Era bien conocida la leyenda de la bruja de hipnotizantes ojos verdes, que habitaba en la profundidad de las aguas de un bosque maldito.
Más que conocida, era incluso hasta respetada o temida, por todo aquel que se aferraba a no perder su propia cordura.
Por supuesto que ese no era el caso de Fernando, amo de un gran señorío. El joven, ignorado la advertencia dada por su montero y en el pleno fulgor de la caceria se adentró en lo profundo del claro en busca de una presa, que al parecer valía más que su propia lucidez.
Y así fue como quedó hechizado, o mejor dicho enamorado, por una mística mujer, de ojos cautivadores y eclipsante figura. Ella siempre lo esperaba a la orilla del lago sin mediar palabra, él siempre iba a ella como un animal herido en busca de algo más.
Una sirena, ella era una sirena de melodiosa voz, figura angelical y ojos tan verdes como la espesura  del bosque y a la vez tan cristalinos como una gota de rocío.
Pasaron los días demostrando cada vez más que el cazador al final terminó siendo cazador.
Ansioso y desesperado Fernando ignora la advertencia de no volver, y como un tonto enamorado se arrodilla ante su amada en símbolo de súplica.
El solo quiere satisfacer el anhelo que arde y consume cada parte de su alma.
Uno que solo queda satisfecho tras hudirse en las tranquilas aguas.

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