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El protector del Camino

Las fuerzas ya me estaban fallando por tanto andar, pensé, subo esa colina y paso la noche ahí. Una vez estando en la colina, me eché al suelo del cansancio y miré las estrellas. Me quedé anonadado viendo esos puntos, algunos más grandes que otros. Vi un paisaje sin igual; entre esos puntos hacían un especie de camino.

Al día siguiente, al despertar vi un mar que penetraba en la costa. Me pareció una cosa extraordinaria. Me disponía a bajar la colina, cuando vi una explanada de pocos árboles. Vi de nuevo la ría, me dije a mí mismo que aquí es donde plantaría el olivo que conectaría con el camino. Una vez plantado, me fui hacia la costa. Al llegar, había dos casas de pescadores.

Antes de entrar en sus tierras pregunté:

—Hola, ¿hay alguien por aquí?

No se escuchaba respuesta, se dirige a la parte de atrás; en el granero, la puerta estaba abierta de par en par. Noté algo raro, me puse en modo guardia. Una vez dentro del granero, noté un ligero movimiento a mi derecha, di un paso atrás y esquivé el ataque. Rápido, puse la mano en la espada, la saqué y detuve su ataque justo antes de llegar a su cuello.

El hombre me miró aterrado porque creía que sería su último día en esta tierra.

—Hola, soy Vigo, soy el protector del camino.

—Hola, me llamo Luis, soy pescador y mi primo es el dueño de estas tierras.

—¿Qué pasó por aquí para que no haya gente?

—Pues... es largo de contar.

—Tengo tiempo.

El pescador se rió.

—El dueño de estas tierras nos tiene asfixiados, los diezmos cada vez son mayores, y la gente optó por irse.

—¿Y esto lo sabe el obispo?

—Las tierras son de él por orden de Dios, o eso nos dijo; estas tierras llevan perteneciendo a mi familia generaciones y no las voy a entregar.

—¿Y dónde se encuentra el obispo ahora?

—Está en la casa del arzobispo.

Vigo fue a hablar con el obispo. De camino a la casa se encontró con dos tipos.

—Aquí no son bienvenidos los templarios.

—¿Quién lo dice?

—Pues los que te van a dar una paliza.—se ríen a carcajadas.—además, los templarios no llevan dos espadas y no son tan canijos.

—Ya, sorpréndeme.

El primero en atacar fue el fanfarrón, es muy gordo y lleva una hacha enorme. Se mueve rápido hacia Vigo, pero como si lo viera a cámara lenta, sabía en todo momento dónde estaría. Desenvainó y le dio la vuelta a la espada, le dio varios azotes. El gordo se le veía muy enfadado, volvió al ataque.

—Ahora no voy a ser tan generoso.

—Calla, enano.

Corrió hacia el templario; este con un golpe seco en la nuca con la espada por donde no tiene filo, el gordo cayó al suelo con los ojos en blanco. El compañero del gordo empezó a correr que ni para atrás mira.

Llegó a la casa del arzobispo, golpeó en la puerta y nada. Pasaron unos minutos y el cura del pueblo lo vio.

—Tengo algo que decirte, aquí no, ven conmigo.

Se lo llevó a la parte de atrás del colegio.

—Te andan buscando, no sé si lo sabes, pero el Rey de Francia junto a la iglesia católica os buscan para juzgaros y mataros. Como la corona francesa tuvo una deuda con el temple que no pudo pagar, os condenaron al ostracismo, y ahora toda Europa os busca.

—Vale, ¿y cómo sé yo que tú no me entregarás?

—Lo que hacéis para ayudar al peregrino en el camino es muy bueno. Cada año en el camino de Santiago mueren siete de cada diez peregrinos.

—¿Tantos?

—Sí, aquí ya no haces nada, vete al camino y protege a los peregrinos. Antes de irte, te daré una ropa menos llamativa.

Por las indicaciones del cura, ya debería estar en el camino. Se hizo de noche y paró a descansar en un albergue. Por suerte o desgracia, no había mucha gente. Al día siguiente, se dispuso a marchar cuando vio a una mujer sola haciendo el camino. La siguió a una distancia prudente, sin armar ruido. Cuando llevaban varios kilómetros, se acercaron a la joven varios hombres e intentaron agredirla.

—Yo que vosotros no haría eso.—se escuchó entre los árboles.

Los agresores se miraron, miraron a su alrededor. Uno de ellos fue directo hacia la chica. Entre los árboles, salió una daga que le dio en un ojo, con la consecuencia de que el tipo cayó al suelo. Otro de los agresores agarró a la chica y se cubrió con ella, haciendo difícil darle con una daga. Astutamente, el templario dio un salto, cayó detrás de él y le hizo un corte en la axila y otro en el talón de Aquiles. Cayó al suelo.

—¿Quién quiere más?—Dijo el templario.

Los otros dos salieron corriendo. Miró a la chica aterrada.

