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Alucinaciones

[El Síndrome de Charles Bonnet es una enfermedad que atormenta, con alucinaciones visuales y auditivas, a pacientes con pérdida visual. Estas alucinaciones puede ser desde lo más insignificante como figuras geométricas o el cambio de color de los objetos hasta alucinaciones aterradoras que lleva al borde de la muerte a muchos pacientes.
Tener esta enfermedad no significa tener daños en el sistema nervioso o síntomas de locura, por ello no confundir con la esquizofrenia.] Ya leído la definición de este síndrome, ahora puedes disfrutar este relato. Muchas gracias por tu atención.

«No los mires, no los mires, no los mires».
Aquellas palabras siempre rondaban en mi cabeza.

«No los escuches, no los escuches, no los escuches».
Sus voces me atormentaba a toda hora.

—¡Basta! —grité tan fuerte que las personas del consultorio voltearon a mirarme. La señorita que estaba a mi derecha sentada, agarró su cartera y se fue a otro lado a sentarse, giró su cabeza hacia mí y en sus ojos podía ver reflejado el miedo que me tenía.

No era la primera vez que me ocurría, aquella bella dama siempre la citaban en el mismo horario que yo y se sentaba al lado mío y casi siempre ocurría lo mismo, gritaba para que las alucinaciones y voces se fueran, era la única forma de pararlo y al parecer mi compañía ya no era grata para ella.

Poco a poco la sala de espera se quedaba vacía, doctores pasaban y regresaban, las camillas se movilizaban, enfermos andaban a pasos lentos y el peculiar olor de hospital estaba impregnado en los aires.

El oftalmólogo salió de su consultorio con un solo papel y leyó en voz alta.

—El joven —alzó la mirada— Bueno eres el único que queda, pasa —dijo mientas entraba a su consultorio.

Entré a la habitación blanca, vi, con un poco de dificultad, la típica tabla de Snellen, aparatos para diagnosticar La Catarata, lentes, un escritorio también blanco, estantes del mismo color, posters sobre las partes del ojo y demás.

—Tome asiento, por favor —dijo el doctor mientras se sentaba en la silla de su escritorio.

—Así que usted es el paciente... Tiene... —estaba leyendo el papel el cual tenía mis datos personales y a veces hablaba tan bajo que no podía entenderlo. Tecleaba muy rápido sin mirar el  teclado, solo el monitor y de vez en cuando le hacía caso al mouse.

—Y dígame, ¿Tiene alguna dolencia? —se sacó los lentes y los dejó descansar en su escritorio.

—No es una dolencia, no sé cómo explicarlo, doctor, es... —suspiré—. Veo cosas o personas que no están ahí y a veces suelo oírlas.

El médico alzó una ceja y sentí que ya me estaba pintando de chiflado.

—¡Doctor, no estoy loco! Fíjese mi historial, llevo este problema desde hace años, perdí más el 60% de mi vista, ¡debe haber un tratamiento para esto!

El oftalmólogo buscó mi historial en su computadora, analizaba algunas cosas y las apuntaba en su libreta.

—Bueno, aquí dice que empezó a perder la vista hace 3 años por una lesión ocular y que desde entonces está teniendo estos episodios—hizo una pausa—. Pero no tiene de por qué preocuparse estas alucinaciones son inofensivas. Además, esto no es esquizofrenia, alégrese por ello, sino el Síndrome de Charles Bonnet.

—¿Y sabe cómo tratarlo? —dije con un poco de esperanza.

Ladeó la cabeza de lado a lado
—Esto no tiene cura. Escúcheme yo nun —lo interrumpí.

—Si no va a ayudarme, mejor no me diga nada—estaba perdiendo la paciencia poco a poco.

—No sé cómo tratar esto pero podrías hacerle un examen estándar como suele hacerse cuando tiene algunos problemas en la vista y descartar otras enfermedades.

—Yo ya pasé por ello, no quisiera más exámenes —suspiré.

—Está bien, sólo le recomiendo que no le haga caso a las alucinaciones, intente retirar la vista de la alucinación y descanse mucho—nuevamente se puso los lentes.

Me levanté de la silla, amargado, salí del consultorio y cerré la puerta con brusquedad.
«Gracias por su ayuda, Doc».

Al mediodía ya estaba en mi casa, me senté en el sofá, estaba agotado.
Busqué el control remoto para prender la televisión que se encontraba debajo de algunas almohadas, ni bien las yemas de mis dedos tocaron el control con delicadeza, se escuchó cómo bajaban a velocidad y a pasos fuertes de la escalera.

Giré inmediatamente mi cabeza y ahí se encontraba, mi alucinación más frecuente.
Un hombre de vestimenta elegante pero algo empolvada, con su sombrero de copa y un paraguas, todo el conjunto era de color negro. Por unos segundos lo quedé mirando y él a mí, rompió el silencio con un grito y mostró sus amarillentos y podridos dientes mientras corría hacia mí con las manos extendidas para atraparme.

Corrí y me dirigí a la cocina para salir por la puerta trasera y al abrirla, encontré a una chica con un vestido antiguo con corsés, unos guantes blancos hasta el codo y un antifaz que lo sujetaba con su mano. Aquella muchacha parecía no tener masa corporal, ya que su piel hacía la ilusión que estaba pegada a sus huesos.
Nuevamente corrí para salir por la puerta de enfrente pero ahí se encontraba el hombre, señalándome con su paraguas.

Los objetos de mi alrededor comenzaron a volar de un lado al otro, cayendo y rompiéndose, las ventanas comenzaban a moverse, los sillones se movían con brusquedad y uno de ellos se interpuso en mi camino.

—¡Basta! —grité con todas mis fuerzas mientras me tapaba la cara con las manos.

No se volvió a escuchar ningún ruido, lentamente saqué las manos de mi cara y solo podía ver borroso, como suele ser cuando ocurre algunas de mis alucinaciones, luego se 'normaliza' en unos minutos.
Con lo que podía observar, todo estaba en su lugar y al parecer no había nada roto.

Con mis manos palpeaba las cosas para no caerme hasta tocar el sillón y me senté en este. Cerraba y abría mis ojos y nada, cada vez la vista se me nublaba más y más.

«Dios mío, no puede ser» pensé.

Me levanté con cautela en busca del teléfono, mi tacto era el que mandaba en mi cuerpo, toqué una mesa la cual tenía libros, esto significaba que estaba cerca, solo unos cuantos pasos a la izquierda y agarrar el teléfono que estaba colgado en la pared y llamar a emergencias.

—Ven con nosotros —dijo una voz de ultratumba a mis espaldas.

Una silueta femenina estaba a mi costado y sabía que atrás estaba el hombre elegante con paraguas, la chica tomó mi mano y con la otra tocó mis ojos con la palma de su mano y cuando la quitó ya no podía ver nada.

Es como si hubieran apagado la luz pero era imposible porque era de día.

Parpadeaba múltiples veces pero no podía ver e intentaba ahogar los sollozos apretando mis dientes.

—N-no los escu-escuches —tartamudeaba mientras gateaba por el suelo para encontrar la salida.

—Ven con nosotros —dijo una voz femenina.

—N-no los mires —y cuando dije eso recordé que no podía mirar y lloré más fuerte.

Palpaba el suelo pero no encontraba una señal de la puerta, parecía que estaba gateando en círculos.

—Ven con nosotros —volvió a decir la voz acompañando de una risa macabra.

—No me voy a rendir —dije mientras más lágrimas salían de mis ojos.

Una presencia se acercó a mí y se arrodilló, se acercó a mi oído y gritó. Aquel grito era el del hombre con paraguas.

Ese grito me había quedado atónito, fue tan fuerte que ya no podía escuchar bien, mas bien nada. Ni siquiera podía escucharme.
Estiré mi mano todo lo que pude y encontré la puerta, me incorporé y la abrí. Intenté pararme y lo logré con dificultad, caminé pero me tambaleaba, y me tropecé con la vereda. Volví a levantarme mientras gritaba "Ayuda" con todas mis fuerzas.

Sentí como algo estaba frente mío a unos metros y avanzaba hacia mí. Al segundo, volví a recuperar la vista y la audición, aquello había sido otra alucinación pero de otro nivel más fuerte, sin embargo, era demasiado tarde, un carro se dirigía a mí a toda velocidad.

El vehículo arroyó al joven y se fue a la fuga.
Las personas se reunían a su alrededor mientras llamaban a emergencias y a lo lejos el hombre con paraguas y la chica con el antifaz observaban todo el espectáculo mientras desaparecían dentro de la casa.

Madame Sarmiento

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