" A L I C E "
La ultima vez que vi a Miria, ella se había ofrecido como anzuelo a la horda para que yo pudiera ir a la ciudad y pusiera a todos en aviso de la invasión.
Fue una carrera de vida o muerte, ya que a pesar de que ella era una experimentada guerrera, no pudo hacerse cargo de los cientos de invasores que llegaron, y muchos me persiguieron lanzando flechas y lanzas con la intención de matarme.
El terror se estaba apoderando de mi cuerpo, mis zancadas fueron torpes y apresuradas, causando que las ramas de los árboles me golpearan la cara y en muchas ocasiones estuve a punto de caer. Cuando llegué a las bayas de frutos rojos, me detuve abruptamente al entender lo que Miria estaba haciendo por mi. Iba a dar la vuelta para regresar a donde ella, pero al intuir mi intención, Miria evitó que lo hiciera.
—¡Alice vete! —grito cuando observó que me había bloqueado por la escena a mis espaldas—. Ve al reino y avísales del inminente ataque, ¡corre! —su última palabra me sacudió, la desesperación en su voz me aventó de nuevo a mi camino y con todas la fuerzas de mi corazón, la dejé.
Eché a correr desesperadamente y sin mirar atrás, obedecí su orden hasta que ya no escuché su voz, ya no escuché el choque del metal de las armas y el brío de la batalla…
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Mi nombre es Alice D' Grao, tengo diecisiete años y provengo de una familia noble del Reino Eterno. A los seis años quedé huérfana, monstruos nocturnos entraron a mi hogar y regaron a mis padres en pedazos por todo el lugar.
Las autoridades del Reino dijeron que aparentemente les quitaron la vida sin razón alguna, pero las marcas encontradas en los cuerpos de mis padres sugirieron haber sido masacrados por animales desconocidos; recuerdo haber escuchado que los responsables fueron nombrados como "Los Dibujantes". Debido a esto, fue necesario que yo renunciara a todos mis bienes, apellido y clase social. Debí desaparecer de la vista pública, para hacer creer que nadie de los D' Grao había quedado con vida; aunque fue muy extraño que los asesinos no me mataran, como también fue ilógico que no supieran sobre mi existencia.
Sin embargo, todo aquel que dijo tener moral y principios inquebrantables, aquellos que se consideraron amigos muy cercanos de mi familia, prefirieron no hacerse cargo de la recién huérfana. Cínicamente me dejaron al cuidado de los Capitanes del cuartel del reino, con la excusa de que era el mejor sitio para el resguardo de mi vida al estar rodeada por tanto guerrero respetable.
Fui llevada a los cuarteles del Reino Eterno tres días después del incidente. Y como toda niña noble, al principio era llorona, miedosa, con muchos traumas interiores que solicitaban siempre mantenerme vigilada. Y con el pasar de los días, esto cambió a una actitud caprichosa, arrogante, soberbia y abusiva. Exigí una habitación para mi sola y todo tenía que hacerse a mi gusto y forma, algo muy difícil de sobre llevar cuando la vida en las barracas por supuesto que no puede ser así.
Para que pudiera adaptarme rápidamente al lugar, y olvidar los lujos que obviamente no se me podían dar, el Primer General del Reino ordenó se me integrara al grupo de menores de nuevo ingreso, grupo entrenado para ser los futuros reemplazos de las legiones. El problema, es que ese grupo a pesar de estar en mi rango de edad, entre los cinco, a ocho años de edad, en su mayoría eran hijos de los guerreros que ya conformaban las principales legiones; por lo que los menores ya traían en sus venas aptitudes para la guerra y para la batalla. Yo solo era una niña bonita de aparador.
¿Y por qué digo esto último? Mi apariencia bien se comparaba con una fina muñeca de porcelana. Poseedora de una piel blanca, mejillas rosadas, ojos grandes aceitunados y cabello castaño claro quebrado hasta la cintura. Mi complexión física era bastante delgada, no contaba con la fuerza necesaria para empuñar y sostener una espada, arma hecha especialmente para niños de mi edad. Tampoco soporté los largos entrenamientos, me desmayé en pleno campo. Me quejé cuando me dolían los brazos, lloré a pulmón abierto negándome a seguir con los ejercicios, e hice mi berrinche descomunal sin entender aún, que ya no estaba en mi hogar.
