Capitulo I
En el Umbral del Limbo
Cuando los párpados de Bella se alzaron con lentitud, se halló inmersa en el limbo, un rincón en el que yacían prados exuberantes y castillos erguidos, aunque todo se envolvía en una penumbra inquietante. Aquí encontraban refugio los infantes no bautizados y los hombres que no tuvieron el privilegio de cruzar miradas con el mismísimo dios en la tierra de los mortales. Como condena, se les negaba eternamente el fulgor divino de su Creador y la majestuosidad del reino celestial. Un pesar apremiante envolvía la atmósfera, y la angustia y el remordimiento se deslizaban por el aire como espectros atormentados.
Las praderas de verde esmeralda se extendían hasta el horizonte, bañadas por una luz mortecina que apenas lograba filtrarse a través de las nubes sombrías. Los castillos, cuyas torres se alzaban con altivez hacia el cielo velado, parecían retener historias incontables entre sus muros de piedra envejecida. Sin embargo, ningún destello de esperanza iluminaba los ojos de aquellos espíritus errantes, pues aunque estaban rodeados de belleza, la carencia de la presencia divina les dejaba con un vacío eterno en el corazón.
El viento soplaba suavemente, pero susurros melancólicos se entremezclaban con su murmullo, como si las almas en pena compartieran sus lamentos con la brisa misma. Bella avanzó con pasos inciertos, sintiendo la opresión del lugar en cada rincón de su ser. Era como si cada paso la llevara más allá en un camino que nunca debería haber sido cruzado.
Fue entonces cuando emergió de entre las sombras un ser enigmático, un demonio de mirada penetrante y sonrisa retorcida. Su presencia era imponente, pero a la vez emanaba un aura de astucia y misterio. Extendió una mano enguantada hacia Bella, como si ofreciera una oportunidad que desafiaba los códigos mismos de la existencia.
-¿Quién eres? -inquirió Bella con cautela, sus ojos reflejando una mezcla de temor y curiosidad.
-Soy aquel que conoce los senderos secretos que te liberarán de este confín olvidado -respondió el demonio con una voz seductora y melódica-. A cambio de tu guía en esta travesía, solo te pido una cosa, una ofrenda modesta pero indispensable.
Bella contempló la figura ante ella, consciente de que cada elección tendría consecuencias insondables. Los dilemas danzaban en su mente como sombras cambiantes, y el pacto propuesto la sumergía en una encrucijada de dimensiones divinas y terrenales. No obstante, en su mirada ardía una determinación nacida de la curiosidad y el anhelo de desentrañar los misterios de aquel lugar apartado de los designios divinos.
-Hable, enigmático guía -musitó Bella con voz firme-. ¿Qué es esta ofrenda que solicitas a cambio de tu ayuda?
El demonio dejó escapar una risa suave, como el susurro de las sombras moviéndose en la noche.
-No es un tributo de riquezas ni poder terrenal lo que anhelo -respondió el ser, sus ojos destellando con una maliciosa sabiduría-. Más bien, es un fragmento de tu memoria, un recuerdo profundo y significativo que atesores en tu corazón. Ese será el tributo que sellará nuestro acuerdo.
Bella sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Sus recuerdos eran tesoros preciosos, conexiones con su vida pasada y su identidad. Pero también entendía que, a menudo, los caminos hacia lo desconocido requerían sacrificios valientes.
-Acepto tu trato, en nombre de la verdad y la libertad que ansío encontrar -declaró Bella con solemnidad, extendiendo su mano para sellar la transacción.
Los dedos del demonio se cerraron alrededor de su mano con un apretón firme y frío, como un vínculo que trascendía las fronteras de la realidad conocida. Y así, en ese umbral entre la oscuridad y la luz, entre la certeza y el misterio, Bella y su enigmático guía comenzaron.
LA LUJURIA
Belladona, al adentrarse en el segundo círculo, sintió cómo su cuerpo caía de rodillas, doblegado por la gélida temperatura que reinaba en aquel lugar. Sin embargo, su voluntad inquebrantable se erigió como un bastión contra las ventiscas abrumadoras que amenazaban con consumirla. Con determinación, se alzó, enfrentando el viento cortante que parecía esculpir figuras fantasmales en la tormenta.
