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Capítulo 3: 'Boston'

Bella.

Estados Unidos.

2 de noviembre.

La ciudad capital del estado de Massachussetts me recibe con las luces tintineantes de los edificios y la noche dominando el lugar.

El Logan International Airport se encuentra atestado de personas —cosa la cuál odio— y es por eso que ruedo los ojos viendo el tumulto de gente para salir de allí. Han sido veintiún horas de vuelo, de Morondava a París y de la ciudad francesa hasta aquí. Salí el lunes a la una de Madagascar y llegué a las cuatro de la tarde del martes, es decir a las nueve de Estados Unidos.

Las puertas de cristal se abren cuando paso y busco con la mirada tratando de encontrar al hombre con el cartel y mi nombre.

Lo hallo viéndolo en una esquina de la salida, lo reconozco a los instante: uno de los jefazos de Cebi y muy amigo de Joao: Martin Freeban, un hombre alto y corpulento con el que he hablado —o me atrevería a decir, no siendo muy egocéntrica, que coqueteado— dos o tres veces en toda mi vida.

Me muevo hasta él con una sonrisa de oreja a oreja y me recibe lanzando dentro del coche el cartel con mi nombre y abre los brazos.

—Bella, cielo. —ríe y llego hasta él devolviéndole el abrazo. —¿Cómo estás? Te noto igual de hermosa que siempre.

—¿Un poco más, igual? —vacilo.

—Un poco más, sí.

Sonrío dándole vista a mis dientes perfectos.

—Un viaje largo: agotador y estresante. Estoy tullida después de prácticamente veinte horas metida en un avión. Son los vuelos que más me molestan; casi un día metida en un avión para irme en menos de dos semanas.

—La pasantía es lo más jodido de Cebi. —se aparta abriéndome la puerta para que pase. —¿Desea entrar, señorita?

Tomo su mano con coquetería y entro al vehículo.

—¿Y qué tal todo? —musito cuando se mete y arranca.

—Bastante bien, la verdad. El juicio de este caso es el viernes. —farfulla. —Así que ya sabes de cuánto tiempo constas para prepararte.

—Genial. —bufo con ironía. —¿De qué?

—Hombre acusado de robo. —explica. —Robos, más bien dicho.

Sus palabras me hacen temblar las piernas. El recuerdo de todo lo pasado en la encrucijada del mundo pasa por mi mente.

—Q-que... bien. —titubeo tratando de evitar el tema. —Y cuéntame... ¿qué tal el manejo de Cebi?

Joan Alveiroa es el máximo general de Cebi International, incluyendo todas las sucursales en todos los lugares del mundo, pero por continentes se encargan otras personas siendo América la jurisdicción de Martin; todas bajo el mando de Alveiroa.

—Bastante bien. Latinoamérica se comporta bien y Estados Unidos tiene un buen abastecimiento de abogados. —explica.

—Me alegro.

—Oye, ¿tú te acuerdas de tu jefe en Estambul, Demir Fatti?

El pulso se me acelera solo de oír eso y me pica la lengua, deseosa de contestar que yo no recuerdo nada de esa ciudad. Ni siquiera el nombre. Pero hay que dejar las niñerías a un lado y tomo aire.

—Sí. —es lo único que logro formular.

—Pues se rumorea que ha sido destituido de jefe en la sucursal de la ciudad. —me giro mirándolo y abriendo los ojos, sorprendida. —El mandamás de Cebi en Asia, Ateem Huckabee, tuvo que destituirlo por unas investigaciones que han salido en su contra.

—¿Investigaciones? —pregunto extrañada. —¿De qué?

Gira el volante repetidas veces saliendo del recinto del aeropuerto.

—Supuestos nexos con la mafia. —se me corta la respiración al oírlo. —No sé con qué cara te llevas con gente que ha matado a una de tus trabajadoras... No lo entiendo, de verdad.

Dejo de oírle y sus palabras traen a mi mente a Martinee.

—Yo...

—Es que me parece que después del asesinato de Martinee, no debería pasarsele por la cabeza darles ni los buenos días.

Los recuerdos me avasallan.

—¿Podemos hablar de otra cosa, porfavor? —cuestiono con los ojos encharcados. —No quiero acordarme de nada de eso ahora.

—Oh... —musita sin saber qué decir. —Tienes razón, lo siento, Bella.

—No... no pasa nada. —digo negando con la cabeza pero recordando a la mujer que era prácticamente mi hermana.

