Golden Tear
Escrito por: Mei_1997 y natsu_love
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En un antiguo reino envuelto en una de las más monstruosas guerras vivía un joven e impulsivo muchacho perteneciente al bando de los híbridos, quienes al verse siglos tras siglos despreciados por los seres puros, decidieron dar la cara y enfrentarlos. Esto ocurrió hace ya medio siglo de modo que este joven había nacido entre batallas y sangre.
El joven híbrido jamás conoció a sus padres y desconocía por completo sus orígenes, solo sabía que era la escoria de los puros y que debía luchar por los suyos.
Pero pese a todo lo que sus inexpertos maestros le enseñaron para la guerra, acabó malherido en el campo de batalla y pronto lo creyeron muerto.
Estuvo inconsciente por mucho tiempo, tal vez días, tal vez semanas, de lo único que aquel muchacho estaba seguro era de que al despertar ya no se encontraba entre cadáveres y sangre, sino en una caverna acogedora y tibia. Alguien lo había encontrado y salvado.
Quiso incorporarse pero al momento de apoyarse volvió a quedar tumbado.
Confundido miró hacia un costado y con el frío recorriéndolo por completo descubrió que había perdido por completo su brazo derecho.
—No te muevas o reabrirás tus heridas —le dijo una voz desde el otro extremo de la caverna.
Fue ahí cuando notó que no estaba solo y viendo hacia el lugar del que provenía la voz se encontró, ni más ni menos, con un enorme y viejo ogro de oscura piel grisácea que reposaba sobre lo que parecía una mesa de roca, viéndolo con sus impenetrables ojos negros, sin expresión alguna.
El joven era incapaz de formular cualquier palabra. La conmoción y el miedo se habían apoderado de él, sin saber ahora si se hallaba en peligro o a salvo ya que, después de todo, aquel ogro era un sangre pura y su enemigo.
—Llevas casi dos semanas inconsciente — dijo el viejo ogro—, ya pensaba que no despertarías o que acabarías muerto por la gravedad de tus heridas, pero tienes un poder de regeneración admirable.
—¿Q~quién eres? — murmuró el joven.
—Mi nombre es lo que menos importa —dijo el viejo ogro —, lo importante ahora es acabar con esta absurda guerra de una buena vez.
El chico lo miró sorprendido. Aquel puro no solo no lo miraba con asco, sino que también quería acabar con la guerra.
—¿No piensas... atacarme? — se aventuró el joven.
El ogro lo miró un momento.
—Te he curado ¿No es suficiente razón para darte cuenta de que no está en mis planes matarte?
El joven calló un momento pensando en lo dicho por el anciano.
El ogro se incorporó y se fue de ahí a la que parecía ser la habitación contigua a la que se encontraban, desapareciendo tras la pared de roca.
Así pasaron los días con el joven recuperándose poco a poco y el ogro yendo y viniendo de la misteriosa habitación de la cual emanaba el calor que invadía la caverna.
Fue una tarde, cuando el muchacho ya estaba casi totalmente recuperado, que el ogro salió de aquella habitación cargando un objeto que al híbrido dejó asombrado: Era un brazo metálico.
—Esto es para ti — fue lo único que dijo el anciano.
—¿Tú lo...? — murmuró el chico.
—¿De qué te sorprendes? Soy un herrero después de todo.
Pronto el chico tuvo un nuevo brazo que reemplazaba el que había perdido.
Lo que el muchacho no sabía era que aquel espléndido brazo había sido forjado con escamas de un antiguo y poderoso dragón y que era, al parecer, el único capaz de dominar su poder.
El ogro le ayudó a acostumbrarse a él y cuando el híbrido estuvo listo para regresar a su mundo, el anciano le habló por última vez.
—Eres el único capaz de usar este brazo ya que tú eres el único descendiente de los poderosos dragones que queda. Es tu deber acabar con esta guerra, así lo predijo el último sabio brujo de las nieves.
El joven no lo comprendió al instante, pero ya no fue capaz de preguntarle nada más ya que el viejo ogro desapareció ante él, notando de esta manera que aquel que estuvo ayudándolo todo este tiempo había sido un espíritu con la única misión de darle aquel brazo metálico para cumplir con aquella que debía ser una profecía.
Con nuevas fuerzas adquiridas se dirigió hacia al que había sido su hogar pero en cuanto llegó lo que vio le dejó desolado, todo estaba destruido. Cadáveres en putrefacción, sangre por todas partes, casa derruidas pero sobre todo, lo que más le perturbó fue el silencio. No se había dado cuenta antes pero no se oía ni un ruido, era como si nunca hubiese habido vida pero los cuerpos inertes demostraban al menos que alguien había vivido ahí y que alguien los había aniquilado. Cayó de rodillas y se abrazó fuertemente pensando en la gente que había muerto, los niños, los ancianos, las mujeres, ninguno de ellos había participado en a batalla y aún así ya no estaban, daba igual si eran inocentes o culpables, no les importaba.
