Lágrimas de sangre
—Está mal, debes venir ahora ya.
Con mi mano temblorosa cuelgo el teléfono y salgo de mi casa sin cambiarme el pijama por ropa de calle. ¿Por qué tiene que pasar esto ahora, tan pronto? Las palabras de Thomas resuenan en mi cabeza y me incentivan a pisar el acelerador del auto, ansiando llegar pronto a su casa, donde Dahara.
El semáforo en rojo me obliga a frenar brúscamente, teniendo que afirmarme del manubrio para no golpearme. Maldigo en mi interior y no puedo evitar los recuerdos, cuando la perdí a ella sin poder hacer nada, después de todo lo que vivimos juntos.
Parece que fue ayer cuando la vi a ella por primera vez, a Tania. La conocí por casualidad fuera de la iglesia, se vía hermosa con esa ropa que la hacía resaltar entre todos. Con cierto temor me acerqué a ella para tener una conversación casual, sin pensar que ella terminaría mirándome extraño, pues no muchos actúan como yo hice ese día.
—Debo irme, me están esperando —dijo para cortar el encuentro.
Pero yo persistí, así cada vez que se me presentaba la oportunidad porque por azares del destino nuestros caminos se cruzaban, yo me acercaba y le hablaba. Desde entonces ya van años y aún me pregunto por qué el afán de tratar con ella habiendo tanta otra chica igualmente soltera y bonita. Tal vez porque ninguna como Tania. Su pelo era castaño como sus ojos café, tonos comunes, pero ella los lucía como si fueran únicos en el mundo, de ese modo resaltaba.
—¿Por qué insistes tanto? —preguntó un día cansándose de la situación.
—Porque me llamas mucho la atención.
Se quedó callada y desde entonces me recibía cada vez que me aproximaba con mayor disposición.
—¡Muévete, hombre! —grita alguien tocando la bocina.
—¡Cállate!
Presiono el botón del volante haciendo más ruido ambiental del que ya hay, para terminar soltando cientos de improperios porque la luz verde vuelve a ser roja. Procuro estar más atento de ahora en adelante para no ser insultado y llegar pronto a casa de Dahara. Sin embargo no puedo evitar recordar, viajar en el tiempo sin moverme del piloto de mi auto para reencontrarme con ella.
—Me llamo Tania —se presentó aquel día que le confesé que llamaba mi atención.
—Lo sé.
—¿Cómo lo sabías?
—Llamas mi atención, no me iba a quedar sólo con tu imagen.
—¿Y tú cómo te llamas?
—Balcenion.
—Tu nombre es raro.
—Mis padres son originales.
—Ya veo.
Desde entonces todo parecía ser más formal y concreto, dejé de ser el psicópata y espía que estaba atento en todo lugar para ver si estaba cerca. Así un día me invitó a tomar el té en su casa, ocasión en que conocí a sus padres.
—Y... ¿A qué te dedicas?... Balcenion —preguntó su madre pronunciando mi nombre como si fuera una palabra horrible.
—Ah... yo trabajo —me autocorregí a tiempo. Por un momento casi dijo que busco a su hija en donde esté.
—¿Y en qué?
—Mis padres tienen un negocio que atiendo yo.
Las conversaciones con ellos eran incómodas para mí, pero se veían recompensadas cuando me permitían estar a solas con Tania. Fue una de esas veces que me confesó:
—A mi mamá no le gusta tu nombre.
—¿Por qué?
—Porque le suena a demonio.
Es cierto que eso me dolió, mi nombre es raro, pero eso no quería decir que yo fuera un demonio. No en ese entonces.
Recuerdo bien esa semana, todo marchaba bien, estábamos comprometidos, me llevaba bien con su padre, su madre me estaba aceptando y ya teníamos vista una casa para irnos a vivir a ella en cuanto estuviéramos casados; pero no contaba con que todo cambiaría tan repentina y drásticamente. Una tarde iba a ir donde un carpintero, Tenía un mueble listo para nuestra nueva casa, pero sólo fui yo porque Tania tenía dolor de cabeza. Hoy me pregunto si eso fue bueno o no.
Cierro la puerta del auto sin preocuparme de la fuerza que aplico para hacerlo. Por fin he llegado y en cuanto entro al edificio pregunto por Dahara, recordando aún en mi cabeza, esas imágenes que me han perseguido por años.
