Olivia regresó a su antigua casa después de diez años. Desde que se fuera a la universidad, nunca más volvió. Hasta ahora. Sus padres murieron, y ella había heredado esta casa a las afueras de la ciudad. Una casa aislada, de dos plantas, y una amplia parcela de arena.

Abrió la puerta, entró al salón, y vio el mismo sofá, dos sillones y la chimenea al fondo; y también un nuevo televisor de pantalla plana. El parquet tenía una capa de suciedad, y a cada paso de Olivia parecía flotar en la superficie. Arriba estaban los dormitorios, un cuarto de baño, y un espacioso trastero.

Subió por la escalera de madera mientras miraba desde la altura el salón, y una parte de la cocina. Su dormitorio se encontraba nada más subir la escalera. Se paró en el umbral de la puerta. Su respiración cambió a un ritmo más lento, sintió como su corazón golpeaba más fuerte dentro de su pecho, y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Penetró en su habitación; todo estaba igual a como recordaba. Una colcha rosa cubría su cama de noventa. Unos rayos de sol se colaban a través de unas cortinas blancas. Un poster de Sensación de vivir, y de Dylan, seguían clavados a la pared con unas chinchetas. Un pequeño escritorio estaba junto a la ventana, encima había un bote verde con varios bolígrafos bic, lapiceros de colores Alpino, y otros tantos rotuladores. Abrió el cajón del escritorio. Dentro había un libro de matemáticas de sexto de EGB de Santillana, un libro de lengua de quinto de EGB de Anaya, una escuadra y una regla de treinta centímetros amarilla, y un par de cuadernos con las tapas arrancadas.

A su derecha, estaba su rincón favorito, un tocadiscos negro de Sony, y un pequeño mueble lleno de discos. Cogió uno a uno los vinilos y miró sus portadas. Desde Thriller de Michael Jackson, a la banda sonora de El Guardaespaldas, varios discos de su grupo preferido, Bon Jovi...

De repente escuchó un ruido de pisadas. Dejó con cuidado el disco de New Jersey en su sitio.¿Acaso no he cerrado la puerta?, se preguntó. Caminó despacio (intentando que no crujiera la madera bajo sus pies) hasta la puerta. Asomó lentamente la cabeza por el marco de la puerta, y vio al fondo del pasillo un hombre saliendo del trastero. Olivia corrió rápidamente hacia la escalera, su hombro izquierdo se golpeó contra la pared desprendiendo unos trocitos blancos de pintura. El hombre lanzó un furioso rugido, y salió disparado a por ella. Mientras bajaba corriendo por la escalera intentaba con su mano derecha encontrar las llaves en el bolso. Sentía muy cerca la presencia de aquel intruso. Se tropezó con el último peldaño, y cayó de cara al suelo. El bolso salió despedido de su mano, y en el parquet se desparramaron: un monedero negro, un llavero con varias llaves, y varios tickets.

Olivia se preparó a levantarse cuando sintió un tremendo golpe en su costilla derecha. Expulsó el aire retenido, y gritó. El intruso descargó con violencia su bota contra la cara de Olivia. El labio se le partió y escupió un poco de sangre. En unos segundos tenía toda la parte derecha inflamada, como una bolsa de palomitas que se empieza a hinchar por un lado. El intruso se agachó a recoger el bolso, y las llaves. Olivia aprovechó ese instante para levantarse, y salió corriendo a la cocina. Abrió el cajón de los cubiertos, y cogió un cuchillo largo. Lo agarró con las dos manos temblando y esperó al intruso detrás de una mesa de mármol. Desde allí escuchó el cerrojo de la puerta. Esperó unos treinta segundos; salió caminando despacio hacia salón. La puerta principal estaba abierta. El intruso había huido con su bolso, llevándose también el monedero. Se oía el tintineo de las llaves puestas en la cerradura.

Olivia se marchó de la casa de su niñez, y nunca más regresó.