2. Aroma.
¡Hola mis bonitos lectores! Hoy ha sido un día increiblemente pesado así que llegué más tarde de mi usual. Se me olvidó aclarar un par de cosas en las advertencias anteriores, este fic es completamente Ash-centric, ¿qué significa eso? Unica y exclusivamente nos enfocamos en Ash porque he leido varios fics así y yo no tengo, así que quiero uno. Y los primeros diez capítulos son practicamente puro negativismo e hiperalerta, avanzamos lentito, considerenlo ¿por qué me leen? Dios. Si aún así, quieren continuar, bienvenidos.
¡Espero que les guste!
Algo huele extraordinariamente dulce desde hace días.
Probablemente son las flores que Max les ha enviado para felicitarlos por la mudanza o algo así, no lo logra asegurar, los girasoles no deberían desprender un aroma tan agradable o intoxicante, Aslan cree que se puede volver adicto a semejante esencia, aunque nunca ha estado cerca de las plantas, es factible que la fragancia le sea novedosa y ya.
Aroma.
Si bien, el alfa es incapaz de precisar a qué huelen sus feromonas, es consciente del poder que estas poseen, imponen respeto y muchas veces terror, aunque se haya prohibido usar dotes asociados a la fuerza como su voz de dominante o sus colmillos para marcar contra voluntad a un omega, siguen existiendo marginados en esta sociedad cuyos juicios se ven nublados por la exquisita fragancia que liberan los omegas, es una suerte que las leyes de protección sean efectivas y tajantes, claro, aquello no aplica para pederastas como Dino, quien manejaba un club de diversidad ridículamente grande, el género jamás hizo la diferencia entre los clientes, sino lo exótico del producto.
Un lince de ojos verdes.
Jodidos rasgos animales.
—¿Ash? ¿Ya estás despierto? —El golpeteo en su puerta capta su atención, sus garras se clavan de forma involuntaria en la almohada, se encontraba atormentándose antes de ir a visitar al anciano—. ¿Puedo pasar a tu cuarto?
—No. —Casi puede imaginarse la mueca de decepción que pende al otro lado del portón, por alguna razón que no comprende, eso le presiona el pecho en demasía, duele, duele lastimarlo.
—Hice el desayuno. —En contra de sus expectativas, esa voz sigue repleta de júbilo e ilusión—. Para que podamos comer juntos antes de irnos.
—Yo jamás tomo desayuno. —Más bien, no puede, esos pervertidos, no pagaban para ver a un espécimen rechoncho ¿no? Por eso, su dieta se ha vuelto insufrible—. Puedes irte.
—Me preocupa que no te alimentes como es debido. —Su nariz cosquillea, el dulzor de las flores se intensifica, como si estas quisiesen transmitir emociones agradables, lo que es ridículo, son girasoles nada más—. No insistiré más, pero deberías cuidar tu salud. —El piso de madera cruje, anunciando la retirada de su compañero, los nervios se le ponen de punta y la respiración le pesa.
—¡Espera! —Y Aslan es incapaz de precisar el por qué ha salido desesperado de la comodidad de su cama para detenerlo a mitad del pasillo—. Tengo algo de hambre hoy. —Sin embargo, la sonrisa de Eiji, Dios, eso es suficiente para derretirle el corazón—. Puedo acompañarte si quieres. —Traga duro, se siente increíblemente vulnerable ante esos ojitos brillosos, no le gusta.
—Eso me encantaría. —El omega ladea la cabeza, agitando sus orejas con energía, meneando su colita contra el jeans, alzando a causa de la sacudida levemente su camiseta con un estampado tan horrible que le resulta indescriptible—. He preparado algo de mi tierra natal, espero que te guste.
—Seguramente lo hará.
—Ash... —Sus mejillas de repente se ruborizan—. Vístete antes de ir a la mesa.
—¿Ah? —El alfa mira hacia abajo, sus flamantes 200 puntos de IQ no le recordaron que suele dormir solo con boxer en una cama deshecha—. Claro. —Idiota, se reprocha mentalmente antes de asearse.