Dándose cuenta de sus propias palabras, la ira empezó a brotar de su interior, notó un fuego que subía rápidamente por su estómago y entonces lo supo, su profecía, no era aquella que contaban las abuelas a los nietos, aquella en que el príncipe híbrido se casaba con la princesa pura. No, la suya estaba bañada en sangre y odio, su profecía no acababa en final feliz, ni para él ni para nadie. El rencor empezó a nublarle los sentidos y antes de poder controlarse ya estaba en el aire, volando. A medida que se desplazaba su cuerpo iba transformándose, cada vez parecía más un reptil y menos un humano, lo que no sabía es que con aquél cambio poco a poco estaba dejando atrás lo que había sido. Pronto el poder consumió hasta el último de sus pensamientos y para cuando llegó a la capital de los puros, todo rastro de él había muerto con aquellos a los que había amado.
Destruyó la ciudad antes de que alguien pudiera huir, quemó a los integrantes de la familia real uno a uno, dejando para el final al rey. Rió desde el fon de de su ser cundo vio al mirada de odio del gobernante, disfrutó de cada segundo en el que el hombre que hizo arder su hogar se carbonizaba bajo sus llamas. Cuando acabó allí decidió arrasar todas las metrópolis importantes, aquellas en las que habitaban los soldados, magos, ogros, trolls.... cualquier especie que hubiera ayudado en la extinción de los suyos. Y así por diez días arrasó toda señal de vida que encontró indiferentemente de si eran o no culpable. Ya que algo había aprendido de los puros y eso era que: en la guerra no hay clemencia.
Después de su intensa persecución no tuvo más remedio que descansar y, sin darse cuenta, acabó volviendo a la cueva en la que aquel ogro le había cuidado. Allí su parte dragón desapareció y volvió a ser el mismo chaval que había sido antes de ver a su pueblo masacrado, pero solo era igual por fuera porque por dentro, no quedaba rastro del muchacho. Se dejó caer en la que había sido su cama y las lágrimas comenzaron a caer, sin poder frenarlas. El peso de todo lo que había hecho le había arrollado, no entendía como él de todos los híbridos podía haber cometido tal atrocidad. Su conciencia había vuelto, aquel chico que en primera instancia había desaparecido, estaba otra vez allí. El odio que había albergado por los puros se había desvanecido y ya solo quedaba el asco hacia si mismo, había cometido la misma atrocidad que ellos pero para él lo que había hecho ea peor puesto que su persona había acabado con todo. Él siempre ansió ser un héroe, ser aclamado por su pueblo por su bondad y amabilidad pero en cambio se había convertido contra lo que luchó en su momento. Pensó otra vez en las profecías que contaban las ancianas y se dio cuenta de que si no podía ser aquel que salvaba el mundo podía ser aquel que lo destruyera, el que los pusiera en peligro a todos y les obligara a cooperar. Y así hizo, siguió derramando sangre pero esta vez de los dos bandos, busco otros poblados híbridos y los destruyó, siempre intentando matar a los mínimos posibles para que su especie no se extinguiera, al igual hizo con los puros y aunque con ello una parte importante de él fuera desapareciendo lentamente, siguió con su misión hasta que un año después fue asesinado por los que habían sido su pueblo junto a los que habían sido sus enemigos.
Dicen que mientras el gran dragón plateado caía del cielo una sonrisa se mostró en su rostro y un lágrima dorada descendió por su mejilla derecha.
- Abuela, abuela. ¿Y todos fueron felices después de eso? ¿Se juntaron y aprendieron a vivir unidos?
- Claro que si cariño. Todas las leyendas que te cuento tienen final feliz ¿no?
- Pues yo creo que esta es cruel abuela... Y muy triste, me da pena el pobre dragón... Lo acabaron matando cuando él solo quiso lo mejor para todos. Pero ¿sabes qué? Él se ha convertido en mi héroe favorito de todos los que he conocido en tus historias.
- Me alegro, también es el mío.
- Voy a decirles a todos que vengan. ¡Quiero que todos le conozcan!- cuando ya salía por la puerta, se para y me hace una pregunta que me saca una sonrisa- ¿Y cuál era su nombre?
- Eso es un secreto mi querido nieto.
Le veo salir de casa corriendo con un mohín en su rostro por no haber podido descubrir el nombre de su héroe pero pronto le oigo gritar de alegría al recordar la historia que le acabo de contar.
Saco de debajo de mis ropas un colgante que tiene una pequeña gota dorada como único accesorio y lo aprieto fuertemente entre mis dedos. Sonrío al recordar el día en que mi abuela me lo entregó y me explicó el cuento sobre el chico-dragón que consiguió ser un héroe. Nunca me dijo si solo era una leyenda o una historia que pasó realmente, siempre se limitaba a mover la cabeza para evitar la pregunta, y al final acabé tomándola como verdadera.
Oigo los pasos de los niños dirigiéndose hacia mi casa y escondo rápidamente el collar, aún no es tiempo de entregarles mi gran tesoro. Antes de que entren, me acomodo en el sillón situado más cerca de la chimenea y me preparo otra vez para contar su historia. Para que todo el mundo, le recuerde.
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