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Los rivales

Personaje: Jabu y Seika

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Los rivales

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En alguna parte de Grecia

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Jabu observaba su reflejo en el espejo aquella mañana antes de partir rumbo a la casa de la diosa Atena, la cual se encontraba en unos bellos bosques ubicados varios kilómetros al norte de Atenas en una zona apartada y silenciosa.

La diosa en persona les solicitó su apoyo incondicional durante el tiempo que Seiya estuviera en coma luego de la batalla contra Hades pues, había veces en las que no todos los amigos más cercanos del santo de bronce pudieran estar cerca para dicha tarea. El joven de los cabellos castaños lanzó un largo suspiro sintiendo más que pena por su amigo caído antes de terminar de preparse para salir de la pequeña cabaña que compartía, a veces, con Nachi o Ichi.

Su relación con el pegaso siempre fue tensa desde que lo conocía de niño, cuando ambos eran unos pequeños recién llegados a la fundación Graude. Cuando ambos eran demasiado diferentes para congeniar ya que, en esos días, Seiya no era el joven impetuoso que era ahora, lloraba mucho a causa de la separación de su hermana Seika además de que su relación con el futuro unicornio estaba llena de discordias y malos tratos.

Jabu cubría su propio dolor fastidiando a Seiya todo lo que podía, llamandolo llorón o débil.

El joven encaminó sus pasos a la residencia principal donde la diosa tenía su casa y la habitación donde el pegaso dormía plácidamente ajeno a todo a su alrededor y al dolor que causaba su caída. Tatsumi le permitió el acceso a la casa y, tras saludar brevemente a Saori, entró en la habitación dispuesta para el enfermo.

—Amigo... —Jabu tomó asiento en la silla mullida justo al lado de la cama de Seiya.

El joven de los cabellos oscuros aún dormía y los números, que emitían un leve tic-tic-tic en sus medidores, eran estables. ¿Dónde estará la mente de Seiya?, pensaba Jabu sin apartar la mirada de los interminables lectores médicos frente a sus ojos.

A veces se sentía culpable por no haber sido de más ayuda en su momento matizando ese sentimiento con la sensación de haberse quedado atrás antes de que la batalla de las doce casas iniciara, quedando relegado a un grupo de apoyo. No obstante, eso ya no le molestaba desde lo ocurrido luego del torneo galáctico, luego de su desengaño... Seiya, quien era, en un inicio, un chico enfocado en la misión de encontrar a su hermana y solo eso, había caído defendiendo la causa de la diosa ofrendando su vida en ello.

—¿Qué somos ahora, Seiya? —Jabu le dedicó una larga mirada como esperando que el más fiel de los caballeros de bronce le respondiera— ¿que somos ante los ojos de todos y ante nuestros ojos?

Un pegaso y un unicornio eso eran. Dos caballos salvajes e indomables, libres como el viento aunque dispuestos a apoyar a un héroe o a reverenciar a una hermosa doncella. Ellos, un par de equinos poderosos ahora convertidos en dos nobles corceles dispuestos a defender su causa.

La mente de Jabu viajó hasta sus días de infancia, a la época previa a ser elegido por la fundación del despiadado Kido para entrenar incansablemente. Su madre había muerto de una enfermedad poco tiempo antes, el pequeño unicornio lloro su perdida por días ya que no tenía nada más que a ella, aquello no lo había hablado con nadie, ni sus amigos más cercanos conocían esa parte de la historia que le confiaba a Seiya mientras este dormía. Prometió a la memoria de ella que no se dejaría vencer y seguiría adelante asimilando que ya no estaría nunca más y atesorando su memoria en alguna parte de sus recuerdos.

Ni siquiera había pensado en eso hasta que le fue encomendado el cuidado de Seiya.

—Ella no sobrevivió, pero tú tienes que hacerlo Seiya. ¡Aún tenemos un combate personal pendiente y no dejare que partas de este mundo hasta que lo hayamos consumado! —decía desesperado y molesto— ¡Somos caballos indomables, ¿entiendes? Nada puede vencernos! —limpió las lágrimas que bañaron sus ojos por un instante respirando con dificultad calmandose un momento después.

La noche transcurrió tranquila, en algún momento Shaina entró cubriendo a Jabu con una manta haciendo que este abriera levemente los ojos ya que, al no ver cambios en los lectores y en Seiya, decidió tomar una siesta por unos breves instantes.

—Gracias por la manta, no debiste molestarte.

—¿Estás bien? —la joven lo observó desviando la mirada al chico sobre la cama.

—Todo bien, solo pensaba cuánto tiempo más estará dormido.

