Capítulo 9: 'Desvelo'
Bella
—¿Quién es usted? —pregunto trémula. Le he oído decir mi verdadero apellido y eso me ha hecho empezar a temblar.
—El inspector Dobrev, del departamento de Asuntos Internos de la policía inglesa. —me tiende la mano que no agarro. —Mucho gusto.
Niego lentamente.
—¿Cómo sabe...? —titubeo nerviosa
—Si es tan amable de acompañarme a mi despacho.
Doy movimientos bruscos con la cabeza sintiendo el corazón en los oídos y el flujo de sangre corriendo por mi cuerpo como si me diesen manguerazos.
Se me eriza el vello de la nuca.
—Señorita Jones, —repite. —acompáñeme a mi despacho, porfavor.
No acepto y salgo en dirección a las escaleras que empiezo a bajar de cinco en cinco.
Sin miedo a tropezarme con los tacones, voy lo más rápido que mi cuerpo me permite y no paro.
La respiración me empieza a pesar y la espiral que se vuelven las escaleras cuando se miran desde arriba se convierte en una pesadilla más.
El pecho me duele y se me llenan los ojos de lágrimas que no dejo salir.
Llego al final que parecía no llegar y salgo atabullada y abrumada. El inspector se baja del ascensor a la vez.
—Sé que esto es duro pero debe venir conmigo, señorita Jones. —mi apellido suena como un improperio y temo que alguien nos oiga por lo que alzo la cabeza en busca de personas.
Salgo del edificio sin decir nada más y voy hacia el parking donde no veo a Avan, <<No le he llamado>>
—Mierda... —mascullo pasándome la mano por la frente.
—Debe venir conmigo. —dice una vez más detrás mía. —Es por su bien y debo advertirle que sino lo hace, podría ser desacato a la autoridad.
Respiro profundamente, molesta, y me giro mirándolo fijamente.
—Y lo suyo acoso. —suscito. —No ha parado de seguirme desde el piso de arriba.
—Es necesario que acuda a mi despacho, señorita Jones. —me tiende la mano. —Quiero explicarle porque sé quién es y que tipos de peligro corre regresando a Estambul.
Sus palabras me dejan gélida, <<Lo sabe todo>> y niego.
—Usted no debería saber nada de eso...
—Soy el policía asignado para su estancia en Inglaterra. Por si no lo sabe, una persona en cada país en el que ha estado está al tanto de su situación. —explica ya sin paciencia. —Y aquí me ha tocado a mí. Y debo contarle cosas importantes, Bella. Venga conmigo. Hágame caso.
Me abrazo a mí misma cruzando los brazos sobre mi pecho y miro hacia varios lados, nerviosa.
—Vamos. Pero que sea rápido. —accedo finalmente. —No se me da bien revivir el pasado.
***
Llena de placas, armas e incluso cabezas de animales disecadas, al puro estilo tejano, la oficina personal del inspector Dobrev emanaba un calor que yo sentía enemigo desde que entré.
—No quiero estar aquí mucho rato. —digo cuando Dobrev se pasea delante mía con una taza de té humeante. —Ya he avisado a mi chófer y le he dicho que diez minutos.
—Me sobran seis. —contesta irónico.
Se sienta enfrente mía y se lleva la taza a los labios, observándome.
—¿Qué pasa? —pregunto de una vez. —Debe ser algo grave para que haya venido a buscarme de esa manera tan abrupta.
—La limusina la dejé en casa, debería haberla llevado para convencerla más fácilmente de venir conmigo.
—No se crea. —respondo lacónica. —No soy tan artificial como todos creen.
Sonríe tomando más té y el desespero me toma, lo que se nota cuando empiezo a mover el pie contra el suelo en toques repetidos.
Respiro profundamente pero la negatividad me vence y no puedo calmarme.
—Señorita Jones, su caso es algo complicado. —espeta finalmente. —Tengo algo que contarle pero creo que usted ya es consciente de ello.
—¿El qué? —me hago la loca pero sé perfectamente por dónde van los tiros.
Dobrev resopla tomando té y saca unas hojas que me muestra.
Las fotos en blanco y negro dejan ver cuerpos; cadáveres en descomposición y al instante reconozco que han sufrido la misma desgracia que Jacob, un águila de sangre.
Boca abajo y con la carne de la espalda abierta la cuál deja ver sus pulmones; las escenas son sangrientas y por eso son tan icónicas de la mafia.