—CEBI ya tiene la lista del jurado. —musita. —Para que la mires.

—Lo haré. —farfullo tratando de adentrarme en el tema. —¿Cuántos desafíos perentorios puedo presentar?

—Máximo, cinco.

—Perfecto. —sonrío borrando las lágrimas de mi expresión. —Cinco es mi número de la suerte.

***

Miércoles, 3 de noviembre.

Los juzgados de Boston se ciernen sobre mí en lo que observo el edificio de enormes dimensiones.

«Piso 16, puerta B»

Recuerdo las palabras de Martin, indicándome donde encontrarme con mi cliente, en este caso, un hombre de cuarenta y seis años de nacionalidad argelina llamado Rabie Korvachiev, acusado de robar una gran cantidad de dinero en el OneUnited Bank de la ciudad; pero este robo no fue a la fuerza, sino mediante constantes estafas que se han ido sumando y que han conformado la pena de embaucamiento, un total de 20 años de prisión. Paso la mano por mi peluca castaña antes de entrar a la sala, tomo aire y me dispongo a ello.

Mis tacones resuenan en el suelo de la sala vacía del juzgado, me voy moviendo con toda la seguridad que me caracteriza aunque los nervios estén comiéndome por dentro.

Avanzo adentrándome al cien por cien en la sala y me pone la piel de gallina el enfrentarme a esto sola de nuevo. «Si tan solo ella estuviera conmigo»

Ya dentro de la sala para juicios, miro a mi alrededor tratando de visualizar a mi nuevo cliente. Me cuesta y lo consigo viéndolo sentado en la parte más alta de las banquetas para el público.

—Mmmmm, buenos días. —saludo al fijarme en que está cabizbajo, ¿dormido, igual? —Soy la abogada del señor Rabie Korvachiev, vengo de parte del bufete internacional de Cebi. Mi nombre es Alessandra Morgan, ¿sabe usted dónde puedo encontrar al señor Korvachiev?

El hombre no contesta ni dice nada, de hecho, parece que me ignora y en una infinita espera de casi veinte segundos, alza lentamente la cabeza —como los psicópatas de las películas— y me mira, fijamente.

Como si fuera un robot manejado por un mando de control central; me escanea de arriba abajo, analiza todas y cada una de mis expresiones, y estoy segura de que eso le sirve para saber de mí. Mi postura, mi forma de hablar, mi indumentaria...

—Yo soy el señor Korvachiev. —pronuncia moviendo esos labios resecos, protegidos por una sombra de bigote y barba de color plata. «¿No se ve un poco mayor para tener menos de cincuenta años?» —Un gusto, señora Morgan.

—Señorita. —le corrijo tratando de restarle tensión a este asunto.

—Oh, lo siento. —dice levantándose del asiento. Es bastante alto, estoy segura que roza los dos metros y su pelo es del mismo color que la sombra de vello facial; parece un anciano y sus expresiones arrugadas me lo confirman. —Ahora le entrego mi DNI, si lo desea...

—¿Por qué lo dice? —cuestiono extrañada cambiando mi postura seria y regia a una más relajada; tomo el bolso que cuelga de mi hombro izquierdo y lo tomo de la asa superior con las dos manos, dejándolo frente a mí. Cruzo las piernas y relajo los hombros.

—Porque con tanta observación hacia mí parece que no creyera que soy el señor Korvachiev.

Me quedo fría ante sus palabras y sonrío, tratando de disimular la incómoda sorpresa que me ha causado.

—Pero es normal que le observe, ¿no es así?

—No da gusto mirarme. —ríe bajando de las banquetas. —Estoy viejo, ajado... —se acerca a mí metiéndose la mano en el bolsillo y ese gesto repentino me asusta. —No puedo decir lo mismo de usted, señorita Morgan. A usted si da gusto verla.

Me pican las palmas por meter la mano al bolso y sacar el spray de pimienta que siempre cargo, no sé si este loco me va a sacar una pistola y me va a enterrar un tiro en la frente y el corazón me late acongojado hasta que, finalmente y alargando mi agonía interna, saca su cartera.

De esta misma saca su carné identificativo y me lo entrega.

—Soy yo, señorita Morgan.

Tomo el pequeño documento observando la foto y quedo sorprendida. «Si así pasan los años, espero morir joven y bella»

El hombre que la foto muestra es muy distinto al que tengo enfrente; de pelo rubio claro, con una barba sensual y sin un solo defecto en la cara. Pero con exactamente los mismos rasgos; narizón, ojos grandes...

