Las reglas y la curiosidad latente.
Presente; cárcel de máxima seguridad
—El fin —dijo el hombre moviendo sus manos con gracia.
Sonia lo miraba con miedo, él había asesinado a sangre fría a su padre de un disparo, había presenciado una posible violación y no mostraba emoción alguna con respecto a ello.
— ¿Qué paso con tu madre? —pregunto en tono bajo, con la voz entre contra y sintiendo las lágrimas asomarse.
— ¿Disculpa? No te escucho —aunque él solo había dicho aquello para escuchar mejor la voz quebrada de la chica.
— ¿Qué paso con tu madre? —pregunto con más fuerza, sintiendo el cómo pronto rompería en llanto.
—Oh, era eso. También le disparé, pero esta vez tuve mejor puntería y di en la cabeza —hizo el gesto de un arma con su mano izquierda, la colocó en la parte delantera de su frente y luego la tiro hacia atrás su muñeca, mostrando así, como lo había hecho.
Ella no dijo nada y limpio las lágrimas que ya caían ante la indiferencia en la voz ajena, sumado al gesto e imágenes que ella misma se había hecho; de todas las escenas narradas que había escrito sin parar.
— ¿Por qué lloras, Sony? —el uso del apodo la dejo perpleja, trago en seco y la necesidad de aire le inundo.
—Tomemos una pausa —le dijo, tomando su libreta y grabadora, para luego sin paralo llegar y tocar el pequeño timbre.
—Dime, amor. ¿Por qué lloras? —el cambio en la voz fue tan notorio, que ella no espero ni un solo segundo para salir de ese cuarto.
__𝙰𝚜𝚎𝚜𝚒𝚗𝚘__
Luego de haberme calmado, volví a entrar, pero él no estaba y eso me revolvió el estómago. Luego de haber preguntado por el señor Pier, se me informo por él también había "salido" a tomar algo de aire fresco.
Entendí, algo tarde, lo que esto quería decir en realidad, así que lo que hice mientras ese sujeto no estuvo presente, fue el reorganizar mis prioridades. Termine de escribir lo que habíamos hablado antes de que yo saliera -pero me salte su petición del por qué estaba llorando- y escribí nuevas preguntas.
Luego de unos minutos apareció y sin decir nada se sentó en la silla de su lado, había visto como quitaban las esposas de sus pies con una advertencia y, luego, el cómo nos dejaban, nuevamente, solos; siendo solamente separados por una pared transparente con agujeros.
— ¿Cuáles son las reglas? —pregunte y mi voz tembló un poco.
— ¿Las mías, cariño, o las de mi padre? —dijo con una pequeña sonrisa y no pude evitar estremecerme.
—Las dos —hable en un tono más firme y, al parecer, esto lo sorprendió.
—Las de mi padre son las siguientes, espera un instante. Sabes, te las diré y explicaré, con tal, no estoy ocupado —una fuerte carcajada salió de sus labios, causando que todos los bellos en mí se erizaran.
—Lo escucho —murmuré.
—Regla número uno; nunca desobedezcas.
— ¿Era un hombre controlador? —dejé que algo de curiosidad se notará y él sonrió.
—Sí, mi amor, sí lo era y esa regla era para mí y mi madre. A ese desgraciado le gustaba tener el control sobre nosotros, pero yo lo tuve sobre su vida —explico con una media sonrisa en los labios.
Le hice una seña, pidiéndole continuar, puesto que se había quedado cayado a la espera de alguna pregunta.
—Regla número dos; siempre tengo la razón.
— ¿Qué quería decir con esto? —la respuesta me pareciera sumamente obvia, pero quiera escuchar su punto de vista. A pesar de que tenía miedo de las posibles palabras, respuestas y/o historias, la curiosidad que sentía salía a flote, poco a poco, estaba sobrepasando el temor que antes había sentido.
—Lo que esta quiere decir eso algo muy obvio, me sorprende que no lo notes —me respondió con arrogancia. —La misma regla te responde eso, Sony, pero al parecer no lo notas, así que te lo explicaré —continúo y otra vez utilizo ese apodo que solo una persona solía usar conmigo. —No importaba lo que dijéramos, esto no era válido, si él decía que era negro, por más de que fuera de cualquier otro color, ese objeto era negro. Digamos que se puede comparar con una dictadura —volvió a mover sus manos, pero solo para acomodarse mejor en su lugar.
—La tercera tiene que ver con lo que te regalan, ¿no? —pregunte mirando las notas que había tomado del relato.
—Regla número tres; en ningún momento, sea lo que sea que recibas, debe de venir de otra persona que no sea yo -me respondió y yo escribí con rapidez su respuesta. —No le gustaba que nadie más me entregara ningún regalo, porque sabía que él mismo nunca me daría nada —me explico.
