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Un Poco Más de Carne

Su cadáver colgaba del techo del granero.

Aquel cuerpo muerto y gélido se balanceaba con lentitud de un lado al otro.

Jeffrey Stone estaba aterrado al observar el cadáver, tan aterrado que pensaba que su corazón explotaría en cualquier momento. El presentimiento de su pronta muerte le hacía estremecer y le congelaba la sangre y cada tramo de sus venas.

La madera del suelo crujía. Alguien se acercaba.

Jeffrey no dudó en correr y adentrarse en las grandes hectáreas de maíz. Allí, entre la hierba alta, solo podía quedarse en silencio y ahogar sus sollozos. Él creía erróneamente que el causante de sus mayores temores no lo encontraría, pero lo que no sabía es que lo buscaría sin descanso hasta encontrarlo.

Él era una presa indefensa.

Se escuchaba las hojas del maíz sacudirse y rozar entre ellas. Quien lo buscaba, ya estaba allí. Listo para atacar.

El pequeño Jeffrey temblaba de pies a cabeza. No podía reaccionar ante esa situación de horror, ya que ningún músculo de su cuerpo reaccionaba ante sus órdenes de movilizarse.
Era demasiado tarde, lo que ahora controlaba al niño de diez años era el miedo en su máximo esplendor.

No pudo evitar soltar un alarido de dolor al sentir una mano jalar sus cabellos negros, luego soltó otro alarido más angustioso, ya que el pequeño niño se había percatado que aquella mano grande y gruesa lo estaba arrastrando hacia el granero.

La mano por fin lo soltó cuando llegaron, dejando el cuerpo del pequeño en el suelo. Jeffrey escuchó caer algo cerca de él, giró su cabeza mientras se levantaba y vio el cuerpo inerte de un cerdo a su lado. El niño retrocedió con horror, el cadáver del pobre animal todavía conservaba la soga alrededor de su cuello con la que su madre lo había asesinado.

Ella tenía métodos muy peculiares para matar a esos animales.

Parecía que alguien había cortado la soga desde arriba y efectivamente así lo era.

Una señora de peso descomunal había cortado la soga con la ayuda de unas tijeras de jardín y una escalera. Aquella señora con vestido floreado, cara regordeta y anteojos negros era la madre del pequeño. Se llamaba Mary Stone.

—¿¡Qué haces ahí, inútil!? —exclamó, dirigiéndose a su hijo—. ¡No te quedes ahí parado! Tienes que hacer el almuerzo. ¿O no querrás que te corte las manos con estas tijeras? —advirtió, con un tono severo.

La señora Mary se dirigió a su casa —la cual quedaba frente al granero— para sentarse y ver la televisión. Su voluminoso cuerpo era más grande que el sillón mismo en el cual se sentaba todos los días. Su hijo Jeffrey aún no comprendía el por qué el sillón no se rompía en pedazos de una vez por todas.

El pequeño obedeció las órdenes de su madre e ingresó al hogar después de largos minutos con varias bolsas negras. Él no podía cargar todas las bolsas al mismo tiempo porque pesaban más que él, así que las llevaba arrastrando una por una hacia la cocina. Jeffrey le prepararía el almuerzo a su madre. A su corta edad, el pequeño ya sabía cocinar, ya que su madre le había enseñado a prender la estufa y cortar las verduras y en especial la carne, que era lo que más le gustaba a ella.

—¡Apúrate, pequeño mocoso! Tengo hambre —dijo, mientras no despegaba la mirada del televisor.

El niño trajo en una bandeja el platillo especial que deleitaría el paladar de su madre.

Mary muy orgullosa de su hijo masticó, más bien tragó la comida recién hecha.

Jeffrey comenzó a llorar.

—¡Déjame comer en paz! —gritó su madre—. Además, ¡báñate! Te ves del asco con toda esa suciedad en tu ropa, ¡y limpia bien esa sangre! ¡Se quedará en tu ropa!

—¿Qué hago con el resto? —preguntó el niño, con lágrimas en sus ojos.

—Colócalos en la nevera —respondió Mary, masticando con la boca abierta.

Jeffrey se dirigió nuevamente a la cocina para guardar los restos de su padre en la refrigeradora.

Comenzó colocando la cabeza. La expresión del rostro de Elliot Stone era perturbadora. Cualquiera sentiría horror con solo verla.

Prosiguió con las partes mutiladas del cuerpo restante.

A Mary le encantaba probar la carne viva, palpitante. Le gustaba atravesar la carne con sus dientes, pero esta vez no tuvo opción. Su esposo se había enterado que él sería la próxima víctima y la mujer tuvo que ahorcarlo para evitar que se escapara, así que lo colgó en el techo del granero para que no pudiese huir y observar como la muerte reclamaba a su esposo.

En sus últimos momentos, Elliot comprendió la razón por la cual los anteriores maridos de Mary habían desaparecido misteriosamente.

Ella creía que la única forma de deshacerse de sus esposos era comiéndoselos, ya que para ella todos eran unos cerdos, unos animales, y así le había enseñado a su hijo.

La señora Mary nunca se cansaba de comer.

Siempre quería un poco más de carne.

Madame Sarmiento

[...]

Hola a todos, ¿qué les pareció el primer relato del 2021? Espero que haya sido de su agrado. No olvides comentar y votar si te ha asustado.

Cuéntenme, ¿cuál es su relato favorito de este libro hasta ahora?

Los leo :)

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