—No lo dudaba, señor Korvachiev.

Se pasea por la zona andando lentamente, sonriente.

—Y, bueno, ¿por dónde empezamos? —habla al cabo de unos segundos. —Hay mucho que hacer y el tiempo no es infinito.

—Sentémonos. —le digo. —Y empezaremos escuchando su versión.

—¿Mi versión? —cuestiona extrañado. —Está claro que yo lo hice, las pruebas lo tienen todo y nada indica que haya sido otro, así que creo que mi versión aquí es inverosímil.

Lo observo durante unos segundos sentándome en la mesa en medio de la sala. Él me imita, quedando enfrente mía.

—No cuestione mis métodos, señor Korvachiev. —murmuro con una sonrisa desconcertante. —Oír su versión, sus motivos y razones, podría servirme para que en vez de veinte años sean diez.

—¿Y eso para que me sirve? —musita ladeando la cabeza. Paso la lengua por los dientes molesta. —Robé porque quise lo que todo el mundo quiere en esta vida: dinero.

«Bueno, bueno.»

—Entonces dejémoslo así. —decido usar la psicología inversa. —Puestos a que no quiere colaborar, esto termina aquí. Y a ver si en vez de veinte años, le da treinta y expira en la cárcel. ¿Eso quiere? Perfecto.

Agarro el bolso de marca Chanel de la mesa y me dispongo a irme.

—Señorita...

—Un gusto, señor Korvachiev. —le tiendo la mano. —Nos vemos el día del juicio.

Se queda pasmado durante unos segundos, observando mi extremidad extendida y finalmente se levanta volviéndose imponente debido a su altura.

—Espere.

Bajo la mano y entrecierro los ojos, regalándole una mirada escrutadora.

—¿Para qué más puedo serle de ayuda, señor Korvachiev?

—Llámame Rabie. —me corrige. —De la misma forma, yo te llamaré Alessandra.

—Si no quieres nada más, me voy. —digo ya sin paciencia, tuteándolo para sumarle seriedad al momento. —Soy una abogada pasante y como supondrás, estoy tremendamente ocupada...

—¿Cuál es tu siguiente destino?

La pregunta me pilla desprevenida y mi expresión permite notarlo, es por eso que hace un gesto de disculpa.

—Yo...

—Lo siento si te ha abordado la pregunta, perdón. Soy un hombre curioso.

Levanto una ceja y recuerdo una de mis reglas personales. «No dar información comprometedora»

—Me voy a Lisboa, en Portugal. Parto este mismo domingo. —miento. —Por eso es por lo que debemos trabajar en esto, Rabie, si no quieres y no vas a colaborar, lo siento pero me marcho. Pasaré el informe a Cebi para que estén al tanto de tu situación.

—Vale, vale. —accede finalmente. —No te vayas; trabajemos en esto. Es simplemente que yo no veo ninguna salida factible para esto. Robé en un banco un total de quinientos cincuenta mil dólares, y no es por un motivo especial. Por ambición.

—¿Cómo lo hizo? —vuelvo a sentarme con la pregunta en la boca.

—Yo, anteriormente, trabajaba en la morgue. —musita. —Pues aprovechaba a las personas que fallecían para hacerme pasar por su familiar y robar sus ahorros.

—¿Nadie se dio cuenta de que eras la misma persona? —cuestiono en lo que él toma un cenicero y saca un cigarro del bolsillo interno de su chaqueta.

—No. —enciende uno con el mechero y me ofrece. —¿Quieres? Así entramos en calor para la charla.

—Está bien. —acepto y rueda uno por la mesa, repitiendo la acción con el mechero. Lo enciendo y vuelvo a hablar después de tomar y sacar humo. —¿Nadie noto que eras la misma persona? —niega lentamente, «Ocultando algo» —¿O lo hacías con alguien más?

Fuma del cigarrillo sin responder nada.

—Mmmm...

—Rabie, o me dices la verdad, o esto sí que no va a tener ninguna salida. Llevo casi tres años ejerciendo y nunca me he encontrado a alguien indispuesto a mejorar su situación fiscal. Quiero la verdad, ya.

El argelino mira hacia otro lado.

—Lo hacía con dos personas más. Íbamos turnándonos; y uno de ellos era abogado, nos daba los papeles falsos para poder reclamar el dinero.

—¿Han atrapado a ese hombre? —cuestiono.