—Quien lo diría, vivías en una dictadura —murmure, dibuje un pequeño círculo y luego lo tache.
—Verdad que sí y no aprendí que era así hasta la adolescencia —me sorprendió el hecho de que me escuchara, pero no dije nada. —Como sea, regla número cuatro; si estoy haciendo algo no me interrumpas -me pareció algo estúpida esa regla, pero no era quien para juzgarla. — ¿No dirás nada? —me pregunto con una ceja alzada.
—Porque tendría que decir algo, Ron —le dije.
—Bien, entonces continuemos —acaro su garganta y continuo. —Regla número cinco; nunca toques mis cosas.
— ¿Era conservador?
—Conservador, no, no lo era, pero si era paranoico —me explico.
— ¿Cómo tú? —ni siquiera sé de dónde me salieron las fuerzas para decirle aquello, pero lo hice y él carcajeó con fuerza, demasiada fuerza.
—Un poco, tal vez, pero ya sabes. La manzana no cae lejos del árbol —dijo con una sonrisa ladeada.
Me removí un poco incomoda y cambie mis pies de lugar sin quitar la X. Ron solo me observaba y, estaba segura, esperaba a que dijera algo que posiblemente él use a su beneficio.
—Eso es verdad, la manzana nunca cae lejos del árbol —repetí.
—Regla número seis; si los mayores están hablando, no interrumpas.
—Eso parece lo típico que una madre le dice a su hijo —dije con naturalidad, como si él no fuera un asesino en serie masivo.
— ¿En verdad? Vaya, quien lo diría —y la sonrisa que ya traía creció. — ¿Continúo? —preguntó y yo asentí. —Regla número siete; si tu madre y yo estamos en la habitación, no entres —dijo y, nuevamente, me pareció una regla innecesaria. — ¿Nada que decir? —negué y él asintió. —Regla número ocho; si digo no, es no.
— ¿Muchas de sus reglas eran cosas obvias o básicas? -no pude evitar preguntar, mientras escribía la regla anterior y mis palabras recién dichas.
—Por lo visto, eso parece —uso un tono de aburrimiento que me inquieto un poco, pero, esta vez, me mantuve en silencio. —En fin, regla número nueve; no bajes al sótano —se paró en su lugar y comenzó a moverse de un lado a otro.
—Mencionaste que cuando bajaste por primera vez él te rompió la pierna. ¿Siempre eran así sus castigos? —pregunté con rapidez, intentando terminar más rápido con las preguntas.
—Sí, en su mayoría era un castigo físico, solo a veces, el castigo era con gritos o insultos —me respondió sin emoción alguna. —Esta es mi regla favorita, por el hecho de que lo vencí en ella y esta era la más importante y nunca supe por qué —mencionó, se paró a pocos sentimientos de la pared transparente y me observo con una mirada que mostraba una superioridad indescriptible. —Regla número diez; nunca, jamás de los jamases, entres a mi estudio —y carcajeo con sonoridad.
—Tiene sentido que te encante —murmure para mí, sabiendo que la grabadora que había dejado en el suelo lo captaría. — ¿Cuáles son sus reglas, señor Pier? —le pregunte, bajando mi vista dispuesta a no volver a elevarla.
—Pensé que quería saber algo más de la última regla de mi padre.
—No, no es necesario —que el señor Mier me perdone, pero no voy a indagar en esa regla.
—Es una lástima, pero no hay de otra —no pude evitarlo y lo miré de reojo, notando como él se encogía de hombros. —Mi primera regla es la siguiente y, al igual que mi padre, tengo solamente diez. Regla número uno; no me desobedezcas —sentí su mirada penetrante ante mi silencio. —Regla número dos; no llores si no te lo pido —continúo.
—Me equivoqué, usted es el controlador.
—Por favor, Sony, deje de tratarme como usted; entraremos en confianza poco a poco, es bueno que se acostumbre a decirme Ron o Aaron —me pidió, utilizando un tono suave y meloso.
—Es la costumbre, Ron, no puedes quitarle una vieja costumbre a alguien de la noche a la mañana —le informé.
—Eso es muy cierto, señorita —me imito con burla, y no pude evitar levantar la vista y mostrar mi fastidio por ello. —Como decía, regla número tres; si gritas que sea por piedad.
Me estremecí ante esa regla, no entendía que tenía en la cabeza para tener ese tipo de reglas, para tener que pensarlas y emplearlas, que siendo tan pocas las que me había mencionado hasta ese momento, no cambiaba el hecho de que se me ponían los pelos de punta antes ellas.
—Regla número cuatro; no corras, no escapes.
— ¿Qué sucede si alguna regla se rompe? —le pregunte, tomando valor de algún lado para mantener mi frente en alto.
