Gato Blanco
Para Luna
Timothy siempre odió al gato blanco que merodeaba en su techo todas las noches. Él le guardaba rencor sin alguna razón. Lo único que hacía el pequeño felino era observarlo desde la ventana de su habitación con sus ojos verdes brillantes que resaltaban a la luz de la luna y las estrellas. A Timothy le incomodaba eso.
Pasado los días y al gato se le hizo costumbre también visitarlo por las mañanas. Timothy soportaba sus visitas nocturnas, pero no que invadiera su privacidad también en las mañanas. Lo que usualmente hacía era insultarlo hasta que decidiera irse, luego repartir el periódico al aburrido vecindario con su bicicleta celeste y con las mismas, ir al colegio. Él no era un alumno destacado por sus notas ni mucho menos era popular, solo era un estudiante más del montón que prefería estar acompañado de la soledad y de algunos libros. Sus días en la secundaria eran completamente ordinarios, nunca había nada nuevo y siempre su rutina era estudiar, almorzar y seguir estudiando hasta que llegara la hora de volver a casa.
Aquella tarde del viernes, su madre no se encontraba en casa puesto que, algunos viernes, iba al supermercado a hacer las compras de la semana. Timothy examinaba la tranquila casa mientras subía las escaleras rumbo a su cuarto, sin embargo, para su sorpresa, el gato blanco se encontraba en la puerta de su habitación mientras agitaba ligeramente su cola.
El adolescente se le quedó mirando un rato y lentamente se acercaba al felino albino para atraparlo. Hizo un movimiento rápido para capturarlo con sus manos, pero el gato esquivó la acción y salió corriendo de prisa. Detrás de él, corría Timothy.
La pequeña mascota lo guio hasta el baño en donde se encontraba una paloma muerta en el suelo. Tenía el ala rota y el cuello doblado bruscamente. Al lado del ave, había un pequeñísimo charco de sangre que era acompañado de diminutas patitas de sangre que recorrían el suelo hasta llegar a la bañera. Ahora él tenía que realizar dos trabajos, limpiar el desastre que provocó el gato y botarlo de la casa.
Se acercó a la bañera y encontró al gato ahí. Timothy lo cargó, agarrándolo de la pancita y el gato, como un paquete, se dejaba caer en sus manos y que estas extremidades hicieran el trabajo de trasladarlo afuera de la casa. El chico dejó al felino en el jardín del vecino y entró a su casa, cerrando la puerta a su detrás.
Nuevamente se dirigió al baño, pero esta vez con una escobilla, un balde de agua, algunos productos de limpieza, una bolsa negra y sus guantes de hule amarillos para no mancharse mientras limpiaba la escena del crimen. Puso a la paloma en la bolsa negra con sumo cuidado y la cerró con un nudo, posteriormente a eso, empezó con la limpieza del suelo.
Al terminar, llevó la bolsa con el animal y lo arrojó al basurero, luego botó el agua con poca sangre en la bañera, lavó sus guantes y la escobilla y finalmente los guardó. Regresó a su cuarto y cerró la puerta, se echó en su cama y con sus manos se sobó el rostro. Estaba cansado.
Su día había sido agotador y él necesitaba dormir, se colocó los audífonos y dejó que la música lo guiara a un sueño profundo y tranquilo.
Timothy se despertó por el grito desgarrador de una mujer, era su madre. El muchacho, bajó las escaleras apresurado hasta llegar a la sala, que era dónde provenía el grito, y vio tranquilamente a su madre sacando los alimentos de las bolsas que había comprado.
—Lo siento, hijo. El volumen del televisor estaba muy alto —dijo dulcemente mientras tomaba el control del televisor.
Timothy escuchó otra vez el grito de la mujer proveniente de la televisión, la chica gritaba y gritaba porque un asesino la estaba persiguiendo. Soltó un suspiro de alivio.
—Te traje tus chocolates favoritos —dijo mamá.
—Gracias, ma. Déjalos por ahí, luego los comeré.
Al terminar la oración, subió a su habitación otra vez y cogió un libro de su estante. Era un libro de tapa dura de color negro que era acompañado con letras blancas y rojas en la portada. Ese libro era su favorito, ya lo había leído incontables veces desde que era pequeño, pero no dejaba de fascinarle aquellos tétricos cuentos.
El muchacho dio un brinco del susto al escuchar un maullido proveniente de su cama «Maldito gato» pensó. El gato albino tenía la boca cubierta de un líquido carmesí y tenía algunas heridas en su peludo cuello. Probablemente había matado a otra inocente ave y se divirtió despellejándola un buen rato. El felino volvió a maullar con más intensidad.
Timothy, que ya estaba harto del gato, intentó ahuyentarlo, pero el felino respondió con algunos rasguños en su brazo. Volvió a maullar para llamar su atención, el adolescente avanzó unos pasos hacia este y el gato salió corriendo. Él ya estaba agotado de perseguirlo y solo se quedó en su habitación observando sus rasguños.
De repente, el gato volvió a su habitación y depositó en la puerta un pedazo de carne que luego se lo comió y finalmente se relamió los bigotes. A los pocos segundos, con sus pequeños colmillos, arrastraba una mano humana que tenía algunos mordiscos en los dedos y rasguños en el antebrazo. Se podía observar los huesos sobresalir y la sangre coagulada.
Estupefacto, lanzó el libro hacia el gato y el animal salió corriendo, dejando su aperitivo. Lo primero que pensó Timothy es que, si su madre estaría bien, pero el mismo se respondió al escucharla.
—¿Todo bien, hijo? Escuché un golpe.
—Sí, mamá. Todo está bien, tranquila —grité para que me oyera.
Vio que el brazo era nuevamente arrastrado y que desaparecía de su vista. Él fue tras este, no obstante, no encontró al gato ni el antebrazo.
Se dirigió hacia su ventana y contempló al albino caminar de una forma muy peculiar mientras movía su delicada cola de izquierda a derecha. Lo perdió de vista cuando cruzó la calle y un camión pasó a su detrás. «Tal vez todo fue una ilusión». Timothy fue al baño a curarse los rasguños.
A mitad de la noche, el adolescente escuchó unos golpecitos en su ventana. Era el jodido gato. La pequeña mascota ronroneaba muy fuerte en la pacífica noche y dejó caer un regalo no tan grato, era un dedo mordisqueado.
Era desagradable que cada noche me trajera lo que había cazado y por coincidencia, en los noticieros informaba que había muerto una persona y que le faltaba alguna parte del cuerpo que el gato me traía, ya sean órganos o algunos dedos. Finalmente le conté a mi madre el asunto del gato y por supuesto que no me creyó, ya que el albino no hizo acto de presencia cuando mi madre se quedó a dormir conmigo.
Una calurosa noche, el olor de descomposición entró en mis fosas nasales y abrí los ojos. El gato estaba durmiendo al lado mío, tenía su cola pegada a su cuerpo. Parecía una bolita peluda e inocente. Estaba tan cansado que lo dejé dormir, después de todo no era tan mala su compañía y aunque me trajera regalos repugnantes, era solo un gato.
Pero lo que no sabía es que estaba muy equivocado, no era un simple gato. Sentí que me observaban y volví a despertarme. Observé sus ojos verdes que brillaban en la oscuridad en una esquina de mi habitación.
Escuché un bufido y sus huesos crujir. Sus ojos se tornaron de un color esmeralda intenso y gruñó tan fuerte que parecía humano. Se abalanzó hacia mí, arañándome brutalmente y cuando quise gritar, me arañó los labios. Las heridas me ardían y el color carmesí manchaba las sábanas.
Con su larga cola me intentaba ahorcar, estaba hambriento y necesitaba otra presa.
El forcejeo no duró mucho hasta que me mordió el dedo índice y solté un alarido muy fuerte. Mi madre fue a auxiliarme, empujando y golpeando al gato desesperadamente. Salimos juntos de la casa y llamamos a la policía, aunque no sabía si eso realmente funcionaría.
A los pocos minutos la policía llegó. El gato me había arrancado el dedo, pero ya no lo encontraron, es posible que el felino blanco se lo haya comido.
Estaba perdiendo mucha sangre, mi cuerpo no aguantaba su propio peso y caía. Mi madre entre sollozos me decía que resistiera, que ya estaba llegando la ambulancia.
Y entre mi mirada borrosa, distinguí al gato en mi ventana, mirándome con sus ojos brillantes que resaltaban a luz de la luna y las estrellas. Se lamía las garras y se alimentaba de mi carne y sangre. Se retorcía de una manera que era imposible que fuera un gato. Me enseñó sus ensangrentados dientes y lo vi desaparecer en la oscuridad de mi habitación.
Mi cuerpo temblaba y en ese instante el miedo me carcomía. Tenía la mirada hacia el cielo, perdido en la belleza de la luna, que me hacía acordar a aquella presencia gatuna.
Madame Sarmiento
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