Monedas
La pequeña hermana de Benjamín falleció hace unas semanas. Ella fue atropellada por un automóvil un lunes alrededor de las cinco de la tarde. Benjamín vio cómo el conductor se fugó de la escena sin importarle que le arrebató la vida de su pequeña hermanita. Tan solo era una niña de 6 años que en ella solo habitaba inocencia pura.
Aquella tarde Benjamín le iba a comprar un helado. Iba.
El heladero se encontraba en la esquina de la calle, el joven llevaba a su hermanita Valerie de la mano. Ella vestía un hermoso vestido rojo y sus cabellos rubios estaban adornados con trenzas que tenían lazos del mismo color.
Antes de llegar a la esquina de la calle, Valerie se distrajo con una mariposa azul que jugueteaba con ella. La niña soltó la mano de su hermano mayor para intentar alcanzar la mariposa y sin darse cuenta, la niña estaba en medio de la pista. Ella le dijo con una brillante sonrisa: "¡Mira! Se posó en mi nariz".
En esos instantes, el auto la atropelló. Todo pasó tan rápido. Las monedas del bolsillo de Valerie salieron volando, cayendo finalmente al suelo al igual que ella. Benjamín escuchó el sonido de las monedas al caer, una por una, aunque era algo inaudible con los desesperados alaridos de las personas a su cercanía y el chirrido de las ruedas del auto al avanzar y alejarse del accidente.
Benjamín estaba atónito. El miedo atroz que sentía era indescriptible, aquel temor se desplazaba por todas sus vértebras y toda su pálida piel. El joven veía la sangre desplazarse lentamente por la pista, se arrodilló frente a su hermana y con lágrimas en los ojos gritaba de una manera desgarradora mientras pedía ayuda hasta que su voz ya no dio más. Sus gritos fueron tan estridentes que a los presentes se les hizo un nudo en la garganta y les hizo sentir el horrible dolor que estaba experimentando en esos instantes.
Lamentablemente, la ambulancia no llegó a tiempo y Valerie falleció. El muchacho se sentía tan culpable. «¡Debí haberla protegido! ¡Soy su hermano mayor!», pensó.
La vida de Benjamín ya no fue la misma, ya no volvió a experimentar la felicidad por un largo tiempo y en especial, cuando la casa se había convertido en un lugar nostálgico y lleno de melancolía. Sus padres ante esta situación, intentaban no estar en casa para que no les consumiera la tristeza del lugar y en especial su padre, que intentaba darle fuerzas a su mujer. Él era coleccionista de antigüedades y en especial, le gustaba coleccionar monedas. Pasaba todo el día en su tienda vendiendo aquellos artefactos y negociando con otros vendedores. Sin embargo, Benjamín siempre se encerraba en su habitación.
Desde que su pequeña hermana falleció, no dejaba de escuchar el sonido de las monedas al caer y siempre a la misma hora, la hora en que su hermana perdió la vida. Cuando él iba al lugar en donde provenía el sonido, no las encontraba, solo podía escuchar el llanto desconsolado de una niña y de vez en cuando, veía una silueta recorrer su casa en las gélidas y oscuras noches.
Pero esta vez fue diferente. Se escuchó el sonido de las monedas y Benjamín giró la cabeza en dirección al ruido y encontró las monedas en el piso, cerca de la entrada de su habitación. Se levantó para recogerlas. Eran monedas muy desgastadas, no se podía visualizar con nitidez el número del valor de la moneda. Inmediatamente, Benjamín escuchó otras monedas caerse cerca de la habitación de al lado y con las mismas, fue al lugar y encontró tres monedas más en las mismas condiciones. Él estaba solo en casa.
Los cuadros familiares, que estaban colgados en las paredes, comenzaron a temblar, como si alguien los sacudiera. Finalmente, los cuadros cayeron al suelo y el vidrio que cubría las fotos se rompieron. El suelo estaba lleno de pedazos de vidrio. Benjamín se armó de valor para preguntar con una voz temblorosa: "¿Valerie? ¿Eres tú?".
Escuchó la voz de Valerie llamándole. Miraba a todas las direcciones buscándola hasta que pudo oír su voz detrás de él. Giró la cabeza y observó a su pequeña hermanita, tenía el codo derecho doblado hacia adelante y de su pierna izquierda sobresalía la carne putrefacta y la mitad del fémur. No tenía un ojo, tenía una cuenca vacía en donde se asomó un insecto, era una larva que se retorcía en aquella pequeña oscuridad. La sangre adornaba toda su vestimenta que fácilmente se podría confundir con el color rojo del vestido. Se acercó, se oyó sus huesos crujir y con una sonrisa perturbadora y una mirada encantadora le dijo: "Es hora que me compres lo que me prometiste, Benjamín".
Dejó caer algunas monedas de sus manos, un sonido no muy fuerte, pero para Benjamín fue el peor sonido que haya escuchado en su vida.
Benjamín retrocedió unos pasos, estaba estupefacto por la apariencia de su pequeña hermana, no obstante, se escuchaban monedas cayéndose en todos lados de la casa y el sonido se fue intensificando poco a poco hasta que se volvió ensordecedor. Benjamín seguía retrocediendo, pero esta vez con las manos en los oídos, intentando apagar el sonido que tanto lo aturdía. Había grandes cantidades de monedas que estaban esparcidas por todo el suelo y la mayoría estaban bañadas en sangre. Eran tantas las cantidades que formaban pequeñas montañas.