—¿Sabe que es esto? —pregunta y asiento dejando el juego de lado.
—El águila de sangre. —contesto. —Las mafias ejecutan de esta manera a los traicioneros o a los débiles. Sé perfectamente lo que es.
—Bien. —asiente para luego apretar los labios. —Entonces, le será familiar el asesinato de Jacob.
Doy un sí con la cabeza lentamente.
—¿Me está diciendo que esto lo ha hecho la mafia que me persigue? —deduzco.
—Prácticamente, así es.
—Entonces no sé qué hago aquí. —refuto inmediatamente. —Debería estar con Alveiroa replanteando las semanas venideras. No puedo ir a Estambul sí hay gente de la mafia persiguiéndome.
—Adâo Caveira y Deniz Devrim son sus principales preocupaciones y uno está en Portugal y el otro en la prisión de máxima seguridad de Metris, señorita Jones. —indica. —No creo que lo indicado sea cambiar de destino.
Abro mucho los ojos y me dispongo a replicar, pero las palabras no salen al igual que yo no salgo del asombro.
—¿Qué estoy escuchando? —digo finalmente después de boquear como un pez fuera del agua. —¡Esta gente sigue yendo por mí, inspector! ¡No puedo irme!
—No está confirmado que sepan de su identidad real, señorita Jones. —habla intentando calmarme pero solo me saca más de quicio. —Dellians, además de ser un violador y un asesino, también tiene un expediente relacionado con el narcotráfico.
—No era un mafioso. —digo recordando lo que leí. —Eran simples trapicheos callejeros, leí su expediente.
—Cualquier cosa puede llegar a los de arriba. —refuta él.
Me exaspera su tranquilidad y su idea, <<¿Cómo voy a irme a Estambul?>>
—Me voy a hablar con Alveiroa. —indico levantándome de la silla. —Nos vemos, inspector.
Me dispongo a irme y ando hacia la puerta pero la voz de Dobrev me detiene.
—Bella, espera. —dice. —No puedes cambiar tu destino. —explica levantándose y me giro, mirándolo a la cara. —¿Qué puede tener esa gente en tu contra?
—No lo sé pero no quiero ponérmeles delante para averiguarlo. —refuto cortante.
—Es completamente entendible que quieras cambiar el destino, pero piensa, por Dios. —ruega Dobrev. —No estás poniéndote delante suya. No tienen nada en tu contra, y si vas a Estambul metiéndote en la boca del lobo.
—No le estoy encontrando sentido a esta conversación, Dobrev. Me voy.
—El lobo nunca busca en su propia boca, Bella. —farfulla finalmente. —Jamás pensarán que estás allí de nuevo. No irás a un cuartel de CEBi, estarás en otro y eso te facilitará el sigilo. Te aseguro que en ningún lugar estarás mejor que en Estambul.
Sus palabras me dejan pensante.
Ando lentamente sin despegar la mirada de su rostro.
—¿Cree que es una buena estrategia?
—El lobo nunca busca en su propia boca. —repite. —Estará protegida hasta por la INTERPOL, si es necesario. Demuestre porque es la Terrible Jones.
Sonrío mirando hacia un lado y miles de pensamientos llegan a mí. <<Solo son dos semanas>>
Dobrev me mira y me tiende la mano.
—¿Qué me dices, Bella? ¿Te quedas en Estambul?
Pienso durante unos segundos pero mi mente me grita lo que Dobrev desea. <<Qué les den a todos>> La recuerdo a ella, pensando en que hubiera dicho y juraría que puedo oír su voz diciendo <<Qué les den, reina. Vámonos a Turquía>>
—El lobo nunca busca en su propia boca. —agarro su mano agitándola en el aire y rezando porque el lobo no decida cerrar porque me aplastará y se llevará todo consigo.
***
Akim
La noche anterior.
Birmingham se ve hermoso desde el ático en el que me alojo. Observo la ciudad, el ruido y tomo del trago que reposa en la mesa. El argelino, Rabie Korvachiev me mira sonriente mientras los recuerdos vienen a mi mente.
—Está en Inglaterra. —me dijo hace unos días. —Si salimos ya hacia allá, llegaremos antes que se marche a su siguiente destino, el cuál, desconozco.
Analicé la situación en silencio durante unos segundos.
