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CUENTO +Placer Laura+

Esto sucedió en una fabrica de pan. No se sabe cuando ni como, pero había una chica allí trabajando mientras que su familia, viviendo prácticamente al otro lado del mundo, le mandaba a veces cartas a sus padres, quienes con ansias esperaban pacíficamente, aunque siempre con cierta incertidumbre a que su hija les mandase una anécdota graciosa o un buen augurio.
La chica tenía un hermoso cabello de colores rojizos, dorados y castaños, era como ver la tierra repleta de hojas que terminaban su ciclo de vida y reposaban dejándose caer al suelo, con un leve empujón del viento de otoño, mezclándose entre ellas mientras el viento las movía lentamente.
Sus ojos eran hermosos, era como ver un par de aceitunas brillantes, uniformes y vivas. Su tez, pálida como la tiza, tenía manchones de un rojizo punteo, como pecas. Sus labios eran secos, pero que daban la impresión de haber sido hermosos antes. Todo ello se marchitaba con el paso de los años, trabajando y trabajando sin parar, por un buen futuro y sonreír, descansar y poder soñar en vida, en los tiempos venideros.
Sin embargo, las cosas no parecían ir mejor. Llego el punto en que sus padres se tardaban mucho tiempo en responder, hasta que, un día de la nada, luego un mes y al final, un año entero, dejaron de siquiera dar señales de estar allí.
Ella, si bien estaba preocupada por ellos, no podía hacer nada, ni siquiera saber de su paradero. Se quedaba día y noche acomodando muchos tipos de panes, viendo que fueran esponjosos y tuvieran la textura deseada.
Lo único que la mantenía con vida era saber que su jefe, un señor muy amable y cordial, le dejaba dormir en un pequeño cuarto vacío, frio y oscuro de la fabrica, el cual era un confortable dormitorio. Allí, con algunas mantas para cubrir contra el suelo y por encima, para taparse bien, una lampara diminuta, y una cajita de metal, donde guardaba su dinero, descansaba tranquilamente la jovencita.
Su jefe sabía su situación, por lo que siempre le ayudaba con un poco de paga extra, le dejaba dormir en la fabrica, a veces podía comer pan y le guardaba su cajita metálica donde ahorraba para tal vez, algún día tal vez, dejar ese empleo o ver a su familia, una vez más.
Era el sueño más profundo de la joven, quien jamás se supo cual era su nombre verdadero. Muchas veces solo le decían jovencita, niña o pelirroja. Jamás tuvo un nombre real o siquiera se supo del suyo. La única persona que sabía de su nombre verdadero era el jefe de la fabrica.
Los días pasaron, aun sin noticias de sus padres, quienes dejaron de escribirle cartas. Y en corto y perezoso, el invierno llegó. La pequeña joven seguía durmiendo en el cuarto pequeño, oscuro y frio, pero cada vez se hacía más frio, y la lampara menos útil.
Los demás empleados de la fabrica decidieron festejar con sus familias la víspera de navidad y año nuevo. El jefe estaba de acuerdo, y pensó en dejar la fabrica durante dos meses enteros, abriendo hasta febrero. Le preguntó a la chica si quería pasar la navidad con él y su familia, que su esposa preparaba un deliciosa sopa de carne con especias y su hijo traería un juego nuevo de luces navideñas para ponerlas en su casa. Ella decidió negarse, puesto a que, para bien o para mal, la fabrica era su casa, su hogar.
EL jefe, algo nervioso pero conmovido y empático con la pequeña joven, le dio las llaves de una pequeña puerta que había en la fabrica. De ella podía salir, no sin antes ponerse una chaqueta y más ropa caliente para ir a la casa de su jefe, quien vivía a unas calles cerca de la misma fabrica. Ella agradeció el gesto y abrazó al señor, quien también la abrazó y le dijo, acariciando su frente, que la quería mucho, como una hija, que se cuidara y que cuando quisiera, podría ir a visitarlos.
En el momento que el jefe dejó la fabrica y la joven se había quedado sola en ella, simplemente tomó algo de ropa caliente, que le había dejado su jefe, y salió hacia la calle, que no había visto jamás en su vida. Solo conocía la fabrica de arriba a abajo, pero nunca había visto el exterior.
Su único contacto con el mismo era la pálida luz que emitía el sol desde el pequeño domo de la fabrica, el cual alumbraba, aunque poco, a las maquinas mezcladoras y los hornos, de un edificio completamente iluminado por bombillas eléctricas.
Mirando el exterior con un poco de dolor en sus ojos, ya que el firmamento del mediodía la encandilaba, fue acostumbrándose a la luz del día, mientras veía todo a su alrededor. Muchos otros edificios, pequeños, tiendas con adornos navideños y un intenso olor a agua de lluvia. Era extrañamente pacifico sentirse normal o ver el mundo normal por primera vez. Fue un golpe hermoso para ella ver todo a su alrededor. Sin embargo, cuando vio pasar un camión en la calle, corriendo a máxima velocidad y haciendo mucho ruido, decidió meterse corriendo, de nuevo, a la fabrica.
Cada vez más, sus miedos más profundos a lo desconocido la inundaban en su mente, tal cual como no saber de sus padres.
Todo ello, asustada, se sentó en el suelo de la fabrica, y empezó a lagrimear de lo hermoso, extraño y a su vez, aterrador que era el mundo que tenía y siempre tuvo afuera de lo que era su mundo, la fabrica.
Los últimos recuerdos que había tenido de sus padres fueron cuando ella, siendo una bebé, iba con sus padres viajando en un camión, el cual iba demasiado rápido como para ver lo que había enfrente. De allí en más no recuerda más que manchas borrosas en lo más profundo de su mente, pero siempre que regresaba esa memoria, algo en ella se rompía, lloraba y se sentía vacía por dentro. No sabía como explicarlo, sin embargo sucedía todo el tiempo y era...extraño.
Con los ojos rojos por la tristeza, la chica volvió a mirar hacia el pequeño domo del techo, el cual alumbraba una pequeña mesa, en la cual había harina, azúcar, miel y un pequeño contenedor, con una cuchara.
Ella sabía que sus padres no le mandarían más cartas, quizá por estar muy ocupados, pero siempre tenían mucho tiempo para comer, y nunca negarían un pan de regalo. Aun más, con lo que leía en sus cartas, cuando era suave y esponjoso.
Así que, dejando de sentirse triste, y tomando impulso para salir adelante, fue hacia la mesa y empezó a crear la masa de pan, para formar un hermoso bollo. Este tendría nueces y pasas, que eran lo que sus padres amaban, y siempre repetían en sus cartas.
Por lo que, primero preparó la masa, y dejó reposarla para que creciera su tamaño. No obstante, recordó que tenía que ir por las pasas y las nueces, así que, tomando algo de dinero de su caja metálica, fue hacia el exterior. Aunque no sabía nada del mundo de afuera, sabía lo básico sobre comprar cosas, y en que lugares debía ir, sin embargo, no sabía como eran esos lugares. Su jefe siempre le contaba todo lo que hacía y a que lugares iba cuando recurría de alguna ayuda, nuevos ingredientes o las nuevas recetas que causaban sensación a la multitud, que amaban como nadie los panes de la fabrica.
Ya estando afuera, pudo ver por fin el nombre de la fabrica.
Su nombre era "Pequeño placer", con la leyenda "para descansar y gozar un momento"
Los panes de pequeño placer, sabiendo su nombre, eran los que siempre se habían hecho, con amor y dedicación, para conservar su calidad y genuino estilo.
Después, cruzó la calle, fijándose de que nada fuera hacia ella, y logró ir a la siguiente banqueta, que tenía frente a ella una tienda. El letrero lo decía todo y entró, no sin antes sufrir un corte, algo profundo, de una reja oxidada, en su pierna izquierda. No le prestó atención y entró a la tienda. Era un lugar, aunque pequeño, llamativo en todos los sentidos. Buscó y buscó en los estantes nueces y pasas, las cuales parecían escasear durante estas fechas. Fue hacia el mostrador con un par de bolsas de cada una de las pequeños detalles y los pagó. Al parecer, no fue mucho problema volver a la fabrica, de hecho, era algo que esperaba ansiosamente.
Ya estando adentro, fue hacia la mesa, tomando las pasas y las nueces y mezclándolas con la masa, que había triplicado su tamaño.
En lo que hacía el pan, notó que su pierna había dejado un rastro de oscura, espesa y algo verdosa sangre. Miró su pierna y esta, al parecer, se estaba hinchando, y derramando líquidos extraños con sangre, por la misma cortada que se había hecho. Pero ello no tenía sentido, pues se había cortado hace poco. Era como si se estuviera pudriendo rápidamente su carne.
No obstante, debía seguir.
Tras haber extendido la masa y haberle puesto las pasas y las nueces, se dio cuenta que eran muy pocas, por lo que volvió a salir a la calle, tomando un poco más de dinero para comprar otras dos bolsas. Por accidente, al regresar hacia la fabrica, notó que también se había cortado la otra pierna y que su pierna izquierda tenía la piel desprendida, caída, con el musculo negruzco y flácido. Pero eso no la detuvo y entró hacia la fabrica, donde dejó charcos y charcos de sangre mientras caminaba.
Mientras agregaba más pasas y nueces a la mezcla, a su vez que la colocaba en un recipiente mas extenso, notó que su pierna izquierda era prácticamente una pierna muerta y su otra pierna estaba casi igual. Con el paso de los minutos, caminar era insoportable, y no tuvo otra opción que sentarse en el suelo y cortarse sus piernas. Solo cortó desde la rodilla hacia abajo, puesto a que arriba seguían como siempre, pero el paso del cuchillo en su piel, luego al musculo y finalizando con los nervios y los huesos fue sumamente tortuoso.
Al final, dejó en lo más lejano aquellos trozos de carne putrefacta y continuó haciendo el pan para sus padres.
Ahora tenía que usar un carrito de compras, el que usaba los trabajadores para traer ingredientes o algunos materiales de repostería.
Se subió, con trabajo, allí y con eso podía moverse y llevar el pan hacia el horno donde lo dejó calentarse durante unos minutos a una temperatura alta. Mientras eso ocurría, veía afuera como el pan se inflaba y después se soltaba, dejando expuestas las nueces y las pasas.
Tras sacar el pan del horno con guantes y dejarlo en la mesa, fue hacia una bolsa de celofán, lo guardó y lo amarró, para dejarlo conservado, no sin antes, cortar una rebanada y probar el pan. Era delicioso y se notaba el amor que tenía por sus padres allí.
Con todo ello, y tras guardarlo y sellarlo, fue por papel y una pluma para escribir una carta.
Tras haberla escrito, dejó la carta guardada debajo del pan, en un sobre, se fue hacia su habitación a descansar, donde en corto y perezoso, durmió y perdió el conocimiento.
Los dos meses pasaron y los empleados volvieron a la fabrica. EL jefe había abierto la misma y se encontró con un suelo sucio, con sangre seca y otras cosas en el mismo. En una esquina de la fabrica, a un par de huesos llenos de pocos trozos secos y olorosos de piel caída.
Y en la mesa, cuando dejó de prestarle atención a todo, vio un pan, mohoso, con una carta debajo.
EL jefe, más que enojado, estaba asustado, y siguió el corto rastro de sangre que había de la mesa hacia el pequeño cuarto oscuro y frio, donde reposaba la jovencita pelirroja.
Al momento de abrir la puerta, un aire con un olor desagradable lo golpeó en el rostro y vio, frente a él, un cadáver con carne caída, ropa desgastada y con las piernas amputadas. Sin embargo, con una melena brillante, rojiza de tonos dorados y castaños.
El señor no pudo hacer más que llorar y arrodillarse, lamentado de no haberla llevado con él.
Pasaron los´días i, aunque el cuerpo muerto de la jovencita había sido reconstruido con maquillaje y algo de arcilla para su funeral, y hacerla ver más bella que nada, no se presentó nadie de la familia al funeral. Al parecer la chica no tenía padres y sus cartas eran contestadas por dios sabe quien y eran su única ilusión en su vida. Sin embargo, antes de morir, dejó a la fabrica el más delicioso manjar de nueces y pasas como su ultima carta de agradecimiento a la fabrica, quien vendió más de su nuevo producto "placer Laura", el cual era el nombre de la chica.
Volvió a transcurrir un año y la fabrica tenía que cerrar, pero el jefe, antes de irse y dejarla abandonada, entró al pequeño cuarto donde la joven Laura descansaba y sentía felicidad indescriptible por el mañana. Allí, además de las viejas mantas y el carrito de supermercado con su viejo uniforme y una fotografía de ella en la pared, había una nota con la receta secreta del pan y a su vez, a lado, estaba la carta de Laura a sus padres.
Por curiosidad, el jefe entró y leyó la carta.
ésta, decía lo siguiente.

Jamás los he vuelto a ver, durante todo lo que he tenido por vida, en mi hermoso hogar, esta fabrica. De todo corazón les entrego este presente por el tiempo que tanto me han regalado dejándome aquí, a cargo de mi jefe, un cariñoso señor que me cuida como su hija y que jamás podré pagarle, y de grandes amigos que he tenido aquí.
A veces, llegan las noches y quiero llorar silenciosamente, por la nostalgia y la nerviosa sensación de no ver a quienes tanto amo una vez más.
Este pan, que he hecho con lagrimas de tristeza y de felicidad, se los entrego como mi mas grande abrazo para que jamás lo olviden y sepan que, aunque todo sea triste, hay alguien que siempre los querrá.
Con el amor mas honesto y siempre fuerte.

Laura.

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