Deambulo con la soledad como compañera, hoy no hay luna, solo la leve luz artificial de las farolas que espero que alumbren tu camino de regreso. Oigo tu voz llamándome, veo tu rostro en medio de mi oscuridad, te siento pero no te encuentro, no renuncio y sigo buscándote en cada esquina de esta ciudad, observando desde lejos cada balcón donde a veces se proclama o se llora por amor. Ahora me convenzo que estás cerca, mi cuerpo y mi instinto reaccionan al sentir tu presencia, alteran esa necesidad de alcanzarte, tocarte y besarte, despertar esa parte mía que murió por todo este tiempo que ha pasado.

Ya no me importa la espera porque sé que nuestro amor es eterno, y que tarde o temprano llegará el momento en que nuestras almas se llamen sin importar los cambios que hayan habido con el trascurso del tiempo. Recuerdo que en el nuestro todo se apreciaba, el aire, el agua; esa frescura que daban, el calor que obsequiaba el sol y que nunca volví a sentir después del día de que aquel ser arrasó con mi humanidad, lo único que dejó fue una sed irremediable de consumir y arrebatar vida, poco a poco mi fui enterrando en una intensa penumbra, hasta que te vi. En ese instante los dos supimos que nos pertenecíamos, el miedo nunca surgió, cada parte de tu ser fue un arma que fue calmando mi naturaleza, solo tú fuiste capaz de ver en mi algo más que ese lado monstruoso. Bailabas, sonreías, mostrabas esa capacidad de perdonar y sanar, hasta me enseñaste lo que era salvar, gracias a ti por un breve momento me sentí humano de nuevo, más en esa noche cuando fuimos acobijados por la luz de la luna, tu y yo liberamos nuestros más profundos deseos, dejamos que nuestras almas se conocieran, se conectaran, y allí juramos que pasara lo que pasara siempre permanecerían juntas.

Sigo mi camino, me detengo al escuchar esa música, varias siluetas se proyectan en un ventanal, desde arriba las risas confirman que se trata de un momento de felicidad, la luna ilumina intensamente, y aquel llanto hace el respectivo llamado. Ahora puedo seguir con esta inmortalidad, permitirme verte, protegerte y apreciarte desde las sombras, aguardando la esperanza de que escuches la voz de tu corazón y vengas hacia a mí para amarte por toda la eternidad.

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Ya han pasado 28 años, he estado siempre a tu lado, en tus primeros pasos donde saltaste de esa azotea cuando me viste y sonreíste; en mis brazos te puse de nuevo a salvo. En tus noches de fiesta donde volvías a bailar como lo hacías, con algo de borrachera llegabas a mí.

—¿Te conozco? —preguntabas tratando de no caer.

—Hace mucho —respondí sosteniéndote.

Luego llegó tu primer amor y tú primera desilusión, me costó mucho entender porque a los humanos les gustaba herir los sentimientos, con tanta tristeza tuve la necesidad de darte calma, sostuviste mi mano y en sueños pronunciaste mi nombre.

Te vi madurar y estuve ahí en tu primer trabajo, disfruté de cada una de tus emociones; los nervios a un comienzo, la felicidad cuando obtuviste el empleo, el aburrimiento al caer en esa rutina, la decepción de no encontrar más, de sentirte vacía. Al poco tiempo saliste adelante y te casaste, me alejé por un momento, verte en los brazos de alguien más, incitaba mi instinto destructivo. Al regresar te encuentro llorando ante la pérdida de ese ser que se adueñó de tu corazón, observo como tu caminar iba sin dirección, tus ganas de seguir adelante se desvanecían, en poco tiempo dejaste de reír y de brillar; repentinamente permaneciste en la oscuridad. Esta vez camino hacia a ti, y tú en ese momento decides bajo esa luna terminar con ese sufrimiento, abres tus brazos y tratas de saltar de ese puente, pero cuando tus ojos alcanzan a verme te detiene y corres hacia mí.

—¿Dónde estabas?— dices con desesperación

—A tu lado —respondo

—¿Por qué no pude verte?

—Porque tu vida era importante para mí.

—¿Y ahora no lo es?

—Dejaste de vivir, quiero verte y hacerte feliz, cumplir con esa promesa.

—La de encontrarnos y permanecer juntos —afirmas viéndome.

—Esa misma, pero eso implica llevarte a un lado donde no habrá luz.

—Entiendo, eso me da algo de miedo —expresas casi como un susurro.

—Entonces lo mejor es alejarme —concluyo aparatándome y marchándome.

No sé cuánto paso, creo que fueron unos días, de nuevo caminaba por las calles en una noche donde no había luna, lo curioso era que en toda esa oscuridad la luz de una vela surgió, ahí estabas en el otro extremo.

—Tardaste, pensé que era ridículo tener miedo si siempre fuiste, eres y serás mi luz —gritas lanzándote a mis brazos —. Hazlo, ya es hora de que no andes solo.

FIN

*Total de palabras 824 incluyendo la leyenda de la imagen.