Erik el Rojo
Erik el Rojo estaba en la playa, sentado en una roca, mirando el mar. Los niños que estaban jugando frente a él no le molestaban. Erik seguía viendo hacia la nada. Del fondo del lago se divisaba un drakkar.
Se levantó y fue corriendo hacia Kattegat, donde se amarran los barcos. Se baja Bjonr de el drakkar, pone el pie en los tablones de Kattegat y mira a Erick el rojo.
—Llegamos hasta el confín del abismo y salió el kraken, y aquí os traigo la ofrenda de mi victoria.
En la fría mañana en las costas de Escandinavia, el viento soplaba fuerte y el mar rugía con furia. Los vikingos se preparaban para zarpar en una de sus temibles incursiones en busca de tesoros y gloria.
El jefe vikingo, Erik el Rojo, dirigía a su ejército de hombres fuertes y valientes. Con sus largas barbas y armaduras de cuero, los guerreros parecían invencibles mientras se embarcaban en sus formidables barcos.
Navegaron por aguas turbulentas, luchando contra las olas y el viento helado, hasta que finalmente avistaron la tierra a la que se dirigían.
Con un grito de guerra, desembarcaron en la costa y se encontraron con sus enemigos, los saqueadores enemigos.
La batalla fue feroz y brutal. Los vikingos lucharon con una ferocidad inigualable, blandiendo sus hachas y espadas con destreza mortal.
Las espadas chocaron y los gritos de guerra llenaron el aire mientras ambos bandos luchaban con todas sus fuerzas.
Erik el Rojo desafió al líder enemigo a un combate individual, y con un brillo en sus ojos azules, se lanzaron uno contra el otro en un duelo épico. La lucha fue intensa, pero al final fue Erik quien salió victorioso, venciendo al líder enemigo con un golpe certero de su espada.
Los vikingos celebraron su victoria con alegría, saqueando la aldea enemiga y llevándose consigo riquezas y esclavos. Regresaron a sus barcos con el botín y sus cabezas en alto, orgullosos de su valentía y determinación en la batalla.
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