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Crónica de un ritual (Cecilia Alvarez)

Parte 1

Mi papá tiene novia. Se llama Teresa. La conocí ayer, llegué justo mientras contaba que su animal favorito era el unicornio. Me pareció un poco infantil la preferencia. A los adultos le gustan los perros o los gatos, a lo sumo los caballos, los unicornios quedan descartados a partir de cierta edad. Yo con mis 12 años todavía puedo permitirme esa elección, pero ella tiene unos cuantos más. Sin embargo, a papá le causó mucha gracia el comentario. Hacía mucho que no lo veía reírse con esa risa sincera y despreocupada.

Teresa es peculiar, sin duda, pero me agrada. Es alegre y se viste con telas de colores vivos con estampados de flores y mariposas. Además es muy bonita. Tiene la boca llena de dientes parejos, blancos y brillantes, y sus carcajadas estruendosas resuenan por toda la casa; resultan un poco incómodas para el oído, pero por lo menos se nota que es feliz y contagia esa felicidad a otros. Él parece disfrutar de su compañía y eso es lo que más me importa.

Apenas se marchó pude notar un cambio en la actitud de mi papá, se esfumaron las risas distendidas y las miradas cómplices. Estaba preocupado, pude ver como su semblante se tornaba más sombrío y dubitativo. Seguro estaba pensando en mamá. Claro, a mamá no le va a gustar esta situación.

Parte 2

Mamá y papá estuvieron toda la tarde discutiendo. Nada nuevo en realidad, desde el divorcio las cosas se pusieron complicadas entre ellos. Mejor dicho, el accidente complicó todo y la poca paz que lograron rescatar terminó de desaparecer con el divorcio. Pero hoy hay un asunto para agregar al conflicto, Teresa. La vieja bruja de la verdulería le fue con el cuento y mamá vino derecho desde ahí, sin poder contener la furia que ésto le provocó. Se encerraron en la oficina, pero los gritos traspasaban las paredes. Yo estaba en la habitación de al lado, pero pude escuchar todo.

La discusión fue por los carriles habituales. La relación que no supieron mantener a flote, el accidente, las horribles cicatrices que les quedaron en el cuerpo, culpas, angustias, Teresa, yo. Cuando empezaron a hablar de mí me tapé los oídos y ya no quise escuchar más. Me duele mucho cuando empiezan a lastimarse mutuamente con reclamos inútiles. La realidad es que mamá no puede olvidar ciertas cosas y papá necesita seguir adelante.

Después de un rato sólo pude oír llanto, lloraron los dos desconsoladamente durante horas.

Parte 3

Mamá se está rodeando de gente tenebrosa. La desesperación tiene efectos devastadores en la gente de bien. Ella siempre fue una mujer buena y cariñosa, pero ahora está sola, triste y amargada. Cuando uno está así de vulnerable, las malas compañías aprovechan para entrar en escena. Hace unos días vino a casa un señor calvo de mirada fría y aspecto extraño. Me dio escalofríos de sólo verlo. No pude escuchar la charla pero le dejó unos objetos que parecían algún tipo de amuletos; unas piedras de formas raras y con inscripciones, y unas velas rojas.

Como si fuera poco, ayer vinieron de visita dos mujeres idénticas entre sí, gemelas supongo yo. Según supe después, se llamaban Blanca y Clara, dos nombres luminosos para dos personas oscuras. Como un chiste de mal gusto. Una de ellas vestía de negro y la otra de blanco. Dos versiones de la misma persona que funcionaban como un espejo, iguales y opuestas al mismo tiempo. Ambas tenían los ojos de colores distintos. Una de ellas tenía el ojo izquierdo negro y el derecho azul. La otra de manera contraria, el izquierdo azul y el derecho negro. Heterocromía, creo que se llama, mi amiga Malena también tiene esa anomalía, sólo que ella además tiene la cara regordeta y la bondad se le asoma por todos los gestos. No creo que estas mujeres tengan mucha bondad para ofrecer a este mundo.

Blanca llegó con un ramo de girasoles en las manos, lo colocó sobre la cama de mamá y pronunció palabras en otro idioma haciendo ademanes exagerados con los brazos. Nada bueno va a salir de esto. Luego iniciaron una conversación de la cual logré entender poco. Creo que Blanca me vio, no sé, en realidad no estoy segura, pero me asusté y me escondí.