A medida que avanzaba, los gritos y maldiciones a Dios crecían en intensidad, como un coro desesperado que resquebrajaba el aire mismo. Bella comprendió sin necesidad de explicación que había ingresado al reino de los lujuriosos, aquellos arrastrados por el torbellino de sus pasiones desenfrenadas. Susurros impíos y gemidos lastimeros se entrelazaban en un lamento constante, el eco perpetuo de los deseos que habían llevado a sus almas al abismo.
A medida que se adentraba en este oscuro rincón del inframundo, Belladona sintió que el aire mismo estaba cargado de impulsos lascivos y ardorosos. Las sombras que danzaban en la penumbra parecían susurrar secretos pecaminosos, y en cada esquina parecía esconderse una pasión avivada por el fuego de la lujuria.
No había necesidad de enfrentarse a seres superiores en este círculo, pues las almas atrapadas allí eran su propio tormento. Sus miradas famélicas y sus gestos ansiosos reflejaban la agonía de estar atrapados en un ciclo eterno de deseo y satisfacción insatisfecha. Belladona se adentró en este mar de pasiones y pasó junto a figuras envueltas en un frenesí eterno, cuyos rostros oscilaban entre el éxtasis y el sufrimiento.
Hacia el vértice del círculo, la tormenta de emociones alcanzó su clímax. Los lamentos y las imprecaciones se mezclaron en una cacofonía ensordecedora. Aquel lugar se convirtió en un remolino de sensaciones, donde el placer y el dolor eran dos caras de la misma moneda maldita.
Aunque Belladona no se había encontrado con seres superiores en esta etapa, sabía que el desafío de comprender y resistir la lujuria en su forma más cruda apenas comenzaba. Con cada paso, se aproximaba más a la verdad que yacía en el centro de este círculo, donde las almas lujuriosas quedaban atrapadas en un ciclo interminable de pasión y penitencia.
En su travesía, la memoria del enigmático guía del limbo resonaba en su mente, y se preguntaba si aquel fragmento de su pasado sería suficiente para sobrevivir a las pruebas que el infierno le tenía preparadas. Bella continuó su camino, un paso tras otro, rumbo al corazón mismo del tormento que la aguardaba en el tercer círculo del inframundo.
Capítulo 3: La Perdição de la Gula
En el tercer círculo del infierno, la oscuridad cobraba un matiz más profundo y las atrocidades se manifestaban con un esplendor tétrico. En este reino de la condena, el pecado de la gula encontraba su morada, un lugar donde las almas eran arrastradas a través de un lodo pegajoso y torturadas por granizadas inclementes que asaltaban sus cuerpos y su mente. Belladona, ahora envuelta en esta desoladora dimensión, se vería confrontada por la figura que había atormentado a los condenados desde tiempos inmemoriales: Cerbero, el guardián infernal de las puertas del inframundo.
La imponente presencia del can de tres cabezas reverberaba en el aire, su aliento bestial y sus ojos llameantes fijos en Belladona. Los aullidos furiosos de Cerbero resonaban en el aire como un coro dantesco, llenando el círculo con una cacofonía ensordecedora. Sin embargo, la llama de la determinación ardía en los ojos de Belladona, quien estaba decidida a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
En un giro inesperado, un personaje misterioso llamado Arioch apareció en su camino. Con una réplica exacta de "El Haré", una espada de hoja curva que brillaba con un fulgor mágico, Arioch ofreció a Belladona una oportunidad de luchar contra Cerbero y salvar a su amado. Aunque el desafío parecía arduo y despiadado, Belladona comprendió que la única vía de escape radicaba en el enfrentamiento con este monstruo infernal.
Con "El Haré" en mano, Belladona se enfrentó a Cerbero con valentía. La espada brilló al ser alzada y, en un destello de acero, atravesó una de las cabezas del monstruo, quien lanzó un rugido ensordecedor de dolor y furia. La lucha que siguió fue épica, una danza frenética entre el bien y el mal, una contienda que resonó con los ecos de todas las batallas libradas a lo largo de los tiempos.