—Al abogado sí, era traído de la sede de Cebi de Chicago. Se llama Axel Barrett.

Me pongo blanca al oírlo.

—¿Axel... Barrett?

—¿Lo conoces personalmente?

«Me lié con él antes de irme a esa ciudad. Maravilloso»

—No, no. ¿Por qué iba a conocerlo? —musito nerviosa. —Sólo que me sorprende, era un abogado algo conocido dentro de Cebi. ¿Y ahora está en tela de juicio?

—Sí, de hecho creo que también está siendo atendido por otro abogado de Cebi.

—Pero Cebi no puede defender a sus propios trabajadores.

—Axel estaba destituido hace tiempo, solo se valía de sus objetos para la falsificación del testamento y documentación en general.

—Wow... —me sorprende, parecía muy formal. «Si tan solo ella estuviera aquí para contarle este chisme...» —¿Y la otra persona, dónde está?

—Nora Corozova, murió de un cáncer fatal hace un mes y medio. —explica con cierta pena.

«Apellido...»

—Oh, lo lamento mucho... —musito soltando el humo; se le ve afligido. —Y cuénteme, ¿cómo se dieron cuenta?

—Empezaron a seguirnos la pista. Se dieron cuenta de que yo no informaba de los fallecimientos hasta que teníamos el dinero, generalmente no era más de un día, pero nos siguieron la pista y hasta ahí nos llegó el chiste.

—Comprendo, comprendo.

Continúo con las preguntas mientras va pasando el rato y poco a poco voy conociendo más de la historia del señor Korvachiev.

Nacido en Mouflan, una zona pobre de la ciudad de Tamanrasset, en Argelia, el día veintisiete de diciembre del año 1974. Padre existente pero ausente e infiel, madre cariñosa pero sobreprotectora. «Problemas familiares desde temprana edad» Cuatro divorcios y tres hijos desperdigados. «Trastornado» Disfrutón de la vida y ocio nocturno. «Alcohólico y ludópata»

Un informe algo adulterado, pero eso me hace falta además de la cita psicológica que normalmente pido de urgencia, algo que recalque esas ganas de robar y tener más que los demás. Voy sacando información y consiguiendo hilos de los que agarrarme para dar un resultado final que merme la condena a la que se enfrenta este hombre.

—¿Has visto las listas del jurado popular? —musito sacándola de mi maletín por si la respuesta es negativa.

—Me llegó en correo eléctronico pero no he tenido el gusto de mirarla detenidamente. —ríe.

Toma la hoja mirándola de arriba abajo.

CEBI me entrega el mismo día que llego a mi destino la lista del jurado popular; en la gran mayoría de los países es mera información irrelevante, pues no puede cambiarse, sin embargo, estamos en Estados Unidos. Empezando por lo obvio, el jurado popular son civiles comunes que, en principio, son seleccionados para el puesto. Esta parte del juicio se divide en dos: el Gran Jurado, que es el encargado de llevar a cabo la acusación, por lo que su función consiste en indicar si existen razones suficientes que indiquen que se ha cometido un delito. Y por otro lado, el Jurado ordinario, decide acerca de la culpabilidad del acusado, para lo que deben emitir un veredicto cuyo resultado se haya alcanzado unánimemente.

Pues en Estados Unidos, bendita tierra, puede llevarse a cabo un trámite llamado desafíos perentorios.

—Ya he empezado el trámite del desafío perentorio. —informo al hombre frente a mí. Alza la mirada de la hoja, extrañado.

—¿Eso sirve para...? —pregunta extrañado.

—Para cambiar miembros del jurado.

Ladea la cabeza.

—Yo no conozco a nadie de estas personas. —musita mirando la lista para asegurarse.

—Lo sé. —digo arrastrándola por la mesa para traerla hasta mí. —Pero no nos interesa tener gente joven en ella.

Ríe desconcertado, más bien nervioso.

—Alessandra, no estoy entendiendo nada.

—Hay cuatro personas de veintiséis, veintidós, veintiún y treinta y tres años en la lista. —señalo los nombres. —No nos conviene tener a gente tan joven en el jurado; recuerda que ellos deciden tu nivel de culpabilidad en el caso y queremos que te rebajen la condena por tu trastorno.

—¿Por qué no conviene? —sigue sin entender. —¿Qué más dará si tienen veinte, treinta o setenta y dos?

Ruedo los ojos y tuerzo la boca, aguantándome un resoplido.