Benjamín miró hacia atrás para empezar a correr, sin embargo, Valerie se encontraba a sus espaldas.
—¿Qué quieres de mí? —dijo Benjamín con una voz temblorosa.
—Te extraño mucho, hermanito. Quiero que vengas conmigo —Valerie rió dulcemente.
—Lo siento, Valerie, no puedo acompañarte —se le hizo un nudo en la garganta.
—¿Por qué, hermanito? —preguntó la niña apenada.
—Porque yo... —tragó saliva— No estoy muerto...
—Eso no será un problema —Valerie le dirigió una sonrisa perturbadora.
Benjamín quiso retroceder más, pero se tropezó con las múltiples monedas, cayendo de espaldas. De la piel de Valerie comenzaron a sobresalir monedas desgastadas de diferentes tonos amarillentos y anaranjados. Atravesaban su piel fácilmente que, cuando ella se los quitaba, volvían a sobresalir más monedas. Las monedas caían y una de estas adornaba la cuenca vacía de su hermana.
—No te asustes, hermanito, vendrás conmigo.
Aquellas palabras hicieron temblar a Benjamín, no podía creer que le temía a su pequeña hermana. El joven se levantó lo más rápido posible para ir en busca de la puerta para salir de la casa, pero cuando la abrió Valerie se encontraba frente a él.
El sol de esa tarde se iba ocultando para darle lugar a la noche, dio su último resplandor y la casa de Benjamín quedó a oscuras. El muchacho intentó esconderse, pero antes de hacerlo, se resbaló con algunas monedas y cayó el suelo, golpeándose la cabeza. Para Benjamín, todo se tornó oscuro.
Cuando sus padres llegaron horas más tarde, encontraron a su hijo tumbado en el suelo. De su boca sobresalían monedas desgastadas y sus ojos fueron reemplazados por dos monedas más. Sus padres al ver la horripilante escena llamaron a la policía y en su espera, comenzaron a llorar por la pérdida de su otro hijo.
La policía llegó y se llevaron el cuerpo hacia la morgue. Según la autopsia, la causa de muerte fue el consumo de las monedas. Lo extraño fue que, ni bien el forense hizo un corte en el abdomen de Benjamín, se podían observar las desgastadas monedas, estos metales aplastaron otros órganos más y casi todo el cuerpo de Benjamín estaba rellenado de estas. Su estómago había reventado por las grandes cantidades que había consumido e inclusive, su pecho también estaba repleto de estas monedas.
Hasta ahora nadie sabe por qué a Benjamín se le metió en la cabeza ingerir esa cantidad de monedas, pero sus padres decidieron dejar de usar esos redondos metales después de ese hórrido descubrimiento. Al padre le costó mucho deshacerse de las monedas que guardaba puesto que, tenía una afición por coleccionarlas. Tenía diferentes monedas que variaban sus colores, tamaños y antigüedad.
Agarró sus materiales de numismática, que era donde guardaba especialmente las monedas, y empezó a ponerlas en una caja. Mientras las guardaba, se le cayeron tres monedas y al momento de agacharse para recogerlas, se percató que estaban bañadas por un líquido carmesí.
Las observaba minuciosamente hasta que encontró un pequeño cabello dorado pegado en la moneda. El padre comenzó a pensar, ¿a caso no eran las monedas que tenía su hija en su bolsillo cuando falleció?
Benjamín le había comentado que Valerie tenía unas monedas extrañas que guardaba en el bolsillo de su vestido, ella decía que con aquellos metales pagaría el helado, pero el muchacho decidió comprarle ese alimento congelado al ver el estado de esas monedas y por ello, volvió a guardarlas.
El progenitor guardó esas monedas en su bolsillo mientras se dirigía a la cocina con la caja.
—Estás son todas las monedas, amor —le dijo a su esposa.
La madre giró la cabeza para dirigirle una mirada sin vida, tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.
—Ven aquí, cariño... —el esposo extendió los brazos para abrazarla con fuerzas.
Se dieron un largo abrazo acompañado de lágrimas y sollozos, sentían un dolor tan inmenso que tenían un gran vacío en su corazón. Cuando el padre se separó, cayeron las tres monedas que aún guardaba en su bolsillo.
—Me faltó estas... —dijo tristemente.
Antes que pudiera recogerlas, su mujer habló.
—Amor.... Mira... —señaló con su dedo un lugar de la sala.
—No veo nada, cariño —respondió el esposo.
—Son ellos... —salían lágrimas de sus ojos.
Pero el padre no veía nada, volvió a mirar las monedas en el suelo para recogerlas, pero una mano cadavérica se le adelantó. El progenitor alzó lentamente la mirada y vio a su hijo, que le extendía la mano con las monedas y atrás de Benjamín se encontraba Valerie.
—Los extraño mucho —reía la niña dulcemente.
El padre volvió a mirar a su hijo, que tenía un aspecto putrefacto y nauseabundo al igual que su pequeña hija. Benjamín abrió la boca enormemente para dejar caer las múltiples monedas que había tragado.
El sonido se intensificaba y se volvía ensordecedor, era el peor sonido que había escuchado en su vida. El sonido de las monedas al caer.
Madame Sarmiento
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