Capítulo 1: 'Viajera'
Bella.
29 de octubre de 2020.
Hotel Laguna Beach, Morondava, República de Madagascar.
El sol toquetea mi piel calentando mis células y tomo del líquido con licor de dentro del coco. El dulzón cóctel me hace querer saborearlo y permito a mis papilas gustativas disfrutar de todo lo que esto trae.
—Qué delicia. —musito para mí misma.
Orgullosa de mi trabajo; ayer tuve un juicio por maltrato doméstico que me fue de lujo, como prácticamente todos. Me quedan dos días hasta largarme de aquí, donde no soy Bella Jones, sino Nirina Cosvana.
No volver a ser yo desde ese día es agotador. Pero también lo es ser literalmente una nómada, y no poder estar en un sitio más de una semana. Largos vuelos y jamás deshago la maleta. Es demoledor; pero ya le he cogido el truco y esto me ha servido para conocer mundo.
Desde el día que partí del cruce del mundo, he visitado más de treinta países. Uno por semana.
Exactamente, me fui y caí en Casablanca, en Marruecos, donde era Fátima Massur.
Luego llegué a Nápoles, en Italia, donde adopté otra nueva identidad.
Así con exactamente cuarenta y dos ciudades, cuarenta y dos semanas viajando por el mundo como si fuera un ave migratoria. Cuarenta y dos identidades, cuarenta y dos hoteles...
Cogí una depresión de caballo cuando todo esto empezó; no tenía ganas de vivir y hacía de abogada como método de escape a la realidad pero acabé odiándolo. Tampoco podía coger un psicólogo y Cebi no cuenta con esos servicios incluidos para los abogados pasantes. Ya pagan los vuelos y los hoteles, pero un psicólogo por si alguien se enloquece en esta situación tan desalentadora.
Exactamente he estado en Casablanca, en Nápoles, en Versalles, en Belfast, en Londres, en Trípoli; la capital de Libia. Fui a Orense y Sevilla, donde pude visitar a mi familia de origen español. Después estuve en África, concretamente en Argel, luego en Alejandría, en Lima, en Santiago de Chile, en Medellín, en la Ciudad de Panamá, en Punta Cana, visité La Habana, también pasé por la capital del mundo, Nueva York, también estuve en Baltimore, en Tijuana, en Minsk, en Ámsterdam, luego llegué hasta los nórdicos y visité Copenhague, Oslo, Helsinki... para después bajar en el mapa hacia la capital georgiana Tbilisi, después, llegué a una ciudad de la que tenía prejuicios, Teherán, en Irak, y aunque no viviría allí, fue mejor de lo que imagine. Pasé a Tel Aviv en el Oriente Próximo, una semana más tarde fui a Beirut, pasee en Ferrari alquilado por Dubái, luego estuve en Doha, en Nairobi, de safari, en Mombasa, fui a Johannesburgo, a Adis Abeba, a Bangalore, a la Ciudad de Kuwait, a Basora, donde temí varias veces por mi vida pero logré salir bien airada en la peor semana de todas. Me mandaron a Baku, luego a Bangkok, después a Hong Kong y llegué hasta Oceanía, donde aterricé en Jakarta, y la semana pasada estuve en Sydney y ahora me quedan dos días en Madagascar hasta partir a Boston.
Por desgracia, el viaje es un cambio de continente horrible y aunque el jefe de todo el bufete de abogados de Cebi, Joan Alveiroa, es conocido mío e intenta organizar mis pasantías para no tener vuelos de trece horas, ahora ha sido imposible y el lunes a las doce de la noche salgo del aeropuerto hacia Estados Unidos.
No me horroriza la idea ya que mis padres viven en Portland, y Boston está relativamente cerca, así que podré verlos.
Lo bueno también de estar en el grupo de pasantes de Cebi International son dos cosas; es que sí un día cancelan mi pasantía, eso en mi currículum es oro. ¡Joder, que sí lo es! Ahora soy políglota y he manejado casos gordos en Irak, ¿qué me vas a decir a mí de la vida? ¡Sí yo ya me he pasado el juego saltando por el mundo a gastos pagados y preparando casos que gano sin despeinarme! Los casos suelen durar un solo juicio, y en cuatro días está todo resuelto y me quedan tres días de disfrute.
Y luego está como punto positivo, obviamente el dinero. Pocos bufetes de abogado tienen abogados pasantes y con tan poco tiempo entre cambio de zona, lo que hace que sea un servicio bastante exclusivo y de buena calidad. Debe ser caro, eso es evidente, pero es que solo me he medido con grandes magnates acusados de corruptos o de maltratar a sus mujeres.
