ÉRASE UNA VEZ...
Amaneció un día en que nadie volvió a leerme un cuento y a mí, siempre me había gustado escuchar historias.
No me importaba, ni el argumento, ni la temática, ni el autor, ni la corriente literaria a la que pertenecía, solo disfrutaba imaginándome allí inmersa, dentro de todas y cada una de ellas.
Supongo que por eso empecé a hablar tarde, no lo necesitaba.
Sin saber muy bien cómo ni en qué momento, creé un mundo vacío de gente conocida, en donde todo transcurría a mi manera. Unas veces tomaban protagonismo las peleas entre ángeles y demonios, otras las pugnas entre la pobreza y la riqueza, o la pasión que sugiere el odio y el amor, o la vileza que inspira la traición a la lealtad.
Así, sin molestar a nadie, entre tanta futilidad, era feliz.
Amaneció un día en que ese mundo se quedó pequeño, sus habitantes estaban apretados y ansiaban con escapar, por formar parte de otros mundos... Era injusto, porque era mi mundo, yo lo había ideado, sustentado y me negaba a compartirlo.
De modo que les obligué a callar.
Me embargué del poder ejerciendo la tiranía, sin embargo, pronto me cansé de convencer a gritos, porque el temor no engendra respeto, con algo de suerte, obediencia.
Mi mundo cada vez se asemejaba más a cualquier mundo, ya no me satisfacía navegar en él, ya no era especial ni diferente al mundo real, así que abrí las fronteras para que todos escaparan y huyó de él hasta el eco.
Amaneció un día que tras haber leído muchas historias, pensé que yo también podría representar las que nacieron y escaparon de mi mundo, así que hice acopio de gallardía y empecé a escribir.
Doy gracias a todos los individuos que pasaron por mi mundo, a los reales y a los ficticios, dejando huella o incluso caminando de puntillas... Gracia, por haberme permitido hacer de sus vidas, una fabulosa realidad.
S.A. Kirchen
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