Licantario
—Te portas bien y no hagas enojar a tu abuela ¿Entendido? —Me advirtió una vez más mi mamá
—No lo haré, lo prometo
—Ya déjala tranquila, Lorena. Yo sé que la niña se portará bien
—Sí... bueno, nos vemos en unas semanas
Agitando mi mano miré junto a la abuela el auto de mi mamá desaparecer por el camino. Pasaría las siguientes semanas alejada de mi casa en aquella casona de campo que parecía ser demasiado grande para las dos, y ni hablar de todo el terreno que la rodeaba, una parcela. Y como pasarían varios días antes de regresar, lo mejor era desempacar e instalarme pronto para después solo disfrutar, así seguí el consejo de la abuela y pasé casi una hora ordenando el cuarto que sería mío, antes perteneciente a mi madre. Al verme ya desocupada descansé un rato sentándome en una silla a mirar por la ventana, el paisaje era hermoso, siempre me había llamado la atención la naturaleza, pero algo la acaparó más esa mañana y fue el movimiento que vi en unos arbustos cercanos a la cerca que delimita el terreno. No le di mayor importancia, pero recordé eso en la noche cuando escuché ruidos provenientes de afuera, como si alguien corriera por el patio además de aullidos. Me extrañé bastante, pues la abuela no tenía perros.
—Han de ser imaginaciones mías —Me traté de convencer
A la mañana siguiente desperté más temprano de lo que es usual en mí, no sabía si la abuela aun dormía, pero no quise ir a revisar. Como no sabía qué más hacer tomé mi celular y busqué alguna red de wifi a la que me pueda colar. Las señales no eran las mejores, logré con suerte ingresar por unos minutos a Facebook para revisar las notificaciones y los mensajes, uno de los cuales decía:
"Ten cuidado con los hombres lobo"
Reí un poco ante la tonta advertencia de mi amiga y luego cerré sesión para bajar a buscar algo para comer en la cocina. Ahí la abuela Antonieta me sorprendió con que desayunaríamos afuera al aire libre para disfrutar del hermoso día. Mientras comíamos recordé el mensaje y los ruidos de la noche anterior asociándolos de cierto modo, aunque algo incrédula. Decidí sacar el tema en la conversación para saber qué opinaba ella respecto a esto:
—Probablemente fue tu imaginación —Contestó restándole importancia
—Abue, yo sé lo que escuché
—Bueno... quizá el viento o algo así. ¿Te vas a comer ese pan?
—No, ya no tengo hambre
—Entonces retiremos la mesa
Nos pusimos de pie y en nuestras manos cargamos algunas cosas, dejando otras ahí encima que luego volví a buscar. Tomé mi plato vacío en el que antes había estado el pan que no quise comerme. Me extrañé y busqué por el suelo pensando que se había caído, pero no había ni siquiera pequeñas migas de lo que yo me negué a ingerir. Me estremecí y traté de no darle mayor importancia, tal vez la abuela se había llevado mi plato y yo tenía en la mano el de ella, pero una mancha de barro en el mantel me hizo pensar que yo estaba en lo correcto desde el principio. Esa mancha tenía la forma de una huella de perro.
***
"El pan se lo comió un perro ajeno a la casa, los ruidos son del viento, los arbustos se movieron por él mismo, no existen los hombres lobo", me decía a mí misma para calmar mi miedo y poder dormir. Tenía sueño, estaba cansada, sin embargo no lograba caer en brazos de Morfeo pues los ruidos se seguían escuchando todas las noches. Ya llevaba cuatro días en casa de la abuela y no creía mucho en que aquello fuera producto del viento o mi imaginación. Comenzaba a pensar que quizá no sería mala idea llamar a mamá para que me fuera a buscar y me llevara de vuelta a la comodidad de mi hogar, lejos de la naturaleza y con buena señal de internet. Pero mi moral me decía que no correspondía.
Aburrida y queriendo hacer algo que pudiese distraerme para poder dormir me levanté y prendí la luz de mi habitación, teniendo que cerrar mis ojos un poco al sentirla demasiado fuerte. Al tener harto tiempo libre, ya conocía casi todos los detalles de mi cuarto, lo que tenía y lo poco interesante que era eso. Salí al pasillo a tientas hasta llegar a los interruptores, presioné el de la escalera y bajé al primer piso porque en esa planta estaba la biblioteca. Ya ahí busqué algún título interesante y, en contra de mi deseo de tranquilizarme, saqué ese que en el lomo decía: " El origen de los hombres lobo". Tenía bastante claro que eso solo podría robarme el sueño, sin embargo me senté en el sofá y comencé la lectura.
"Desde hace cientos de años que existen criaturas que salen a la caza unas noches especiales, las de luna llena. Hay quienes aseguran haber sobrevivido a su ataque, otros que dicen haber sido mordidos por ellos pero que, sin embargo, no han experimentado cambio alguno. No son más que mentiras, cuando una de esas bestias decide atacar por sentirse agredido o en peligro la gran mayoría muere y los que logran sobrevivir nunca vuelven a ser los mismos que eran antes del encuentro..."
Me detuve unos segundos porque creí haber escuchado pasos en la escalera, pero al asomarme no vi a nadie. Me dije a mí misma que eran suposiciones mías, así volví al sofá para seguir leyendo el libro.
"A lo largo de la historia han existido distintas versiones de su origen, entre ellas está la de Licantao..."
—Ese es el nombre del pueblo más cercano —Susurré
"Dice a gente que hace cientos de años hubo una familia numerosa muy reconocida entre los lugareños, los Licantario. El matrimonio ya contaba con seis hijos, todos ellos varones, pero deseaban con fuerzas tener una niñita, hasta tal punto que la pareja visitaba distintos lugares en busca de consejo. Así se las habían pasado por años desde que se casaron. Toda idea que les daban era tomada en cuenta, pero nada daba resultado. Debido a esto, siempre terminaban dejando de lado a los hijos que ya tenían por visitar personas que sabían de trucos para concebir un ser del sexo femenino.
Con envidia y molestia, los llevaba estudiando por años Dorotea, la mujer a la que todos llamaban bruja pues se sentían malditos cuando les dirigía la mirada o la palabra, además de que acostumbraba a hablar en una lengua extraña que nadie lograba comprender. A pesar de todo, era una persona de corazón blando con los niños, sintiendo furia contra los padres que dejaban de lado a sus propios hijos. Este sentimiento creció cuando Emilia Licantario anunció con emoción que estaba embarazada por séptima vez y esperaba que en esta ocasión fuera una niña. Sus esperanzas se vieron rotas y con su marido lloraron por días después de que nació, porque era solo otro varón que se sumaba a la lista de los hombrecitos que tenían.
—¿Qué tendrá Dios en contra de nosotros? —Se lamentaba Emilia
—No lo sé, pero podemos seguir tratándolo
Pocas semanas después dejaban al bebé al cuidado de sus hermanos mayores para seguir con la búsqueda de algo que les concediera su más grande deseo. Los chicos mayores debían ser casi como padres para los menores, tarea que se les complicaba con la poca ayuda que recibían de los vecinos y sus propios progenitores. De este modo terminaban optando por dejar de lado al bebé por ser muy difícil de cuidar esperando que algún día muriera, al fin y al cabo a sus padres no les dolería ni siquiera un poco. Al ver la situación, un día Dorotea, molesta por la poca atención que le prestaban al pequeño, decidió visitarlos por sorpresa cuando estaban todos juntos en casa. Entró a pesar de la negativa del matrimonio, no les prestaba ni siquiera un mínimo de atención. Tomó al bebé en sus brazos con ternura, le dijo unas palabras en una lengua muerta para después dirigirse al par de adultos que lo trajo al mundo.
—Ustedes no merecen lo que tienen
—Deja a nuestro hijo —Exigió el hombre
—¿Si quiera le han puesto nombre?
Ambos se quedaron callados mirando avergonzados a la intrusa sin saber qué decir
—Ustedes no merecen lo que tienen y por eso lo perderán todo —Continuó Dorotea
—No, solo déjanos por favor —Suplicó Emilia
—Sufrirán más de lo que podrían imaginar
Devolvió al bebé a uno de sus hermanos para luego marcharse, dejando a toda la familia temblando de miedo. Nadie se atrevía ni siquiera a moverse o mirar al recién nacido, pues había estado en brazos de esa mujer. Desde ese día el pequeño se diferenció de todos los niños antes conocidos. Sus llantos sonaban diferentes, no parecían ser humanos, incluso hubo ocasiones en que Emilia creía que el que lloraba era un perro en la calle y no su hijo menor, su cuerpo desde temprana edad se cubrió de una abundante capa de bellos negros que crecía en mayor proporción cada vez que lo rasuraban.
—Dios me perdone, pero este bebé parece una bestia —Admitía con vergüenza el padre
Los años pasaron y el matrimonio nunca logró tener una niña, tuvieron que conformarse con los siete hijos que poseían y con regalonear a cada pequeña que se cruzaba por sus caminos hasta que les era arrebatada por los padres. Ya todo el pueblo sabía que estaban malditos por la bruja y no cabía duda pues el menor de los chicos ya ni siquiera parecía un niño. Había quienes lo miraban con temor al pensar que era una bestia, una especie de híbrido entre humano y un perro bípedo e incluso había quienes lo comparaban con un lobo cuando lo escuchaban aullar. Tenía ya cuatro años y no solo había tomado la apariencia, si no que también costumbres caninas que escandalizaban a sus padres, como dormir en el suelo, rascarse con los pies, gritarle a quienes pasaban por fuera de su casa, entre otras.
—Deberían llevar a este niño al circo, ganarías harto por él —Le aconsejaba una vecina a Emilia
—No, sea como sea es mi hijo
Pero la noche que se despertó al escuchar a su hijo aullando pensó que tal vez no sería tan mala idea. Se acabarían los malos ratos, los intentos fallidos por educarlo y las vergüenzas en la calle por los malos hábitos del chico. Un mes después ya estaba conversado y una noche de luna llena llegaron los hombres que harían de su hijo un fenómeno reconocido, pero no contaban con lo que pasaría en realidad. Se acercaron al pequeño para tomarlo como a cualquier otro y llevárselo. Tal miedo le provocó que en cuanto los vio buscó un modo de escapar y defenderse, pero al verse rodeado por aquellos desconocidos y obligado a abandonar su hogar optó por defenderse de la peor manera. Cegado por el pánico y furia repartió golpes y mordiscos a quien se le acercara, llegando incluso a enterrar sus dientes en los cuellos de los hombres, quitándoles la vida. Los que lograron zafarse de sus garras corrieron despavoridos fuera de esa casa, dejando a la familia temerosa del niño y sin saber qué hacer, el pequeño no solo parecía, si no que era una bestia.
Emilia en un intento por calmarlo se acercó a su hijo, pero al no ser reconocida fue atacada por él muriendo casi al instante. Ningún familiar del chico sobrevivió a esa noche y al darse cuenta de lo hecho, el monstruo huyó a esconderse en el bosque, donde se dice que fue criado por los lobos. Desde entonces el pueblo se llama Licantao para que nunca se olvide la historia del pequeño Licantario. Aunque el nombre no es tan necesario, pues todas las noches, sobre todo las de luna llena, aun se escucha a Licantario aullar junto a sus amigos los lobos y sus descendientes, híbridos también."
Cerré el libro y suspiré. Mis párpados ya me pesaban así que lo dejé donde lo encontré. Escuché un ruido de afuera, me asomé a la ventana, era una noche de luna llena, a lo lejos se oían los aullidos y en la periferia del terreno de la abuela entre los arbustos vi un grupo de siluetas, varios perros, o eso pensé, y entre ellos una mezcla de humano y bestia.
—Licantario
Fin
Yatita.
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