Al menos ya no está tan jodido como cuando se encontraba en prisión, Ash es consciente de su vasto historial de temas mentales, la lista la encabezan esos floridos síntomas de estrés post traumático, luego le sigue una anorexia en remisión que alguna vez fue purgativa, le era imposible sustentar los mensajes de su dueño, someterse al instinto animal al consumir alimentos y ser un saco de huesos, eso lo impulsó a vomitar desmesuradamente, es un problema considerando lo destructivas que son las purgas para absolutamente todos los sistemas, lo que más le duele es el deterioro cognitivo que se genera pasados los dos años, él lleva cuatro años combatiendo, batallando con su propio cuerpo, y para rematar la cereza del pastel, por supuesto, tuvo consumo de drogas, no por que quisiera, sino porque a las putas las necesitan narcotizar para violarlas en paz, más si tienen rasgos agresivos, el proveedor no puede correr riesgos.
Nunca supo qué le inyectaban, sin embargo, el craving que sufrió en prisión casi lo mata. Sí, el alfa sabe que la faceta más dura de la desintoxicación es dichoso craving, cuando el cuerpo clama por la droga sin importar la voluntad de la consciencia, es un hambre meramente corporal, es indeliberado ansiar la sustancia porque la dependencia que se genera es tanto física como emocional. ¿Hola? Por eso existen tanto la dependencia como la tolerancia en las drogas, la primera se encomienda de que el usuario sufra sino consume constantemente, mientras que la segunda se asegura que cada vez se necesiten de mayores cantidades para lograr el efecto inicial, sino fuera por Max y su contención lo más probable es que habría muerto de una sobredosis comprando mierda barata.
Niega.
Desayuno con el conejito japonés.
Debe concentrarse, ahora está limpio.
—¿Qué es esto? —Para rematar su mañana se ha encontrado con una bomba de aromas en la mesa del comedor, Aslan nunca había visto esta clase de alimentos, la peste ha aplacado lo suficiente a los girasoles para que se marchite el dulzor.
—Caballa seca, espinacas hervidas, y algo de arroz con sopa de miso. —El alfa toma un pocillo, desconfiado, tal vez, este omega bonito haya sido enviado para asesinarlo tras salir de prisión y esta sea una trampa mortal de Arthur—. Eso es natto. —Lo acerca hacia su nariz antes de degustarlo.
—Está podrido. —Contiene una arcada—. Apesta. —Esas palabras se quedan cortas, huele como si fuesen aguas de desagüe entremezcladas con plástico quemado, se maldice por tener el olfato más sensible que los alfas recesivos, morirá dentro de este apartamento sin ventilación.
—Es lo normal.
—¿Cómo se come?
—Ponle salsa de soja, mostaza y puerro. —Aslan observa atentamente los movimientos de Eiji, imitando sus acciones para poder devorar su desayuno sin morir en el intento—. Luego lo mezclas hasta que quede pegajoso. —Lo hace, observando cómo el arroz cobra vida ante tan grotesca mixtura, puede jurar que respira bajo los frijoles—. Así, muy bien. Ponlo encima del arroz y ¡a comer!
—Ugh. —Dino se podría haber ahorrado una buena cantidad de drogas si los amenazaba con esto.
—¡Delicioso! —Quiere vomitar y no para purgar necesariamente—. ¿Y bien? Delicioso ¿cierto?
—Voy a vomitar. —Su instinto lo impulsa hacia un pescado para aplacar el hedor, es una espantosa idea—. Esto también apesta.
—También es normal.
—¿Los japoneses solo comen comidas apestosas?
—La comida japonesa saludable es perfecta para carnívoros como tú. —Bufa, intentando masticar lo que debe ser el pescado más asqueroso del mundo, al menos tras un buen espectáculo le pagaban con filetes de alta calidad, no con bombas de peste, él alza su mirada, los girasoles se marchitan con suma parsimonia en el florero de la sala, duraron una semana.
—¿Vas a salir de paseo? —Eiji asiente, luce increíblemente feliz mientras devora esa abominable plasta, seguramente es cuestión de conejos.
—Ibe-san me pidió encontrarnos en la empresa para afinar los detalles de mi contrato. —Una de las espinas se le incrusta entre los dientes, gatillando un escalofrío, sus dedos se hunden en las escamas quemadas del pez, no volverá a saborear ese pocillo envenenado—. Iré caminando.
