Extenuados, se ocultaron entre los escombros de uno de los edificios del desolado Berlín. Allí, uno frente al otro, apoyados en lo que laguna vez había sido una pared empapelada por alguien de pésimo gusto, con la sintonía de las alarmas antiaéreas y el silbido de las balas a su alrededor, se propició el clima ideal, para que surgieran las únicas palabras sinceras que le diría a aquel alemán desertor.

—No voy a engañarte, no guardaré tu espalda, al igual que sé que tú no cubrirás la mía.

—Y nos dejaremos matar los dos por los delirios de poder de desconocidos, para los que no significamos nada. —Aseveró en su profundo y árido acento.

—Sería capaz de dejarme matar por cualquiera, antes de darte la opción de que lo hagas tú a traición. ¡Mírate! No eres más que un paria, bueno para nadie. ¿Quién preguntará por ti cuando todo esto acabe? ¿Alguien de los que ganen? ¿Alguien de los que pierdan? —Una mueca semejante a una sonrisa mordaz, apareció en aquel rostro siempre hierático.

—Preciosa, mira a tu alrededor y dime ¿Quién gana el qué?, un país... un continente... en la más absoluta de las ruinas —no había traza alguna de humildad ni arrepentimiento en su tono, al contrario, hacía uso del sarcasmo con gran maestría, por lo que continuó sereno—. Lo más deprimente de esta situación es que nadie va a valorar nuestros esfuerzos por mantenernos con vida y, cuando pasen las décadas que cicatricen las heridas de los nietos que reconstruyan todo este horror, cuando de nuestros cuerpos no queden vestigios físicos de lo que fuimos, volverá a ocurrir. La humanidad esgrimirá algún motivo pelegrino con el que destruirse nuevamente, porque todo es cíclico, sucediéndose períodos de tregua y períodos de enfrentamientos... Aunque, lamentablemente, esas afrentas serán infinitamente peores. Así que, no vamos a quejarnos por la época que nos ha tacado vivir, ni recordar a quien tenemos o nos espera, ahora solo somos, un hombre y una mujer luchando por respirar un día más.

—¿Qué propones? —Preguntó directa, fingiendo firmeza.

—Hagamos un pacto hasta que salgamos de aquí. Después lo que sea de ti y tus circunstancias, me importarán una mierda.

Ella le dedicó una fría y escueta mirada de perplejidad, no obstante, algo le decía que era en lo único que podía confiar. Su suerte o la probabilidad de un rescate, ya no entraba dentro de los cálculos, por lo tanto, extendió su mano y clavó las pupilas en los ojos de aquel enemigo-camarada fortuito.

—De acuerdo, pero cuando salgamos de aquí, no dudaré en traspasar tu sien de un balazo si veo peligrar mi vida.

—No esperaba menos de ti.

Se estrecharon las manos sucias, arañadas y con restos de sangre seca, sellando así, un acuerdo temporal, que a ninguno de los dos satisfacía.