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Los Monstruos

Cuando éramos niños le teníamos miedo al monstruo del armario, a la oscuridad o lo que hubiera debajo de nuestras camas, pero éramos muy inocentes para saber que a lo que verdaderamente deberíamos tenerle miedo era a nosotros mismos.

Mi padre no me dejaba salir de la casa porque decía que afuera, en el bosque, habían monstruos que podrían lastimarme e inclusive, matarme. Después de varios largos años, él ya no podía mantenerme dentro de esta casa ni en las cuatro paredes de mi habitación. Aquel 9 de setiembre supe la cruda verdad.

Aquel día estaba lloviendo, ¿cómo lo sabía?. Escuchaba las gotas caer y los relámpagos estallar, las únicas gotas que podía ver eran las goteras que caían del viejo y húmedo techo, ¿por qué?
Porque mi padre había cubierto las ventanas con tablas de madera y clavos oxidados y eso no era todo, la puerta, que siempre estaba cerrada con seguro, tenía 5 pestillos adicionales y uno más fuerte que el otro y por último, mi padre se había desecho de casi todos los espejos de la casa y como dije, casi.

En el pasillo que dirigía a la puerta, antes de llegar a esta, se encontraba un espejo circular pequeño de marco dorado algo gastado o así lo recordaba cuando mi padre lo trajo, para cubrirlo con una manta roja que de vez en cuando, solía moverse ligeramente, sin embargo, nunca le tomé mucha importancia.

En aquella casa solo vivía mi padre, yo y algunos insectos o ratas que se metían por los minúsculos orificios de la casa, ellos me hacían compañía cuando él se iba a comprar aperitivos o cigarrillos, a veces se iba a pasear Dios sabe donde. 

Todo empezó cuando caminé hacia la cocina y ni bien mi zapato tuvo contacto con la madera del suelo, esta crujió y mi pie cayó, obviamente rompiendo la madera. El piso estaba podrido por la humedad. Con un poco de dificultad saqué mi pie y me pareció haber visto una pequeña caja, metí mi mano en el agujero y empecé a depender de mi tacto en aquella pequeña oscuridad, me topé con esa caja de aspecto anticuado. Posteriormente, la puse a mi lado y la abrí, girando la pequeña cerradura. Esta contenía dibujos y escrituras extrañas, un par de documentos sin importancia y deudas a montones, en lo último de la caja, se encontraba una foto de mi padre abrazando a un niño, lo extraño de la fotografía era que la cara del muchacho estaba rayada con un plumón indeleble negro, así que no podía identificarlo.

Guardé la foto en el bolsillo derecho de mi pantalón marrón y coloqué la caja, ya cerrada, en una de las estanterías de la cocina. Ahora, debía esperar a mi padre para que me diera explicaciones de mi descubrimiento, me senté en una de las sillas al lado de la mesa redonda que se encontraba ahí y esperé, y mientras lo hacía veía la foto detenidamente, tratando de saber quién era.

A las 6:30pm, el rujido del auto se aproximaba más y más, las luces traspasaron algunos de las líneas horizontales la de madera y repentinamente, se apagaron y se esuchó la puerta del coche abrirse y cerrarse. Se escuchaban las llaves abrir cada uno de los cerrojos, darse vuelta y lo mismo se repetía con otras llaves, hasta que mi padre entró.

Se escuchó el sonido de sus zapatos arrastrándose bruscamente en la alfombra y al sentir que estaban limpios comenzó a caminar, podía escuchar cada uno de sus pasos y a cada paso, la madera crujía.

—Hijo, ¿dónde estas?— dijo un poco agitado por el trajín—. Te traje algo para comer— finalizó.

—Aquí estoy, pa— dije desganado.

—¿Por qué ese ánimo por los suelos, hijo?— preguntó.

—¿Qué significa esto?— le enseñé la fotografía y se la extendí.

Tenía una expresión de miedo y confusión juntos— ¿Dónde la encontraste? —me miró a los ojos por un rato y finalmente se decidió a hablar—. No vuelvas a revisar mis cosas —dijo mientras me arrancaba la foto de las manos.

—No lo hice a propósito, iba caminando hacia la cocina cuando se rompió una parte del piso y...— no me dejó terminar.

—¿O sea que también has roto el piso?— empezaba a enfurecerse.

—Papá, yo no dije eso, se rompió cuando pisé la tabla de madera, pero me gustaría saber... ¿Quién es el muchacho de la fotografía?

—Quiero que vayas a tu habitación, ahora y sin preguntas —dijo cambiándome el tema por completo.

Rodeé mis ojos e hice un suspiro de protesta, me dirigí a mi cuarto y me eché con un salto a mi cama. Observaba las aburridas paredes, mi escritorio, mi ropero y nada más, miré el techo recordando que, cuando era más pequeño, le pedía a mi padre que revisara el armario y debajo de la cama porque había monstruos allí adentro y si no los revisaba, no me sentía seguro, luego de eso, siempre me daba mis buenas noches, hijo. A los pocos minutos, escuché tres golpes en mi puerta.

—¡Pase!— grité.

Se abrió la puerta y pude ver la silueta de mi padre entrar lentamente y con un poco de cautela. Él escondía algo detrás de su espalda porque su mano izquierda estaba detrás de ella, después cerró la puerta a sus espaldas.

—Hijo, hay muchas cosas que me gustaría explicarte, pero eres muy joven y temo que lo tomes  mal —se sentó a los pies de la cama.

—¿Qué cosas, papá? —pregunté.

—Antes que tú mamá muriera, nos tomó aquella foto que encontraste y... —lo interrumpí.

—Entonces si ese soy yo, ¡¿por qué mi cara está rayada, papá?! —grité algo histérico.

—Hijo, por favor, tranquilízate.

—¿Por qué está rayada mi cara, papá? —volví a preguntar.

—Y-yo, lo siento mucho h-hijo— suspiró y derramó una lágrima que se desplazaba por su mejilla derecha—. Pero se lo prometí a tu madre antes que falleciera —su mano izquierda se hizo a ver, la extremidad sostenía un cuchillo con su hoja recién afilada de mango negro y un poco despintado.

—Lo siento, hijo— se le escapó un gemido mientras seguían cayendo lágrimas de sus ojos—Pero aún no puedes saber la verdad.

Atónito y aterrorizado por la escena, esquivé la apuñalada y salí corriendo de mi habitación. Mi padre estaba detrás mío, me agarró de mi camisa blanca y de los tirantes que estaban sujetos a mi pantalón, estaba luchando por zafarme de sus brazos y para hacerlo le di un golpe en la entrepierna, él se agarró la parte baja y yo salí corriendo hacia la cocina para buscar algo con que defenderme o abrir las maderas de la puerta y luego buscar las llaves para escapar, no obstante, como estaba distraído, caí en el mismo agujero que se había roto. Algunas astillas atravesaron mis pantalones y tenía que quitármelas todas, eso tomaría algo de tiempo para escapar.

Mi padre se dirigió a la cocina con el cuchillo en la mano.
—No creí que este día llegaría tan pronto —alzó el cuchillo nuevamente y me apuñaló en el brazo. Solté un grito desgarrador.

—No puedo hacerlo —me quitó el arma blanca del brazo, sentía el dolor fuertemente y la sangre expandirse en mi camisa blanca—¡Maldita sea, querido hijo! ¿Qué te estoy haciendo? —se echó a llorar el hombre que me había "protegido" todos estos años.
Agarró el cuchillo por tercera vez—. También perdóname por esto, te quiero mucho, mi niño, te he causado daño por toda tu vida... —y se degolló la garganta. El linaje carmesí salpicaba y se esparcía por toda su ropa, su cuerpo cayó y sus ojos sin vida se fijaban en mi dirección.

Comencé a llorar, después de todos estos años, no recuerdo haber derramado una sola lágrima. Debía pedir ayuda, aunque por dentro, sabía que no podía ayudarlo, quería llenarme de falsas esperanzas. Saqué mi pie del agujero y con dolor, intenté incorporarme y lo logré.
Con la mano derecha me agarraba el hombre para que la sangre no se expandiera más, salí de la cocina con pasos rápidos y dolorosos con la ayuda de las paredes me apoyaba para no perder el equilibrio, sin embargo, se encontraba un obstáculo frente mío, el espejo.

Siempre me pregunté por qué mi padre se había deshecho de ellos y nunca me dejaba verme reflejado en alguno, la curiosidad me mataba. Pensé «La curiosidad mató al gato... Pero el gato murió sabiendo».

Jalé la sábana roja, y en toda mi vida, por fin pude verme reflejado en un espejo.

Quedé horrorizado y lancé un grito desgarrador. Y en ese preciso instante, me di cuenta que nunca hubo ningún monstruo. Con mi cara desfigurada y con algunas partes quemadas e hinchadas, tocaba mi cara, áspera y con algunas heridas. Todo este tiempo mi padre me había protegido del mundo exterior porque yo era el verdadero monstruo.

Madame Sarmiento

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