Remordimiento (Nicolás Jara)
Amaba cuidar de niños en mi tiempo libre, sin embargo, jamás me cansaré de decirlo, ese mocoso parecía un mal sentimiento encarnado. Haber aceptado cuidarlo fue el peor error que haya cometido en mi vida y hasta el día de hoy me arrepiento de eso. He tratado de hostigar a sus padres diciéndoles lo perverso que es su hijo, pero me ignoran al igual que al resto.
Comenzó la noche de un día sábado. Llegando a la casa, los padres esperaban ansiosos mi presencia. La madre me dio un beso en la mejilla a modo de despedida, luego se marchó con su elegante vestir en dirección al auto que se estacionaba afuera; el padre divulgó que su hijo se hallaba ya acostado en su cuarto, cantarle una canción infantil era lo mejor que podía hacer en el caso de que despertase.
Asintiendo con una sonrisa me despedí de ellos mientras me informaban que regresarían a más tardar a las seis de la mañana.
Al cerrar la puerta me volteé y lo primero que divisé fue la cara del infante, no sé en qué momento caminó hasta mis espaldas sin que me diera cuenta.
─¡Dani! ─expulsé de mis labios dando un pequeño salto del susto─. Mucho gusto, soy tu...
─Sé bien quien eres. ─Me interrumpió antes de que terminara de presentarme.
─Oh...vaya. Bueno, tu padre me dijo que deberías estar acostado. ¿No tienes sueño?
─Tengo hambre.
─Ya veo... si gustas puedo prepararte algo. Dime, ¿qué prefieres comer?
─Chocolate.
─Chocolate... no sé preparar aquello. ¿No puede ser otra cosa?
─Quiero chocolate ─reiteró imponente.
─Está bien, está bien, buscaré si hay chocolate.
Lo primero que hice fue caminar hacia el refrigerador y acto seguido abrirlo con la esperanza de encontrar lo que el niño anhelaba, mas no había nada semejante.
─¡Stella! ¡¿Dónde está mi chocolate?! ─reclamaba el crío desde el living mientras veía caricaturas en la televisión.
─¡Dame un segundo! ¡Lo estoy buscando!
Desesperada por encontrar algo, al abrir un mueble, en lo alto pude ver una bolsa transparente al lado de los utensilios de cocina, dentro de ella había una dona cubierta de lo que parecía ser chocolate, por fuera tenía una etiqueta que decía: "propiedad de Alice". Era el nombre de su madre.
─¡STELLA! ¡MI CHOCOLATE! ─exclamó el muchacho, muy enojado.
─¡Voy! ─dije tomando de todas formas la bolsa.
Me senté junto a él en el sofá y lo consentí entregándole lo que pedía.
─¿Te basta con eso? ─pregunté incomoda, entrelazando los dedos.
─Es perfecta ─respondió mirando la redonda masa con satisfacción, segundos después se comió la dona de chocolate.
Pacientemente esperé a que se la acabara, al terminar lo miré e impuse mi voluntad una vez sacié su demanda:
—Bien, ya deberías estar en tu cama, son las doce, los niños duermen mucho más temprano. ¿Sabías?
—Quiero un paseo primero —contestó mirándome indignado.
—¿Paseo? ¿A qué te refieres con eso?
—Ponte en cuatro patas y déjame montarme en tu espalda.
—¿¡Perdón!? ¿Acaso me quieres usar como caballo?
—Claro que no tarada, como un unicornio.
Se me olvidaba por completo ese detalle. En la entrevista su madre me lo confesó mientras sujetaba un juguete, su animal favorito era el unicornio.
—Claro que no jovencito, no voy a caer tan bajo —denegué sin pensarlo dos veces.
Él se puso de pie, bastante molesto y desapareció por unos minutos. Al regresar, trajo consigo lo que parecía ser un cuerno envuelto en un elástico.
—Ponte esto en tu frente. -Me ordenó como si fuera mi jefe.
—¿No me escuchaste?, te dije que no sería tu unicornio.
—Si no lo haces, lo vas a lamentar —dijo en un tono malicioso.
—No me das miedo.
No argumentó nada en contra, simplemente subió las escaleras y pegó un portazo cerrando su habitación.
—Qué mocoso más malcriado —enuncié en voz alta.
Bastaron tres segundos y un sonido parecido al de un vidrio rompiéndose se escuchó en el piso de arriba. Subí de prisa los escalones. Al llegar, golpeé la puerta, la cual estaba con seguro.
—¡Dani! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Abre en este instante! -vociferé.
—¡Nooo! -respondió. Se oyeron más cosas romperse.
—¡Llamaré a tu madre! ¡Ya verás! -Lo amenacé y aún así no se detenía.
Rápidamente marqué el numero en mi celular y ella contestó.
—Hola, ¿señora Alice?
—Stella, ¿cómo te va con Dani?
—Pésimo, ahora mismo se encuentra haciendo un desastre en su alcoba sólo por que no quise pasearlo como si fuera un unicornio.
—Esas son malas noticias...
—Ni que lo diga. ¿Podría usted llamarlo para que se controle?
—Por favor, haz lo que pide.
—¿¡Qué!?
Desde el otro lado de la puerta sentí como el infante estalló en carcajadas.
—Escucha, te pagaré el triple de lo que acordamos, pero por favor, haz todo lo que te pida.
No sabía qué decir, fue ahí cuando supe que sería una larga noche, más de una cana aparecería en mi cabello. No pude rechazar la cantidad de dinero que me ofrecían.
—Bien... de acuerdo, lo haré.
—Muchas gracias Stella, cuida de él. Nos vemos luego.
Al colgar miré la puerta del pequeño demonio que se abrió apenas terminó la conversación. Todo estaba hecho añicos: espejos, televisor, muebles, cama, alfombra. Un total desastre. Él me observó con una sonrisa triunfante de oreja a oreja esperando lo que estuviera a punto de salir de mi boca.
—Tú ganas —declaré dándome por vencida.
—Ponte esto, no me hagas repetirlo dos veces —extendió el cuerno.
Lo tomé de sus pequeñas manos y me lo instalé en la frente, me sentía ridícula.
—Felicidades, ya eres un unicornio.
Acto seguido me arrodillé para que pudiera acomodarse en mi lomo.
—¡Galopa! —demandó, obsequiándome una patada en el vientre con su talón.
—¡No me golpees!
—Shh, haz lo que digo y ya.
Maldito sea el momento en que me involucré en esto. Fue la primera vez que pensé algo semejante, en el pasado traté con niños problema, pero nunca llegaron tan lejos por un simple capricho.
Al gatear por los pasillos de casi todo el segundo piso las rodillas me empezaron a doler, en cuanto vi las escaleras hacia el piso inferior pensé que ya había terminado el recorrido, así que paré a descansar.
—¿Por qué te detienes?, avanza —manifestó, imprudente.
—¿Estás loco? Podríamos caer por los peldaños, es peligroso.
—¡Yo te diré cuando es peligroso o cuando no, una mascota obedece a su amo! — exclamó dándome otra patada.
—¡Deja de golpearme!
—¡Entonces baja! ¡Y que sea en cuatro patas como se debe!
—¡Bien! ¡Lo haré! Si pasa algo no te quejes.
Puse mi pie derecho en uno de los peldaños para comenzar a descender al revés y así darme un poco más de seguridad. No dejaba de pensar que esto estaba yendo demasiado lejos, mis cuatro extremidades se sostenían como podían de las escaleras y llevar una carga en mi espalda hacía todo más complicado. Gotas de sudor bajaban por mi frente, y en el momento en que sus pequeños dedos no pudieron engancharse bien a mi cuerpo, comenzó a resbalarse cada vez más hacia atrás.
—¡No te sueltes!
Se aferró con todas sus fuerzas de mi cabello logrando que el cuerno se desprendiera, no obstante, no fue suficiente para evitar que cayera. En el jaleo no quiso soltar mi pelo, caímos juntos, chocando por los escalones camino al suelo. Al haber sido él quien cayó primero, no pude evitar aplastarlo con mi cuerpo. Escuché como sus huesos tronaron. Dolores en varias partes de mi torso me dificultaban socorrer a Dani. Repetía una y otra vez en mi mente: "la cagué", pero todo cambió cuando se puso de pie por sí mismo.
—Stella... tengo sueño, ¿me podrías tomar en tus brazos y cantarme una canción? — preguntó con una voz débil y a la vez escalofriante.
Su figura no se atrevía a hacerme frente. Sin embargo, estaba espantada. Su cuello... ¡Dios mío! ¡Su cuello!
—Sí... por supuesto —contesté con temor, levantándome a duras penas.
—Acompáñame —dijo, yendo hacia una puerta cercana que llevaba al sótano.
—¿Dani? ¿Por qué vienes aquí?, vamos a tu cuarto, puedo hacer lo que me pediste ahí —propuse a medida que me iba sumergiendo más en la obscuridad.
