Recién casados
–¡Vivan los novios! –Gritaban al unísono, lanzando arroz y pétalos blancos, el tumulto de invitados mientras la pareja los atravesaba con premura– ¡Vivan los novios! –repetían jubilosos.
–Llámame en cuanto llegues mi hijita –dijo entre sollozos la amorosa progenitora de la novia, batiendo un pañuelo en señal de despedida.
–Claro mamá –confirmó la hija dirigiéndole la mirada mientras seguía caminando hacia la limusina guiada por su conyugué.
–Cuídate mu –decía la madre cuando la vista de lo que ocurría le cortó las palabras–…
La novia acababa de poner su pie de forma inoportuna sobre una cáscara de plátano y aterrizó estrepitosamente sobre sus posaderas arrastrando al enclenque novio junto a ella.
–¡¡¡Babi!!! ¡¡¡Bebé!!! –gritó llena de preocupación la madre de la susodicha corriendo hacia la accidentada.– Te dije que no debía casarse con ese inútil –dijo a su marido en un tono audible para todos los presentes.
–Carolina –regañó el padre de la novia a su esposa–, este no es el mejor momento –medió señalando a la pareja aún tendida en el suelo sin parar de avanzar hacia ellos.
–Ya, claro, nunca es el momento –replicó la señora poniendo los ojos en blanco–, por eso estamos como estamos –bufó.
–¡¡¡Carlitito, mi niño!!! ¡Te mataré bestia del demonio! –gritaba Lucia, la excéntrica madre del novio, con la mirada inyectada en odio mientras perseguía a su prima Carlota con el único objetivo de ahorcar al mono con esmoquin y expresión burlesca que reposaba en sus hombros.
–Lucia, prima querida, cálmate –intentaba apaciguar Carlota huyendo despavorida–. Sabes que Pancracito no tenía mala intención –defendía a su monito que no le colaboraba y este sin arrepentimiento alguno tomó un mango de su sombrero frutal y lo lanzó directamente al rostro de la perseguidora.
–¡¿Así que inocente?! –Exclamó perdiendo la cordura en su mirada.– ¡Me haré un tapete contigo Pancracio! –Declaró ferviente aumentando la velocidad de su persecución.
Los recién casados lograron levantarse torpemente con un poco de ayuda del padre del novio.
–¿Padre, no piensas detenerla? –interrogó el novio mirando hacia la persecución caricaturesca protagonizada por su madre, la tía Carlota y el incorregible Pancracio.
–¿Quién, yo? –respondió mirando con curiosidad a su alrededor– Aún no estoy tan loco –declaró guardando sus manos en los bolsillos y dirigiéndose a un banco cercano–, esperaré por aquí hasta que se canse y sea más seguro para mí –resolvió sentándose descuidado.
–Sí, supongo que es lo más sensato –concordó el novio asintiendo sin apartar los ojos de aquella hilarante escena, ya habían rodeado la iglesia al menos tres veces y al tropical sombrero de la tía Carlota casi no le quedaban frutales adornos.
–¿Y así dices que cuidarás de mi hija? –reclamó Carolina propinándole un pescozón a su yerno al alcanzarlos.
–Auch –reaccionó ante el sorpresivo golpe de su suegra.
–No se haga que no fue para tanto –dijo con una voz tan tierna y forzada que le causó escalofríos a su yerno–, ¿o quiere otro? –preguntó sugerente elevando su puño y moviendo los dedos amenazantemente.
–No, suegrita querida –balbuceo el novio–, eso no es necesario –expresó temeroso ocultándose tras su recién declarada esposa–. A.ayúdame –murmuró al oído de esta con el anhelo de ser salvado de la fiera oculta en el interior de Carolina.
–Mamá, hoy es mi día especial, por favor –intercedió la novia rompiendo el aura oscura que rodeaba a su madre.
–Claro hijita mía, yo nunca haría algo que te hiciese infeliz –afirmó Carolina abrazando a su hija y liberando un par de lágrimas– y sabes que adoro a mi yernito –agregó con una sonrisa torcida que solo él podía ver y le apretó el cachete de forma brusca–. ¿Lo sabes Carlitos? –interrogó al novio reforzando el agarre de su mano y separándose parsimoniosa del abrazo con su hija.
–Ah, ah, ah, ay –gritó ahogadamente el novio intentando disimular la tortura–. Claro, suegrita –aceptó separándose dificultosamente del apretón en su mejilla–, tanto como yo la adoro a usted –agregó malicioso, con una sonrisa inocente en su rostro.
–Así se habla muchacho –expresó el siempre despistado e ingenuo Roberto, padre de la novia, abrazando a su yerno–. Ahora todos pertenecemos a una misma familia –declaró dándole un bezo en cada mejilla y volviéndolo a abrazar fuertemente.
–G.gracias suegro –musitó Carlos casi asfixiado por el fuerte agarre de Roberto.
–Mi niña –dijo suavemente Roberto tomándola con uno de sus brazos y agregándola al abrazo–. M.me M.me pr.prometí –tartamudeo– que no –los ojos comenzaron a aguársele–, que no –repitió reprimiendo el llanto–. Wua –rompió en un mar de lágrimas– Me prometí que no lloraría, wua –concluyó humedeciendo los hombros de los recién casados.
–Ay, snif, papi –habló reteniendo las lágrimas que intentaban forzar su salida– te amo mucho pero vas a hacer que se me corra el maquillaje –explicó apartándolo lentamente de ella y dejándolo aferrado a su novio.
–Pi, pi –pitó la limusina que llevaría a los novios hasta el hotel apresurándolos.
Al escuchar el sonido estridente del claxon Roberto se aferró más fuertemente al cuello de su yerno sin ninguna intención de dejarlo ir.
–No dejaré que te la lleves –declaró el padre de la novia sin querer reconocer que era el momento de dejarla partir.
–Suegrito –suplicó Carlos tratando de zafarse.
–¡Mamááá! –ordenó la novia en un tono chillón–. ¡Mira a mi papi! –señaló desencajando su expresión transformándola en una de desesperación– Ya se le zafó un tornillo.
–¡Roberto! –Gritó Carolina demandante– ¡Suelta a Carlos! –ordenó.
–No, Carolina, no quiero que se la lleve –sollozó Roberto.
–Deja que los niños se vayan, ya es la hora de que nuestra Bebé crezca –intentó convencer a su esposo.
–¡No quiero! –afirmó Roberto sin dar opción alguna y cada vez apretaba más el abrazo.
Al notar que su marido no atendería a razones Carolina lo tomó por una pierna y comenzó a tirar.
–Ayúdame hija que tu eres la que quiere Luna de Miel en el Niágara–reclamó Carolina a su hija.
–Mamá, no digas más que vamos al Niágara como si fuera la gran cosa –habló la novia poniendo los ojos en blanco y comenzando a tirar de la otra pierna de su padre–, ese hotelucho que pudimos encontrar a última hora lo único que tiene cerca es un salidero en la calle –dijo con enojo tirando fuertemente de la pierna de su histérico padre.
–¡¿Quién fue la que se comió la torta antes del recreo?! –susurró Carolina con la voz llena de crítica y desdén, liberando toda su ira en un fuerte tirón a la pierna de su esposo Roberto.
–Prrrrr –sonó estridente una flatulencia procedente del aferrado y tironeado Roberto.
–¡Papá! –se quejó la novia soltando el pie de su padre y tapándose la nariz de forma exagerada– Papá, ya deja de hacer espectáculo –suplicó mirando alrededor esperando ver cientos de cámaras enfocándolos pero para su sorpresa y alivio no había nadie haciendo tal cosa, o mejor dicho; todos los lentes estaban ocupados en su suegra que trepaba la cúpula de la iglesia persiguiendo al mono Pancracio y en una ambulancia, que no tenía idea de cuando había llegado, pero por alguna inexplicable razón estaban montando completamente noqueados a la tía Carlota y, al único medianamente capaz de controlar al animal sobre la cúpula sin que dañe al pobre monito, su suegro–. Carlitos –llamó por lo bajo a su marido para que notara lo que estaba aconteciendo–. ¡Mi amor! –gritó al ver a su amado esposo desmayado y completamente morado debido al fuerte agarre de los brazos de Roberto– ¡Papá, suelta a Carlitos! –gritó a todo pulmón.
Ese alarido desesperado no hizo ningún efecto en Roberto, además de aseverar su apretón, pero el nombre que mencionó activo el impulso más primitivo de cierta bestia que se encontraba en las cercanías; el impulso de proteger a su crías.
En apenas quince segundo una alterada y aterradora Lucía llegó a liberar a su amado hijo con mono en mano, nadie sabe cómo lo atrapó pero lo sostenía de la cola y con un fuerte impulso le propinó un monaso a su consuegro que lo dejó inconsciente.
–¡Suelta a mi hijo! –Advirtió Lucía tardíamente a un Roberto inconsciente y tomó a su bebé en brazos meciéndolo– ¡Nadie toca a mi hijo!¡Nadie toca a mi Carlititos! –advertía mirando amenazadoramente a todo el que se encontraba en las proximidades mientras se balanceaba adelante y atrás con “Carlititos” en brazos.
–Tzzz –sonó una descarga eléctrica desmayando a la bestia–. Espero no haberme pasado –dijo uno de los paramédicos jugando con una pistola eléctrica en la mano–, el señor en la ambulancia me pidió que lo hiciera –explicó jugando con el arma–. Siempre quise tener una de est –una accidental descarga interrumpió su monólogo dejándolo tendido en el suelo expulsando humo de los cabellos–…
–Oh, Dios mío –exclamó la novia lanzándose preocupada–, mi amorcito ¿estás bien? –interrogaba preocupada frente al rostro de su amado desmayado abrazándolo.
–Sí, aún respira –aseguró Carolina en tono disgustado al comprobar el movimiento de la zona abdominal de su “querido” yerno.
–Pi, pi –se escuchó nuevamente la llamada de la limusina.
–¡Ay no! –Exclamó asustada la novia– ¡¿Mamá, voy a perder la reservación?! –bramó soltando a su novio, dejándolo caer al suelo.
–Mi hijita, sobre mi cadáver usted se pierde esa reservación –declaró Carolina–. Vaya, móntese en ese carro salchicha.
Y mientras la joven novia caminaba preocupada hacia el vehículo vio a su novio ser arrastrado por su madre tomándolo de una oreja hasta lanzarlo en el asiento de la limusina.
–Ahora pueden irse los recién casados –informó la decidida señora al chofer dando dos golpes al capó del vehículo.
Y siguiendo la orden de Carolina el chofer arrancó y aceleró veloz sin que nadie se percatara del alarido que arrojó la garganta de Carolina al ser arrastrada por su vestido enganchado a la puerta de la limusina.
(1598 palabras)
La iniciativa es la imagen del inicio, creo que se explica sola 😅. Es una imagen de unos recién casados y el auto en el que se van (en mi relato era una limusina pero se hace lo que se puede) y resulta que mi relato se enfoca en los sucesos nada normales que les suceden a una pareja acabada de salir del altar.
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