—¿Qué? —El pescado cae contra el plato, embarrándose de salsa de soja y sopa de miso.
—Quiero conocer mejor la ciudad, me parece una buena idea caminar.
No, no, no.
Es una terrible idea, la mente del alfa empieza a maquinar una infinidad de escenarios apocalípticos alrededor de este infame conejo, en la mayoría de los casos su casta es motivo de orgullo y envidia, sin embargo, actualmente se hallan viviendo en un barrio de mala muerte al fondo de Downtown, en la cuna de la drogadicción. Además, los perros de Arthur se encuentran al acecho, será un festín para ese sujeto descubrir a un omega dominante salir de su residencia indefenso, lo malinterpretará, lo sabe, gracias a la convivencia ha impregnado a Eiji con sus feromonas, independiente de si sea un amigo o un mero conocido, peligra caminando desprotegido.
—Yo igual debo ir a la empresa para hablar con el anciano. —Es una excusa factible y verdadera, le da orgullo haberla podido pensar con semejante velocidad.
—Podemos ir caminando juntos. —Puede escuchar a la colita de Eiji moviéndose frenéticamente contra la tela del jeans, así mide lo ilusionado que se profesa por el acercamiento—. ¡Será bastante divertido! Esta es la primera vez que puedo recorrer la ciudad con otra persona que no es Ibe-san, podemos tomar muchas fotografías y charlar. —Es normal si son compañeros de piso, asume.
—Lo mejor será que tomemos un taxi para llegar más rápido. —Aslan se levanta de la mesa, escarba entre los cojines del sillón hasta encontrar lo que busca—. Y deberías ponerte esto, hace frío.
—¿Una gorra? —Aunque está roñosa y vieja, es lo suficiente para esconder sus orejas.
—Deberías cambiarte a algo más abrigado, es bien visto en las entrevistas de trabajo. —Adiós cola y adiós orejas, problema solucionado, al menos así no grita a los cuatro vientos su casta, no peligran.
—Lo entiendo. —No obstante, el omega luce triste ante el comentario, ha dejado el pocillo de lado, como si hubiese perdido el apetito por su culpa—. Iré a cambiarme, luego lavo los trastes.
—Eiji...
—Estoy bien. —Es un terrible mentiroso, lo confirma.
Eiji se mantiene en silencio durante el trayecto a la empresa, se ve extraordinariamente incómodo con el gorro aplastándole las orejas y un abrigo tan grueso que parece engullirlo, la punzada de culpa es implacable, por eso, el alfa prefiere enfocar su atención en la ventana, lejos del omega y no pensar en el dinero que se encuentra derrochando en tan ostentoso viaje, le resulta curioso que la fragancia de los girasoles se haya impregnado incluso dentro del taxi, es agradable aunque tiene una pizca de melancolía, niega, las flores no emanan sentimientos y es solo su imaginación.
—¡Ash! —Max Lobo no tarda en recibirlo en su oficina, tienen que ir a lugares diferentes dentro del edificio—. Ha pasado un tiempo. —El odioso beta lo estrecha entre sus brazos antes de alzarlo, salió dos meses antes de que se acabase su condena, aunque se hallaba tramitando su salida antes, Dino se enteró de su conexión y creyó que sería divertido joderlo también.
—Hola. —Lo invita a tomar asiento, este es el piso del New York Times, su oficina tiene el tamaño de una caja de zapatos, apenas cuenta con dos sillas y un escritorio, se ve pobre—. Dijiste que me querías hablar de algo, por eso vine.
—Sí. —El beta se acaricia la nuca, nervioso, la cola del lince se enreda entre los soportes de metal—. Te conté acerca de Jessica, mi ex-mujer ¿no? —Asiente, tranquilo—. Ella es quién se encuentra dirigiendo el proyecto con Vanity Fair, es para quién vas a trabajar a partir de la otra semana.
—Ajá. —Hay un mal presentimiento pudriéndose entre sus entrañas.
—Eiji también va a trabajar ahí. —Una trampa, lo sabía—. Quería pedirte que fueras amable con él, es su primer trabajo en Nueva York y está emocionado, Shunichi igual estará en el estudio, pero no el tiempo suficiente para cuidarlo.
—No es un bebé para que lo cuiden. —Bufa, cruzando una de sus piernas encima de la otra.
