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Nochebuena en París

Cada veinticuatro de diciembre mi familia y yo pasamos la Nochebuena en otra ciudad. El año pasado fuimos de viaje a Zúrich y el anterior estuvimos en Londres. Pero por fin íbamos a ir a mi destino favorito: París. En cualquier época del año es preciosa, llena de historias y rincones en los que perderse. Sin embargo, en Navidad se trasforma en algo más.

Había preparado mi equipaje con tres semanas de antelación porque mis cuatro hermanas mayores se apoderaban de algunas de mis prendas al salir de la secadora. Lo tenía todo listo la mañana del veinticuatro, pero mientras desayunaba me acordé de que no había cogido el libro que estaba leyendo. Como no quería olvidarlo, subí corriendo para echarlo a la maleta.

Siempre leía en el desván porque entraba mucha luz desde el gran ventanal y había unas vistas preciosas de los atardeceres. Desplegué los escalones y subí como una loca, con la mala suerte de que la escalera se replegó sobre sí misma y se quedó cerrada desde el piso de abajo.

—¡Maldición!

Llevaba meses pidiéndoles a mis padres que arreglaran el cierre porque la pieza para abrir la puerta desde la buhardilla se había roto. Le di un golpe para que cediera y no hubo manera. Bramé intentando hacerme oír sobre el jaleo de maletas y correndillas que tenían en la casa, pero nadie me escuchó.

Para colmo, mi hermana más pequeña se había lesionado la rodilla en un partido de rugby dos semanas antes y aún estaban muy pendientes de ella porque no sabía andar con muletas y parecía estar a punto de caerse a cada minuto. Con mi hermana la mayor que siempre discutía hasta lo más sencillo y las otras dos restantes, las gemelas, que armaban la de San Quintín por tonterías, mis padres debían de estar tirándose de los pelos intentando llegar a tiempo al aeropuerto.

Miré la hora en mi reloj y vi que ya era la hora de irse. Me asomé veloz a la ventana, abriéndola y sacando medio cuerpo sobre el tejado. Llegó a mis oídos el ruido del motor de nuestra furgoneta y no me lo pensé para saltar por el alféizar.

Anduve sobre el tejado con cuidado mientras escuchaba a todos subirse y cerrar las puertas en un alboroto de discusiones. No se iban a dar cuenta de que yo no estaba dentro del coche porque, como era la pequeña, siempre me tocaba sentarme en los asientos de atrás sola. Ya me pasó una vez... Se fueron con prisa de casa de los abuelos y me dejaron allí sin querer.

—¡Eh, estoy aquí! ¡No os vayáis sin mí! —exclamé a voz en grito.

Cuando estuve al borde del tejado para que, al menos, pudiesen percatarse de mi figura, ya estaban saliendo por la verja. Moví los brazos de un lado a otro hacia el cielo ya teñido de los tonos cerúleos del amanecer. Nada, sería imposible... Y para colmo había olvidado mi móvil en la cocina.

¿De verdad iban a irse a París sin mí? ¡Les faltaba una hija! No, seguro que cuando llegaran al aeropuerto se darían cuenta y volverían a por mí. O no... Por infortunio, el aeropuerto de Alicante-Elche quedaba a hora y media de casa. Aunque se dieran cuenta, no les daría tiempo a recogerme. Perderían el vuelo. La única alternativa que me quedaba para pasar la Nochebuena en París era coger un taxi.

Con esa idea en mente, me dispuse a bajar del tejado. No obstante, cuando miré hacia abajo, vi más de cinco metros de altura y me encogí de pánico. Retrocedí hasta el desván y me senté dentro a esperar que saliera algún vecino de casa. De todos modos, no podría acceder a casa sin una llave, así que adiós a mi idea de coger mi maleta y llamar a un taxi.

Aguanté impaciente a que alguien apareciera por los alrededores. Media hora después, cuando ya comenzaba a imaginarme que cogía la guirnalda de bombillas que tenía en el altillo y la disponía para formar las letras «SOS», un chico apareció haciendo su rutina de running por la acera.

Salí al tejado y empecé a gritarle y a hacer señales como una náufraga en mitad del océano, con tal desesperación que una teja se soltó y me despeñé hacia el borde de la casa. Chillé de terror.

No sé cómo conseguí agarrarme al filo de la canaleta de la lluvia, que se hundió poco a poco bajo mi peso disminuyendo la velocidad de mi caída hasta que, ya sin remedio, se desclavó e impacté contra el suelo. El chico que pasaba corriendo me escuchó y supongo que saltó la valla para venir a socorrerme porque, en medio de mi sueño de unas Navidades en París, vi su rostro emborronado.

—¿Estás bien? No te muevas, voy a llamar a una ambulancia.

—Me he caído de la torre Eiffel... —murmuré antes de sonreír maravillada por el cielo estrellado que se desplegaba sobre mí—. Feliz Nochebuena, Papá Noel.

Mareada por la conmoción, lo único que alcancé a ver fue al chico preocupado. Una hora después me habían atendido los sanitarios y había tratado de avisar a mis padres, en vano. Sus móviles ya estarían en modo avión. El chico, Martín, fue muy amable y, tras contarle lo ocurrido, me invitó a cenar con su familia en su casa de campo.

Conseguí hablar con mis padres ya después de comer. Acababan de aterrizar en París. Se pensaron que iba con ellos todo el rato, excepto cuando mi asiento en el avión se quedó vacío y ya no hubo vuelta atrás. Se quedaron más tranquilos cuando les dije que una familia me había acogido en su casa. Con que al final me iba a perder la Nochebuena allí...

Aunque fue una sorpresa cuando Papá Noel le trajo a Martín como regalo dos billetes de avión a París. ¡Qué casualidad! Me alegré mucho por él. El segundo boleto sería para quien quisiera llevar, pero él, viendo que yo no tenía regalo, decidió invitarme al viaje. Lo rechacé diciéndole que era muy amable, no obstante, Martín insistió tendiéndome el billete:

—¿Quién mejor para venir que alguien que se muere de ganas por ir?

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Relato para la 2ª clase de Escritura Creativa (curso sept. 2024 - ene. 2025):
Consistía en crear un retelling. Había que escoger un tropo y desarrollarlo.  ¿Adivináis en qué está basado mi relato?

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