El ser más oscuro
El ser más oscuro.
En un terreno explanado, bajo un día nublado, yacía un hombre rodeado de soldados que luchaban entre sí.
-Ser delgado y oscuro ¿Qué haces aquí? -dijo un soldado armado de un escudo y una espada que se encontraba guardada en su funda.
Un hombre muy alto y esbelto, cubierto por una túnica tan oscura como el poso de un abismo. Cargaba en su mano izquierda una hoz reluciente.
-Hombre destinado a morir ¡Si! Tú ¿Te diriges con palabras tan grotescas a mí? -dijo el ser con una voz tosca y áspera.
-Oh, hombre maldito, conozco tu motivo en estas tierras atestadas de guerra. Vete y todos saldremos de aquí cantando canciones y brindando con alegría.
Aquel individuo permaneció quieto y atento, su hoz aún apuntaba al suelo con aires amenazadores. Todos los demás soldado lo rodeaban a veinte metros de distancia, tan solo el soldado valiente se atrevía a estar tan cerca de una figura tan aterradora.
-No, hombre mortal, tú no brindaras hoy ni cantaras, no después de acercarte a mí con tales motivos tan informales.
-Calla ser de las tinieblas y vuelve a aquel poso donde solo las criaturas más horrendas se esconden.
El ser oscuro seguía estático y observaba fijamente al hombre cerca de él, era cuestión de tiempo que abanicara su hoz contra él y así llevárselo.
-Yo, un soldado valiente, conozco tus próximos movimientos, por lo que hablaré consiente de tus costumbres -dijo el soldado mientras apuntaba con su mano al rostro tapado por las sombras del individuo- Me llevaras contigo solamente si logras despojarme de mi arma, no necesitarás quitarme la vida, ya que yo sin mi espada no soy nada en este mundo, pero óyeme, ser atroz, mi espada beberá de tu sangre y con ello me llevaré la victoria que tanto me pertenece y me pertenecerá.
El ser tan serio se encontraba absorto oyendo las palabras del soldado inocente y, cómo era de esperarse de un individuo soberbio y orgulloso, nunca rechazaba un reto. Escuchó atento, luego de unos segundos en silencio, una sonrisa se dibujó tras la niebla de la penumbra y una carcajada apagada y lenta brotó de las sombras.
-Hombre destinado a morir, observa, como muchos otros antes que tú, el brillo de mi hoz, firme y reluciente como la más pura de las gemas de este basto mundo ¿Verdad que tus ojos son atraídos a tanta hermosura? Oh, hombre tonto, sabrás ya que nunca nadie ha visto tal hoja y ha tenido la fortuna de contar las míticas historias que esta se merece.
-Ser monstruoso, no importa lo brillante y hermoso de tu arma, yo te venceré dando mi vida a cambio si hiciese falta.
-Hombre encadenado al tiempo, presta atención a tu incomprensión e ignorancia. Retas a un ser invencible, poseo la fuerza para generar diez huracanes si abanico mi hoz, de un solo paso podría mover las placas que debajo de tus pies se encuentran, podría generar una ola gigante con solo soplan en la orilla de algún mar. Presta atención... no puedes vencerme- decía la voz tan confiada como otras veces.
-No niego que tus palabras no sean verdaderas, pero entiende maldito, que no podrás vencer ante mí. Deja de esconder tu nombre y tu motivo, pues las historias son claras y las canciones recordadas... tú, ser aterrador, no eres ni más ni menos, que La Muerte
-Oh, hombre sordo y ciego ¿Acaso no oyes ni escuchas lo que tus instintos te gritan? No lograrás más que rasgar mi túnica tan oscura como lo es tu futuro. Recuerda, hombre desdichado, que antes de ser La muerte, como bien tú dices, fui sabio, antes de sabio, fui viejo, antes de viejo, fui guerrero, antes de guerrero, fui aprendiz y antes de aprendiz, fui inteligente. Así que ya estás advertido, hombre, pero te daré el privilegio, como todos los que se atrevieron a retar a La Muerte antes que tú, de no poder contarle a nadie sobre esta hermosa hoz que entre mi mano se retuerce.
-Te equivocas, oh sí que lo haces.
La muerte se sorprendió ante tan objeción.
-¿Qué dices? Acaso no sabes que La muerte nunca se equivoca -acotó mientras su hoz se balanceaba en su mano.
-Eso dicen las leyendas, pero me temo que te equivocas, Muerte.
-Pues habla, hombre y dime en qué me he equivocado si tal cosa es cierta -respondió impaciente.
-Te equivocas al decir que nadie nunca ha sido testigo de la hoz que llevas entre tus manos.
La Muerte río alto y su sonrisa se abrió paso de entre el fondo de su capucha negra.
-Pues, me temo hombre, que en ello no se encuentran ningún error.
-Oh sí que lo hay, Muerte -respondió seguro el soldado.
-Dime su nombre y yo te diré si te equivocas o no -dijo La muerte que parecía divertida como nunca antes.
-No te diré su nombre, pues se sabe, que tú los sabes todos. Te contaré, en cambio, una historia, que te será imposible no tomarla como verídica.
La muerte asintió y, con un ademán de la mano libre, le indico que continuará.
-Hace varios años, en un día muy parecido a este. Un hombre, armado de una espada y un escudo, luchaba contra soldados enemigos, era un gran campo de batalla, luego de dar muerte a su rival. Alzó la mirada y observó a un ser alto y extremadamente delgado, llevaba una túnica larga y negra colgando de sus hombros, que se extendía hasta el suelo, la hoz reluciente, que se encontraba aferrada a su mano izquierda, fue lo que le llamó más la atención. Cómo aquel hombre era culto y perspicaz supo de inmediato que aquel individuo era, en definitiva, La Muerte, como lo dicen los primeros versos:
"En medio del campo de batalla, La Muerte siempre presente.
Llevará sus mejores túnicas negras y afilada su Hoz, ¡Oh qué hoz es esa!
La hoz que ningún ser ha visto y ha vivido. Aquella hoz que descansa en su palma izquierda y solamente es vista abanicarse por La Muerte misma.
Ojalá nunca veas las sombras en el centro, pues es un mal augurio, nunca te encamines con confianza hacia allí, pues te arrastrará hacia el mundo de donde ella vino".
Hombre inteligente, caminó lento, guardó su espada y ofreció su escudo de la manera más cortes que un soldado puede ofrecer.
-Señor... -dijo cuando la distancia entre ambos era reducida.
La muerte lo observó por encima del hombro, pensó en despojarle de su vida allí mismo, pero algo se lo impidió.
-¿Qué ocurre, hombre destinado a morir?- le preguntó, en cambio, con una voz tan fría, que comenzó a nevar a los alrededores.
-Usted, ser poderoso, no debería de estar aquí -soltó el joven soldado.
-Hombre, no comprendes, pero no te culpo. Eres audaz, lo veo en tus ojos, por lo que perdonaré tu desafortunada intromisión -dijo la muerte mientras apuntaba con una mano huesuda hacia la dirección en donde se encontraba el hogar del soldado.
-Oh, no, señor -decía el joven- no me retiraré pues mi destino está sellado.
-¿Sellado dices? -respondió apagadamente.
-Sí, sí, sellado por la muerte -dijo el hombre con firmeza y confianza- Ando perdido en esta planicie, pero al verlo a usted, un señor sabio a la vista, no puedo negar contarles mis penas.
La Muerta, confundida, no conocía el por qué de las palabras del joven, como Muerte, conocía la fecha de partida de todos y cada unos de los seres que se encontraba luchando los unos a los otros a su alrededor.
-Hombre mortal, no te preocupes, que tu final se encuentra lejos, confía en este hombre sabio y encamínate nuevamente a tus labores como soldado.
-Oh señor, comprenda usted, esta batalla está a punto de acabar, el enemigo, fuerte y numeroso, nos vencerá en minutos y yo seré obligado a morir junto a mis compañeros. Me siento triste y moribundo, entienda usted.
-Hombre, ve y lucha con los tuyos. Recuerda siempre, que un guerrero solamente vence cuando lucha, y si un guerrero no lucha, morirá tarde o temprano, por el peso de una espada oxidada. Así es y así será siempre.
-Señor, se ve a simple vista la sabiduría y el temple macizo de un guerrero, le pido y le imploro, que se nos una a nosotros, tal vez así lograremos vencer -y al decir esto tropezó hacia adelante y cayó a los pies de la muerte junto a la hoz.
-Hombre triste, no puedo brindarte ayuda, debido a que no me es permitido -dijo la muerte distraída mientras observaba al hombre a sus pies.
-Oh señor, Oh señor, le imploro, le imploro -decía el hombre al ponerse de pie y observar el rostro oscuro y pálido de La Muerte.
Esta, sorprendida y disgustada en partes iguales, comenzó a abanicar su hoz hacia el hombre, sin embargo, este ya no estaba, observó hacia muchos lados y no vio a nadie, buscó sus pies y en la lejanía, pero el hombre ya no estaba. Habían pasado ya varios minutos, y la gran batalla estaba siendo favorecida del lado del soldado.
-¡Que extraño! -pensó la muerte y tras meditar lo entendió. Observó la túnica que tapaba sus piernas, y comprendió que se encontraba rasgada en una parte- Ese maldito... -dijo con gran desagrado y se encaminó hacia alguna parte mientras que a su paso marchitaban las flores y el suelo.
Aquel soldado valiente y prudente no olvidó los versos legendarios sobre el manto de La muerte.
"Un ser atemporal, solo visto por los muertos.
Oscuro en la noche y claro durante el día, solo visible por los que están a un paso del abismo.
Aquella figura que todo lo ve, es tan sagrada como aterradora, no es visto si ella no quiere.
Oh manto sangrado, su túnica, su piel. Aquel que la consiga podrá ocultarse ante sus ojos, ya que se sabe que la muerte no logra verse a sí misma.
Corre y busca tras ella (si puedes) algún rastro de su manto, así serás eterno y siempre vivirás".
-¿Ahora entiendes, Muerte?
La muerte permaneció atenta al relato y no pudo no encogerse de hombros tras recordar aquel día que fue vencido.
-Pues, como bien has dicho, no puedo negar la historia que relatas, pero no pienses que puedes vencerme simplemente por qué una vez fui vencido. Recuerda que los guerreros caen y se levantan, pero solo un rey sabe cuándo morir y, hombre, este Rey aún no ha decidido partir hacia el descanso eterno.
-Pues decididlo rápido, ser de las tinieblas, por qué aquel manto que has de perder hace tiempo, lo tengo en mi poder, ¡mira! -dijo el hombre mientras sacaba un pedazo de tela negro, que parecía tener vida propia.
-Tú, ser de la tierra, devuélveme lo que es mío, pues La Muerte no perdona y no olvida, tendrás el castigo que mereces, tú y los mil ladrones que rondas estas tierras. Pues La Muerte se ha enfurecido, vente aquí y muestra aquella espada que tanto hablas y completa el reto, que tanto has proclamado -anunció la muerte tan alto, que su voz hizo rugir las olas de los mares más lejanos.
-Oh Muerte, observa a tu alrededor ¿Qué ves? Si piensas en decir guerra y batalla estás en un error, pues aquellos soldados chocan espadas, pero no luchan, tan solo aguardan... oh sí que lo hacen.
La Muerte observó como los soldados se detenían ¿Cómo no se había percatado que aún no había caído nadie durante el transcurso de la batalla? Un engaño diseñado especialmente para él. Un recuerdo distante, halagos y retos, una guerra y mucha muerte, muchos factores que la muerte no podía ignorar y así fue como cayó, presa de sus pecados.
-Entiende ahora, aquel soldado valiente, logró arrebatarte suficiente manto sagrado para todos nosotros -gritó el hombre y todos los saldados a su alrededor se detuvieron y sacaron un pequeño trozo de tela idéntica al del soldado.
La Muerte, odiosa y espantada, maldijo a todos y a cada uno de los hombres a su alrededor y en especial a aquel joven, que lo sedujo con las palabras y su pena que ella misma generaba. Oh ser egoísta y ególatra.
-Ahora, Muerte. Conocerás el fin que tanto has dado, ahora verás a la verdadera muerte -dijo el hombre tras desvainar su espada- ¡Ahora verás! -gritó el hombre y todos los soldados desaparecieron a los ojos de La Muerte, sin embargo, seguían allí, acercándose.
La Muerte infectada de cólera aulló soltando juramentos e insultos impropios de ella misma y se preparó para el enfrentamiento, sin embargo, tras pocos segundos, La muerte sintió un dolor agudo en varios puntos del cuerpo y un líquido espeso que se abría paso por sus fauces, cayó de rodilla y la hoz se le escurrió de sus manos.
-¡Te maldigo, joven! -fueron sus últimas palabras antes de sucumbir ante los hombres.
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