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El ojo de Osiris y la lanza del Escorpión

En una noche demasiado fría, algunos obreros estaban en desacuerdo sobre la ampliación de horas de trabajo. Eso implicaba trabajar dos horas más cuando el sol calentaba más. A medida que los obreros empezaron a unirse, al faraón no le parecía tan bien que esa gente se uniera para conseguir su propósito.

Pasaron varias semanas. Ese era el límite de la paciencia del faraón. Mandó llamar al responsable de los operarios de todo alto, medio y bajo Egipto para explicarle amablemente que los templos tenían que estar terminados antes de que Osiris se enfadara y enviara plagas.

Todos llegaron a un acuerdo por el bien de evitar las plagas. En esa noche, dos hermanos fueron hasta el Valle de los Reyes. Una vez allí, tenían la intención de robar algo de valor para venderlo a los Hititas o tal vez a los Persas. Se dirigieron a una zona alejada donde no pudieran sorprenderles los guardias del faraón.

La zona escogida para empezar a cavar era conocida por contener cosas de valor, aunque nadie había encontrado nada antes. Pero siempre hay una primera vez, ¿no? Las horas pasaron hasta que, por suerte o desgracia, cavaron demasiado y se hundieron en una fosa. Pasaron unos minutos hasta que los hermanos se despertaron.

El hermano mayor se llama Asim, el hermano menor se llama Hasani. Provenían de una familia pobre y, aunque trabajaban en la construcción, a veces tenían que hacer cosas como estas para sobrevivir. El primero en despertar del tremendo golpe que se llevaron fue Hasani. Empezó a llamar a su hermano. Frente a él, se movía algo en el suelo; era la mano de Asim. Lo desenterraron y lo hicieron volver en sí.

Una vez en pie, los dos hermanos miraron hacia arriba de donde cayeron. Se miraron perplejos, sin comprender cómo pudieron salir con vida de esa tremenda caída.

— Hay que buscar una manera de salir de aquí abajo —dijo Asim.

Cuando se disipó un poco el polvo, divisaron un negro intenso. De una de esas cavidades salía un aire que sorprendió a los dos hermanos.

— Ese aire que viene de ahí no está viciado, es un aire fresco —dijo Asim.

— Pues al derrumbarse esto hizo un sonido que no tardarán mucho en venir los soldados —dijo Hasani.

Con un poco de miedo, se adentraron en la cueva, todo estaba oscuro, ayudándose por las paredes y pisando a pasitos cortos. Después de cuarenta minutos que parecieron eternos, Asim pisó un pequeño desnivel.

— Aquí hay un escalón.

Se sentaron los dos hermanos y fueron bajando como si fueran niños pequeños jugando. Chocaron con los pies en un muro, tocaron las paredes y encontraron algo.

— Aquí hay una antorcha —dijo Hasani.

De un pequeño petate, sacó dos pequeñas piedras. Asim las chocó entre ellas hasta que consiguieron encender la antorcha.

Cuando vieron la luz, la felicidad les invadió. Ahora podían moverse con rapidez. Al alumbrar la zona, Hasani se quedó de piedra mirando fijamente las paredes y el techo.

— ¿Qué te pasa, hermano?

— ¿Te fijaste en las paredes?

— No, ¿por?
Los dos se quedaron atónitos.

— Esto lo tiene que ver Padre —dijo Asim.

Escucharon un ruido al fondo del pasillo por donde vinieron.

— Nos tenemos que ir, vienen los guardias —dijo Hasani.

— Por aquí hay una puerta, ¡vamos!

Entraron sin pensarlo dos veces. El sonido de los pasos se acercaba demasiado rápido. De repente, Asim cayó al suelo y una voz en sus espaldas les dijo:

— Ya os tengo, ladronzuelos.

Como Asim cayó al suelo, no pudo cogerlo y se lanzó hacia adelante, cayendo en una fosa que no tenía fondo. Solo se escuchaba el ruido sordo del guarda hasta que dejó de oírse. Los hermanos alumbraron el suelo y pasaron por las zonas donde podían haber baldosas.

Al llegar a la mitad del pasillo, Asim pisó una trampilla, escuchó un ruido seco y saltó como nunca había saltado. De la nada salieron dos lanzas enormes y embistieron a los guardias del faraón. A Hasani las lanzas le pasaron a dos milímetros, se quedó quieto, tocándose todo el cuerpo para asegurarse de que no tenía nada clavado. Alumbraron de nuevo al suelo y Hasani se dio cuenta de una cosa.

— Pisa solo las baldosas que no tienen símbolos.

Los dos hermanos empezaron a saltar baldosa a baldosa hasta llegar al final de ese pasillo. Pasaron la puerta y, de repente, de la nada bajó un bloque de piedra y tapó la salida. Miraron la sala gigante y vieron más antorchas; las encendieron y todo se veía más claro.

Los hermanos no daban crédito; no paraban de mirar a su alrededor. Había muchos tesoros.

— Tiene que haber un tesoro más valioso que todas estas monedas, lingotes y joyas —dijo Hasani.
Se pusieron a buscar por toda la sala.

— No encuentro algo más valioso que todo esto —dijo Asim.

Después de un rato, Hasani le preguntó a Asim:

— ¿Te acuerdas de la leyenda que nos contaba Padre cuando éramos pequeños?

— Es un cuento que se le cuenta a los niños para que se queden dormidos, nada más.

— Piénsalo bien, estamos en una sala llena de tesoros, pasamos pruebas para llegar hasta aquí, como en el cuento.

— Eso se llama casualidad.

— No lo creo.

— Vale, el primero que encuentre el ojo de Osiris gana.

Se pasaron horas buscando, cuando ya dejaba de tener gracia lo del tesoro. Se escuchó un estruendo.

—¿Estás bien, Asim?
De debajo de unas montañas de monedas sale Hasani. Echa a correr...

—¡Corre por tu vida, Hasani!

Sin pensarlo, los dos hermanos corren como leones, pero sin escapatoria. No había ninguna salida. Se escucha un estruendo aún mayor que antes. Miran hacia donde viene el estruendo, pero sin dejar de correr. Ven a un escorpión gigante. Tira abajo dos columnas; una de ellas fue contra un muro que dejó una abertura para que los hermanos pudieran pasar.

Cuando se disponen a salir por la abertura, se fían y llegan a otra sala aún más grande, ya iluminada. Mediante espejos, la luz viene por una abertura del techo y rebota en un espejo, así hasta que rebota en todos los que están estratégicamente colocados. Hasani aún no sabía por qué ese bicho les sigue, algo le robó Asim, o en realidad quería comérselos. Se esconden detrás de una columna. El silencio invade toda la sala; empezaron a andar despacio hacia la siguiente columna, otra vez ese estruendo. Ahora sonó más seco y mucho más alto; parecía que se fuera a caer el techo.

Los hermanos miraban a todas partes detrás de la columna; el miedo les invadía hasta el último músculo del cuerpo. Asim miró por casualidad a su izquierda y al fondo vio una cosa brillar de una manera muy exagerada. Asim golpea el hombro de Hasani y le señala el objeto. Asim empieza a correr hacia el objeto. Hasani solo pudo gritar ¡no! En frente a Asim le apareció el escorpión gigante; el escorpión le suelta de su arpón una sustancia líquida, no logró ver lo que era, pero lo esquiva sin problemas. Llega hasta el objeto y lo saca de su soporte. Es una bola de cristal del tamaño de un puño. Las cosas se pusieron peor que antes; ahora salían millones de escorpiones pequeños que cubrían toda la sala. Asim se pone al lado de su hermano saca la bola y se las enseña a los escorpiones pequeños, y se paran de repente.

Sabiendo eso, se hace un pasillo hasta llegar a una columna; le faltaba la otra mitad para llegar al techo. Se quedaron allí sentados. Los escorpiones pequeños empezaron a irse. Asim miraba qué podía haber pasado. Hasani le toca el brazo y le señala una abertura en uno de los muros.

—Está un poco alto, ¿no?

—Habrá que intentarlo.

Se abre paso hasta llegar al muro; empieza a trepar hasta una de las patas del escorpión gigante, le da y lo tira, y en el aire con el arpón de la cola le atraviesa el pecho. Hasani lo ve todo y empieza a mirar a todos lados tratando de entender lo que ha pasado. Ve caer a su hermano a cámara lenta, baja de la columna y en el suelo hay una lanza. La tira con todas sus fuerzas, con furia hacia el escorpión. Le atraviesa el pecho y se queda a medio salir. Asim cae y el escorpión segundos después también. Llega junto a su hermano, lo agarra y lo abraza; a su lado aparece rodando la bola de cristal. Cuando la coge, se acuerda de la historia que le contaba su abuelo de una bola que curaba todo o algo así; en ese instante, todo parece una buena idea. Lo coloca en el suelo, le pone en las manos la bola y del pecho sale una luz; en segundos, Asim empieza a moverse.

—Ni que vieras un fantasma —dijo Asim.

Logran salir de esa sala con el ojo de Osiris.

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