El Concilio bajo el hielo
Vlanger, un maldito sin alma, estaba apoyado en una de las paredes de mineral naranja pulido. Odiaba verse obligado a acudir cada ecuenio a lo que consideraba una farsa.
—Míralos, festejando mientras dictan leyes sin sentido para un mundo que ya no nos pertenece —con cada palabra que pronunció exhaló un poco de humo rojizo.
Yameris, una ninfa, la única criatura del Concilio que el demonio toleraba, le ofreció una copa plateada repleta de una bebida burbujeante.
—Siempre refunfuñando, cuando dejaste de servir a las fuerzas del inframundo solo te pidieron que acudieras a cada Concilio.
Vlanger, el último demonio de un largo linaje, cogió la copa.
—Cada vez somos menos. Nos cazan. —Dio un trago y se secó los labios con los jirones de tela roja que le cubrían el brazo—. Desde que se abrieron las puertas y llegaron los primeros cazadores, solo se nos permitió defendernos una vez. —Apuró la copa y la dejó en la pequeña mesa que tenía al lado—. Si no hacemos algo, dentro de poco no quedaremos ninguno.
La ninfa suspiró.
—¿Sabes por qué nadie quiere saber nada de ti?
El demonio la miró de reojo.
—¿Por qué le arranqué el corazón al hijo del jefe de una tribu de minotauros?
Yameris se quedó pensativa unos segundos.
—Por eso también, pero la principal razón es porque estás obsesionado con que todos seremos cazados.
Vlanger observó a los ancianos líderes de las especies mágicas sentados alrededor de una gran mesa.
—Si solo es una obsesión, ¿por qué cada vez nos reunimos en lugares más remotos? Este palacio está en el fin del mundo, en la parte más inaccesible de la cordillera helada. —Sintió asco al ver a dos ancianos darse la mano y sonreír—. Lo que tendrían que hacer es permitirnos matar a los que nos cazan. Ojalá dictaran esa ley. —Dirigió la mirada hacia los ojos de la ninfa—. Así se habría evitado la masacre de tu tribu.
Yameris miró la parte de la estancia donde se encontraban sus hermanas y pensó en las que ya no estaban.
—Los dioses dictan el destino... —susurró.
Vlanger sintió el pesar de la ninfa, se apiadó de ella todo lo que le permitió su corazón oscuro, se cruzó de brazos y decidió permanecer en silencio lo que quedara de Concilio. Yameris volvió con sus hermanas y la larga noche eternizada por un conjuro continuó entre debates, festejos y festines.
Tras varias horas, un temblor sacudió el palacio, las paredes se agrietaron, parte del techo se desplomó y muchos seres mágicos acabaron aplastados.
Una nube de polvo se elevó, provocó tosidos y dificultó distinguir las figuras que tomaban posiciones en la estancia. Vlanger gruñó, conjuró el fuego del infierno alrededor de sus manos y forzó la vista para ver a través de la polvareda. Los humanos con armaduras doradas fundidas a la carne, melenas plateadas y ojos relucientes, lo llevaron a maldecir.
—Cazadores... —masculló mientras giraba un poco la cabeza para buscar a Yameris.
La ninfa trataba de socorrer a una de sus hermanas que quedó atrapada bajo los escombros. Estaba tan concentrada en rescatarla que no se dio cuenta de que se le acercaban.
—¡Yameris! —bramó Vlanger poco antes de que una hoja dorada se hundiera en la espalda de la ninfa.
El demonio corrió, elevó las manos para que una ráfaga de fuego del infierno apartara la nube de polvo y permitiera al resto ver lo que sucedía.
—¡Atacad! —gritó, al observar cómo la mayoría retrocedía para no combatir—. ¡Maldita sea, asesinan a vuestros hermanos y seguís obedeciendo la orden de no matar cazadores!
Un centauro miró a Vlanger, asintió y cogió una lanza. Algunas de las otras criaturas mágicas gritaron y cargaron. La extinción se había presentado a las puertas del Concilio, pero no morirían sin derramar sangre humana.
El demonio llegó a la parte de la estancia donde yacía Yameris, tumbada sobre un charco de sangre, con un hilo de vida que amenazaba con romperse.
El cazador que hirió a la ninfa lanzó la espada contra el demonio, pero Vlanger detuvo la hoja con la mano.
—¡Vas a sufrir! —soltó enfurecido—. ¡Cuando llegues al infierno mis hermanos te estarán esperando! —Propagó las llamas por el arma y calcinó el brazo del cazador—. ¡Recordarás mi cara toda la eternidad!
Vlanger sujetó la cabeza del cazador, la envolvió en llamas y escuchó con deleite los gritos hasta que el cráneo se convirtió en ceniza. Echó la vista un instante hacia atrás, los seres mágicos luchaban contra los humanos convertidos en armas místicas tras atravesar las puertas a otros mundos. Dirigió la mirada hacia Yameris, dio unos pasos hasta quedar a su lado y se agachó.
—Vlanger —susurró la ninfa con una voz que se consumía mientras el demonio ponía la palma sobre la herida y trataba de sanarla—. No hay nada que hacer, es acero de Plangart, del otro mundo.
Mientras el ruido de las armas al chocar las unas contra las otras resonaba con fuerza en la estancia, Vlanger retiró la mano del pecho de Yameris decepcionado por no conseguir más que aliviar el dolor.
—No tenía que haber pasado —susurró.
Yameris lo miró con una sonrisa triste dibujada en el rostro.
—Tenías razón... Siempre la tuviste... Tendríamos que haber atacado...
Vlanger permaneció al lado de la ninfa hasta que la mirada de Yameris se apagó. Le cerró los ojos y se levantó para clamar venganza, para que lo supervivientes se le unieran en una guerra contra la humanidad.
Mientras los seres mágicos corearon su nombre, él miró una última vez a la ninfa.
—Lo siento... —susurró—. No tenían que derruir el palacio... Lo preparé para que atacaran por la otra entrada...
El cuerpo sin vida de lo más parecido a una amiga que había tenido quedó grabado en su mente. Su traición le dio la guerra y la victoria, pero lo envolvió aún más en las tinieblas. Nunca fue capaz de saciar su venganza.
Relato ganador del desafío "El Concilio de los Ocultos" organizado por WattpadFantasiaES
Audiolibro creado por DanielaCriadoNavarro
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