Al principio los instructores y Capitanes soportaron este comportamiento. Entendieron que era un cambio muy drástico el que yo estaba experimentando y me dejaron retirarme. Sin embargo, a los seis meses, creyeron que ya les había tomado la medida, y que actuaba a consciencia, por lo que dejaron de ser consecuentes y se portaron estrictos como lo hacían con todos los demás.
Cuando noté este cambio, supe que ya no podría manejar a los superiores a mi antojo, de esta forma tuve que encontrar con quien desquitar mis frustraciones y enojo; entonces ella se cruzó en mi camino en ese momento y le hice la vida imposible cada vez que pude.
Había escuchado sobre una niña que toda su vida se encontraba resumida dentro de los cuarteles del Reino desde siempre. Ahí adentro nació, dijo su primera palabra frente a decenas de guerreros y dio su primer paso entre las barracas. Todo lo que ella conocía como "vida", era sobre el estilo de un guerrero. Nunca dio por hecho que viviría para siempre. Tampoco que tendría un lugar seguro al cual poder acudir, o que las personas con las que convivió a diario las vería envejecer; por qué ciertamente al estar en el círculo de un guerrero, en cualquier instante se puede morir.
Se crio de la mano de muchas personas. No tuvo una figura central maternal o paternal. Su madre murió al darle a luz, su padre murió en batalla unos días después. Según me han dicho las personas a su alrededor, sus padres nunca mencionaron tener familia, por lo que eso explicaba que desde entonces haya crecido aquí; todos los conocidos de sus padres la criaron y cuidaron desde entonces.
Explicada esta parte, todo cobra sentido cuando digo que ella fue el lazarillo perfecto. Debido a su triste historia, ella gozaba de ciertos privilegios dentro de el ámbito guerrero. Todo aquel que pertenecía a una legión la conocía, tal vez no en persona, pero si sabían su trágica historia y la apariencia que tenía. Era normal verla acompañando a los altos mandos, el no estar entrenado a las horas que le correspondían a los chicos de su edad, y no estar bajo el toque de queda que tenían las barracas para los estudiantes. Y esto se debía a que conocía a la perfección el Reino Eterno; cada vez que necesitaban algo con total urgencia, sabían que ella podía hacerlo, al entrar y salir de cualquier lugar. Encontrar lo que buscaban, señalar rutas y darles información sobre personas dentro y fuera del Reino; todo gracias a los cientos de personas que la educaron con los años.
Y de esto me di cuenta haciendo que le tuviera una envidia descomunal.
A pesar de hacer mis rabietas en pleno campo de entrenamiento, siempre me mantuve observándola desde mi posición, de la misma forma en que ella lo hizo. Somos polos opuestos, pero esto hizo que nos atrajéramos irremediablemente la una a la otra.
Cuando me di cuenta de los privilegios de los que ella gozaba, también quise tener lo mismo y es cuando todo se volvió una pelea; le agarré a Miria, por que así se llamaba esa niña, un gran rencor al no poder usar ya a los Capitanes, y con ella descargué todo mi enojo y frustraciones; sé que eso era muy infantil, pero tenía casi siete años de edad y en esa edad no te pones a pensar.
Para empezar, investigué todo sobre ella. Su nombre, su historia completa, sus horarios, actividades y con quien solía convivir. Cuando obtuve esto, pedí estar en las mismas actividades que ella y entrenar a su nivel; cosa que me negaron por el poco tiempo que llevaba y esto me hizo enfurecer; a partir de aquí, todo fue una competencia entre ella y yo.
Los tres años siguientes, comencé a tomar todo enserió. Entrenaba adecuadamente, ponía atención a mis lecciones teóricas, empecé a rodearme de gente poderosa al ganarme la amistad de los hijos de ellos y así, formar parte de las familias; mi historia trágica la modifiqué un poco y esto me ayudó a conseguir todo lo anterior.