—¿Dónde está Tania? —le pregunté a su padre Thomas algo agitado pues corrí desde mi casa en cuanto me llegó la noticia de que ella había empeorado.
—En su habitación.
No prestaba atención a nada ni a nadie, sólo me dirigí a su cuarto donde la encontré acostada en su cama con un paño húmedo en su cabeza para bajar la fiegre, aunque sin mucho éxito.
—Balcenion —logró susurrar.
—Aquí estoy...
Tomé su mano y la acaricié para darle algo de calma, lo único que en ese momento podía hacer. La impotencia me mataba como la enfermedad acababa con ella.
—Estás pálido.
—No te preocupes por mí.
Limpio las lágrimas que caen por mis mejillas y abro la puerta 312, su habitación y ahí está Dahara conectada a una máquina que marca sus latidos y con un paño sobre su frente para la fiebre. Todo es tan parecido al pasado que me asusta, la única diferencia es que yo ya no soy lo que solía ser. Ahora recuerdo cuando me contó lo que su mamá pensaba de mi nombre.
—A mi mamá no le gusta tu nombre.
—¿Por qué?
—Porque le suena a demonio.
—Y... ¿Tú qué crees? —pregunté nervioso.
—Está loca, tú no puedes ser un demonio. Para mí Balcenion es un ángel.
Tania y Dahara, ambas lo pensaron, estuvieron seguras de eso, pero no era cierto, yo no soy un ángel. Esa tarde que fui a buscar el mueble para mi casa con Tania me cambió para siempre.
—Señor Arthur ¿Dónde está? —pregunté alzando un poco mi voz al no ver al carpintero.
—Por acá, muchacho.
Esa imagen es difícil de borrar, ver a un hombre que parecía ser bueno matar a un animal con sus propios dientes, enterrándolos en su cuello como si fuera una bestia y no un humano.
—¿Quieres un poco? —me tendió un vaso con un líquido rojo.
—¿Qué es?
—Sangre.
Horrorizado quise hui, correr a un lugar seguro, pero antes de poder hacerlo él me atrapó y mordió mi cuello. Grité, lo golpeé, pero nadie me escuchó, no llegó nadie con el propósito de ayudarme. Esa tarde dejé de ser yo, mi piel se tornó pálida, según Tania mis ojos café a veces se tornaban a un tono rojizo y esa sed de sangre que me embargaba cada cierto tiempo a veces era incontrolable. Simplemente no podía ser un ángel como Tania o Dahara creen, soy un demonio, un vampiro.
Por ese tiempo también Tania empeoró, el pequeño resfrío pasajero se transformó en una pulmonía que ningún médico podía mejorar. Impotente veía cómo poco a poco su vida se apagaba y yo no podía hacer nada. Transformarla en un vampiro hubiese sido egoísta, condenarla a una eternidad como un demonio, una bestia sólo para que comparta conmigo. No, eso no estaba en mis planes y nunca estaría considerando que sé cómo se siente ser lo que soy.
Una lágrima está cayendo de nuevo por mis mejillas, pero la limpio antes de que alguien la vea. Nadie puede saberlo, es un secreto que cargaré por siempre.
—Balcenion...
Suspiro con dolor aguantando el llanto, ahora es cuando lo más difícil se repite, cuando la herida será abierta de nuevo.
—Estoy aquí —le digo para tranquilizarla, deseando que no lo diga.
—Me voy a morir...
—No...
Limpio de nuevo mis ojos, todo es tal y como lo recuerdo.
—Al menos tengo un consuelo.
—¿Cuál?
—Que nos volveremos a encontrar... en el cielo.
Es más duro de lo que recuerdo, quizá porque ahora sé cuánto tendré que esperar para volverla a ver, para que reencarne, porque yo no iré al cielo.
—Balcenion... ¿Crees en la reencarnación?
—Sí...
—Aunque yo deba esperarte siete vidas para verte de nuevo, te seguiré amando.
—Yo también.
***
Me miro al espejo. Ya pasó el funeral, su vida llegó a su fin y yo sigo aquí. Lloro, por fin puedo hacerlo y casi con horror miro las lágrimas de sangre que serán mi compañía por siete generaciones humanas más.
Fin
Yatita.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro