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El futuro de Goobishen Prime

"El vacío, el frío y negro vacío, demasiado solitario, claustrofóbico y siniestro. Como un espejo negro que refleja la oscuridad del alma, la negrura entre las galaxias infecta tu mente y te conduce a la demencia. Es un parásito en busca de un huésped que corromper."

                                                        Versículo once de "La vida está muerta".


Ciclo cuatrocientos cincuenta y ocho tras la caída

Ariesthe había perdido la cuenta de las veces que se adentró en las estructuras en busca de respuestas. Las construcciones permanecían como un recuerdo muerto de lo sucedido, pero no eran capaces más que de dar un poco de información de sus creadores. La mayoría flotaban en el espacio sin energía, como inmensos ataúdes de metal congelados, y las pocas que conservaban un poco de carga energética activaban la autodestrucción pasados unos minutos desde que ella comenzara a acceder a los sistemas.

Casi había perdido la esperanza. Casi.

Aproximación en proceso. —La voz robótica se oyó a través de los altavoces de la cámara de vacío—. Iniciando secuencia de acople.

Una pantalla mostró la cercanía a la inmensa placa de metal azulado que componía la parte más externa de la estructura. Ariesthe, la capitana de la última nave operativa de la flota terrestre, se colocó el casco y presurizó el traje al mismo tiempo que vaciaba el aire de la sala. Tocó el cierre exterior, la compuerta se abrió y quedó a la vista una de las caras de la construcción.

—¿El escáner da los mismos resultados? —preguntó mientras se acercaba al puente de energía que se proyectaba desde la nave hasta la estructura—. ¿Continúa la radiación de fondo alterada?

Ariesthe pisó la lámina energética que conducía hacia la construcción, sintió la atracción en forma de un pequeño tirón en la suela, notó la seguridad del puente de energía y empezó a caminar. Las potentes luces que proyectaba su nave creaban un tenue brillo azul en la aleación de la estructura.

La distorsión se mantiene al mismo nivel. —La respuesta se oyó a través del sistema de comunicación interno del traje espacial—. Los picos se intensifican y las fluctuaciones van a más.

Ariesthe se detuvo a poco más de un metro de la construcción y alternó la mirada entre el metal azul y una pequeña pantalla acoplada al antebrazo. Esperó hasta que bajaron los niveles que le mostraba el escáner, dio un paso, acercó la mano a la estructura, puso el guante sobre ella y sintió un calor recorrerle el brazo.

—Esta vez no saldré sin respuestas —susurró al mismo tiempo que un resplandor verdoso le rodeaba los dedos y se expandía por el metal azul.

Una parte de la gruesa placa azulada se descompuso en pequeñas piezas cuadradas que temblaron, se separaron de la construcción y crearon una entrada. Antes de avanzar, Ariesthe activó los proyectores de luz del casco y se asomó para ver el interior. Tuvo que ponerse de lado para adentrarse, el orificio era más alto que ancho. La placa se recompuso tras su paso, las pequeñas piezas se volvieron a unir y sellaron la abertura.

—Esto es nuevo... —susurró mientras ojeaba la pantalla acoplada al antebrazo.

Echó la vista hacia delante y observó el largo pasillo y las diminutas burbujas gelatinosas que se mantenían estáticas en el aire. Cogió una, la presionó con los dedos y vio cómo se trasformaba en ceniza. Movió la mano, tocó varias y una lluvia de polvo gris descendió hacia el suelo.

La fluctuaci... se... interru... —El ruido de fondo saturó la transmisión.

Ariesthe desactivó el comunicador, giró un poco la cabeza y ojeó una cascada de líquido marrón recorrer la pared de metal. Un pálpito se apoderó de ella, sintió que había acertado cuando creyó que esa construcción era diferente.

—He venido aquí para obtener respuestas... —Pasó la mano por la pistola enfundada cerca de la cintura—. Y no me voy a ir sin ellas.

Caminó a paso ligero por el pasillo repleto de burbujas viscosas y creó una lluvia de ceniza con su avance. No se detuvo hasta alcanzar una gran estancia repleta de inmensas estalagmitas de un mineral verdoso. Las observó unos instantes antes de bordearlas y moverse por los pequeños espacios que había entre ellas.