Cuando cumplí los diez años, ella tenía catorce, y aunque nos manteníamos informadas de lo que hacía la otra, Miria fingía muy bien no importarle lo que yo hacía, pero a mí si me interesaba lo que ella estaba por hacer o lograr; no podía quedarme atrás.
De nuevo hice la petición de ser trasladada a su grupo, esta vez me lo concedieron al ver el potencial que tenía y por las recomendaciones que gané al convivir con familias nobles.
La vida de Miria cambió con mi llegada a su barraca. Comencé rumores sobre ella, rumores muy feos que incluyeron a aquellos con los cuales convivía; Miria ya no pudo permanecer cerca de los Capitanes, los instructores, los guerreros, por que los acusaban de ser violadores. A Miria la llamaron oportunista, y se dijo que hacía "favores muy personales"; fue muy estúpido que lo creyeran los altos mandos, pero así pasó.
Los siguientes tres años fueron muy tensos. Entrené con Miria y fue una situación donde quería hacer lo mismo que ella; cuando obvio debía aprender desde lo básico de el nivel, hasta poder llegar a donde estaba mi archirrival. Los reclamos a los Capitanes no pararon, por que a este nivel ya entrenábamos con ellos y no con un instructor. Reclamaba que tenían favoritismo con ella, y que por eso no querían verme destacar ya que podría opacaría abismalmente.
Mis quejas fueron al comité de guerreros, a la asamblea de nobles, usando mis amistades y juro que no entiendo como llegué a tal nivel para que esto se hiciera más grande; tres de los Capitanes que la vieron crecer fueron dados de baja del Reino, no ameritaba eso, pero en ese tiempo no me importó.
A partir de este momento, muchos con los que convivió Miria de niña le dejaron de hablar. Se alejaron de ella, debido a que yo pudiera inventar un rumor que los afectara; cada vez se fue quedando sola.
Yo no iba a parar. No supe si mi mentalidad de tiburón excusaba mis acciones para hacerme destacar. Lo que había perdido años atrás aún no lo pude superar, pero ¿afectar a terceros lo justificaba?
Con el tiempo fui obteniendo lo que quise. Una habitación propia que sólo se les daba a aquellos de alto rango. Permisos especiales los cuales incluyeron salir de vacaciones con "mis amigos" nobles y obtener patrocinio; cosas que solo un guerrero de legión podía tener.
Trate de pisotearla, herirla moralmente y verla destruida; pero nunca lo logré ya que sus amistades fueron más sinceras a comparación de las mías.
A decir verdad, no es que odiara a Miria, solo era que yo quería tener ese mismo temple que ella externaba; cálido, tranquilo, pacificador, aquello que hacía que las personas la quisieran a pesar de no poseer nada material.
Sin embargo, de nuevo entre mis desastrosas decisiones y buscando la atención, comencé a ser el objetivo de varios varones cuando cumplí dieciséis, acapararon mi atención y durante este tiempo olvidé un poco mi rivalidad con Miria, la dejé en paz al sentirme más hermosa que ella; algo en que por fin le pude ganar. Pero, mientras yo gozaba de atención, invitaciones a fiestas nobles, un cierto reconocimiento por la sociedad poderosa, a ella la ascendieron al Grupo de Élite de confianza del Gran Creador de Vida, soberano y deidad de el Reino.
¿Y adivinen que pasó? Troya ardió.
Todo se tornó muy pesado en las barracas. Tensión, peleas, acusaciones, intentos de asesinato hacía las pocas personas que aún la rodeaban y querían. Muchas veces por la noche cuando Miria regresaba a su sitio de descanso la atacaron, salió lastimada, herida, con moretones, pero nada de gravedad. Al día siguiente cínicamente le decía: 《Pensé que ya no volvería a verte》, dejándole claro que todo había sido por mi culpa; me hubiera gustado que Miria respondiera algo, me gritara, o agrediera, no hizo nada y solo pasó de largo ignorándome.
Una semana después de esto, me dijeron que era mi oportunidad de probar lo que valía. Me asignaron a una misión donde debía liberar a "Una reina cautiva", pero lo que no esperé, fue la compañía que me darían, si lo están pensando tienen razón, fue Miria.
Ambas nos miramos en gesto de desaprobación. Nos barrimos de arriba abajo y de nuevo nos ignoramos, pero era trabajo y teníamos que cumplirlo.
En el trayecto, sólo hablaba de que me hubieran encomendado la tarea a mi sola, de lo grandiosa que era y cosas así por el estilo, Miria tuvo que aguantarme todo el camino, pues íbamos a pie y nuestro destino aún estaba lejano.
Durante dos días solo fuimos ella y yo. Miria no hablaba, no decía nada, se encargó de cazar la comida y cocinarla, dejando siempre mi parte en una pequeña cazuela. El único tiempo que pasamos juntas fue cuando caminábamos, ya que en las paradas que hicimos Miria se adentraba en el bosque y se perdía. Por las noches subía a un árbol y se mantenía de vigía, mientras yo cómodamente dormía y no sabía que pasaba a mi alrededor.
Al llegar a nuestro destino, todo se nos complicó, muchos vigías aguardaban a centenares. Bestias custodiaban los alrededores y no nos quedó otra mas que trabajar en equipo. Por una extraña razón como si todo se hubiera esmerado para unirnos, nos entendimos como nunca, un gesto, una mirada, una ademán, bastó para saber lo que estaba pensando la otra y en donde podíamos encontrarnos sin voltear.
Hicimos a un lado nuestras diferencias, acabamos con el enemigo y salvamos a la reina, ¡claro! Me adjudique todo el crédito, pero aquellos que conocían a Miria supieron que no lo había logrado yo sola.
Así pasaron muchas misiones en las que trabajamos juntas, saliendo siempre exitosas, pero en lo personal fuimos enemigas; o así lo quise ver yo. No éramos amigas, ni siquiera nos hablábamos cordialmente en el trayecto a cada misión, era un silencio perturbador que no siempre pude soportar y en vez de ganarme su amistad, siempre terminé cayéndole mal, o la alejaba de mí; agradezco que en el trabajo fuéramos como dos idénticas gotas de agua.
Una noche estábamos en el bosque a orillas de una gigantesca laguna cristalina, dormíamos. Ella sobre una rama en lo alto de un árbol como siempre, estaba atenta a cada cosa que sucedía a nuestro alrededor. Yo dormía sobre un pastizal muy suave y esta vez quise ayudarle, estuve atenta a todo lo que sucedía y escuchaba.
De repente la brisa llevó a nosotras un olor a pastizal y hojas quemadas, abrí los ojos viendo a lo lejos una enorme luz naranja que se extendía rápidamente. Me puse de pie inmediatamente, ambas corrimos en dirección de la enorme llamarada, pero nuestra sorpresa fue ver a un ejército de guerreros Dragón de la montaña del Este, armados con sus corazas que les permitieron pasar en medio del fuego sin ser quemados. Con ellos, desfilaban demonios provenientes de la más profunda capa del infierno y aún había algo peor...
Los guerreros en su travesía despertaron a antiguos y ancestrales demonios gigantes que según las leyendas, podían extinguirlo todo.
Yo jamás había tenido contacto con seres de esa magnitud, Miria notó como mi cuerpo estaba traicionándome y entonces me habló para tranquilizarme; funcionó por un instante e hicimos lo que pudimos para parar el andar de los enemigos que iban en dirección al reino, pero eran tantos, que sólo logramos retrasarlos por unos pequeños minutos.
La horda de guerreros se nos vino encima, peleamos con lo que tuvimos a la mano; nuestras armas y el bosque, pero aún así, el calor se tornó insoportable. Al ver esto, pensamos que lo mejor era avisar al reino sobre el ataque, pero no podíamos ir ambas. Miria me miró, no entiendo como es que podía estar centrada, cuando yo estaba llena de terror por la situación. Quería llorar, salir corriendo y desentenderme de todo; no sé si Miria pudo leer mis pensamientos, pero en ese instante se puso frente a mi dándome un par de cachetadas para hacerme reaccionar y centrarme en la situación.
—Alice —jamás me había llamado por mi nombre—. ¡Vete! ve al reino y avísales del inminente ataque, ¡corre!
Aquí fue cuando tuve el golpe de realidad. Miria nunca me odio, envidió, o quiso desearme algún mal. Ella entendió muy bien mi situación desde que llegué a su hogar, y siempre intervino para que yo obtuviera lo que pensé me había ganado sola. Las amistades nobles las obtuve gracias a ella, el que me dieran la oportunidad de estar en su grupo fue por ella, el que no me echaran del reino después de dañar la reputación de muchos fue por Miria; ella debía hablado con el Creador de Luz y me hizo ver como alguien dolido, mas no vengativo.
—Tu... —quise confirmar, pero Miria solo hizo un ademán de negación.
—Debes irte, Alice. —Dijo tan apacible a pesar de la situación que hizo me sintiera la peor escoria del mundo.
—¡NO! no puedo, tú sola no podrás... morirás... —mi conciencia por fin hizo acto de aparición y me recriminó de todo.
¿En verdad Miria me importaba?
Sí, y es que a pesar de todo lo que le hice, jamás me hizo una grosería y con sus acciones quise parecerme más a ella.
—Alice...—suspiró profundo Miria sonando segura—, tú aún debes vivir. Durante estos años mi Tutor estuvo buscando a tu familia, paterna y materna. Tus abuelos maternos esperan tu regreso y entonces podrás vivir como la Duquesa D' Grao que debiste ser. Recuperamos tu herencia, todos tus vienes, podrás vivir en una bella y enorme mansión. Tendrás el lujo de elegir a un guapo y atractivo hombre que cumpla tus caprichos —se aclaró la voz—, ahora, ¿entiendes por qué debes ser tú la que deba ir al reino? eres rápida y ágil, podrás llegar con el tiempo que yo gane para ti.
—No puedo... —respondí entre sollozos cuando entendí que Miria siempre estuvo buscando lo mejor para mi.
—Yo ya no tengo a nadie, Alice, hace mucho que asesinaron a mi familia, de ahí el por que desde pequeña viví en el cuartel y del por qué los instructores, guerreros y personas del concejo me aprecien, —yo lo sabía, siempre lo supe— todos ellos me cuidaron por la memoria de mis padres, pero nunca me fue fácil, me lo tuve que ganar a cada gota de sudor, desprecios, abusos, golpes, desveladas, humillaciones y horas de entrenamiento ¡vete ahora! y has algo bueno de tu vida.
Observé a Miria, me sentí como una vil basura y la tristeza me embargó. Comencé a llorar, quise secar mis lágrimas, pero me di cuenta que ella también lloraba.
—¡Vete! No pierdas tiempo —me gritó Miria.
Di media vuelta y salí corriendo lo mas rápido que pude mientras ella apartó a los enemigos a mi paso.
No voltee para ver que pasó a mis espaldas. Sentí el calor de las llamas que se aproximaban, maté a unos cuantos guerreros más y entonces la conciencia y culpa me carcomió. Mi subconsciente me reclamó, causando parara mi caminata dispuesta a ir por ella cuando, observé a lo lejos como un par de hojas de espada atravesaban a Miria por la espalda.
Un enorme demonio había salido de los suelos inesperadamente y una de sus enormes manos envolvió a Miria en llamas. No pude ayudarle, no pude hacer nada, más que caer al suelo de rodillas presa del shock que esto me había causado. Los Guerreros Dragón se acercaron, pero no pude reaccionar al pensar que debí ser yo quien debía morir. El cuerpo de Miria se hizo cenizas, solo pude ver su espada caer al suelo junto con la armadura que portó.
Yo también iba a morir por desobedecer su orden no había cumplido lo que Miria me pidió, haciendo que su sacrificio no valiera nada.
Varias flechas vinieron a mi dirección, cerré mis ojos completamente derrotada, sin embargo después de unos segundos ninguna me atravesó. Al abrir mis párpados, frente a mí se encontraba un apuesto hombre de cabellos, piel y armaduras blancas cubierto con una piel de lobo; el Señor del Norte, Snow, junto con toda su legión, me había salvado la vida.
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