—La gente joven es muy castigadora, Rabie. —le explico señalándole con el dedo. —Te lincharían si pudieran por tu crimen, y te aseguro que no es lo que queremos. La opinión pública es de suma importancia; los jóvenes tienen la osadía de juzgar sin conocer un contexto al completo. Pero cuando uno comprende, porque yo comprendo tu trastorno, tus carencias y tus motivos, más no lo entiendo: comprender es descifrar y entender es tender hacia lo mismo, es distinto.... —hablo. —Cuando uno comprende, todo se ve distinto. El individuo piensa, la masa no.

—¿Entonces porque quieres poner gente mayor? —responde. —¿Porque no son... tan juzgones?

—Las personas mayores atienden más a razones, se cuestionan más allá del mero hecho y eso te favorece, Rabie. La vida ha dejado mella en ellos y comprenden, que recalco, es distinto que entender, el contexto de tu vida, en general. —tomo aire. —Las canas dan benevolencia. —sonrío. —Los años saben lo que los días desconocen. Por eso te conviene tener gente mayor que comprenda tu trastorno y el contexto de tu existencia.

Se queda mirándome, asombrado ante mi palabrería.

—Wow. —suspira. —Eres una abogada alucinante, me temo.

«La terrible Jones, me llaman» Me guardo las ganas de contestar.

Las horas pasan, me doy cuenta que son las seis de la tarde y me levanto del asiento.

—Creo que tengo información suficiente para hacer algo favorable hacia ti, Rabie. —digo. —Ha sido un placer conocerte. Conseguiré una cita con el psicólogo para mañana y analizará todo esto de una manera profesional, ¿vale?

—Perfecto. —me dice sonriente. Aunque ha sido jodido al principio, me lo esperaba menos agradable. —Nos mantenemos en contacto por correo.

—Efectivamente, ya lo conoces. —le doy la mano. —Un gusto, Rabie.

—Las damas primero, por favor. —me señala hacia la salida.

—Oh, por supuesto. —sonrío.

Camino haciendo sonar mis tacones llegando a la salida, dónde paro en el pasillo y me giro dándole la mano de nuevo.

—Un gusto, Rabie.

—Igualmente.

Se dirige hacia las escaleras y yo giro dirigiéndome al ascensor, justo en el lado contrario. Ando hacia el elevador, parándome enfrente pero de repente me giro al oír la puerta y de seguido, la voz que viene tras el sonido.

—¡Bella!

Veo a Rabie parar al oír a Axel llamándome, pero abre la puerta y baja las escaleras en lo que su compañero no querrá venir hacia mí. «Me ha llamado por mi verdadero nombre»

El demacrado bombón de mi oficina en Chicago se acerca a paso apresurado, seguido de otro abogado de la empresa que reconozco de vista.

—Axel, ¿qué ha pasado? —le digo abrazándole. —No me llames Bella. Soy Cassandra Morgan, ¿okay?

—Oh, lo siento... —musita apenado. —Esto está siendo horrible. —se queja. —Colaboración en crimen de estafa; ya no tengo ni mi licenciatura para ejercer y tiene pinta de que me caen dieciocho años.

—Es que Axel, cómo se te ocurre...

—Necesitaba dinero, Bella. —me dice en voz baja. El ascensor llega y su abogado se pone a nuestro lado, dispuesto a entrar. —Me destituyeron por una de esas noches locas en las que me pasaba de copas.

—Nunca pudiste controlar tu adicción a la fiesta. —ruedo los ojos. —Madura, chaval.

—De ahí todo fue un efecto dominó. —se fija en su abogado, postrado a mi lado. —Mira, Bella. Este es mi abogado, también de Cebi: Christian Forelli.

—Sí, he oído su nombre. —le tiendo la mano viendo un oscuro conocido en sus ojos. —Mucho gusto, señor Forelli.

—Puedo decir lo mismo, señorita Jones. —toma mi mano. —Es un gusto verla de nuevo.

—Sí, pero lo hace y debe hacerlo en secreto. La pasantía es así; no soy Bella Jones, sino Cassandra Morgan.

—En dado caso, un gusto, señorita Morgan.

El ascensor llega y nos metemos los tres dentro pulsando el botón para ir a la planta principal.

—¿Cómo fue lo de tu licencia? —le pregunto a Axel una vez en el elevador.

—Me fui a Las Vegas y amanecí en una comisaría de policía. Me acompañaban Kane y Julliet, sin embargo ellos siguen ilesos.