Me gano dos mil doscientos dólares por pasantía, lo que son ocho mil ochocientos al mes. Así que haced cuentas; todo está en buen resguardo en una cuenta manejada por el banco anexo a Cebi. Y eso hay que sumarlo al pago mensual del alquiler de mi ático en Chicago.
¿Se puede decir que estoy viviendo mi mejor vida?
Pues no. Pero estoy en proceso. ¿Para qué hablo de todo esto si luego en el fondo, extraño la pequeña vida que habia conseguido en esa ciudad?
Tengo esa espina clavada en el alma, pero no pasa nada. Lo tengo más que superado, y aunque sí extraño a mi amiga diariamente, todo está guardado en el fondo de mi corazón y ahora solo soy una mujer de hielo que salta de país en país como si fuera una partida en la rayuela.
¡Y me la suda!
Luego podemos hablar del sexo.
Un tema tabú en la mitad de países que he estado, pero gozo de mi belleza que se asemeja al sabor del vino y borra todas las prohibiciones carnales. ¡Pasa el tiempo y estoy más buena! Once meses que me han sentado de lujo. Bueno, dejémoslo en nueve y medio porque los primeros fueron algo tortuosos.
No me acuerdo del nombre de la mitad de personas con las que he estado, disfruto de lo que quiero disfrutar y me doy a la fuga en un avión que es ya casi como mi celda.
Pero en el fondo yo sé que nadie calentará mi cuerpo como él lo hacía; nadie podrá igualar la conexión entre ambos y eso lo sé, por muchos que me lleve por delante.
No quiero recordar eso; niego con la cabeza y el camarero que me trae las cosas a la terraza del hotel aparece de nuevo. Es joven; está bastante bueno, es moreno y tiene una cara afilada que me está provocando hace rato.
—¿Ha disfrutado de la bebida, señorita? —me pregunta el bombón de chocolate que tengo al lado en francés.
—Sí, era una delicia. —me bajo las gafas y toco mi melena del color del fuego meciéndola con suavidad. Me acomodo en la tumbona y paso las manos por el bikini azul. —¿No hay otro tipo de cosas en la carta?
—¿Cómo el qué, señorita? —pregunta con esa cara tímida que me da de todo.
Me yergo en la tumbona y abro las piernas, agarrándolo de la parte baja de la espalda y acercándolo a mí.
—Comme toi, par exemple. —jadeo posando mi mano derecha cerca de mi zona íntima.
El hombre me besa con pasión y se coloca encima mío sobre la tumbona.
Vuelvo a sus labios y sus brazos del color del ébano me desabrochan el bikini dejando mis pechos al aire. Tengo los pezones erizados y pasa por ahí la lengua apresándolos entre sus gruesos labios.
Su mano viaja hasta la parte de abajo del bañador y se adentra tocando mi sexo empapado. Manda mi sombrero a volar y me besa el cuello a la vez que toca mi entrada prendándose de la humedad.
Se quita la camiseta permitiendome admirar el pecho esculpido y los abdominales marcados en esa piel de cacao y solo con eso las ganas se multiplican.
Se quita los pantalones dejándome verlo en bóxers negros y me derrito, literalmente.
El sol respalda toda la escena y me da igual sí tenemos público mirando desde fuera. Se desnuda por completo y quedo anonada ante el tamaño de su miembro.
Palpo mis pechos pero de repente oigo un ladrido que hace que el muchacho se gire tapándose.
Me doy la vuelta asustada encontrándome con mi perra, Bimba, observando todo asustada.
—¡Bimba!
Me levanto para devolverla a la zona de las mascotas del hotel y se me echa encima. Ya está muy grande, ahora debe viajar en la bodega de los aviones en su transportín.
El perro sale corriendo cuando me voy tras ella y vuelve a la zona especializada para ellos al lado de la terraza. Aprovecho para dar una revisada rápida y regreso a la terraza donde encuentro al chaval vistiéndose.
—¿Qué haces? —cuestiono molesta.
—No, nada, yo... debo irme...
—De eso nada. —musito agarrándolo del culo y tirándolo en la tumbona. —Tú tranquilo, si te despiden ya te pago un sueldo yo.
<<Serás mentirosa, si en dos días te largas a la otra punta del mundo.>>
El chico se relaja y bajo sus pantalones de nuevo, hago lo mismo con la ropa interior y me prendo del gran miembro que me meto a la boca.
