Sin salida
Hacía unos treinta minutos que el inspector Miranda había recibido una llamada a la comisaría. Era una vecina de un bloque de pisos de un barrio de Pan Bendito, en el distrito de Carabanchel. Estaba muy nerviosa.
Ahora el inspector Miranda y un joven policía subían por las escaleras del piso. Llegaron a la tercera planta. La vecina que les llamó estaba en el umbral de la puerta de su casa, esperándolos. Su cara estaba pálida y no paraba de mover un llavero con su mano derecha. El repiqueteo de las llaves al chocar entre sí se escuchaba desde que estaban subiendo por la segunda planta.
Justo cuando se aproximaban, el joven policía se llevó la mano a la nariz. Un olor nauseabundo llenaba el vestíbulo. La vecina les entregó el llavero donde colgaban seis llaves plateadas y les indicó que llave abría la puerta del 2a.
El inspector y el policía se acercaron a la puerta del 2a.
-Mantente a mi espalda cuando entremos -ordenó el inspector-. No sabemos que vamos a encontrarnos aquí dentro.
Mateo asintió con la cabeza.
Miranda abrió lentamente la puerta, intentando hacer el menos ruido posible. Entraron a la casa. El interior olía a unos huevos cocidos que llevaran muchos días fuera de la nevera.
Caminaron despacio por un estrecho pasillo inspeccionando cada cuarto que encontraban por el camino. A medida que avanzaban el olor era más intenso. Al final del pasillo se encontraba una puerta cerrada a la derecha.
El inspector Miranda hizo un gesto con la cabeza a Mateo y giró el pomo de la puerta. La imagen que vieron en nada era a la que estaban pensando encontrarse. Encima de una cama de ciento cincuenta se encontraban tumbados una chica y un chico. No tendrían más de veinte años cada uno. Si la habitación no desprendiese ese desagradable hedor que se metía por las fosas nasales, parecería que estaban plácidamente dormidos. Sus manos se entrelazaban y sus cabezas miraban al techo. Sus cuerpos reposaban sobre un nórdico blanco con cuadrados negros. El joven policía seguía parado en el marco de la puerta. Su rostro estaba descompuesto.
Miranda penetró en la habitación. Llegó hasta un mueble antiguo y vio dos vasos de cristal. Se agachó y comprobó que en el fondo de cada uno de ellos tenía unos gránulos de una sustancia blanca. Alzó la vista y descubrió al lado de los vasos dos hojas escritas. Ambas tenían una letra legible. Un boli Bic negro sin tapa descansaba encima de una de las posibles cartas suicida.
-Creo que tenemos aquí un posible caso de suicidio -dijo el inspector.
Miranda observó con más detenimiento a la joven pareja o eso pensaba viéndolos en esa posición y con las manos entrelazadas.
-Deja de permanecer ahí parado y ven aquí -ordenó Miranda.
Mateo avanzó como si arrastrase los pies hasta la posición de su jefe.
-Ahora coja una de las cartas y lea -dijo el inspector señalando una de las hojas-. Vamos deprisa. Cuanto antes terminemos, antes nos iremos.
El joven policía con la mano temblorosa, cogió una carta y comenzó a leer.
Daniel
No consigo quitarme de la cabeza a esa figura o ente que me persigue por todos lados. No estoy loco, lo juro. Espero poner fin a mi vida tomando este veneno, y así, mi mente descanse en paz. He dejado de comer, de dormir y hasta de vivir desde el accidente. Esa noche no bebí, lo juro. Salió de la nada. Solo vi como una mancha surgió de pronto de la carretera, y también el ruido de un patinete al golpear el asfalto. Ese jodido ruido no para de sonar en mi cabeza. Joder, era un niño. Juro que no lo vi. Pero si vi como su cuerpo salió despedido y el estado de su cuerpo atropellado. Tenía la cara desfigurada, el índice y el corazón apuntaban a la luna, y un hueso sobresalía de la rodilla.
Espero descansar al fin, y que me puedan perdonar mis padres y la familia del crío.
Mateo tragó saliva y se secó el sudor de la frente. El inspector Miranda hizo un movimiento con la cabeza a la otra carta. Mateo dejó la hoja en el mismo sitio y cogió la otra.
Valentina
Creo que el espíritu del niño que atropellamos nos está atormentando. Es verdad que huimos del lugar y no llamamos a la policía, pero no tuvimos la culpa. Soy una buena persona, también una buena hija, y una estupenda novia y amiga. Siento como si mi alma se desgarrara por dentro. No hay salida posible. Ese maldito niño no parará hasta deshacerse de nosotros.
Papá, mamá, lo siento.
El inspector Miranda y el joven policía abandonaron el edificio. La científica y el juez estaban en camino.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro