3. Deimos
—Tiene que decirnos lo que pasó esa noche, señor Walker —dijo el detective Smith. Era rubio y de mirada furtiva y astuta, como un zorro.
—No sé por dónde comenzar —repuso Martin. Sabía que mentir no iba a llevarlo a ningún lado, pero dudaba que le creyeran aún si dijera la verdad. Si él mismo no podía explicarse lo que había visto, ¿cómo esperaban que se lo explicara a otros?
El compañero de Smith, un hombre silencioso de piel morena y apellido Graves, estaba sentado directamente al frente, mirando a Martin con ojos grises que carecían de brillo. Había dejado que el rubio guiara la conversación, pero parecía incluso más observador.
—¿Qué le parece si empieza diciéndonos su relación con el doctor Holloway? —insistió Smith.
—El doctor... —La mente de Martin deambuló por los laberintos del recuerdo—. En realidad, no lo conocía muy bien. Era un hombre solitario, sin amigos... dudo que tuviera familia. Como guardia de la biblioteca de Miskatonic, lo veía a menudo, siempre estudiando o trabajando hasta muy tarde. Intercambiamos saludos alguna vez, pero nada más.
Smith hizo una mueca, eso no era lo que esperaba oír.
—Bien. Entonces háblenos del libro.
Smith alzó en alto una bolsa cerrada herméticamente que contenía un tomo demacrado de cubierta negra. Por primera vez durante el interrogatorio, Graves mostró un atisbo de interés.
—¿Cómo llegó a sus manos?
—El doctor me lo dio.
Smith ladeó la cabeza y sus ojos azules de se hicieron finas rendijas. La expresión de Graves no cambió. Martin no se sentía especialmente inclinado a hablar, pero sabía que los detectives no iban a dar el brazo a torcer.
—Sucedió mientras hacía mis rondas habituales —empezó a narrar—. Era tarde, estábamos por cerrar. Llevaba un tiempo sin ver al doctor, así que me sorprendí al encontrarlo corriendo por los pasillos. Se veía... mal. Flaco, ojeroso, harapiento. Cuando me vio, corrió hacia mí, como si fuera la primera persona que veía en años. Me entregó el libro y me pidió... me rogó... que saliera de allí. Y luego...
Las palabras no consiguieron salir de los labios de Martin. Sintió como si su garganta se cerrara, afligida por emociones que hasta ese momento había preferido no enfrentar.
—Continúe, señor Walker —dijo Smith.
—Todo tembló. Pensé que era un terremoto, así que traté de sacarlo de allí, pero el doctor no dejó que lo moviera. Recuerdo lo que me dijo: "Ya no hay salvación para mí. Pero para el resto... para el resto puede que aún no sea demasiado tarde". La biblioteca se sacudió de nuevo, como si se derrumbara... Tuve que salir corriendo. Cuando me iba, alcancé a ver un atisbo de algo colosal surgiendo en el pasillo, algo que atacó al doctor. Fui un cobarde. Lo abandoné.
Smith dio un paso atrás y se frotó la cara con frustración. No iba a creerle, Martin lo sabía. Había oído a los paramédicos y los oficiales que arribaron en la escena: todos sospechaban que estaba inventando esa historia para encubrir el asesinato del doctor.
—El libro... ¿Lo leyó? —La voz de Graves se escuchó clara en el reducido cuarto. Era lo primero que decía en todo el interrogatorio.
Smith miró a su compañero con el ceño fruncido. Martin vaciló. Había encontrado una nota detrás de la portada escrita por el doctor, pero la había escondido de los detectives.
—No —mintió Martin.
Graves asintió con solemnidad. En menos de lo que dura un parpadeo, sacó una pistola y le disparó a Smith en el pecho antes de que pudiera reaccionar. El silenciador del arma redujo el estallido a un silbido sordo.
Smith se desplomó hacia atrás, golpeando estrepitosamente la pared, sus ojos abiertos por completo reflejando incredulidad y agonía.
—¿Por qué...?
Graves no le dejó terminar su pregunta. Completó la ejecución con un disparo limpio entre las cejas. Martin retrocedió por instinto, pero pronto el pánico se adueñó de su cuerpo, paralizándolo.
Graves alzó el libro a la altura de sus ojos, admirándolo como si se tratara de una majestuosa obra de arte.
—¿Tiene idea del tesoro que ha tenido delante todo este tiempo, señor Walker? No, claro que no. La ignorancia domina a los no iniciados.
El arma de Graves apuntó entonces al pecho de Martin.
—La Logia llevaba un tiempo siguiendo la investigación de Holloway. Cuando desapareció, creímos haberlo perdido. No imaginamos que él sería la causa de su propia perdición.
—No... ¡No! ¡No tengo nada que ver con esto! ¿Quieres el libro? ¡Llévatelo! ¡Solo déjame ir!
—Ah, precisamente, señor Walker. No tiene nada que ver con esto, pero ya ha visto demasiado. No puedo permitir que un no iniciado sobreviva con ese conocimiento, la Logia no me lo permitiría. Créame cuando le digo que no es personal.
Graves jaló el gatillo, y cuando Martin oyó el silbido ya era tarde. La bala se clavó en su pecho sin advertencia previa.
Martin sintió el ardor de la herida y la tibieza de su sangre derramándose. Se desplomó en el acto, escupiendo borbotones de líquido escarlata.
La nota que había escondido en su camisa cayó al suelo y Graves la alzó. La hojeó rápidamente, sonrió, y luego la echó al suelo junto a Martin, como un pedazo de basura. Mientras el aliento de vida escapaba de su cuerpo, el guardia la leyó por última vez.
"Si lees esto, sabrás que fallé. El libro que has abierto, en donde dejo esta nota, responde a la pregunta más antigua que se ha planteado. Debes destruirlo. No estamos listos para la respuesta. Jamás lo estaremos.
El libro me mostró el vacío insondable que rodea la creación, la entidad aberrante que ocupa su centro. Vi el universo contenido en sus infinitos ojos, galaxias enteras naciendo y extinguiéndose al son de sus latidos. En comparación, nuestras vidas son destellos exiguos en el abismo.
No somos nada. Solo Él es. Todo.
Destruye el libro, u olvídalo. Dios vive. Lo he despertado."
El arma de Graves silbó una última vez.
Y luego, se hizo la oscuridad.
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