas ocasiones.

—Sí. —El alfa deja que su corazón termine de sangrar—. Tuve mi primera charla paternal de verdad, fue extraño. —Balbucea, permitiendo que los sentimientos lo alcancen, sean agradables o no, quiere poder conectarse con la experiencia completa—. Me habría encantado escuchar eso cuando era un niño, lo necesité bastante.

—Ash...

—Creo que la paternidad es aterradora ¿sabes? Aún tengo la impresión de que nacerán, y apenas me miren me van a odiar, porque los cachorros son inocentes, se nota en sus ojos y yo ya no me veo así, ya no soy inocente tras todo lo que pasé, pero estoy más seguro y tranquilo.

—Los tienes. —Eiji interrumpe el tren de divagación.

—¿Eh?

—Tienes ojos de cachorro. —Lo contradice—. Tienes ojos de inocente.

Ash no sabe qué responder a eso, ni lo hace, prefiere acurrucarse contra el pecho del omega, beber de su calidez mientras se pregunta si esos dos cachorros pensarán lo mismo, si heredarán de Eiji esa increíble habilidad para vislumbrar a través de su alma y encontrar la mirada de ese niño lastimado cuyo padre nunca lo escuchó, pero finalmente ha sido escuchado hoy.

Nos vamos a ver en la tardecita de todas maneras, volvemos al día en este fic~

Muchas gracias a quienes se tomaron el cariño para leer.

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