Parte 4

Teresa está enferma. Los malestares aparecieron de repente un sábado por la tarde. Hasta el viernes todo parecía normal. La vi canturreando y bailando por toda la casa, con esa alegría tan única que parece contagiar a todos los que la rodean. Incluso el sábado a la mañana parecía que todo estaba bien. Preparó el desayuno y se comió un dona de chocolate como si nada pasara, pero después del mediodía la cosa se puso fulera. Empezó a marearse y a vomitar sin parar, y su tez se volvió de un color blanquecino verdoso. Aunque parezca mentira, desde entonces ha desmejorado notablemente. Perdió 10 kilos en tan sólo una semana y su cabello que solía ser de color rojo brillante, se tornó opaco y quebradizo, y se cae por mechones.

Mi papá está desesperado, ha consultado con cuanto médico encontró disponible. Hicieron todo tipo de análisis y estudios, pero nadie parece saber con certeza cuál es la enfermedad que padece o qué estaría provocando todos los síntomas.

Yo decidí quedarme acá unos días porque me preocupa mucho su estado de salud. Su veloz deterioro no es muy alentador y eso me pone muy triste. Teresa parece un fantasma, una sombra de lo que fue, apenas puede hablar y la alegría se le escapa como agua entre los dedos.

Parte 5

Cinco seres encapuchados invadieron la casa sigilosamente. Parecían sombras siniestras que se movían en la oscuridad con total soltura e impunidad. Antes de entrar en desesperación, pude ver como papá y su novia eran sedados con un pañuelo que apoyaron sobre sus rostros. De ahí en más el terror se apoderó de mí, porque comprendí que nada podría hacer para impedir lo que estaba sucediendo. Una vez que pudieron neutralizar a la única persona capaz de arruinar sus planes, se concentraron en su verdadero objetivo, Teresa. Su cuerpo fue arrancado del lecho con la misma resistencia que podría ofrecerles un elástico cortado. Mientras era arrastrada por el suelo, el poco cabello que aún quedaba en su cabeza iba desprendiéndose por el camino como una anticipación del horror que estábamos por vivir. Un pentágono dibujado con polvo blanco y circundado por velas rojas estaba esperándonos en el piso living. El cuerpo casi sin vida de Teresa fue depositado en el medio. No sin antes ser despojado de toda su ropa y la poca dignidad que le quedaba. Yacía inerte como un mueble desvencijado y roto, iluminado de manera tétrica por la luz de las velas que la rodeaban. Recién entonces los encapuchados revelaron su identidad. En cuanto vi el rostro de mi mamá entre las sombras las lágrimas corrieron por mis mejillas de forma espontánea. Sus acompañantes eran Clara, Blanca, el hombre calvo y otra mujer que no había visto jamás. Cada uno de ellos se posicionó sobre una punta distinta del pentágono, sosteniendo una piedra entre las manos y Clara dio comienzo a lo que parecía un ritual. Pronunció palabras inentendibles para mí y luego dejó que mi mamá hablara.

—Convoco aquí a todos los poderes de la tierra, para que amarren a Pablo, esta persona que yo merezco y quiero, y la peguen a mi costado. Sello la puerta de este deseo, hoy y para siempre, que así sea.

—Diosa del amor, cerramos este pacto con un sacrificio humano—dijo Clara y clavó una daga en medio del pecho de Teresa.

La sangre brotó a raudales, tan fluida como las lágrimas que corrían por mi rostro.

A continuación pude ver como su alma se desprendía de lo que alguna vez había sido un cuerpo bello y lleno de vida, y hoy era sólo un envase desgastado y vacío. Su espíritu quedó flotando desorientado y con la mirada fija en la horrible escena que se desplegaba ante nuestros ojos. De igual manera que lo hice yo, luego del accidente en el que perdí la vida.

Blanca me clavó la mirada desafiante. Comprobé por fin que ella sí podía verme.

—¿Qué pasó?—preguntó Teresa todavía aturdida.

—Estamos muertas—contesté e hice una pausa mientras limpiaba mis lágrimas—. Yo soy Ana, la hija de Pablo, y a mí también me gustan los unicornios.


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