Suelta un suspiro y paseo la lengua por todo haciendo fuerza en el glande que se expande en mi boca. Es colosal, eso es cosa de raza.
Tomo lo que puedo y el joven disfruta del acto.
Unos minutos después, me levanto y me posiciono encima.
—Tengo un condón en el bolsillo del pantalón. —me indica y me giro para tomarlo mientras chupa mis pechos.
Vuelvo a mi posición inicial y lo coloco montándome encima.
La humedad de mi sexo facilita una entrada que hubiese sido más complicada sino me pusiera como una moto; entra y no sé si es todo —creo que eso es imposible—, pero una cantidad notable sí.
Empiezo con el vaivén de caderas yendo hacia adelante, hacia atrás, con un toque muy natural que hacen diferente los movimientos.
Planta sus manos en mis caderas y continúo controlando el movimiento mientras sus labios se apoderan de mi cuerpo.
De un momento a otro, me toma de la espalda y me gira ahora quedando él encima mía. Me agarra del cuello y comienza a moverse chocando sus caderas contra las mías. Me siento frágil y parece que en cualquier momento me rompo.
Posa su mano en mi espalda para elevarme un poco de la tumbona y sus piernas se entrelazan en las mias durante sus embestidas.
Se pega a mi cuello y toca puntos fuertes dentro de mí. Cierro los ojos disfrutando del momento pero es una mala idea.
Lo confirmo cuando, en ese instante, con este chocolate metiéndomela, se me vienen a la cabza todas las imágenes con ese turco que tanto quería. En el hotel, en su casa, en el coche... Se reproduce como una película en mi mente.
Todas las veces teniendo sexo llegan en ráfaga a mi cabeza, atacando mis pensamientos y haciéndome abrir los ojos de impacto. Respiro acelerada y siento mi cuerpo arder. Lo peor no es eso, es que ha sido por acordarme de él. Lo peor de todo es que ha sido por su recuerdo.
La fuerza de los choques del muchacho que tengo encima me hace gemir, lame mi cuello repetidas veces y se separa de mí mientras miro al cielo. Su miembro sale y entra de mí con una dureza anonadante.
Me mira a la cara y abro los ojos como si fuese un monstruo cuando lo veo literalmente a él; el cuerpo del joven se transforma exactamente como él es.
Podría jurar que es él con el que estoy teniendo sexo porque es absolutamente real. Continúa y su mueca se transforma en una de placer inhumano cuando llega muy dentro de mí.
Lo toco, aprovecho el momento para sentirlo como si de verdad fuera él y todo su cuerpo se ha transformado. Tiene su color de piel, su espalda, su culo, sus piernas, sus pies...
Es alucinante de lo realista que es. La fuerza se torna placentera cuanto menos y el orgasmo llega arrasando con todo a la vez que el suyo. No sé que me ha pasado, pero arqueo la espalda dejando escapar todo y cerrando los ojos para gozar de la sensación.
Cuando vuelvo a abrirlos, ya no es él. Vuelve a ser el bombón de licor que trabaja de camarero en el hotel en Morondava.
Y eso me hace mucha menos ilusión de la que debería.
***
El jeep me espera en lo que me subo acelerada.
—Buenos días, señorita. —me dice el guía en el idioma oficial de Francia. —¿Cómo se encuentra?
Sonrío sacando mi cámara de fotos, donde guardo más de un recuerdo valioso.
—Perfectamente. ¿Hacia dónde vamos?
—Es una sorpresa. —contesta el hombre de tez semi oscura.
No digo nada más y el vehículo arranca saliendo de la zona. El mayor problema de Madagascar es ese: cuenta con una flora y fauna absolutamente estupendas, pero las carreteras sufren de una gran deficiencia. Antananarivo, la capital, estaría a cinco horas en coche pero está a veinte por este mismo motivo.
Morondava se va quedando atrás en lo que salimos por la zona sur de la ciudad. Mi desconfianza se aviva debido a la situación por la que tuve que huir de dicho lugar.
—Señor, —le repito al guía, nerviosa. —¿A dónde estamos yendo?
—Confía en mí.
No puedo. Me empieza a temblar los brazos y trato de disimular en un intento de parecer tranquila, sin embargo no lo logro y este hombre se da cuenta.
—Tranquila, por favor. —musita. —Estamos yendo a uno de los sitios más hermosos de todo Madagascar.