—Las preguntas sobre mis reglas son al final, cariño —note algo de malicia en su habla, por lo que solo atine a asentir. —Regla número cinco; corre si te lo pido —y lo mire confundida.
— ¿Eso no es algo contradictorio? —le pregunté en un pequeño balbuceo.
—Está la dejaré pasar, porque sí, mis reglas son algo contradictorias, pero solo es por diversión personal, amor —me explico, aclaro su garganta y continúo. —Regla número seis; si te digo que hagas algo, hazlo —firmeza, su tono fue firme y demandante.
Aproveche el hecho de que había respondió mi anterior duda y nuevamente pregunte: — ¿Hay consecuencias si no se cumplen?
—Al igual que mi padre, los castigos dependen de la regla que se rompa y de la gravedad de esta —me informo y, enseguida, su ceño se frunció. —Regla número siete; no toques mis cosas —menciono mientras se movía y caminaba hasta quedar enfrente a la silla, pero de espaldas a mí. —No vuelvas a intentar usar esa linda carita y boquita que tienes para sacarme respuestas, amor —dijo dándose la vuelta y tomando asiento.
—No sé de qué hablas —mencione con nerviosismo y me acomode en mi lugar con esa sensación recorriendo mis venas.
—Oh no, sí lo sabes, lo sabes muy bien —su mirada era dura, su expresión neutra y sus labios estaban unidos en una línea fina. —Regla número ocho; no entres a mi habitación —dijo y noté como su tono se volvió relajado, en verdad no lo entendía.
—Lo entiendo, las preguntas al final, pero es necesito que las responda de inmediato o no poder seguir con ellas —mentí, le mentí y el estómago se me revolvió, quiera irme lo antes posible, pero la idea de mentirle a alguien así me ponía los nervios de punta.
—No estás mintiendo, ¿verdad? —me pregunto y examino con la mirada.
— ¿Cuáles serían mis motivos para hacerlo? —le dije y otra vez mentí, pero esta vez sí me creí mi propia mentira, volviéndola más natural.
—Bien, haz tu pregunta, Melody —fruncí el ceño ante el nombre que utilizo, pase mi lengua por sobre mi labio inferior y revise la pregunta rápida que había escrito.
— ¿Por qué tu habitación? ¿Tenías a todas tus víctimas en tú casa? —no recordaba haber leído nada sobre el lugar en donde hacía todos los horrores que se imaginara.
— ¿Oh, no lo sabes? —preguntó con bastante sorpresa, por lo que negué con apuro. —Siempre alquilaba una casa, en verano era cerca de un lago, en invierno cerca de las montañas, con los osos y lobos. Ya por las estaciones como otro o primavera solo viajaba a un lugar cualquier, pero siempre dependía de mi estado de ánimo el adónde ir y claro, de mi ex trabajo —me explico con una enorme sonrisa, mientras movía sus pies y se dejaba caer mejor en su asiento; completa y tétricamente relajado.
— ¿Viajabas por todo el país?
—Así es, pero será mejor que volvamos a las reglas, Sonia —se incorporó e inclino hacía el frente, tomándose ambas manos y regalándome una mirada coqueta. —Regla número nueve; no entres a mi estudio.
— ¿Estudio? —ahora sí, en verdad tenía curiosidad.
—Sí, tengo un estudio, oh bueno, varios estudios —aplaudió un poco y se volvió a incorporar, pero en ningún momento quitó esa mirar, es más, a ella se le sumó una sonrisa que la acompañaba. —Ya sabes, guardaba las cosas de mi trabajo, mi computador, algunos libros, ya sabes, lo normal —nuevamente se encogió de hombros.
—Claro, lo normal —le imité y lo escuché reír de forma suave.
—Bien, la última, regla número diez; dime si te duele, dime si temes, dime todo y nada —su tono pareció ser de súplica, pero nada en él mostraba algo de este sentimiento; nada.
—Ahora entiendo todo —nuevamente murmuré para mí misma, pero él volvió a escucharme y lo supe porque comenzó a balbucear cosas que no entendí en lo absoluto, no entendía el idioma y eso me estaba matando. — ¿Qué idiomas hablas? —le pregunté, intentando que se olvidara de mis anteriores palabras.
—El inglés es la lengua que decidí aprender además del zarth, después de eso hablo algo de ruso y coreano —me respondió y le miré sorprendida.
— ¿Dónde los aprendiste? —intente indagar más en ese tema.
—Soy una persona curiosa, cariño, una de mis víctimas era coreana y ella me enseñó a cambio de más tiempo de vida, pero el ruso lo aprendí con mi madre adoptiva. —Su explicación me hizo sentir entre incomoda y nerviosas, otra vez.
— ¿Madre adoptiva?
—Historia para otro día
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