—No sé si poner todas las castañas en ese fuego sea lo correcto.
—Piensa que tampoco se ha confirmado mi huída de la cárcel. El gobierno de Estados Unidos sigue 'haciendo' —enfatizo con las comillas. —conteo de los criminales que quedan en prisión. Eso quiere decir que sería algo sorpresa para la abogada, un movimiento inteligente.
Razoné al instante y caí en cuenta de que el argelino estaba en lo cierto.
—Dile a Ballaba que no estaremos disponibles durante dos días. —le dije sonriente fumando un habano La Gloria Cubana. —Nos vamos a Birmingham a visitar a una pelirroja y a su nuevo cliente.
—El helicóptero ya está en la azotea. —me informa Korvachiev sacándome de los recuerdos y acercándome a la realidad de nuevo. —¿Vamos?
Asiento lentamente agarrando la katana que me engancho a la espalda y los saleros con forma cilíndrica que guardo en la bolsa.
El argelino sale del apartamento y cierro la puerta subiendo las escaleras.
Llegamos a la azotea que abro de golpe viendo el KA-52 Aligator que mueve sus aspas en el aire.
Correteamos hasta él y los Boyeviki me abren la puerta cuando entro seguido de Rabie.
—Paradise Circus, edificio gris. A la azotea. —ordeno. El helicóptero arranca colgándose del aire.
—Barrio un poco marginal para un tío adinerado, ¿no crees?
—La mierda siempre se junta con mierda. —contesto yo observando la ciudad brillar bajo nosotros.
Las luces de los semáforos bullen y se distingue cuando cambian de color. El vehículo avanza por el aire cruzando la ciudad en dirección al barrio Paradise Circus, dónde se encuentra el hombre rey de los titulares por el asesinato de más de 10 mujeres en situación de prostitución.
El viaje dura menos de diez minutos y llegamos hasta el alto edificio dónde el helicóptero aterriza en el pequeño sitio destinado para ello en la azotea.
Nos bajamos del vehículo cuando frena y voy hasta la puerta que abro de un patadón. Korvachiev y mis dos Boyevikis me siguen cuando entro al edificio. Bajo las escaleras de cinco en cinco y llego al piso cuatro dónde toco el timbre.
El argelino y los soldados se me ponen al lado, ocultándose del campo de visión de la mirilla.
Oigo pasos y un boyeviki me pasa una pequeña pala que me oculto tras la espalda.
—Buenas noches. —digo cuando me abre la puerta y observo al hombre en pijama.
—No estoy interesado en comprar una biblia, muchas gracias. —murmura el hombre rapado y sonrío cuando entrecierra la puerta. Lo detengo poniendo la mano.
—No vengo a venderte una biblia.
Abre de nuevo y frunce el ceño, extrañado.
—¿Entonces qué quiere?
—Hacer de tus últimos minutos una pesadilla.
Saco la pala con la que lo golpeo en la zona exacta de la mandíbula con la suficiente fuerza para luxarla, mas no romperla y para que caiga al suelo.
Grita por el dolor cayendo al piso sosteniéndose la cara. Me adentro en la casa seguido de mis tres acompañantes.
—Agarradlo. —ordeno y el argelino cierra la puerta. —Llevadlo al salón.
Se remueve pero los boyevikis afianzan el agarre impidiéndole moverse.
A regañadientes, lo llevan hasta el salón. Trata de zafarse pero el boyeviki le da un cabezazo que lo atonta.
—Desnudarlo y atarlo a una silla. —musito sacando el cuchillo. El argelino agarra las cuerdas y acerca la silla en lo que los soldados le quitan el pijama rompiéndolo y dejándolo desnudo sobre el suelo.
Le sangra la nariz y trata de taparse y cubrirse.
Lo vuelven a agarrar y lo colocan sobre la silla, de espaldas a mí. Su cuerpo blanquecino se encuentra lleno de marcas y me encargo de hacer el primer corte centímetros más abajo de la nuca.
Chilla como un cerdo en una matanza y los soldados lo atan de los brazos y piernas desnudas a la silla.
La sangre cae por su espalda, llenándolo todo del líquido carmesí y se retuerce en el asiento intentando liberarse de las ataduras. Los músculos de su espalda se contraen al sentir el líquido desplazarse por ella y continúo siguiendo un trazo con forma de círculo.