—¿Estás bien? ¿Le hicieron algo?

—No, no, porque estabas tú, que si no...

—¿A dónde se dirige?

—A Santiago de Compostela, a la catedral, a ver a mi tío.

—La acompaño lo que queda de camino, ¿vale?

—Vale.

Pasaron horas hasta que uno de los dos empezó a hablar.

—¿Qué te lleva a Santiago?

—Pues ir a ver al Santo.

—¿Eres sacerdote?

—No, soy, bueno, era templario.

—Con esos atuendos, ¿quién lo diría? ¿Vas a pedir perdón al obispo?

—Ya. No, nunca.

Siguieron hablando hasta que, sin darse cuenta, ya habían llegado a Santiago. Se despidió de la chica.

Con el paso de los días, llegó a la catedral y se encontró con el obispo.

—Señor obispo, tengo algo que decirte -dijo el templario.

—Adelante, habla.—respondió el obispo.

El templario le narró lo sucedido en el camino, la situación de los pescadores, el enfrentamiento con los hombres que intentaron agredir a la chica y su decisión de proteger a los peregrinos. El obispo escuchó atentamente y al final le ofreció su perdón, pidiéndole que continuara protegiendo a los peregrinos en el camino. El templario, agradecido, se comprometió a perseverar en esa misión y partió en busca de nuevos peregrinos a los que proteger.

Cuando salió de hablar con el obispo, todo le pareció raro, aceleró el paso. Al final del camino, salieron seis guardias.

—¿A dónde vas, templario? De este camino no pasas.

Vigo se le quedó mirando.

—Pero no tenéis otra cosa que hacer?

—Sí, arrestar a malhechores y templarios.

Dos guardias fueron contra Vigo; del primer ataque se libró. Cogió una rama larga y robusta del suelo, los guardias se rieron.

—¿Vas a hacer ganchillo con eso?—dijo uno de los guardias.

—Ganchillo dice.—Vigo se rió.

Así, como le iban llegando guardias, los fue golpeando con el palo, hasta que quedó uno. Desenfunda su espada y va corriendo hacia Vigo; este se zafa y le da con el palo en el culo. Vuelve a atacar y le da un golpe en la cabeza que lo deja sin sentido. Al ver a todos en el suelo malheridos, se va por el bosque para que no lo cojan.

Llega a una casa, mira por la ventana y ve a la chica que ayudó en el camino.

—Hola.

—Hola, ¿cómo has tardado tanto en venir? Creíamos que te había pasado algo.

—¿Pero me esperabais?

—No, es una forma de hablar.

Lo invita a pasar a su casa. Se saca la túnica marrón y lo único que lo delataba de ser un templario era la espada y las dagas.

—¿Eres templario?

—Sí, ¿por?

—Nada, nada, mañana tienes que hablar con mi tío.

El templario durmió en el granero con las vacas y cerdos. Vigo pensó que, por lo menos, no le llovería. Al día siguiente, estaba un poco inquieto por si lo pudieran engañar el tío de la chica y entregarlo a las autoridades. Llega la chica al granero.

—Hola, ¿cómo has dormido?

—Bien, bien, gracias.

—Ah, por cierto, me llamo Carla y mi tío Teo.

—Encantado, y gracias por todo.

—Ahora viene mi tío.

Vigo se quedó extrañado porque el nombre de Teo le sonaba muchísimo, pero no se daba cuenta. Teo lo fue a buscar, lo llevó a una cabaña que estaba un poco a las afueras de todo. Entraron y allí había tres hombres más; Vigo desconfiado.

—Tranquilo, somos hombres del Temple de Santiago. Protegemos a peregrinos que hacen el camino de Santiago. Tenemos que actuar en secreto.

—Ya decía yo que Teo me sonaba mucho. Soy discípulo de Nicolás.

—Ya por cómo te movías contra esos hombres en el camino lo supuse.

—¿Y dónde está ese viejo granuja?

—Cuando nos mandaron capturar, él se quedó y me mandó a mí, a avisar a Xian.

Uno de los tres hombres se levanta y se saca la túnica; llevaba las ropas del Temple.

—Soy yo, Xian.

—Pues esto es para ti.—le da un papel enrollado con el sello del Temple.

Le saca el sello, lo lee, traga saliva.

—Según Nicolás, los más mayores están en Gran Bretaña, y los jóvenes vinieron a proteger el camino de Santiago, ya que en Tierra Santa la cosa está mal y nos persiguen como a ratas.

Ese mismo día, Vigo pasó a ser caballero de la Orden del Temple de Santiago. La historia de los templarios continúa mientras recorren el Camino de Santiago, enfrentándose a nuevos desafíos y protegiendo a los peregrinos que se cruzan en su camino. Su valentía y determinación los convierten en figuras respetadas y admiradas por aquellos que recorren el camino en busca de fe y esperanza.

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