Llegó un punto en que presentí que estaba sola en el lugar, el niño no respondía a mis preguntas y para variar no escuchaba sus pasos. Estaba a punto de tomar mis cosas y salir corriendo. La puerta chilló cerrándose por sí sola, ya no me llegaba la frágil luz que brindaba la apertura, mi nariz sucumbió ante un olor espantoso proveniente de algún lugar en la obscuridad. Saqué el celular de mi bolsillo y encendí la linterna en lo que trataba de no inhalar semejante fetidez. El aire me apresaba de lo denso que era, apuntando a cada esquina de la habitación noté que me hallaba completamente sola, o al menos eso creí hasta que escuché el sonido de un bebé procedente de un cofre cerrado. Los pelos se me erizaron, no pude evitar correr hasta la salida. Para mi infortunio, la puerta no se abría.
—¡¿Qué demonios?! ─exclamé pateando la sólida madera.
La señal del aparato que sujetaba, se esfumó. El llanto del bebé afectaba mi cordura, bajé otra vez las escaleras y deambulé en dirección al cofre. Cometí el error de soltar un poco los dedos que apretaban mi nariz, me bastó un segundo para darme cuenta que el hedor provenía de la caja. Junto a ella reposaba un diario ensangrentado, cuyo título era: "Remordimiento". Al abrirlo, sólo había una hoja disponible que decía: "¡Fui una estúpida, no estaba preparada! ¡Lo siento mucho mi bebé!".
—Es el mismo tipo de letra que vi en la etiqueta de la dona...
Con una curiosidad y tensión dejé reposando mi celular en un mueble, aún con la luz encendida. Acerqué mi mano temblorosa y abrí el cofre de golpe, eché dos pasos atrás, asustada, al ver una araña posándose en mi mano. Gritando como loca me la quité de encima, pero ni de cerca sería la última que vería en la noche. Del baúl salían tanto arañas como cucarachas. Al despejar un poco el área de insectos y arácnidos miré dentro, ahí yacían los restos de algo horroroso que exclamaba atención, pronunciando llantos de un bebé.
Sentí un asco tremendo que casi me hizo vomitar. Era imposible saber cómo eso estaba vivo... y lo peor es que me llamaba a su manera.
—A la mierda con esto —dije, buscando una herramienta por el lugar que me ayudase a romper la puerta.
Mis esfuerzos resultaron inútiles, mientras deambulaba me pareció oír la voz de Dani:
"¡Lo aceptaste, cárgame y canta para mi!"
—¡¿Dónde te metiste?! ¡Sácame de aquí!
No volvió a contestar, pasó un segundo y el ambiente se puso aún más inquietante. Del suelo surgieron manos deformes, a medida que transcurrían los segundos emergieron el resto de sus cuerpos.
—¡¡Sáquenme de aquí!! ¡Ayuda! —aullé aterrada.
Me bloquearon el paso por completo encerrándome en un circulo. Todos aquellos espectros tenían el pelo largo y una faz espeluznante. Su avance era lento y agónico. Iban a atraparme. Entre los llantos del infante y lo míos no sé cuales eran más dramáticos. Volví a mirar a la criatura.
Mi corazón aumentó el ritmo cardíaco, me sentí más agitada que antes. Las garras de los fantasmas me acorralaban. Tomé aire y agarré lo que había dentro de la caja, al tenerlo entre mis brazos dejó de chillar pero mi cuerpo estaba al límite; insectos y arañas caminaban por mi piel. Las lágrimas de pánico que brotaban de la criatura eran señal del pavor que experimentaba. Con voz temblorosa empecé a cantar una canción de cuna, las picaduras que sufría interrumpían el canto haciéndolo más largo y difícil. Entrando a la estrofa final observé en su rostro una deforme sonrisa.
Las manos de los espectros me tocaron y me hundieron en el suelo, desapareciendo mi cuerpo. Es lo último que recuerdo de esa fatídica noche, ahora sólo sé que soy parte de ellos.
A la mañana siguiente, Dani se mostró normal ante la aparición de sus padres y la persona que los acompañaba. Era un infante que llegó con un ramo de girasoles en las manos, su vestimenta rasgada denotaba que era de bajos recursos.
—Ya era hora, este cuerpo me tiene harto —dijo Dani con el cuello torcido, mirando al niño en cuyos ojos anidaba el miedo.
Sólo su familia y sus difuntas niñeras fueron testigos de lo que pasó a continuación.
Un mes después de todo lo acontecido, una joven se presentó en la casa maldita para cuidar de Dani. El muchacho se le apareció por sorpresa y manifestó antes de que ella dijera una palabra:
—Sé bien quién eres.
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