—¡No! ¡Para, por favor, para! —chilla intentando patalear, moverse pero es incapaz y sigo con el corte que ya deja levantar su piel.
—Ve por la sal. —ordeno a uno de los soldados.
Da cabezazos hacia atrás, intenta hacer cualquier cosa que disipe el dolor y no puede. La sangre me mancha las manos y yo clavo la navaja con fuerza llevando el tajo hasta la mitad de su espalda para seguir rodeándola entera.
Le empiezan a temblar las piernas y parece que va a convulsionar de dolor cuando tomo la carne y tiro de ella hacia atrás, dejando ver los músculos de su espalda los cuáles corto también. Los gritos son insoportables y me estresa.
—¡Cállate! —grito golpeando su cabeza contra la estantería frontal, dejándolo atontado y en silencio.
Quito el exceso de carne y tomo la sal quitándole el medidor.
Dejo caer todo el mineral sobre ambas heridas y esto fomenta el espesor de la sangre que lo mancha todo. Chilla y no quiero imaginar el ardor que debe sentir. Sonrío y repito la acción.
Rabie me acerca una bolsa. Lo miro asintiendo y tomo el clavo que le meto en el antebrazo. Agarro la carne cortada pero aún sujeta por el lado derecho y la meto en la punta del clavo. Los gritos se me meten al cerebro y vuelvo a golpearlo contra la estantería.
—¡Silencio! —lo golpeo repetidas veces haciendo que se abra la cabeza y no sé si vive aún cuando cuelgo la piel del otro lado de la misma manera.
Queda como si tuviera alas hechas de su propia carne y sus pulmones se ven rojos, llenos de sangre y las venas se marcan alteradas por la cantidad de sal echada.
Deja de respirar, su corazón late unos segundos más y tiembla por las terminaciones nerviosas todavía vivas. Sus músculos se contraen y deja caer la cabeza, muriendo finalmente.
Me levanto y voy andando al baño donde me lavo las manos llenándolo todo de agua teñida de carmesí. Resoplo saliendo del baño y saco la bandera verde de la bolsa.
Le tomo del mentón y entierro la punta del mástil de la pequeña bandera en su pecho.
—Vámonos de aquí. —farfullo guardando la navaja.
Salimos por la puerta y subo las escaleras llegando de nuevo a la azotea.
Mi móvil empieza a vibrar y veo el nombre del turco al que contesto.
—Dime, Emir.
—¿Qué haces? —cuestiona. —Rabie me dijo que estabais ocupados por Inglaterra. ¿Os falta mucho?
—No me digas que me echas de menos. —musito sorbiendo la nariz y entrando al helicóptero.
—Tenemos una reunión con la Bratva en Ekaterimburgo. ¿Crees que llegas?
—¿Cuándo es?
—En cinco horas.
—Sí os dais el gusto de esperarme puedo llegar. —digo. —¿Y para qué tenemos el gusto de contar con la presencia de Lazarev?
—Quiere hablar de tu nuevo cargo. —explica. —Les comento que llegarás tarde. A las 21 hora rusa en el Centro de Negocios Vysotsky.
—Perfecto. Nos vemos.
Termino la llamada y Korvachiev me mira, haciéndome un gesto interrogativo.
—Métele nitro a este cacharro. —le ordeno al piloto. —Vamos a coger nuestras cosas y nos vemos en media hora en el hangar con el resto de Boyevikis. Nos vamos a una reunión en Ekaterimburgo.
***
La media hora se me han hecho cinco minutos y ahora ando apurado por el hangar, dónde me esperan los siete boyevikis acompañantes.
El piloto clave de los turcos me mira sonriente.
—Te he echado mucho de menos. —ironiza. —Añoraba tu tardanza.
—Que exagerado eres, Yassin. —río. —¿Nos vamos? Nos espera Rusia.
Nos subimos al jet privado que arranca en menos de diez minutos.
Se sube al cielo en el que maneja en dirección a la ciudad rusa y una de nuestras azafatas privadas pasa repartiendo vasos de D'Amalfi Limoncello Supreme.
Tomo el vaso y bebo el licor agridulce a la vez. Su sabor es una mezcla equilibrada de dulzura y acidez, con una textura suave y sedosa que lo hace impecable.
Lo que son cinco horas se vuelven tres y media cuando Yassin dobla el esfuerzo del avión quemando el doble de gasolina.
