Un buen ciudadano
Un hombre con abrigo negro está apoyado a la corteza de un tronco mientras mira su móvil. Sintiendo el peso liviano del móvil en la palma de su mano. Levanta la vista del móvil, y mira enfrente suya como una centena de personas se concentran a las puertas de un recinto, con pancartas y carteles. Los gritos, quejas, e insultos se escuchan de manera clara y nítida desde su posición.
Mira la hora en el móvil, marca las 10:45; en unos quince minutos comenzarán a llegar los políticos, se reunirán en ese pequeño recinto que a veces utilizan para exposiciones, y algún evento. Un furgón blanco con las palabras Canal 6 está aparcado al lado de la concentración. El reportero se prepara para entrevistar a una persona. Se coloca las gafas, relee el texto, y ensaya su mejor sonrisa a la cámara. Una persona sale desde dentro del furgón blanco, tal vez un empleado, y se pone enfrente del reportero. El hombre del abrigo negro observa la escena, "malditos hijos de ..." maldice mientras es testigo de como ese hombre se pasa por un ciudadano de la calle.
-Señor, ¿qué piensa de las actuaciones de los políticos ante la castástrofe? ¿pudieron hacer algo más? -dijo el reportero con tono amable.
-Pienso que los políticos actuaron de manera rápida, y eficiente -respondió el empleado del Canal 6.
-Muchas gracias por sus palabras.
El reportero guiña el ojo derecho a su compañero, y con la mano izquierda hace la señal de cortar para el ayudante de cámara.
-Ahora quiero que saques las mejores imágenes de esa chusma, los gritos, los insultos, si tiran algún objeto cuando lleguen los políticos -dijo el reportero a su ayudante de cámara-. Estas imágenes saldrán en el telediario.
El reportero regresó adentro del furgón.
El hombre del abrigo negro sacó un paquete de Marlboro del interior de uno de los bolsillos de su abrigo, cogió un cigarrillo, y lo encendió con un clipper blanco desgastado. Se volvió a guardar el paquete de tabaco, y el mechero. Dio una profunda calada al cigarrillo. El humo le envolvió en una diminuta bruma que le llevó a recordar una imagen, cogido de la mano de su mujer contempla a su pequeña hija montada en un columpio azul de un parque cerca de su casa, al que acudían casi a diario. Un recuerdo que no paraba de aparecer en su mente, atormentándolo, despertándolo en mitad de la noche. Desde que su mujer e hija murieran ahogadas a consecuencia de una tormenta que inundó las calles de su pueblo. De pronto siente un roce en su pierna. Agacha la mirada y ve a un pequeño San Bernardo subido a sus piernas. Cambia el móvil de mano, y le acaricia detrás del cuello con movimientos circulares. Una niña con pecas y con melena rubia sale disparada detrás de unos arbustos.
-Perdone, señor. Todavía es un cachorro, y le encanta jugar -dijo la niña avergonzada.
-Tranquila -dijo mirando a la niña con cara de ver un fantasma. Súbitamente le apareció la imagen de su hija. El recuerdo era todavía demasiado reciente. El dolor viviría con él para siempre.
La niña y el perro se marchan.
El hombre apaga el cigarrillo en la corteza del tronco donde está apoyado, y se lo guarda en un bolsillo del abrigo. Los primeros coches oficiales comienzan a llegar, cinco Audi A8, dotados de una seguridad equiparable a un tanque, y más caros que un Lamborghini. Los antidisturbios se preparan en la primera línea de la manifestación, pertrechados con cascos, escudos, y porras. Alrededor de cincuenta personas están congregadas en la calle a unos metros del recinto. Unos pocos de ellos, los que se encuentran más alejados, guardan en sus manos piedras. Los políticos salen de los vehículos, las piedras salen disparadas de las manos de los más violentos, y algunas impactan en los coches, aunque la mayoría se pierden en el asfalto. Los políticos protegidos al abrigo de los escudos entran rapidamente al interior del recinto. Un antidisturbio que no para de mover su mandíbula oculta tras el casco, (presuntamente bajo los efectos de alguna sustancia) alza su porra por encima del hombro, y golpea con violencia el rostro de una chica de unos veinte años. La chica cae inconsciente al asfalto con la mandíbula rota, y dos muelas ensangrentadas a unos centímetros de su cuerpo. Los cobardes que lanzaron las piedras corren calle abajo. Los demás manifestantes abandonan corriendo por las calles, y otros se refugian en el metro más cercano.
El hombre del abrigo negro mira con rabia la escena de violencia y sangre. Observa el móvil en su mano derecha, el reloj da las 11:10. El tiempo se ralentiza, su respiración también. Ahora el móvil sujeto a su mano pesa más que una mancuerna de cinco kilos.
Ahora o nunca.
Respira profundamente, y pulsa el botón de llamada.
Una gran explosión retumba entre las paredes del recinto, inundándolo de piedras, y escombros. Un bloque de ladrillo sale disparado, e impacta contra el furgón del Canal 6, saltando en pedazos la luna delantera. En apenas unos segundos el recinto se convierte en un cementerio de cadáveres.
Un buen ciudadano se aleja. Una nueva vida le espera lejos de allí.
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