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D O S

El recuerdo de Ohara continuaba vivo en el olor de las cenizas, en la sangre que teñía la tierra y en el sonido de su risa. Seguía vivo en sus ojos, en su manos, en su corazón y en su sueño. Dereshishishi. Dereshishishi.

Ohara seguía vivo en Robin, porque Robin solo se había sentido viva en Ohara.

«Vivir, pensaba que desearlo estaba prohibido, nadie me lo había permitido. Si se me permite declarar mi deseo, entonces yo quiero vivir.»

Entonces, Ohara se mezclaba, se alteraba y removía a su alrededor: ya no ardía más. El fuego había escapado de sus recuerdos: Enies Lobby sucumbía a las cenizas, a la sangre y a la risa: la de Robin, la de Saul y la de Luffy. Hasta los cimientos. Dereshishishi. Dereshishishi.

Ohara seguía vivo en Robin, pero Robin ya no necesitaba a Ohara para vivir. Y por ello, debía dejarla ir, debía dejarlos ir: a Ohara, a Saul; a sus recuerdos de humo y hielo.

Sin embargo, no podía. Una vez más, no era lo suficientemente fuerte.

Robin alzó la vista al cielo, que, sin luna que lo coronara, arropaba la ciudad de Water Seven bajo un hermoso manto de estrellas; el mismo cielo que había surcado Ohara, el mismo que había coronado Arabasta, el mismo que la había arrullado cada noche de aquella miserable existencia suya, acompañándola noche tras noche hasta caer dormida, noche tras noche en su sueño, en su llanto y en su anhelo. Noche tras noche aguardando en lo alto y desvaneciéndose en el amanecer. Guardianas de secretos.

El mismo cielo, y a la vez, uno tan diferente: más brillante, más claro, más magnífico, más imponente; reflejándose en el agua como una extensión infinita del mundo. El mismo cielo, y a la vez uno tan diferente.

Pero Robin no, Robin no era diferente. Robin seguía siendo una inocente niña de nueve años.

Sus uñas se calaron en las alas del sombrero que sujetaba contra su pecho, impotente, y buscó en lo alto su respuesta y su fuerza. Buscó en lo alto su valentía, para dejar ir lo único que conocía: El dolor, la soledad, el miedo.

El dolor y la soledad que traían los recuerdos, el miedo que envolvía el amor.

Ella debía dejarlos ir, ella debía cumplir su promesa: con Saul, con Luffy. Ella debía vivir, sin remordimientos, sin dudas.

Ella debía vivir, pero, ¿Qué pasaba con todos aquellos que ya no lo hacían? Todos aquellos que se habían sacrificado, todos aquellos que había perdido, todos aquellos a los que había visto consumirse, a los que había oído gritar. ¿Es qué, acaso, no era todo aquello también parte de ella? ¿No era ese dolor, esa soledad y ese miedo lo que le había permitido sobrevivir hasta ese momento? ¿No era aquello lo que motivaba su sueño, lo que la mantenía en pie?

¿No era aquello, también, lo que la había empujado a decidir morir en Arabasta y a decidir rendirse frente a las amenazas del Gobierno Mundial?

Robin buscaba en lo alto su respuesta, su fuerza y su valentía, pero no podía encontrarlas.

A sus pies, el agua fluía con lentitud por uno de los tantos canales que atravesaban las calles, y a lo lejos, las luces de la ciudad ya estaban apagadas. Pero tras ella, un pequeño hostal aún albergaba risas, canciones desentonadas y montañas de comida. Su tripulación la esperaba, no quería preocuparlos.

Pero aún era incapaz de decir adiós. Adiós a Ohara, adiós a Saul, adiós a esa parte de sí misma que, hasta ahora, la había constituido en su totalidad. Todo lo que había sido, todo lo que era, y todo lo que no debía ser. Debía decir adiós, debía comenzar a vivir. Vivir, por primera vez, libre. Buscando.

Buscando su libertad en el mar, en el viento y en el sol. Buscando su libertad en Luffy, en su sueño y en su barco. Buscando su propia risa, pues Saul merecía descansar, igual que Robin.

Cerró los ojos, y el nudo en su garganta la abrumó.

—Por un momento pensé que te irías de nuevo.

La voz de Zoro la sorprendió, cerca, calmada y resonante en el silencio de la noche. Robin se giró a enfrentarlo, su silueta discerniéndose a penas, de espaldas a la escasa luz que se colaba por las ventanas del hostal.

