Relato: Expresado en un verso
Dos jóvenes estaban en un puente, sentados en la baranda; era de noche, ningún auto se veía venir, hacía frío, pero no les incomodaba a ninguno debido a las sudaderas que llevaban puesto —el joven de cabello castaño y liso bajó la mirada—; observaba su reflejo en el río, igual la luna se veía —el chico de cabello ondulado y mechas gris ceniza a su derecha, sacó un vaper. Lo llevó a su boca y aspiró su esencia sabor a fresa—; exhaló el humo por la boca.
—¿Te... puedo hacer una pregunta? —dijo el castaño.
El otro lo miró, ceja arqueada.
—¿Qué?
—Tú lees mucho...
»Te expresas bonito y eres bastante observador...
—Sí —esbozó una sonrisa torcida, irónico—, lo soy.
—No te costará nada responderme... entonces...
El chico de cabello ondulado y con mechas plateadas frunció la frente.
—¿Qué quieres —aspiró su vaper, luego exhaló el humo por las fosas nasales— saber?
—¿Podrías... —ladeó la cabeza hacia a él—, explicarme la tristeza en una frase?
El otro chico respiró hondo, estrechó la mirada.
—La tristeza es... un parque solo, dónde hay absoluto silencio... y todo se ve color gris.
—Uy —el castaño trazó un círculo con su fina boca, sorprendido con la respuesta —; me gustó.
»Es buena.
El de mechas solo asintió, continuó fumando con su cigarrillo electrónico.
—¿Y la felicidad... cómo la definirías?
»Es... un sentimiento confuso, pero como la defines tú.
—Llegar a la casa, ver tu comida recién hecha sobre la mesa; huele bien, hay calor dentro del hogar; tu mascota se alegra al verte...
»apretó sus labios por un momento, pestañeó: mientras... afuera hay una llovizna leve... rociando el jardín de flores.
—Vaya —carcajeó en tono tímido —; ¿Y el amor?
—El amor es... un hongo, una droga que te provoca ilusiones ópticas —cruzó los brazos—; ¿Es felicidad? ¿Un vicio?
Subió y bajó los hombros.
—Solo lo sabe quién lo siente.
—¡Me encantó! —sonrió con los ojos cerrados—; ¡eres bueno!
—Gracias —esbozó una sonrisa torcida el chico de las mechas rubias ceniza.
Un brisa gélida pasó entre ellos —el castaño se frotó los brazos por el frío, apretó la dentadura —; el otro ni se inmutó; solo se quedó viendo el cielo nocturno sobre él.
—¿Y... el miedo cómo lo pones? —dijo el castaño.
El otro exhaló un suspiro. Frunció la frente.
—Es... como un acantilado —estrechó su mirada—, negro y profundo, pero no sabes qué tanto.
»andas... caminando sobre eso por una cuerda floja; el viento busca tumbarte, estás cansado... solo tú decides si seguir caminando... o arrojarte al vacío.
—Hmmm... —el castaño bajó la mirada—, sí siento el miedo así...
»Como lo dijistes...
—¿En serio?
Asintió el castaño.
—Me gusta alguien... y... no sé si es correcto...
—¿Por qué lo crees?
—Porque... el amor entre dos hombres es mal visto por todos... —suspiró—. Nadie lo va apoyar..., seremos criticados para siempre.
El otro chico apartó la mirada por un momento, humedeció su boca —guardó su vaper en el bolsillo de su sudadera—; lo vio a la cara.
—No debería importarte lo que piensen los demás —frunció el ceño—; todos... buscan desahogar su ira, sus creencias religiosas o prejuicios con otros.
Hizo una mueca.
—No te aferres a ellos.
»Solo... sé feliz.
—Tienes razón... en todo —esbozó una leve sonrisa—; solo hay... qué ser felices, sin miedo.
—Exacto —asintió el otro.
A lo lejos, se oyó el croar de un sapo que brincaba sobre los nenúfares del río.
—Ya es tarde —susurró el castaño que se bajó de la baranda y giró sobre sus talones—, a-adiós...
Él le dio un suave beso en la mejilla al de las mechas plateadas —alzó las cejas—; no le dio tiempo de responder... para cuando el castaño se alejaba a paso veloz.
El de mechas se quedó solo en la baranda, un poco boquiabierto, inmóvil, con la mirada perdida en el río.
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