Arañas
Arlette sintió mucho frío, un frío grande que le penetraba las carnes y le llegaba hasta los huesos. La sensación inefable y desagradable que recorría todo su cuerpo, le aseguraba un porvenir tenebroso.
El malestar prolongado en uno de sus oídos era indescriptible. Cada vez el dolor se intensificaba más y más hasta que se convirtió en un zumbido estridente. Arlette ya no soportaba esos terribles malestares, así que se levantó a mitad de la noche y se dirigió al baño para examinar atentamente la situación.
Cuando prendió la luz y se miró al espejo, se percató que el lancinante dolor le había provocado un sangrado. La sangre roja se desplazaba lentamente hasta llegar a su mejilla. Arlette estaba desesperada y cuando estaba a punto de buscar con qué curarse, ella quedó estupefacta. Sintió como algo se retorcía en su oído y se adentraba a este.
La muchacha intentaba extraer con sus dedos al causante de su suplicio, pero no funcionó, ya que este se introducía más en su oído derecho. Los zumbidos se incrementaban fuertemente. Arlette sentía un dolor tan agudo e inmenso, como si uno de sus huesos acabase de quebrarse. Las manos le temblaban y entró en una profunda desesperación, se golpeaba el oído izquierdo con la palma de su mano para que sea lo que fuese saliera de su oído. Sin embargo, fue un grave error, aquello seguía retorciéndose frenéticamente dentro de ella.
A los pocos segundos, comenzó a tener arcadas que eran acompañadas por una picazón en la garganta. Para su sorpresa, lo que se asomaba en su boca era una araña de color negro y de patas delgadas. Ella sentía como caminaba por su lengua y recorría su boca hasta que finalmente la escupió. En ese instante, Arlette estaba sometida en la desesperación y bajó rápidamente las escaleras, aunque aquel prolongado malestar de su oído la seguía atormentando.
Antes de que pudiera salir de la casa, la presencia de una criatura dejó a Arlette parada y sin aliento. No podía creer lo que estaba viendo y el pavor se apoderó de ella. Era una aberración, un digno engendro del horror verdadero. Tenía una apariencia muy parecida a la de una araña, sin embargo, su cuerpo estaba formado por partes humanas. Poseía ocho brazos humanos pegados a su tórax, le seguía un cuerpo grande e hinchado y finalmente un saco que colgaba oscilante entre sus patas. Tenía cuatro pares de ojos grandes y completamente blancos. Sus dientes eran colmillos muy afilados que se ubicaban en su frente. La horripilante criatura exhalaba un olor nauseabundo.
El monstruo sintió la presencia de Arlette y escuchaba detenidamente como ella retrocedía lentamente. Arlette obedeció a su miedo instintivo e intentó esconderse en alguna habitación de su casa. La criatura parecía una bestia salvaje por su asombrosa rapidez y su descomunal tamaño. La muchacha se escondió en un armario con la esperanza que ese monstruo no la encontrase, pero este podía sentir a su presa a donde sea que fuese.
Arlette intentó no emitir ruido alguno, sin embargo, el terrible dolor de su oído se intensificaba hasta que se trasladó al otro. Ella se cubrió la boca con ambas manos, aguantándose el intenso dolor que la hacía estremecer, pero ella no sabía que recién venía lo peor.
Sintió como una puntiaguda aguja atravesaba el lagrimal de uno de sus ojos, sentía como algo quería salir de este. Se tocó el ojo y jaló una delgada pata de una araña y, por consiguiente, el cuerpo de aquel pequeño arácnido. El dolor era tan penetrante que salían lágrimas de sus ojos. Arlette estaba atónita. Nuevamente comenzó a tener arcadas, incontables arácnidos se trasladaban de su faringe hasta su boca. Tal fue la cantidad de arañas que salían, que algunas se desplazaban por sus fosas nasales para poder huir despavoridamente.
Arlette, con las pocas fuerzas que le quedaban, logró salir del armario. Mientras las arañas le picaban la piel e inclusive algunas, le arrancaban pequeños pedazos de esta, la muchacha intentaba quitárselas de encima, pero todo su esfuerzo era en vano.
La gigante araña humana de una sola mordida logró sacarle la cabeza a Arlette para comérsela. Se escuchó el sonido de su carne ser despedazada por un brusco movimiento y el crujido de su tráquea que se partió en dos. Su cuerpo yacía en el suelo infestado de arañas.
Días después, la casa de Arlette emanaba un hedor putrefacto y algunos vecinos se habían percatado de ello. Prontamente llamarían a la policía a inspeccionar, ya que ella no respondía a ningún llamado. Los restos de Arlette se encontraban envueltos por varias capas de telaraña que había fabricado la criatura y esta esperaba ansiosamente para conseguir otra presa.
Madame Sarmiento
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