—Lo sé. —Max baja el mentón, sumiso.
—Además, impresiona haber tenido una vida bastante agradable, no sé por qué lo mandaste conmigo.
—¡Él insistió en mantenerse! ¿Crees que Shunichi no quiso ayudarlo? —La respuesta es verosímil, por muy adorable de apariencia que sea ese omega, es terco como una mula, le ha bastado una sola semana de convivencia para notarlo, el alfa francamente no desglosa su motivación para intentar hacerse su amigo, él no vale la pena—. Mejor que nadie entiendes lo duro que es sobrevivir en esta ciudad cuando no conoces a nadie.
—Debiste decirme que era un omega. —Sus colmillos surgen, presionando sus labios hasta herirlos, así es consciente de que se ha enfadado, su cola se engrifa contra el soporte de la silla, sus orejas se agudizan—. ¿Por qué no me lo contaste?
—¿Acaso hace la diferencia? No eres el tipo de persona que anda discriminando por casta.
—¡Claro que hace la diferencia! —Se levanta con violencia, su cola continúa enrollada a la silla, por lo que termina estrellándola contra el suelo—. ¡Los hombres de Arthur me siguen buscando! ¿Sabes el festín que se darán cuando lo vean? Sus rasgos animales son una rareza, lo usarán en mi contra.
—¿Por qué te altera tanto? Pensé que no te importaba. —Max no pierde el temple, se mantiene en su propia butaca, inclinándose hacia el escritorio, apretando algunas noticias que jamás verán la luz.
—Porque él es inocente. —Le cuesta formular palabras coherentes—. Porque él... —La tráquea se le cierra, el aire no le pasa hacia los pulmones, la sangre le erupciona entre las venas, pero ya no es a causa de la furia, no, esto es diferente—. No es justo. —Esto es algo más—. Él aún es inocente.
Es temor.
Aslan teme por Eiji.
Lo que es ridículo, apenas lo conoce y mantenerse indiferente ha sido su método de salvación, pero este imponente lince se encuentra muerto de miedo de mostrarle sus verdaderos colores al omega, porque él es dulce y lindo, ni siquiera huyó cuando se enteró de su naturaleza, es refrescante volver a mirar semejante inocencia y destructivo, es un constante recordatorio de lo que perdió y no logra recuperar, supone que no quiere verlo pasar por su mismo infierno, no quiere que se rompa, anhela que esté bien, sano y salvo, incluso en un basurero como Downtown.
—¿En qué estabas pensando? —Su cola ha soltado la silla, sus orejas están bajas, la impotencia le está martillando en el corazón hasta destrozarlo—. No quiero que él vea esta clase de mundo.
—Eiji no ha tenido una vida tan agradable como piensas.
—¿A qué te refieres?
—No conozco los detalles... —Max finalmente se levanta de su escritorio, sus zapatos de cuerina rechinan contra las relucientes baldosas hasta que llega a su lado—. Pero Shunichi me dijo que tuvo una vida dura en su hogar y cuando vino buscando una oportunidad a Nueva York quedó atrapado en una redada criminal o algo así. —No le extraña en este extremo podrido de la ciudad, alguien como él debería estar en Uptown, codeándose con gente con clase, en un ambiente agradable.
—No puedo tenerlo de amigo.
—Creo que ustedes dos se harían bien. —Max se apoya contra el escritorio, extendiendo sus piernas hacia las converse rojas de su protegido—. Sino quieres contarle acerca de tu pasado está bien, no te presiones para hacerlo. —Él tantea sus bolsillos buscando una caja de cigarrillos fantasmas—. Pero te hace falta un buen amigo.
—¡Eso no...!
—A él le hace falta un buen amigo. —Se calla, alerta—. Creo que esa persona puedes ser tú, creo que él es tu oportunidad para realmente ser un niño.
—Los niños no van a prisión. —Se burla, venenoso—. Tampoco aparecen en películas para adultos, ¿crees que él se sienta cómodo sabiendo con la clase de puta que comparte el apartamento? ¿crees que se quiera quedar conmigo luego de eso? Claro que no, anciano. —El contacto visual que sostiene lo intimida.