—Porque ellos no agredieron a nadie después orinar sobre las llantas de los coches de las fuerzas policiales veganas, señor Barrett. Dando a recalcar que no fue por eso su cancelación de licenciatura, sino por intentar apañarse en nombre de Cebi.

—¡Axel! —lo miro aterrada.

—¡Joder, si es que me volví loco en ese sitio! Parece mentira...: luces de colores, miles de máquinas que te hipnotizan y no te dan paso a salir de ellas mientras bebes todos los cócteles de su menú...

—Vaya excusa de mierda... —río.

—Venga, Bella, tanto tú como yo sabemos que a ti te gustaba mi lado fiestero. —musita irónico haciéndome sentir incómoda al recordar lo que pasó entre nosotros antes de irme a Estambul. —¿Recuerdas ese glorioso día antes de tu marcha?

Miro a Christian que se hace el loco dirigiendo su mirada hacia otro lado.

—Sí, el día que me dejé añadir en tu lista de mujeres que han pasado por tus labios por borracha.

—No, no. Te corrijo: el día que caíste rendida ante mis encantos. —ríe pícaro no siendo consciente de que no es así.

—Permíteme corregirte de nuevo: —farfullo sin perder mi sonrisa impactante. Llevo mi dedo índice a sus labios, paséandolo por la zona y mirándolos con un fingido deseo. —tú caíste ante mis encantos. Es por eso que, sí ahora hay oportunidad de repetirlo, tú lo repites y yo, evidentemente, no.

Reafirmo el agarre de mi bolso y el ascensor llega a la planta principal.

—Ay, Bella...

—Estoy a otro nivel; siempre lo he estado, que no se te olvide.

Salgo del ascensor andando en línea recta hasta la puerta, dónde me espera el coche en el que me muevo. Dejo caer las gafas sobre mis ojos y me giro.

—Un gusto verte, Axel. Debo decir lo mismo, señor Forelli. —le doy la mano amablemente.

—Igualmente, señorita Morgan.

Se marcha dejándome sola frente al coche con Axel.

—Espero que se solucionen tus problemas legales, querido. Sino, te aseguro que en la cárcel te quitarán lo domador de mujeres que crees que eres.

—Bueno verte, Bella. —ríe Barrett. —Será un gusto que se repita nuestro encuentro por esta fiscalía.

—Una pena no poder decir lo mismo. —contraataco yo soltando la carcajada ante su mirada escrutadora. —¡Hasta luego!

Me meto al coche sin decir mucho más y el chófer arranca para llevarme al hotel.

Enciendo el móvil metiéndome a las redes sociales, observando miles de publicidades y cosas sin importancia. «Farándula asquerosa»

Sin embargo, las pruebas no salen de mi mente y aunque quiera evitarlo llenándola de porquería vil y pasajera, mi cerebro arroja una sola hipótesis.

«—¿Cuál es tu siguiente destino?

La pregunta me pilla desprevenida y mi expresión permite notarlo, es por eso que hace un gesto de disculpa.

—Yo...

—Lo siento si te ha abordado la pregunta, perdón. Soy un hombre curioso.»

«—Nora Corozova, murió de un cáncer fatal hace un mes y medio. —explica con cierta pena.

«Apellido...»

—Oh, lo lamento mucho... —musito soltando el humo; se le ve afligido. —Y cuénteme, ¿cómo se dieron cuenta?»

«Veo a Rabie parar al oír a Axel llamándome, pero abre la puerta y baja las escaleras en lo que su compañero no querrá venir hacia mí. «Me ha llamado por mi verdadero nombre»

Las pruebas indican un solo resultado y creo que es bastante claro y poco confuso; visto lo visto, Rabie Korvachiev es mi nuevo nexo con la gente con la que me veo enredada de nuevo: la peor calaña del mundo, a dónde pertenece el maldito que me quitó todo y la rata que se obsesionó conmigo y con tenerme; parece ser que no me desharé de ellos nunca, y más a sabiendas de que mi mejor amiga escondió papeles comprometedores para ellos. Me han encontrado, y es que tiene pinta de que de nuevo estaré enfrentándome nada más y nada menos que a los mafiosos que ahora mismo dominan medio mundo.

***

Yendal.

4 de noviembre.

La vida es paz y amor, ¿no parece?

Firmo el último parte que me da finalmente de baja del centro de rehabilitación. Muchas sesiones, mucha terapia pero ahora mismo en el cuerpo de Yendal Kozlova no hay ni un solo mililitro de alcohol o de alguna célula afectada por este.