Intento calmarme pero no logro hacerlo, pensar en que cualquiera de esos hombres puede haberme encontrado y estoy yendo hacia ellos me dan ganas de llorar; de volver a desaparecer.
Observo por la ventana, dejo la mano en la manilla, lista para saltar si hace falta. Observo los bajos edificios convertirse en campo y el camino es recto durante un rato, hasta que llega a un cruce donde gira a la izquierda. Comienza a avanzar en la carretera de nuevo. Hay muchos baches que me hacen zarandearme, mi respiración está acelerada en todo el trayecto y de repente un frenazo me hace componerme.
—Señorita, hemos llegado.
Las palabras del hombre me hacen poner todos mis sentidos alerta y me preparo para bajar, y casi que hasta para salir corriendo, sin embargo, el hermoso paisaje que veo al bajar me detiene.
La luz del sol se vuelve naranja y llega hasta mi piel a la hora del atardecer, un largo camino de tierra natural que se usa de carretera se abre paso por en medio de el largo campo por el que me encuentro, el cual es verde con motas de hierba seca.
A los lados del camino, los árboles más identificativos de Madagascar dejan ver sus ramas con hojas pobres; los baobabs.
Me quedo anonada ante la belleza del paisaje natural. A mi lado, hay una pequeña laguna con agua donde los patos nadan con tranquilidad.
La gente que pasa anda sin hacer ningún ruido; solo se oye el viento chocando contra las hojas de los baobabs, el chapoteo de los patos nadando en el agua...
Cierro los ojos respirando dicho aire.
—Aire puro. —llega el guía rompiendo mi oasis de tranquilidad. —¿Ve, señorita? No pasa nada. La Avenida de los Baobabs o Callejón de los Baobabs, es un grupo notable de baobabs de la especie Adansonia Grandidieri que bordean un camino de tierra entre Morondava y Belon'i Tsiribihina en la región de Menabe. Su sorprendente paisaje atrae a viajeros de todo el mundo, lo que lo convierte en uno de los lugares más visitados de la región. —explica mientras observo todo con cuidado, tal y como si fuera una película irreal. —Ha sido un centro de esfuerzos locales de conservación. En julio de 2007, el Ministerio de Medio Ambiente, Agua y Bosques le otorgó el estado de protección temporal, un paso para convertirlo en el primer monumento natural de Madagascar.
—Es inverosímil que no haya ningún lugar reconocido como monumento natural en el país teniendo estos paisajes tan... perfectos.
—Cuando no interesa, nadie se queja, señorita.
Doy varias vueltas por el lugar con la mirada, observando cada milímetro de naturaleza.
—Esto es precioso.
—Lo es. —sonríe el hombre. —¿Desea continuar por la avenida? Al final hay una reserva natural donde podemos parar más tiempo, si así lo desea.
Asiento sacando la cámara de fotos donde guardo todos mis recuerdos de todos los viajes.
No sabría decir si es una cámara o un baúl de recuerdos dónde voy conservando todas las identidades que he tenido; guardo las fotos donde era una persona distinta. Imágenes en distintas zonas de la Tierra donde literalmente soy otra persona diferente; nunca la misma; nunca la verdadera mujer que un día fui.
Esto me hace valorar realmente, ¿debería ser absolutamente feliz? Me entran nueve mil quinientos dólares al mes en la cuenta, he estado en más de 40 ciudades y más de 20 países, sin ver a nadie, sin encariñarme de nadie.
Pero con un punto en mi contra; siempre extrañando la vida antigua que un día tuve en esa ciudad de Turquía cuyo nombre no quiero, ni querré mencionar.
***
Adrer.
Estambul, Turquía.
Salgo de mi casa cerrando la puerta con fastidio. Resoplo ante el calor del mediodía y me dispongo a entrar a mi coche.
Enciendo el vehículo perdiéndome por las calles del barrio Etiler de Estambul, la zona donde se encuentra la nueva casa que he logrado comprar gracias a mi trabajo en el Bazar, el cuál, está en su mejor momento.
Se han hecho reformas y ahora podríamos decir que la mitad es mío. <<Cosas que pasan, ¿no?>>
Accediendo por la entrada principal, esa donde se encuentra el parking y unos metros más adelante el Galata Köprüsü, el lado izquierdo es entero mío.
Ahmed y yo logramos hacer mucha publicidad de los productos de mi puesto, cosa que resultó fructífera. La gente empezó a venir —costó, pero lo hicieron— y eso generó muchísimos más beneficios de los esperados. Con ese dinero, amplié mi puesto en el Bazar otro espacio más, esto duplicó las ventas teniendo en cuenta el de Hassu.