Las tierras rusas se dejan ver rápido y entramos por Bielorrusia, pasando por encima de la capital y por arriba de la ciudad de Kazán, llegando a Rusia a las ocho y cuarenta y dos en hora local.
Llegando a la capital del óblast de Sverdlovsk en tiempo récord, bajo del avión y la policía nos recibe preguntándonos por la documentación. Me abrazo a mí mismo y agarro el abrigo sintiendo el frío soviético.
—Este hangar es mío. —les digo en ruso sacando los papeles certificativos. —Aquí pueden certificarlo.
Toman el papel con el que verifican la información que les doy y me dan la bienvenida al país.
Ando hasta el parking con Korvachiev y los Boyevikis y llegamos al Audi RS7 Sportback de color rojo. Subimos dividiéndonos entre este vehículo y un Mercedes Benz GLC Coupe del mismo tono.
—Centro de Negocios Vysotsky. —ordeno haciendo que el vehículo arranque manejado por el chófer.
Salimos del aeropuerto a 16 km de la ciudad de Ekaterimburgo, junto a la población de Koltsovo, en el distrito federal de los Urales. Las aerolíneas Ural Airlines y Aviacon Zitotrans tienen su sede en el aeropuerto y eso hace que esté prácticamente vacío.
El camino hasta el centro comienza y en aproximadamente veinte minutos llegamos a la calle al centro de reuniones.
Me bajo del coche viendo que son las nueve y ocho y entro al edificio yendo a recepción.
—Buenas tardes, —le digo a la mujer. —quería preguntar en qué sala está Mijail Lazarev.
—¿Quién es usted? —cuestiona. —Debo colocar aquí su nombre para comprobar que está invitada.
—Soy Akim Morozov y estos son mis acompañantes, pero ellos quedarán fuera. Solo me acompañará uno. —respondo.
La recepcionista teclea el nombre y al cabo de unos segundos niega.
—No me sale como invitado.
Ladeo la cabeza.
—¿No? Hablé con el señor Lazarev antes y me confirmó la entrada. —farfullo. —¿Quiere que lo llame?
—Por favor. —asiente.
Saco el teléfono y me muerdo la lengua mientras tecleo el número de Ballaba.
—Akim, ¿qué pasa? —cuestiona.
—Dile al ruso que salga y le diga a la recepcionista que estoy invitado si no quiere que entre y le meta la pistola por el culo y dispare.
Cuelgo sin darle oportunidad a decir nada más y me giro, sonriéndole a la mujer.
—Ya viene.
Pasan apenas unos segundos hasta que el ruso de pelo trenzado sale y viene hasta la mesa. Clavo los codos deseando contener las ganas de clavarlos en los ojos.
—Buenos días a todos. —nos saluda acercándose. —Oh, Akim, ¿cómo estás? Hace mucho que no te veía.
Me da la mano y sonrío con falsedad.
—Muy bien, MIjail. ¿Tú qué tal, todo bien?
—Oh, perfectamente.
—Es que aquí, la señorita de recepción me comenta que no salgo como invitado en la reunión en la que claramente Emir me dijo que estaba invitado.
Mijail ríe y se lleva la mano a la frente. <<Idiota>>
—¡Que despiste! —farfulla. —Se me había olvidado añadirte a la lista, es cierto, se me olvidó que ahora eres el encargado de Los Seixal y ya no eres el lavaperros de Emir. —Su pullita me hace ladear la cabeza y alzar las cejas. Él se gira apoyándose en la mesa y mirando a la joven sentada. —Bonita, si, ambos están invitados. Akim Morozov y su acompañante el recluso fugado.
—No hay problema, señor Lazarev.
—Vamos, venir conmigo. —indica alzando la mano y lo seguimos en lo que los boyevikis se apañan quedándose por el pasillo y en la sala de espera.
Entramos al lugar reservado dónde la mesa en forma circular brilla con las lámparas alargadas.
Los señores de la mafia se encuentran sentados en orden y la paz reina entre ambos bandos con los capos de la mafia italiana, la mafia turca y el Pakhan de la Bratva juntos en un mismo lugar.
Veo los huecos vacíos al lado de Ballaba y Rabie me sigue disfrutando de la gloria de la importancia que ahora tiene para la mafia.
Me siento al lado del turco.