Miro el reloj, dándome cuenta de que debo pasar por la hija a la que tanto le debo al colegio. Fatma ha sido una niña maravillosa. Durante mi estancia en rehabilitación, no dudó en venir a visitarme en repetidas veces con el hombre al que ya no le guardo rencor. En mi ser no hay espacio para eso y sólo quiero seguir mi camino hacia la felicidad.

He conseguido un trabajo como encargada de una empresa que prepara almuerzos para comedores infantiles. Me va bien, poco a poco voy escalando dentro de la compañía.

Nada me falla, ya no veo a Adrer como el hombre al que necesito tener, sino como al que tuve y al que adoro por ser el padre de mi hija, pero nada más. No soy dependiente de nada ni de nadie, solo me tengo a mí y a la niña que voy a recoger.

Monto en el coche —me costo sangre recuperar el carné— y me marcho en dirección a la escuela.

Por el camino, escucho Troublemaker de Flo Rida y Olly Murs, llegando al colegio de Fatma en menos del tiempo estimado.

Me bajo del coche andando hasta la entrada, dónde la veo salir charlando con una de sus amiguitas.

La saludo de lejos moviendo la mano en el aire, se despide de su amiga y viene corriendo hacia mí que la recibo con los brazos abiertos.

—¡Mami! —me dice abrazándome de vuelta. La levanto en el aire.

—¡Fatma! Cariño, ¡Cómo creces! Ya me cuesta levantarte y todo.

Ríe sonriente y la llevo al suelo agarrando su mano.

—¿Cómo te ha ido hoy, cielo? —pregunto mientras andamos.

—Ha sido un día genial, mamá. —me cuenta entusiasmada. —Hemos hecho lo que más me gusta: pintar.

—Sí, se ve que le has sacado eso a tu padre. De joven también era bastante artista...

Ambas reímos y entramos al coche. Fatma se sienta atrás, abrochándose el cinturón de seguridad. Ando hasta la parte delantera subiéndome en el sitio del conductor y giro el espejo para observar a Fatma desde aquí. Meto las llaves para encender el vehículo pero me detengo al fijar la vista en un pequeño papel.

Lo tomo molesta sin mirar lo que es y me giro, mirando a ver si veo al policía que me ha puesto esta multa.

Bajo la ventanilla asomando la cabeza.

—¡No estoy mal aparcada! —me quejo volviendo a entrar y arrancando el coche.

—¿Mamá, qué pasó?

—Nada, cielo, parece ser que me han puesto una multa...

Desdoblo el papel blanquecino observando que no es ninguna multa.

'Espero que no te hayas olvidado de mí, koroleva

A.M'

Leer las letras que reconozco al instante me pone a temblar acordándome del hombre que hizo mi vida una pesadilla hace un tiempo.

Siento que se me baja la tensión, el término ruso de significado 'reina' me trae malos recuerdos; él siempre me llamaba así y no puede ser que haya vuelto a mi vida.

«Allah, porfavor, justo ahora que estoy en mi mejor momento no, porfavor»

—Mami, ¿estás bien?

Se acerca Fatma. Guardo el papel en mi bolsillo tomando una inhalación profunda.

—Por supuesto, cariño. Vámonos.

***

Llego a casa apresurada, acalorada y temiendo por lo que pueda suceder. He bajado un minuto a comprar un ingrediente que necesito para una receta, ya es de noche y Fatma duerme.

Cierro la puerta y corro a revisar que todo en su cuarto esté correcto; cuando veo que así es, salgo dejando el queso fresco en la cocina.

Me dirijo al salón mirando el cuadro en referencia al islam rogando que Allah me protega de todo. Voy de nuevo a la cocina preparando los ingredientes para la comida de mañana.

Saco la carne para que se descongele, desenvuelvo el queso y lo dejo sobre un plato para que saque todo su líquido, el cual, lo mantiene fresco. Tomo las hierbas y especias, dejándolas listas para adobar el pedazo de carne y tomo los utensilios necesarios para tener todo listo.

Estando muy tranquila, me altero cuando oigo un ruido en el salón.

—¿Fatma? —pregunto deseosa de saber si ha sido ella la que anda por ahí. —Es hora de irse a la cama.

Ando hasta allí, extrañada al no ver nada y me giro para devolverme a la cocina, encontrándome con la sombra que me sobresalta.

Acallo mi alarido de susto para no despertar a la niña, pero Akim Morozov se planta frente a mí dejándome ver la ventana abierta por la que se ha colado.