—Es incierto, ni siquiera la diosa lo ha podido determinar, pero debes confiar en que él estará bien.

—Lo sé...

Shaina salió de la habitación mientras Jabu continuaba con la mirada fija en Seiya rememorando diferentes sucesos al calor de aquella noche de finales de otoño.

Rumiaban en su mente algunas malas decisiones del pasado, como el no haber hecho más cuando los enemigos venidos de Asgard aparecieron, el haberse quedado relegados en Japón mientras los demás peleaban en Atlantis y, finalmente, su poca participación en la guerra contra Hades así como la farsa montada en la más reciente guerra Santa contra aquella mujer, Artemisa, decisiones que pudieron reconsiderarse y, tal vez, de haber hecho las cosas de diferente forma, Seiya estaría con ellos.

Se puso de pie brevemente para combatir a Apolo y luego de eso, recayó de forma abrupta.

—Éramos rivales Seiya, pero no era para que las cosas terminarán así. Debimos reconsiderar las cosas, debimos pensar mejor en nuestras tácticas de guerra, debimos... debimos... —lanzó un largo suspiro sin poder completar la frase mientras el tic-tic-tic de los lectores del corazón sonaban a su alrededor— Lo lamento...

La puerta de la habitación se abrió de nuevo siendo Seika quien entrara observando a los dos jóvenes dedicando una sonrisa al chico que cuidaba de Seiya con tanto empeño. La hermana mayor del enfermo llevaba mantas y otros enseres los cuales dejó en el mueble más cercano.

—No tienes que quedarte —dijo en voz baja—, puedo relevarte a partir de este momento para que vayas a descansar y a comer algo.

—No es necesario, estoy bien.

No había probado bocado en toda la tarde sin embargo, no se sentía mal o decaído. Estaba bien y listo para lo que fuera, prefería que Seika fuera a la cama ya que ella pasaba los días trabajando para el hombre que la cuidaba desde niña y se le veía agotada.

—Es mejor que vayas a dormir —replicó el unicornio—, luces cansada.

—Estoy bien, te traeré algo de cenar.

—Pero...

—Agradezco que cuides de Seiya.

Salió de la habitación sin añadir palabra mientras Jabu la seguía con la mirada. Era buena hermana, bella y dedicada. Esos días que tuvo la oportunidad de conocerla se dio cuenta de lo dulce y atenta que era bajo la sombra de lo que aún quedaba de su extraña amnesia. No deseaba importunarla, pero no podía evitar sonrojarse un poco cuando la chica le dedicaba alguna atención. No había accedido a cuidar a Seiya por ella, sus encuentros eran una coincidencia como tal.

Una feliz coincidencia, pensó Jabu, por primera vez en todo ese tiempo.

Un momento después, ella volvió llevando un carrito de servicio con dos platos servidos, vasos y una jarra con té. Jabu no pudo evitar sonreír a esas atenciones ayudándola con el carrito y tomando asiento a su lado.

—No debiste molestarte, pero gracias. Moría de hambre.

—Todo lo contrario, cuidas de Seiya cuando podrías invertir tu tiempo en otras actividades, eso lo valoro mucho.

Comieron en silencio mientras los lectores con su interminable tic-tic-tic sonaban por la habitación y Seiya permanecía inmovil, solo su rostro era iluminado por las lámparas de mesa colocadas a ambos lados.

—Jabu —dijo Seika de pronto en un hilo de voz—, pase tanto tiempo lejos de Seiya que le conozco poco en realidad. Tengo en la cabeza al hermano que dejé atrás hace tanto tiempo que, el chico delante mio, es poco más que un desconocido. ¿Podrías hablarme un poco sobre él, que le agrada, cuales son sus pasatiempos y qué relación tienes con él?

—Por supuesto, verás...

Charlaron toda la noche sobre las aventuras del caballero pegaso mientras Seika observaba atenta las expresiones de Jabu sin perder el detalle de sus palabras, ni una sola de estas se le escapó, sonreía a los comentarios ocurrentes del joven frente a ella notando lo buen mozo y atento que era. Lo bien que conocía a su hermano y todo lo que podía hablar de él sin parar.

—Ya veo —dijo ella al fin—, así que él y tú son rivales.

—Eso fue cuando éramos niños, ahora somos amigos. Un par de caballos salvajes e indomables.

Se quedaron charlando toda la noche hasta que ella se marchó a la cama muy cansada pero feliz por el tiempo compartido. Jabu noto como el amanecer estaba cerca sintiendose muy bien gracias a la compañía inesperada y amena.

Solo quedaba esperar que Seiya volviera en si un día de estos. En ese momento saldarían deudas los dos caballos rivales.

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FIN

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