SU PRIMERA CITA EN DISCO STAR
SU PRIMERA CITA EN DISCO STAR
Relato Corto Sideral
Por José Benhur Márquez Sánchez
Ella no dejaba de sentirse nerviosa, no era en balde, era su primera cita. Antes de sus catorce años sus padres no le dejaron tener novio, debía dedicarse por entero a sus estudios si quería, claro, ser astrónoma y trabajar en la estación orbital "Eye Space", el sueño de todo adolescente con IQ superior. Sin embargo, no todos conseguían alcanzar la notable calificación de noventa y ocho sobre cien, necesaria para catapultarlos al telescopio orbital y poder ver el cosmos infinito, en busca de las misteriosas anomalías estelares. Pero Ellia Punkk había logrado superar a los más de dos mil aspirantes al sueño espacial. Tan solo por eso, sus padres, Saturnio y Lunia Punkk, tomaron la decisión de permitirle tener el tan ansiado novio. Su primer novio. Muchas de sus amigas, por no decir todas, ya tenían uno; era lógico que así fuera porque ellas no tenían altas aspiraciones que limitaran sus vidas sociales, ellas no soñaban con ir al espacio y navegar entre las estrellas, se conformaban con trabajar en la superficie terrestre como el noventa por ciento de la población terráquea de su edad. Pero el tener un IQ de doscientos no la volvía inmune a las cosas del corazón, así que decidió sacrificar esa parte emocional con tal de lograr, literalmente, dar el salto al espacio.
Lunia entró en la habitación bajo la inquieta mirada de su hija.
—No sé qué ponerme —dice con tristeza la chica, de frente a la pantalla plana de cristal de cuerpo completo—. Me he probado varios trajes y siento que ninguno va conmigo. ¿Qué opinas de este? —levanta el entrecejo.
Lunia da una escrutadora mirada a la pantalla. En la imagen, la chica luce un traje espacial lila platinado, de cuello anillado para sujeción del casco, con botines orbitales anillados color nácar.
—Te ves preciosa —comenta la madre aunque no muy convencida.
—No lo sé —replica la adolescente, suspirando desmotivada—. No me talla bien, parece más bien un pijama espacial.
—Yo te veo hermosa, pero... Tu madre tiene una idea, ¿ya te probaste el naranja? ¿El de cuello en V? Estoy segura que te verás hermosa con ese traje.
Ellia sonríe, no se le había ocurrido, hace mucho que no ve su guardarropa como para recordar lo que hay en él.
—Aún no, madre. Creo que es una buena idea... Cambia al TR-F75E25 —ordena a la pantalla. De pronto el traje lila se transforma en uno color anaranjado platinado, de cuello en V, con un refajo ancho de Kevlar que le cubre parte de la cintura, y botines anillados celestes. El traje permite admirar los esbeltos contornos de sus juveniles curvas. La chica sonríe—. ¡No sé qué haría sin ti! —Mira feliz a su madre y la abraza efusiva. Lunia percibe cuán importante es para su hija este momento; quizá sea lo mismo que haber logrado el puesto en el Eye Space.
La chica se ha mudado de traje. Las moléculas de su ropa se han transmutado convirtiéndose en el vestido espacial mostrado en la pantalla de cuerpo completo.
Ella está lista pero nerviosa, sabe que pronto vendrá su amigo a traerla. Allá en lo alto, a un poco más de 200 kilómetros, en la órbita baja terrestre se encuentra la plataforma Estudio Disco Star 51, el salón más importante de todos los tiempos, destinado para el esparcimiento de las juventudes espaciales. Ellia solamente ha escuchado rumores sobre lo fascinante que es. Se trata de una estación circular con gravedad cero, con diferentes pistas de baile. Algo incomparable en toda la Tierra.
—Sé cómo te sientes —dice Lunia—. Cuando salí la primera vez con mi primer novio, fue igual: no dejaban de temblarme las manos.
—¿Tu primer novio? Creí que mi padre fue tu primer novio —dice la chica.
La madre sonríe.
—No, no fue el primero, pero sí fue al que más he querido; por no decirte, al que más he amado.
A la chica le suena interesante la historia, creía que el primer novio siempre sería el único, y, por ende, con el que se quedaría para toda su vida.
Saturnio está a poca distancia, en la sala de estar, sentado en su cómoda silla blanca giratoria reclinable de una sola pata; lee las noticias del New News World en su tableta de cristal. Aparta la vista de la delgada pantalla, gira el asiento en dirección del cubil en donde Lunia se encuentra dando el último acicalado a la hija, enrollándole el cabello para luego embutirle el gorro elástico que va antes del casco de vidrio en forma de globo.
El padre dice:
—Has pasado tan inmersa en tus estudios desde los cinco años, cariño, que casi nada hemos platicado tu y yo... Te diré, tu madre tiene mucho que contar al respecto..., pero tu padre también. En cosas del amor, así como en los viajes espaciales, se debe de andar con cuidado: sin prisas y con la mente puesta en la trayectoria. Si te sales de curso, ajusta los instrumentos y determina si la ruta tomada es correcta, si es la que te lleva al destino esperado; si no lo es, corrige, y si lo es, seguro que tendrás un feliz arribo.
La esposa agrega:
—Creo que ambos viajamos mucho antes de conocernos, y finalmente nos encontramos y nuestro arribo fue feliz.
Saturnio esboza una augusta sonrisa bajo su recortada barba de candado.
El ding dong electrónico suena.
—¡Es él! —exclama Ellia. Se halla un poquito excitada pero contenta.