Y todo evolucionó; logré comprar los aledaños, apoderándome en cuatro meses de todos los estantes de ese lado y, por conseguiente, conseguí los puestos al seguir por el Bazar doblando la esquina.
Prácticamente, medio Bazar de Las Especias es mío y eso ha incrementado tremendamente los ceros en mi cuenta de banco. Me he permitido comprar una casa, un nuevo coche y pagar mensualmente el hospital donde Zeliha sigue internada.
Su enfermedad ha tenido altibajos; mejora, empeora, mejora, empeora...
Cíclicamente en una rueda sin fin de desesperación y estrés porque todo acabe ya.
Avanzo por las calles de Estambul, parando en un semáforo al final de la calle y avanzando cuando se pone en verde. Salgo del barrio y continúo hacia el Bazar.
Otro semáforo se pone en rojo, deteniéndome y el móvil empieza a vibrar justo a tiempo.
Miro de reojo viendo el nombre en la pantalla el cuál me hace resoplar.
—¿Sí? —lo cojo activando el manos libres.
—¡Adrer, cariño! —su voz me hace bufar. —¿Cómo estás?
—Buenos días, Yendal. —contesto sin ánimos. —Estoy genial, yendo al Bazar a darme una vuelta a ver como va todo.
—No seas tan intenso, tienes que fiarte más de Havva y Aysel, ellas van a cuidar bien los puestos.
—Si me fío de mis trabajadores al cien por cien, las confianzas aumentan al cien por cien por consecuente. —respondo seco. —Llevan conmigo tres meses y aunque por ahora todo está correcto, no debo descuidarme.
—Bueno, cómo tú digas, hombre de negocios. —dice riendo. —Yo estoy saliendo de la penúltima revisión del médico.
—¿Qué te ha dicho? —farfullo avanzando del semáforo.
—Que mi hígado ha perdido un treinta por ciento de su funcionalidad pero estoy bastante estable; también me ha comentado que mi cuerpo está libre de células afectadas por resquicios de alcohol, lo que es un gran avance.
—Me alegro de ello. —sonrío avanzando por la larga avenida previa al Bazar. —¿Entonces ya no volverás a rehabilitación?
—Si Allah quiere, nunca más. —dice orgullosa. —La última recaída de hace siete meses me dejó muy mal, espero no volver a pasar por eso...
—Tranquila, seguro que no. —respondo. —¿Hoy pasas por Fatma al colegio?
—No puedo, tengo que hacer una chocolaterapia a las 14.00 y no me da tiempo a pasar por ella. ¿Puedes tú?
—Sí, tranquila. No creo que lo del Bazar se alargue mucho.
—Perfecto.
—Bueno, estoy llegando. —le digo. —Hablamos más tarde, ¿vale? Suerte en tu trabajo.
—Igualmente. Hasta luego.
Da por finalizada la llamada y en unos minutos más andando por las carreteras arribo al parking frontal del Bazar, el cuál se encuentra un poco lleno de gente.
<<Nada, una cosa leve>>
Suspiro; últimamente estoy muy irascible y no sé porque.
Mi vida no debería ser motivo de queja, pero todos me estorban y la gente me cae fatal. Entro al lugar saludando al nuevo guardia a la entrada del parking.
Salgo del coche al que le pongo seguro y entro al edificio intentando pasar entre la gente.
—Permiso, permiso... —musito moviendo a la gente tratando de pasar.
Llego hasta la puerta trasera de toda mi zona la cuál he remodelado a mi antojo.
Desde mi antiguo puesto hasta la esquina siguen siendo estantes donde ahora el catálogo es más amplio; desde vajillas, a recuerdos, imanes, y dulces turcos. De la esquina hacia allí, es un pequeño bar con varias sillas dentro donde tomar algo, con la barra por dentro y un espacio no muy grande donde estar.
Entro a los puestos los cuáles están todos unidos por unas puertas incrustadas en unas paredes.
—Buenas tardes, Havva. —saludo a la joven que creo que, sino me falla la memoria, tiene diecinueve añitos. —¿Qué tal la mañana?
Trastea en la caja registradora y la joven de pelo castaño y ojos claro se gira para mirarme.
—Buenos días, jefe. —me dice contenta. —Genial; hoy, solamente hasta ahora, he facturado veintiséis mil liras, y creo que Aysel está rondando los veinte mil.
—¿Sabes algo de como le va a Adem? —cuestiono preguntando por el muchacho que me maneja el bar.