Caminaba tranquilo, con las manos en los bolsillos y la camisa abierta, mostrando sin pena alguna las vendas que cubrían las heridas de su torso.

Sonrió con esfuerzo.

—¿Cómo podría? —contestó— Estoy segura que, de hacerlo, sería perseguida de nuevo hasta el mismo infierno. No tengo escapatoria.

Zoro se detuvo cerca, erguido, mas no amenazante, y la miró directamente a los ojos. Si había notado en ella algo más que su cotidiana serenidad, Robin agradeció que no dijese nada.

—Si estás pensando en huir de nuevo, no te detendré —afirmó—. Pero considero que el resto de imbéciles merece algo más de consideración.

Acarició distraídamente la piel que recubría el sombrero, pero decidió no apartar la mirada del espadachín.

Frente a ella, herido y desarmado, se hallaba una de las personas que acababa de arriesgar su vida por ella, por la Niña Demonio de Ohara. Había arriesgado su vida por el deseo egoísta de una criminal que ansiaba vivir, siendo que, en primer lugar, llegaba a dudar saber cómo hacerlo.

Y Robin, una vez más, quiso agradecer. A Zoro, a Luffy, al resto de la tripulación, a Ohara, a Saul, al cielo y a los dioses. Pero, una vez más, solo pudo permanecer en silencio.

Quizás, en lo más hondo, el miedo fehaciente de que todo aquello solo fuese un sueño efímero podía más que ella; el miedo a despertar, el miedo a estropearlo todo, el miedo a que se arrepientan de haber ido a buscarla. El miedo de ser dejada atrás, otra vez.

—¿Y tú, espadachín? —preguntó —¿Tú no mereces esa consideración de la que hablas?

Él no dudó en contestar, seguro:

—Yo no decido por tí, solo acato las órdenes del capitán.

—Y sin embargo has venido a buscarme.

—Solo he salido a tomar el aire.

Mentía, descaradamente, y Robin lo sabía. Sin embargo, extrañamente se sintió reconfortada en aquella fingida indiferencia.

Zoro observó el agua correr, y abrió la boca en varias ocasiones, Robin supuso que buscaba las palabras adecuadas, dentro de su naturaleza brusca y directa. En silencio, la morena volvió a desentrañar el manto de estrellas: había buscado en ellas su respuesta, su fuerza y su valentía. Pero jamás podría hallarlo en el cielo, silencioso, inerte, ajeno. Porque ella ahora estaba viva.

—Estaba intentando despedirme —dijo, rompiendo finalmente en silencio que les envolvía, pero no se atrevió a volver a mirar a Zoro—. Quería despedirme de todos los recuerdos de mi pasado que me atormentan y que aún me atan.

Lo único que obtuvo de Zoro fue silencio.

Aquella tripulación le había dado la vida, y Robin la sacrificaría por cualquiera de ellos sin dudarlo. Su vida y su lealtad pertenecían a los Mugiwaras, pertenecían a Luffy. Pero a Luffy no le interesaban las historias tristes. A él no le importaba el pasado de su tripulación, él solo se lanzaba hacia delante, y solucionaba los problemas sin pensar si aquello que enfrentaba realmente merecía la pena.

Cuando se unió a la tripulación, lo agradeció: ella no tenía un pasado memorable que contar.

Pero ahí, en ese momento en el que Robin sujetaba en sus manos todo su dolor, su soledad y su miedo, y quería dejarlo ir a sabiendas de que se dejaba ir a si misma, Robin sentía que, por primera vez en mucho tiempo, sí que necesitaba a alguien, sí que se permitía necesitar a alguien.

Pocas veces pensó, si alguna vez llegó a hacerlo, que aquella persona podría ser alguien como él.

—Quería despedirme —repitió, apenas audible, pero Zoro no se quejó—, pero aún no he encontrado la fuerza necesaria.

—¿De verdad quieres hacerlo? —La voz de Zoro, a pesar de su tono, apenas llevaba consigo la duda, pues a oídos de Robin, sonaba más a un susurro que no necesitaba respuesta alguna, un susurro silencioso, porque va directamente al corazón.

Y su corazón se aferraba con fuerza.

—Se merecen descansar, Ohara y Saul. No puedo seguir arrastrandolos en mis recuerdos de una forma tan dolorosa, no es justo.

—¿Para quién no es justo?