—No vayas a arrepentirte por rechazar a un buen muchacho antes de tiempo, todos necesitamos una oportunidad.
—Eso es una mentira, nunca me han dado una.
—Yo te di a ti una oportunidad cuando me la pediste.
No puede decir más, porque es verdad.
Aslan no se logra concentrar durante el resto de la reunión con Max, su futuro trabajo modelando no le interesa ni se esfuerza por disimularlo. Se limita a sentarse con una expresión neutra mientras leen los términos de su contrato. Eiji, se pregunta cuándo terminará o si lo esperará para regresar juntos. Para su sorpresa ocurre de esa manera, el conejito se encuentra en el lobby con una mirada tímida, con sus facciones todavía cubiertas por las prendas y una sonrisa trémula, toman un taxi de regreso sin intercambiar palabra alguna.
Un amigo.
Darle una oportunidad.
Diablos, es duro. La intimidad le incomoda de sobremanera, ni siquiera le ha contado a Shorter sobre la existencia de Griffin en el centro de rehabilitación, no le gusta tocar temas personales porque bueno, tiene una vida de mierda, no necesita decir más. Sus subordinados no son estúpidos aunque se comporten como tales, probablemente poseen una imagen general acerca de lo que pasaba en el Club Cod o en la mansión de Dino, deben susurrarlo cuando no escucha, es un secreto a voces, le duele que sea así, eso hace real el tema. Y lo acepta, lo más posible es que haya perdido el respeto de su pandilla estando en prisión, pero tener que confiarle esto a un extraño, ser vulnerable...
No.
Simplemente no.
—¿Cómo te fue en la entrevista? —Lo primero que hace Eiji es sacarse el gorro, la punzada de culpa en su corazón incrementa al observar lo irritadas que se han puesto esas orejas esponjadas al estar comprimidas por la tela.
—Bien. —Las palabras del omega son cortantes—. Iniciaré la otra semana con un modelo nuevo. —Lo más probable es que Aslan sea ese modelo, sin embargo, lo omitirá—. Estoy emocionado.
—No te ves emocionado. —Eiji se abraza a sí mismo, se ve extraordinariamente pequeño y frágil, eso desata un vuelco de emociones, que si bien, le son imposibles de distinguir, se le expanden por el torrente sanguíneo con un fervor violento—. ¿Pasó algo? —Sus orejitas bajas lo delatan.
—No. —Su mirada esquiva también—. Deberíamos botar las flores, ya se están marchitando. —Ha pasado de un instante a otro, en la mañana habían algunos pétalos pendiendo hacia la mesa, ahora ya no quedan sobrevivientes en el tallo, es una imagen deprimente y descolorida—. Más tarde le agradeceré a Max por su amabilidad.
—No creo que al viejo le importe. —El omega abre el tacho de la basura, sus dedos se crispan hacia el ramo de flores, parece vacilante al tirarlas y seguramente, es de esa manera.
—Tienes razón. —Musita, finalmente dejándolas caer.
—Eiji...
—Tengo sueño. —El moreno lo esquiva hasta el pasillo del apartamento—. Me iré a dormir si no te importa.
—¿Pasó algo en la reunión?
—No en la reunión. —Su cola se tensa contra su suéter—. Buenas noches, Ash.
No tarda en desaparecer.
Aunque las flores se han muerto, Aslan todavía puede oler un tenue dulzor suspendido en el aire, le resulta indescriptible, es como si estuviese en medio de una multitud de perfumes y aun así, esta fragancia lo hace voltear para anhelarla. Niega, debe ser el cansancio que le ha alterado los sentidos, las flores se encuentran en la basura y la reminiscencia dulce pronto se esfumará.
Ash se arrastra hacia su propio cuarto, deteniéndose justo frente a la puerta del omega, traga duro, porque puede jurar que el aroma se encuentra acumulado acá, reza para que no sea verdad, porque si es así, este puede ser el comienzo de una adicción que no se encuentra seguro de poder controlar.
Huele a seguridad.
Huele a Eiji.
Maldición.
Juro que eventualmente las cosas fluyen más rapido y natural, pero ya saben, conmigo los comienzos suelen ser medios lentos, tengame fe por favor. Muchas gracias a quienes se tomaron el cariño para leer.
¡Nos vemos mañana!
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