—Voy. —Se ofrece Saturnio para abrir la puerta.
—¿Cómo dijiste que se llama? —pregunta Lunia.
—Gordon Xpace.
En la puerta, Saturnio da la bienvenida al joven.
—Es un gusto conocerlo... —dice el joven de piel morena y, ciertamente, simpática sonrisa cuando no está nervioso. Viene embutido en un traje espacial púrpura 7D2181, con un calzón de fibra de Kevlar por fuera del traje, enguantado y con el casco puesto. Solamente entra un par de pasos. Está visiblemente afectado por la emoción; sin duda es también su primer encuentro de este tipo—. Mi-mi nombre es... Gordon... Xpace —tartamudea.
—Anda, pasa... no te vamos a morder —insiste Saturnio con una cordial ironía. Pero el chico parece no escucharle, su atención le pertenece a aquella niña del traje espacial naranja, de tez rosada y chapas coloradas.
Ellia camina hasta la puerta, hasta Gordon como si una invisible fuerza de atracción la jalara.
—Hola, Gordon —esboza una inflexión de alegría.
Para ambos chicos, ni Lunia ni Saturnio se encuentran en esta dimensión, están únicamente los dos en medio del cosmos.
Xpace toma la mano de su amiga y salen.
—Fue un placer conocerlos... Señor y señora Punkk —se despide el visitante, desapareciendo con Ellia por el pasillo.
Recorren el angosto e iluminado corredor.
Las hojas del ascensor zumban al abrirse. Los dos entran en la cápsula oval y esta es lanzada con vertiginosa velocidad hasta la azotea del edificio de más de mil metros de altura.
Al otro lado del cristal del cubo del ascensor, las nubes van bajando mientras ellos van subiendo.
Hay felicidad y emoción en sus rostros. No hallan palabras, sino sonrisas para expresar lo que sienten.
Luego de segundos, las hojas vuelven a separarse. En la azotea se extiende delante un amplio campo con una multitud de gentes que van de aquí para allá. En las torres de despegue, las naves en forma de balas, con aleta dorsales y pectorales, se yerguen humeantes, listas a partir a los confines interestelares.
Los chicos corren porque su transporte deberá salir pronto. Llegan a la plataforma en donde un recepcionista les pide pasar la mano por el dispositivo lector, pero el dispositivo no lee nada del traje sino del microchip bajo la piel. En el monitor plano se confirma su asistencia al viaje. Entran al elevador modular y son conducidos al nivel respectivo de la nave. En el interior, los asientos se encuentran dentro de burbujas transparentes, montados en mecanismos electromecánicos de rotación.
La nave se encuentra dividida en tres compartimentos: uno de carga, la de los pilotos y la de los pasajeros de mayor envergadura, para acoger un total de 75 viajeros; aunque, por esta vez, solamente van 60.
Ellia y Gordon ocupan los dos asientos asignados del costado derecho.
A la orden de un comando en el tablero de los asientos, las dos burbujas se pegan cogiendo la forma de un salami y los asientos se unen.
La voz del capitán les da la bienvenida y les desea un feliz trayecto. Luego de los acostumbrados avisos de amarrarse los cinturones, los asientos giran noventa grados con respecto a la superficie del piso metálico. La nave sideral se estremece en tanto los motores intensifican su poder y eyectan llamaradas y hervientes vapores. Tras las primeras sacudidas, e ir abandonando la atmósfera, las turbulencias se apaciguan. El cielo se va tornando azul oscuro, y la brillantez celeste del disco terrestre desaparece de las ventanillas. A medida que se alejan más y más de la esfera terráquea, las estrellas afloran centelleantes como un puñado de diminutos cristales esparcidos en la infinita y negra playa del espacio.
Entre conversaciones no ven el tiempo pasar. En breve, llegarán al sueño del Estudio Disco Star 51.
—Estamos en el espacio —clama Ellia—. Es hermoso, tal como lo imaginé... Mira, estamos llegando a Disco Star.
Gordon se estira para ver por la ventanilla circular y se regodea.
—Es genial —dice.
La nave atraca en uno de los puertos. Los pasajeros, en su mayoría jóvenes, ingresan al recibidor, un salón la mitad de un campo de fútbol. Después del discurso del administrador de Disco Star, los cientos de cadetes quedan en libertad de explayarse doquier. Será la única diversión en mucho tiempo. Luego de esto, largos años de entrenamientos les esperan en las bases lunares y en las orbitales de la Tierra. Los que van para Eye Space, irán cerca de la órbita de Júpiter a casi 3.97 Unidades Astronómicas de la Tierra, con el fin de escudriñar el universo.
Estudio Disco Star 51 tiene varios niveles, cada uno con un género específico de música. Ellia y Gordon suben al décimo segundo nivel, en él tocan la música que a ellos les gusta.
La compuerta de vidrio se desliza y se cierra tras el paso de la multitud de púberes. En el interior de la sala cada pareja busca un disco dibujado en el piso y entra en él; y al oscurecerse el entorno y comenzar el ritmo y el baile, los círculos suben ingrávidos. Las luces robóticas destellan y salpican la sala de millares de estrellas. La música suena y vibra a través de los trajes espaciales multicolores. Se va apoderando de los cuerpos de los cientos de chicos, quienes se olvidan de todo. Se agitan, se mueven como incansables máquinas danzarinas, giran las cinturas, menean y conectan sus caderas imparables al son de los compases y melodías electrónicas del Galactic Funk de Meco.
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