Robin, siempre con la respuesta correcta, siempre con las palabras adecuadas, se vio sorprendida ante aquella pregunta de su compañero.

—¿No es justo para ellos? —Volvió a preguntar el espadachín, cruzándose de brazos— ¿Para ellos? ¿O para ti? ¿O quizás estás hablando por nosotros?

Por un segundo, el rostro de Robin dejó entrever su sorpresa, la recepción inesperada de algo que, siendo tan lejano a un golpe, parecía doler mil veces más. Sus hombros, pesados, cayeron, y se obligó a cerrar la boca, por la que querían escapar tantas cosas que, posiblemente, ninguna albergaba la verdad.

Porque Robin tampoco la conocía.

—Solo por si acaso —El espadachín permanecía sereno, más su tono de voz parecía haberse endurecido, y su ceño se fruncía levemente—, espero que sepas que tu rescate no ha sido otra cosa más que el deseo egoísta de nuestro capitán, no se te ocurra buscar un nuevo mártir para sacrificarte en nombre de nadie.

» Eres libre de hacer lo que quieras, si decides dejar ir esos recuerdos o aferrarte a ellos, es solo tu decisión, y son tus motivos. Pero espero que no te arrepientas.

Sin esperar a que Robin contestara, Zoro dio media vuelta, y dirigió su caminata, tranquila y segura, en dirección al hostal. Su voz hizo eco una vez más en la noche:

—Sea lo que sea, date prisa, llevas un buen rato aquí fuera. Tanto que más de uno ha notado ya tu ausencia. En especial el Cejas Rizadas y Chopper.

Robin lo vio alejarse y entrar al hostal, siendo recibido por la luz, las risas y la comida. Y Robin quedó ahí, sola, en silencio y escondida en las sombras de la noche.

Quería despedirse, quería dejar de aferrarse a las cenizas de un recuerdo que, al mismo tiempo que resultaba borroso por el tiempo, se alzaba tan claro en su memoria que embargaba sus sentidos. Ohara era su hogar y Saul su familia, siempre lo serían, pero ya no existían en aquel mundo, y debía dejarlos marchar.

Había supuesto que aquel era el acertado principio, que era la forma adecuada de comenzar a sanar aquel corazón suyo que, aunque a veces lo olvidaba, continuaba latiendo bajo su piel y sus huesos. La forma de sanar un corazón que poder entregar de nuevo, a Luffy, a su tripulación, al inmenso océano y a ella misma.

Porque, por fin, albergaba en ella ese derecho: el de amar, el de entregar su corazón, su sangre y su vida, el de ser libre.

«¿De verdad quieres hacerlo?»

Quería hacerlo, pero no podía.

No aún.

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HEADCANON

Durante los primeros arcos oficiales (no relleno o side stories) de One Piece, hasta el time skip 2D3Y, en su mayoría desde su primera aparición, podemos ver que Robin lleva un sombrero en la mayoría de sus diseños: Arabasta, Skypea y Archipiélago Sabaody.

Siendo Water Seven junto a Ennies Lobby y Thriller Bark las excepciones, sabiendo que los dos primeros arcos representan la historia y decisión de Robin.

Durante su infancia ni Robin ni ninguno de los habitantes de Ohara llevaba un sombrero similar, a excepción de Jaguar D. Saul:

Por ello, me gusta deducir que, al crecer, Robin empezó a usar ese tipo de sombreros como homenaje silencioso a Saul y, en su defecto, a Ohara.

Porque Robin se sentía completamente sola, igual que cuando era una niña, pero esta vez no tenía a Saul a su lado.

Razón por la cual, en Water Seven y Ennies Lobby (cuando Robin estaba dispuesta a abandonar todo, incluso su propia vida) por primera vez no utiliza sombrero, así como tampoco en Thriller Bark (arco que sucede a ambos), debido a que, tras lo ocurrido en Ennies Lobby, Robin ha ido sanando y aceptando su nuevo deseo de vivir.

¿Entonces, por qué en Sabaody vuelve a usar un sombrero? Porque un proceso de sanación no es una línea recta, y si para Robin un sombrero simboliza a Saul, a Ohara y a su pasado, es natural que no sea capaz de desprenderse del todo de ello.

Sin embargo, tras todo lo ocurrido en Sabaody y 2D3Y, Robin finalmente ha sanado por completo, y ya no incorpora ningún sombrero similar a sus diseños oficiales.

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