Moya koroleva... —me habla en nuestro idioma materno; el ruso. —Te he echado mucho de menos...

Me muevo lentamente colocándome frente al sofá, lista para usarlo de cobertura si hace falta.

—Akim, por favor... No quiero nada de ti, no necesito nada. Márchate, por favor.

El hombre alto y pelinegro me deja ver su sonrisa, con unos dientes tan perfectos que parece sacado del infierno.

—Yendal, yo te quiero, por favor...

—Yo ya no. Lo hice, pero ya no más. Vete, por favor, soy muy feliz ahora mismo...

Él niega lentamente, acercándose a mí. Sus ojos oscuros me escudriñan, me analizan y me llevan a los momentos más íntimos que he vivido con él.

—Hemos sido muy felices...

—Hemos sido. —recalco deseando que se largue. —Pero llevas casi medio año sin venir a verme; lo hacías cuando estuve en rehabilitación, y ahora estoy perfectamente, así que te pido de nuevo que te marches.

—No puedo irme... —musita acercándose a mí. Voy rodeando el sofá; evitando su cercanía. —Te quiero, Yendal.

—Si lo hicieras te marcharías, dejándome ser feliz. Ya ha pasado mucho tiempo desde lo nuestro, Akim...

—No puedo. Te lo prometo, te quiero, pero no puedo largarme. —jadea. —¡Lo haría si pudiera, pero no puedo!

Respiro hondo tratando de calmarme.

—Mira, Akim, te voy a ser bien sincera. —me acerco hasta él, tomándolo de los lados de la chaqueta de cuero que lleva. —Me arruinaste la vida. Y no sólo porque fuiste por mí sabiendo que tenía pareja...

—No fuiste obligada a nada y lo sabes.

—No es solo por eso. Me descarrilé por tu culpa, por quererte, ¡por estar contigo! Todo eran malos ambientes y caí, y eso no fue lo peor: tú me dejaste caer.

Parece como si mis palabras no afectaran en nada al hombre que lleva esa máscara de hielo.

—Yendal, yo...

—Vete. Me arruinaste la vida una, dos y hasta tres veces, siempre buscándome. Pero esta vez no. Márchate, te lo suplico.

—Te quiero... —me alejo pero me toma del brazo llevándome hasta él, dejándome a escasos milímetros de sus labios.

—Yo no. —susurro. —Te lo pido por última vez, lárgate sino quieres que llame a la policía. Y te jodería, lo sabes, porque no contento con todo lo que me has hecho, tienes la cara de presentarte aquí, siendo parte de una mafia...

—Eso son meros rumores. —gruñe relamiéndose los labios: poniéndome nerviosa.

—¿Mataste a una abogada y todavía crees que alguien tiene fe de tu inocencia? —cuestiono. —Sal de aquí de una puta vez, no quiero mafiosos cerca de mi hija. Por tu culpa: tus visitas de mierda sirvieron para que el juez me quitase su custodia hace casi un año y ahora quieres que pase otra vez, ¿no es así?

—No puedo dejarlos, Yendal. Esos mafiosos me han dado mucho...

—Entonces lárgate. Vete. No vuelvas.

—¿Me estás diciendo que habría alguna posibilidad de lo nuestro si no estuviera con esa gente?

—Sí. —miento. —Pero cómo no lo vas a hacer por puro gusto, te pido y ya es la última vez que lo hago amablemente, que te vayas.

Lo empujo separándome de su olor, de las feromonas que transpira y me dirijo a la cocina, girándome al oírle hablar una vez más.

—Bella Jones tiene papeles que me comprometen negativamente. —me dice contándome como si me interesara. —Por eso no puedo dejarlos; cuando los recuperé, podré estar en paz.

—Dejad a Bella en paz. —contesto con desdén. —Ella ha rehecho su vida, lejos de aquí, lejos de vosotros. Como yo. No arruinéis más vidas, vuestra lista ya es demasiado larga.

Observo como mis palabras se meten hacia sus adentros, sin embargo, si le afectan, no lo demuestra, solo anda en dirección a la ventana por la que sale.

Voy hasta ella, cerrándola con seguro y repitiendo la acción con todas las de la casa asegurándome de que Akim Morozov no vuelva a entrar en mi hogar, y por consiguiente, en mi vida.

*****

¿Se va haciendo una idea de quién va a ser nuestro nuevo narrador?

Nos vemos pronto con máss :3

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