Capitulo II
Capítulo 5: El Vendaval de la Ira
La travesía de Belladona la condujo inexorablemente al quinto círculo del infierno, un dominio de tormento y furia que se manifestaba como un reflejo sombrío de los pecados mortales. En este reino de ira desenfrenada, las almas condenadas se debatían en un fango espeso, hundiéndose en la oscuridad de sus propias emociones violentas.
Las figuras retorcidas en la penumbra parecían consumidas por una rabia inextinguible. Golpeaban sus cabezas, arrancaban sus dientes y rasgaban su carne en un acto de autodestrucción que reflejaba su tormento interior. Belladona observó con horror cómo las almas se retorcían en medio del fango, atrapadas en un ciclo eterno de ira que las envolvía como un torbellino.
No pasó mucho tiempo antes de que la ira misma se dirigiera hacia Belladona. Algunas almas, cuyos ojos brillaban con una furia demoníaca, intentaron tomarla como si fueran garras desesperadas. Sus manos se cerraron en su dirección, arrancando pedazos de piel con facilidad y llenando el aire con alaridos de agonía y enojo. Belladona resistió con valentía, pateando manos y esquivando cabezas en un intento desesperado por protegerse.
La lucha por avanzar se convirtió en una batalla contra el torrente de la ira que amenazaba con arrastrarla. Cada paso era un desafío, cada avance un acto de resistencia contra las emociones turbulentas que parecían querer engullirla. Con cada esfuerzo, Belladona se adentraba más en el caos, su determinación guiándola a través de las tinieblas del quinto círculo.
Finalmente, con un último esfuerzo, Belladona logró liberarse de las garras de la ira que la rodeaba. Sus ropas estaban rasgadas, su piel marcada por las garras de las almas en pena, pero su espíritu seguía incólume. Con la ira rugiendo a su espalda y el camino hacia el sexto círculo extendiéndose ante ella, avanzó con una mezcla de agotamiento y determinación.
El siguiente desafío aguardaba, y Belladona estaba dispuesta a enfrentarlo con la misma valentía que había mostrado en cada etapa de su travesía. Con cada paso, su amor por Yadiel arrojaba una luz brillante en medio de la oscuridad infernal, guiándola a través de los abismos de pecado y tormento hacia un destino que solo los designios del inframundo conocían.
Capítulo 6: El Laberinto de la Herejía
El camino de Belladona la condujo al umbral del sexto círculo del infierno, un reino siniestro que se alzaba en las sombras como una ciudad en ruinas. Muros decrépitos se elevaban a su alrededor, una prisión de condena eterna vigilada por una multitud de diablos acechantes. Entre las sombras, las furias Megera, Alecto y Tisífone se alzaban como guardianas del tormento, espíritus de la venganza que mantenían la oscura autoridad de este reino.
En este laberinto de la herejía, Belladona se encontró en una encrucijada de creencias y dogmas. Aquí, las almas condenadas eran castigadas por persistir en desafiar las enseñanzas y la autoridad de la Iglesia. La violación de los preceptos sagrados les había llevado a este lugar donde la confusión y la desesperación reinaban como señores implacables.
Un demonio, su guía en esta etapa del viaje, se adelantó y tomó los brazos de Belladona con firmeza. A medida que avanzaban, el aire se llenó de lamentos y susurros angustiantes. La tierra misma parecía gemir bajo el peso de las almas condenadas que yacían en sepulcros destapados, atrapadas en un tormento perpetuo.
Los sepulcros, en su quietud macabra, escondían a los herejes, cuyos rostros reflejaban una mezcla de desafío y derrota. Sus voces resonaban en el aire, un coro de argumentos heréticos y desafíos a la autoridad que una vez habían abrazado. Belladona caminó sobre sus cuerpos y palabras, su mente girando en un torbellino de cuestionamientos y dudas.
Las furias, con ojos penetrantes y gestos amenazantes, observaban cada paso de Belladona mientras avanzaba en este laberinto de creencias y desconfianza. El demonio la llevó a través de los pasillos retorcidos de esta ciudad infernal, donde la verdad y la mentira parecían entrelazarse en un baile maldito. Belladona se vio tentada por la confusión, pero su amor por Yadiel actuaba como un faro en medio de la tormenta.
El demonio la condujo al corazón de la ciudad, donde la presencia de las furias se intensificó. Aquí, en medio de la condena de los herejes, Belladona enfrentó una elección que resonaría en los ecos de la eternidad. El destino de Yadiel, su amado, estaba en juego, y su devoción enfrentaría su prueba más dura hasta ahora.
La batalla contra la herejía y la incertidumbre solo se intensificaría a medida que Belladona avanzara en su travesía. El amor y la lealtad serían sus aliados en esta lucha desesperada por liberar a Yadiel de las garras del infierno. Con cada paso, cada elección, su coraje se forjaría en la fragua ardiente de este laberinto maldito.
Capítulo 7: La Danza de la Violencia
El séptimo círculo del infierno se reveló como un festín de atrocidades inimaginables. Belladona, en su valiente búsqueda por salvar a Yadiel, se encontró en medio de esta pesadilla de violencia desencadenada. Abrió los ojos y se vio enfrentando a un minotauro imponente, cuyos cuernos aterradores parecían desafiar la mismísima existencia.
Con un impulso impactante, el minotauro la empujó hacia los tres anillos que dividían este círculo de tortura. El corazón de Belladona latía con una mezcla de terror y determinación mientras observaba los cuernos pavorosos de la bestia que se cernía sobre ella.
Cada anillo era una dimensión de sufrimiento única. En el primero, Belladona cayó en un río de sangre hirviente, pero a diferencia de los pecadores, se hundió como si una fuerza invisible cargara su cuerpo con un peso insuperable. La sangre ardiente laceró su piel y quemó su ser, pero su voluntad inquebrantable la mantuvo avanzando.
En el segundo anillo, todavía empapada en sangre, Belladona enfrentó una tortura aún más retorcida. Árboles mundanos, animados por una voluntad maligna, la rodearon y comenzaron a carcomer su piel con piquetes de espinas afiladas. Cada mordisco era un tormento agónico que arrancaba gritos de su garganta, pero su mente seguía fija en su objetivo.
El tercer anillo la recibió con una lluvia de llamas, un diluvio de fuego que quemó desde su piel hasta la raíz de su cabello. La intensidad del calor y el dolor amenazaban con consumirla por completo, pero Belladona se mantuvo en pie, una antorcha humana desafiando el infierno mismo.
A su lado, el demonio que la acompañaba no ofreció ayuda, pero en un acto de sutil ironía, le otorgó una maldición compartida con los pecadores: la incapacidad de morir, incluso en medio de las torturas más atroces. La inmortalidad forjada en el crisol de sufrimiento se convirtió en una fuente de fuerza, permitiéndole resistir la violencia desencadenada contra ella.
A medida que avanzaba a través de los anillos, Belladona sintió que su cuerpo y su mente se fracturaban bajo el peso de la violencia. Pero en cada paso, en cada tormento, su amor por Yadiel actuaba como un faro, guiándola a través del maelstrom de sufrimiento hacia la esperanza y la redención.
El séptimo círculo la sumergió en un torbellino de brutalidad, pero también la fortaleció de maneras inesperadas. Con cada tortura soportada, su determinación creció más feroz y su coraje más inquebrantable. Ahora, mientras se preparaba para enfrentar los desafíos que el infierno aún tenía por revelar, Belladona estaba dispuesta a soportar cualquier tormento en su búsqueda por liberar a Yadiel y encontrar la redención.
Capítulo 8: El Torbellino del Fraude
El octavo círculo del infierno se abrió ante Belladona como un abismo insondable, una caída libre hacia la "fosa de los malvados", un lugar de engaño y traición que acechaba en las profundidades del inframundo. En este reino de fraude y perfidia, cada paso que daba resonaba con las maquinaciones de los condenados que se retorcían en su tormento.
Como en los círculos anteriores, Belladona se sumió en la oscuridad descendiendo en una espiral de desesperación. La caída era un símbolo de su propia travesía a través de las capas de pecado y corrupción. En medio de la caída libre, el tiempo parecía dilatarse y contraerse, y el eco de las voces torturadas y las risas malévolas reverberaba en su mente.
Siete días completos pasaron en esta caída interminable, un tormento que ablandaba su espíritu y agotaba su fuerza. Las lágrimas que brotaban de sus ojos se secaron en su piel, dejando una capa de sal sobre su rostro y cuerpo. La sensación de deshumanización la envolvía, amenazando con romper la última fibra de su voluntad.
En los momentos finales antes de rendirse por completo a la desesperación de los condenados, una luz surgió en el vacío. Era la voz de su amado, una melodía que vibraba en cada célula de su piel y la envolvía con un calor celestial. Las palabras de Yadiel se convirtieron en un ancla que la arrancó de la espiral descendente y la devolvió a la realidad distorsionada del octavo círculo.
La voz de Yadiel actuó como un faro en la oscuridad, un recordatorio de su propósito y su amor. A medida que la luz lo llenaba todo, Belladona experimentó una sensación de renovada fuerza y determinación. Sus músculos tensos se relajaron y su mente se aclaró, permitiéndole concentrarse en el desafío que aún la esperaba.
El fraude y la traición, los pilares de este círculo infernal, no podrían disuadir a Belladona de su objetivo. Con la voz de su amado resonando en su corazón, se preparó para enfrentar los engaños que se interpondrían en su camino y desentrañar las trampas que aguardaban en su búsqueda por liberar a Yadiel y encontrar la redención en medio de esta maraña retorcida de maldad.
El octavo círculo la empujó a nuevos límites de resistencia y determinación, pero Belladona estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío que el infierno lanzara contra ella. Con cada paso, con cada respiración, avanzaba hacia lo desconocido, lista para descubrir los secretos ocultos en la oscuridad y llevar a cabo su misión a pesar de los horrores que la rodeaban.
Capítulo 9: El Pacto de Traición
El noveno círculo del infierno se desplegó ante Belladona como un remolino de pesares y traiciones, un lugar donde la deslealtad se manifestaba en toda su vileza. Aunque no estuviera muerta, su traición a Dios era tan repudiable como los pecados que habían conducido a los condenados a este reino de condena eterna. En este círculo de traición, Belladona enfrentaría la última y más dolorosa de las pruebas que el infierno tenía reservadas.
En su descenso hacia la locura, Belladona se percató de la verdad que yacía en su interior: tenía más en común con Lucifer, el mismísimo ángel caído, que con el señor al que había jurado devoción. El reflejo de su traición se manifestó en el abismo de su ser, sacudiendo los cimientos de su alma y desgarrando sus esperanzas.
El círculo anterior había sido el ocaso de su cordura, la culminación de una travesía infernal que había arrancado su humanidad pedazo a pedazo. Al tocar fondo en las fosas de desesperación, la gran voluntad de Belladona destrozó el suelo, lanzándola de bruces ante el mismísimo rey del infierno. Ante Lucifer, la entidad oscura que había tentado y arrastrado a incontables almas hacia el abismo, Belladona se postró en busca de una redención que parecía inalcanzable.
-Oh, mi Lord -susurró Belladona con voz temblorosa-, he recorrido esta tortura infernal para postrarme ante usted y suplicarle que me devuelva a mi amado. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por él.
Una sonrisa perversa se curvó en los labios de Lucifer mientras tejía su maquinación. En un acto que resonaba con la astucia que había marcado su propia caída, el rey del infierno propuso un trato retorcido a Belladona. Ofrecería un camino libre y un puente para que ella y su amado escaparan, pero había un precio que pagar: debía sacar a su amado sin mirarlo.
La trampa se desplegó ante Belladona, y aunque sospechaba de las artimañas de Lucifer, la desesperación y la esperanza se entrelazaron en su corazón. Una puerta blanca apareció delante de ella, una vía de escape que prometía libertad y reunión. Sin detenerse a cuestionar, Belladona tomó a su amado del brazo y huyó hacia el puente de rocas.
Horas de desesperada huida siguieron, el corazón de Belladona latía en un frenesí mientras corría entre las piedras hirvientes. Finalmente, al llegar al final del puente, la felicidad la embargó, solo para desvanecerse en un instante. El brazo que había tomado ya no estaba conectado a ningún cuerpo, dejándola con un vacío abismal y la cruel revelación de la traición final de Lucifer.
-Señorita, nunca dejé claro que los demonios no atacarían para impedir que los prisioneros escaparan -susurró Lucifer con sorna.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Belladona, un torrente de desesperación y soledad que inundó su ser. Sabía que podría intentarlo una y otra vez, pero el resultado sería siempre el mismo: la soledad eterna. Su destino final se tornó oscuro y sombrío, una condena a vagar en el último círculo del infierno, un mar de lágrimas donde cualquier esperanza de redención se desvanecería.
Y así, en el último círculo del infierno, la joven Belladona encontró su lugar, una figura más en medio del tormento que se retorcía en el abrazo eterno de la traición y el desconsuelo. Su travesía, llena de luchas y pruebas inimaginables, llegó a su fin en la morada del dolor absoluto.
El infierno había cobrado su precio, y la historia de Belladona quedó grabada en los oscuros anales de la condenación eterna.
FIN
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