Finalmente, con un último golpe certero, Belladona consiguió desarmar a Cerbero y corrió a través del lodo empapado de condenados. Cada paso se sentía como una lucha contra la tracción del pecado, contra la tentación de ceder ante la gula desenfrenada. La mente de Belladona resonaba con los gemidos de los castigados y el eco de sus lamentos, una prueba constante de su determinación de resistir.
El escape de aquel círculo se avecinaba, pero la batalla aún no había terminado. Belladona sabía que enfrentaría más desafíos y tormentos en los círculos subsiguientes. Con "El Haré" aún en mano y su amado en su corazón, se preparó para la próxima etapa de su travesía a través del inframundo, una travesía que prometía revelar más secretos oscuros y poner a prueba su voluntad más allá de lo imaginable.
Capítulo 4: La Aprehensión de la Avaricia
Avanzando a través del inframundo, Belladona se encontró en el umbral del cuarto círculo, un reino dominado por un aura insidiosa. Este círculo, teñido por la avaricia desmedida, exudaba una atmósfera de acumulación y deseo sin fin. A diferencia de los tormentos anteriores, este círculo parecía más sutil en su engaño, como una trampa hábilmente tejida para atrapar las almas en la telaraña de la codicia.
En este mundo de avaricia y obsesión, Belladona se encontró con una figura que parecía aguardar su llegada. Un ser sombrío, con ojos centelleantes y voz melódica, se acercó a ella con una sonrisa astuta. Al escuchar sus palabras, Belladona se sintió como si las capas de su mente fueran meticulosamente examinadas, como si el oscuro ser pudiera leer sus pensamientos más profundos y ocultos.
-Bienvenida al círculo de la avaricia, Belladona -dijo la figura con un tono melódico y seductor-. ¿Cómo llegaste a este reino de deseos insaciables? ¿Qué te llevó a abandonar la luz divina y adentrarte en las profundidades de la oscuridad?
La pregunta resonó en el aire, cargada de un significado más profundo. Belladona se encontró reflexionando sobre su viaje y sus motivaciones. A medida que examinaba su corazón, comprendió que había abandonado la comodidad y la seguridad en busca de un amor que trascendía todo entendimiento. Yadiel, su amado, ocupaba un lugar en su corazón que superaba incluso su devoción por Dios.
-He venido en busca de un amor que eclipsa toda razón y que me lleva a enfrentar los terrores más oscuros -respondió Belladona con una voz firme-. Mi amado Yadiel me ha llamado desde las sombras, y en su nombre estoy dispuesta a desafiar incluso los dominios más profundos del inframundo.
El ser sombrío sonrió con aprobación, como si la respuesta de Belladona hubiera cumplido sus expectativas.
-Tu determinación es notable, Belladona -dijo el ser-. Sin embargo, aquí en este círculo, la avaricia es una trampa que puede consumir incluso a los más fuertes. ¿Estás dispuesta a enfrentar tus propios deseos y tentaciones? ¿Puedes resistir el llamado de la acumulación desmedida y encontrar la verdadera riqueza que yace en tu interior?
Belladona reflexionó sobre las palabras del ser y sobre el desafío que le presentaba. Sabía que la avaricia podía enredar incluso al más puro de corazón, pero su amor por Yadiel la guiaba y fortalecía. Con determinación inquebrantable, miró al ser sombrío y respondió:
-Mi amor es mi guía en este oscuro viaje, y con su luz, resistiré la tentación de la avaricia y encontraré la verdadera riqueza que reside en el amor y la devoción sincera.
El ser sombrío asintió con aprobación y se apartó, dejando a Belladona con sus pensamientos y convicciones. El cuarto círculo le había presentado un desafío único, uno que ponía a prueba no solo su resistencia física, sino también su fortaleza emocional y espiritual. Con paso firme y corazón decidido, Belladona continuó su travesía, preparada para enfrentar cualquier obstáculo que el inframundo aún tenía reservado para ella.
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