—Lamento el retraso. —farfullo ante la atenta mirada de los capos. —Estaba haciendo algo importante en Birmingham.
—Estábamos charlando sobre la nueva situación de la mafia, lo que cambia el estado de la Guerra de las Mafias y, por ende, todo es distinto de hoy en adelante. —resume el sottocapo turco. —Entre ellas, tu nuevo puesto temporal como encargado de Los Seixal.
—Me parece demasiado oportuna la muerte de Willhelm. —masculla el capo de la mafia italiana. —¿Sabemos quién lo mató?
—Fueron los cubanos en un ataque a la base... —replica otro miembro de la organización turca. —¿Quién iba a ser sino?
—Quién sabe. —contesta de nuevo el italiano. —Por el poder pueden hacerse muchas cosas.
—No hace falta que tires indirectas, Moglieri. —hablo. —Si crees que lo maté para quedarme con los Seixal, estás muy equivocado. Pero no me importa lo que pienses. Lo único que sé es que vamos a avanzar y es que la propuesta de paz pinta cada vez mejor.
—Los chechenos no quieren aceptar, están en desacuerdo con varias de las condiciones y los cubanos simplemente quieren guerra.
—Que no la deseen tanto. —replica Emir Ballaba.
—No hace falta que amenaces, Emir, que la fiesta no ha empezado todavía. —replica Maglieri y yo salto.
—No querrás que empiece.
—Hágase el amor y no la guerra, —bromea Mijail Lazarev. —estamos aquí para repartir territorios y así poner fin a la guerra.
Chasqueo la lengua.
—¿Qué dice Adâo sobre la repartición? —preguntan.
—Me dejo unos papeles con propuestas y ofrece entregar sus tierras en Lesoto a cambio de una parte en Etiopía, además de los canales de distribución de mercancía de los chechenos a América.
—Sí, claro, los mejores de todos. —refuta el capo de la Cosa Nostra. —Todos queremos eso.
—Para vosotros hay muchas otras cosas. —musito. —Territorios en Camerún, Ghana y Zambia a cambio de que nos dejéis esos canales y una parte en el Sahara Occidental.
El italiano se levanta negando con la cabeza.
—Jamás vamos a dar el Sáhara. Los laboratorios de allí funcionan a la perfección.
—Al igual que los de los países mencionados. —me levanto yo también. —¿Cuál es tu problema? Parece que no quieres ningún tipo de reconciliación.
—No digas gilipolleces. —rezonga.
—Lo que pasa es que si firma la paz quedará cómo un imbécil y su hijo le quitará el puesto en la Cosa Nostra. —suelta Emir y el italiano le saca el arma temblando de ira.
—¡Cállate!
Todo se vuelve una pelotera cuando yo también apunto al italiano a la vez que su sottocapo se levanta apuntándome. El resto nos imita y dos rusos me apuntan a mí a la vez que Korvachiev apunta a Lazarev y los Ballaba a los italianos.
Las respiraciones entrecortadas se dejan oír cuando todos callamos y Lazarev alza las manos soltando el arma.
—No vamos a armar un desmadre aquí. —indica.
—Me parece tan gracioso que me digas que quedaré como un idiota, Emir. —le dice el italiano riendo. —Aún a sabiendas que tu mano derecha y el chiefe de los Seixal se están dejando joder porque una puta que le quitó los papeles que certifican las construcciones ilegales hechas en África y con la constructora de su mujer. Y todo a nombre de Akim. ¿Quién es más flojo?
Suelto una carcajada y me mira entrecerrando los ojos.
—Vamos a bajar las armas todos, lentamente. —dice Lazarev y obedecemos bajando las armas y volviéndonos a nuestro sitio.
Río ante las palabras antes mencionadas por el italiano.
—No hace falta que te preocupes por eso, Moglieri. —farfullo. —Me estoy encargando personalmente de encontrar esos papeles.
Sonrío recordando que todo está saliendo a la perfección y que ya casi me encontraré con esa pelirroja que me debe los papeles que robó de la casa de Adâo su difunta amiga, Martinee.
***
Hey, volvimos! Casi un mes pero aquí traigo y un nuevo capítulo y feliz de anunciar que ya casi llegamos al ecuador de la historia en cuanto a capítulos. ¡Dos más y habra terminado la primera mitad! Que fuerte.
Nos vemos pronto con más y mejor. Ig: @miikellfdeez_.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro