El Hombre Silencioso
Era una noche de invierno como cualquiera, recuerdo que estaba leyendo un libro, de esos que quedan en el olvido, mientras estaba recostado en el sofá de la sala y en un abrir y cerrar de ojos, la luz de mi casa se había ido. Estaba solo, sumergido en la tranquila oscuridad.
Dejé de lado el libro y me dirigí a la ventana más cercana, extrañamente veía a las demás casas iluminadas, me acerqué a otra de las ventanas y el panorama fue el mismo. Cogí una linterna, que reposaba en un estante viejo, la encendí y caminé hacia la puerta, giré el pomo de esta, y no pasó nada, volví a girarla con más fuerza y nada. Repentinamente, escuché algunos ruidos en la planta baja, así que me dirigí al sótano, sin embargo, para mi sorpresa los ruidos cesaron.
La tenue luz amarillenta del sótano parpadeaba, revisé los interruptores y funcionaban correctamente.
Regresé a la sala, intenté abrir de nuevo la puerta y se abrió sin ningún inconveniente, de igual manera las luces de la casa que se encendían sin ningún problema. Respiré profundamente y subí las escaleras rumbo a mi habitación con el propósito de dormir y relajarme, recargué mi cuerpo en el colchón y mi cabeza en la suave almohada blanca. En la pacífica noche mis ojos cada vez eran más pesados, nunca había sentido tal tranquilidad y paz, finalmente logré conciliar el sueño, logrando dormir.
Al rato desperté, pero no podía moverme ni siquiera hablar, estaba cubierto de sudor y mis ojos eran los únicos que se articulaban, estaba experimentando la 'famosa' parálisis del sueño. Intentaba tranquilizarme y mientras lo hacía, miraba el reloj, eran exactamente las 2:37am.
Luego, enfoqué mi vista hacia la puerta y veía poco a poco que se abría. Estaba entrando en pánico.
Escuché el sonido de esta al abrirse, observaba como extrañas manos con garras se asomaban y le siguió el crujido de la madera al ser incrustada por sus puntiagudas uñas. Esa persona no era humana, ¡Ni siquiera era una persona! Era una cosa, un qué no un quién.
Se acercaba a mí con pasos lentos, mi corazón palpitaba con mayor fuerza y velocidad, su helada piel tocó la mía, sentía que moría. Mis ojos se habrían como platos, mis pupilas se dilataban y el horror se apoderaba de mí. Estaba completamente lívido.
Teniéndolo más de cerca, pude observar que estaba en lo correcto, no era humano. Sus afiladas garras, su piel cadavérica y podrida, su cuello torcido, sus labios y ojos cosidos y por supuesto, su gran tamaño.
Se sentó a los pies de la cama y de su descolorida piel sacó una aguja e hilo, empezó a coserme los labios, que temblaban a más no poder, las lágrimas salían de mis ojos y la desesperación recorría mi piel.
Luego, siguió en coserme los ojos, sentía como la puntiaguda aguja se incrustaba lentamente en mis párpados, sentía el hilo pasar y veía como poco a poco todo se oscurecía. No podía ver ni gritar, sólo podía esperar.
Sentía como la criatura tocaba mi piel, sus garras lentamente se incrustaron en mi pecho, el ardor de las heridas se esparcía por todo mi pecho, sólo podía dar gritos y sollozos silenciosos, quise aferrarme a la posibilidad de vivir, pero me arrancó el corazón.
Desperté horrorizado mientras daba un grito desgarrador y lleno de pavor, secaba el sudor de mi frente con mis manos, me tocaba el pecho, mi corazón seguía latiendo y dirigí mi mirada al reloj, eran exactamente las 2:37am.
Después, dirigí mi mirada lentamente a la puerta y escuché el ruido de la puerta al momento de abrirse, giré lentamente mi cuerpo, mi mirada se concentró en aquel gran pedazo de madera. Salieron las mismas largas y delgadas manos con sus afiladas garras.
Ya sabía lo que iba a pasar y aunque pudiera moverme, mi cuerpo no reaccionaba, era mi perdición, era mi fin.
Madame Sarmiento
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