—Vamos, un poco más —masculló, antes de agacharse para recorrer los últimos metros.

Un hedor a descomposición burló el aislamiento del traje. Mientras el tacto gélido de unas yemas recorrió la nuca de la capitana, las arcadas se apoderaron de Ariesthe.

—Otra vez con vuestros juegos... —susurró, tras apretar los dientes, acelerar la marcha y dejar atrás las estalactitas invertidas.

Una fuerte ráfaga de viento sopló y descompuso las estalagmitas tras agrietarlas y convertirlas en polvo. Las paredes de la estancia se desvanecieron y la oscuridad se impuso. Las luces del casco de Ariesthe perdieron fuerza, titilaron y se apagaron.

—Esta vez no me iré con las manos vacías —masculló y desenfundó la pistola.

Macabros sollozos se escucharon provenientes de todas direcciones mientras la temperatura descendía. La luces del casco crearon tenues fogonazos y mostraron una silueta moverse por las sombras. Ariesthe pasó la mano por el visor para limpiarlo de escarcha.

—¡Mostraos! —bramó.

Abrió fuego varias veces, las balas cargadas con energía se detuvieron en el aire y emitieron fuertes brillos. La capitana tuvo que cubrir el visor con el antebrazo, inclinar la cabeza y cerrar los ojos.

Algunos rugidos, que sonaron cerca de ella, la llevaron a volver a disparar. No fue capaz de ver dónde apuntaba, pero no dejó de apretar el gatillo hasta que cesó el resplandor de las balas detenidas en el aire.

Una lámina de cristal rojo, que vibró y zumbó antes de convertirse en una fina capa de tenue energía, se elevó cerca de ella. Ariesthe enfundó el arma mientras se creaba un portal a una zona más profunda de la estructura.

Caminó despacio, cruzó y alcanzó una gran sala. A varios metros alrededor de ella, había multitud de gigantescas cápsulas de estasis rotas. Los seres que las ocupaban, algo descompuestos, aún mantenían expresiones de agonía.

—¿Qué os pasó? —preguntó con un susurro al mismo tiempo que se giraba despacio para ver bien los grandes cadáveres.

Los huesos que sobresalían de la carne putrefacta se habían petrificado y emitían débiles fulgores rojizos. Tras la extinción, era la primera vez que Ariesthe encontraba un resto de vida. En su búsqueda de las estructuras por el universo, no halló más que el polvo remanente de la desintegración de los seres vivos.

—¿Por qué vinisteis? —Caminó hasta quedar al lado de un cristal rojizo flotante que giraba despacio—. ¿Por qué acabasteis con nosotros? —Observó a uno de los seres que estaba tirado sobre una de las placas de metal del suelo—. ¿Por qué no os quedasteis en vuestro universo?

La visión del cráneo del ser convertido en roca, que quedaba a la vista a través de los desgarros en la carne, la llevó a recordar la muerte de sus compañeros. Los gritos mientras los cuerpos de la tripulación se convertían en polvo resonaron de nuevo y el dolor, la culpa y la angustia, se abrieron paso para atormentarla.

Inspiró con fuerza, desenfundó la pistola, apretó los dientes y disparó varias veces al cadáver. No le dio tiempo a aligerar el peso de la culpabilidad, el cristal flotante brilló y una luz rojiza la traspasó. La visión se le nubló, notó unos leves pinchazos en las cuencas y se vio obligada a cerrar los ojos.

—Arier... —La voz, gutural, desgarrada, emitida por algo muy antiguo, se escuchó con fuerza por la sala—. Estheret.. Ariores... Aerite... —las palabras fueron pronunciadas muy despacio—. Aeurto... Riesth... Iester... Ariesthe...

La capitana se giró, abrió los ojos y llegó a ver de forma borrosa cómo del cristal flotante terminaba de emerger una neblina roja. La fina bruma se condensó hasta tornarse sólida, replicar a Ariesthe y crear una doble.

—¡¿Qué eres?! —preguntó la capitana, después de apuntar con la pistola a la frente del ser que la había duplicado.

La réplica se miró la palma, se pasó las puntas de los dedos por la mejilla y experimentó cierto placer. Inspiró despacio, movió la mano y el arma se convirtió en polvo.

—Soy tú —contestó, antes girar la cabeza y observar los cadáveres gigantescos—. Soy ellos. —Volvió a mirar a la capitana—. Soy todo.

Ariesthe tenía delante lo que siempre había buscado, la respuesta a sus preguntas. La estructura en la que se encontraba, la primera que apareció en el universo, escondía el origen del misterio de la extinción.

—¡Tú no eres yo! —espetó, sin miedo, encarándose con su doble—. ¡Tú eres cosa de ellos! ¡De los que destruyeron mi mundo!

La réplica permaneció en silencio unos instantes mientras examinaba a la capitana. Alzó la mano, apretó el puño y Ariesthe cayó de rodillas.

—Mundo —repitió, antes de caminar hacia la capitana y quitarle el casco—-. Tierra.

Ariesthe luchó por respirar la atmósfera envenenada, pero tan solo logró sentir como si cientos de cuchillas se adentraran en su garganta, la rajaran y fueran hacia los pulmones a proseguir los cortes. La réplica, que observó los estertores con mucha curiosidad, abrió la boca y expulsó una niebla cargada de partículas negras brillantes que penetró en el cuerpo de Ariesthe a través de la boca, la nariz y los oídos.

Los tosidos de la capitana dieron paso a respiraciones profundas. La réplica prestó atención a los jadeos hasta que desaparecieron.

—Vida —pronunció con cierta fascinación.

Ariesthe la miró a los ojos con desprecio.

—La vida la destruyeron tus amos. —La señaló—. Vinisteis para arrasar los mundos.

La réplica ladeó un poco la cabeza hacia la derecha y dirigió la mirada hacia uno de los cadáveres gigantes.

—Siervos. —Los ojos le brillaron con un fulgor carmesí—. Ellos eran siervos —Miró a la capitana—. Eran mis siervos.

Ariesthe observó las cápsulas, los cuerpos podridos y comprendió qué había pasado.

—Tú los usaste. —Miró el rostro de la réplica—. Los mataste y los usaste.

La doble de la capitana, cerró los ojos y su cuerpo brilló con un tenue fulgor rojizo.

—Ya estaban muertos. —La réplica abrió los párpados, se miró las manos, movió los dedos y sintió por completo la esencia humana—. La vida está muerta.

Ariesthe trató de levantarse, pero fue incapaz de separar las rodillas de las placas de metal.

—La vida está muerta porque tú has acabado con ella —soltó con rabia.

La réplica miró a la capitana con indiferencia.

—Ni en cien vidas comprenderías la obra del Goobishen Prime. La sabiduría que se encierra en sus actos.

La ira tensó las facciones de Ariesthe.

—¿Sabiduría? —Apretó los dientes—. ¿Acabar con la vida del universo encierra sabiduría?

Durante unos segundos, la réplica guardó silencio.

—No del universo, de los universos. —Se acercó a la capitana y le tocó las sienes—. Pronto entenderás tu papel.

Mientras las venas del cuello y la cara se le hinchaban, Ariesthe gritó y revivió cada instante de su vida: los balbuceos, los primeros pasos, el amor de sus padres, el primer beso que le dio a la pareja que tuvo en la academia militar, las diferentes naves en las que sirvió y las caras de sus compañeros. Los recuerdos sucedieron a cámara lenta y los segundos parecieron volverse eternos.

—El Goobishen Prime te usará, como usó a otros antes que a ti y usará a más después de ti —pronunció la réplica mientras se trasformaba en niebla y se adentraba en la capitana a través de los poros.

La cabeza de Ariesthe cayó y un último grito escapó antes de que se completara la unión. El cuerpo, a merced del Goobishen Prime, se levantó. A paso lento, con la mente fija en la próxima realidad que debía ser purgada, el ser caminó hacia la nave al mismo tiempo que la estructura comenzaba a convertirse en polvo.

Aunque Ariesthe lo descubriera demasiado tarde, la vida siempre estuvo muerta.

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