—Está todo en orden; con la cantidad de gente que hay seguro que también está teniendo buenas ganancias.
—Me alegro, Havva. —musito saliendo del puesto que atiende yéndome hacia los siguientes, donde se encuentra Aysel.
Se encuentra ocupada atendiendo gente y la observo desde la puerta.
Presto atención a la joven rubia que se mueve de lado a lado dentro del puesto, comunicándose con los transeúntes ofreciendo los productos.
Recuerdo los pasionales encuentros que he tenido con ella; llegó poco después de la entrada de Yendal a la clínica de rehabilitación, apareció un día en el Bazar dejando su currículum y le hice la entrevista que acabo en sexo dentro del puesto de vajilla. Terminó trabajando conmigo y trajo hasta mí a Havva.
Por otro lado, Adem fue un recomendado de Ahmed.
Unos turistas se acercan interesados en los productos de Aysel. Le comentan cuáles son los productos que desean y, contenta, se gira encontrándose conmigo.
—Aiba. —musita. —Buenos días, jefe.
Su cara se vuelve de un tono escarlata y me río.
—Me gusta como trabajas, Aysel. Te dejo hacer lo tuyo sin presión. —musito y le guiño un ojo cruzando por el puesto, atravesando el otro que ella maneja hasta llegar a la puerta de salida.
Giro la esquina entre el tumulto de gente llegando a la barra donde el joven Adem corretea por la barra del bar con la gente pidiéndole cosas.
Hay una pequeña fila de abueletes y turistas deseando probar bebidas, los dulces de degustación o simplemente queriendo tomar un café. La minúscula terraza enfrente de la barra está con las sillas ocupadas en su totalidad, lo que me hace sonreír.
Esto es lo único que me hace seguir moviéndome por dentro: el dinero. Y mi hija, evidentemente.
Sino fuera por eso, sería un muerto en vida. Alguna clase de zombie a la que arrancaron el alma y le quitaron lo que le brindaba energía; entonces me convertí en la astucia personificada. Pues no; yo tenía esa salida fácil que era mandar todo a la mierda pero decidí usar mi inteligencia y resurgir para ser grande en esta vida, aún estando mustio por dentro.
—¡Jefe! —me llama Adem cuando la fila se va moviendo hacia dentro. —¿Cómo está?
Sirve licor en un vaso el cuál le entrega a un turista que, impaciente, le da el billete de diez liras y se va.
—Dame un café de los tuyos. —murmuro. —Veo que todo anda bien por aquí, ¿no?
—En efecto. —contesta prensando el polvo marrón en la máquina. —Veinticinco mil de caja, señor. Estamos arrasando con el público del resto del Bazar.
Río mientras me entrega el café en un vaso portable.
—Me alegro de ello.
Me despido del joven y salgo por la puerta más cercana rodeando el edificio y llegando al parking.
Allí, agarro el coche mirando la hora y bebo del café.
Faltan veinte minutos para las doce y media y debo ir por Fatma para llevarla a comer.
Arranco el coche y salgo del parking del Bazar perdiéndome por las calles de la ciudad. La música suena y de repente, empieza a sonar una canción que me trae recuerdos pelirrojos a la mente.
<<Rolling In The Deep, de Adele>>
Resoplo tratando de evadir esas memorias de esa mujer pelirroja de la que no sé nada hace once meses. Trescientos cuarenta y tres días sin saber nada de esa diosa de pelo de fuego y no me interesa en lo absoluto.
La canción llega a puntos que hacen que mi cabeza rememore momentos como la primera vez que la vi, cuando se choco conmigo a la entrada del puesto, o esa vez que cantó esta misma canción en BOA...
Recuerdos de una mujer que tenía un poder sobre mí y que usó para llevarse algo que se ganó en poco tiempo.
No quiero pensar en ella. No quiero atraer los recuerdos ni nada por el estilo. No he vuelto a mencionar su nombre desde que se fue, aún ni en los momentos más nostálgicos.
Y desde luego, lo que tengo claro es que es un nombre que no quiero, ni querré mencionar nunca más.
****
Buenissssss. Como echaba de menos al turco y a mi pelirroja, ¿eh?
Solo aviso de algo; y es que en este libro y en el siguiente tendremos narradores más habituales; concretamente dos. No voy a decir mucho más.
Espero volver pronto con esos capítulos finales de Mar de Corazones (que estan costando en salir) y con más de esta segunda parte, que, preparados porque se viene con todo y más.
Nos vemosss :3
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