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Relato 3: Anhaita y la torre (👸🏼👀👻)


Cuento escrito para el Desafío Decimoséptimo de WattpadFantasiaES 

Combinación de emoticonos:
3. 👸🏼👀👻

Anhaita era la mayor de las siete hijas de los reyes de Meridia, la tierra del agua. Tenía el pelo celeste, largo y brillante; la piel blanca como la nieve y unos ojos tan azules como el océano. Era la princesa más amada del reino y adoraba vivir bajo el mar. Cuando cumplió los veinte, su madre, la Reina Talasa, la envió a vivir a la superficie, al Castillo Serpenteante, donde continuaría su instrucción como futura soberana.

A diferencia de otros reinos, la fortaleza de Meridia no era realmente el hogar de sus reyes. Allí se realizaban reuniones, planificaban batallas u organizaban bailes, pero la familia real nunca solía pasar mucho tiempo en él. ¿Quién querría vivir bajo el sol pudiendo hacerlo bajo del mar? Anhaita trató de evitar su destino buscando el apoyo de su padre, pero el Rey Hydros respaldaba la decisión de su esposa. Así que, sin más que hablar, se dispuso su traslado.

Al llegar al castillo, mientras se instalaba en sus nuevos aposentos, Anhaita se dio cuenta de que había perdido una de sus pulseras en la mudanza. Rehizo su andar para encontrarla y entonces escuchó susurros provenientes de una habitación cercana. Aun sabiendo que no era un acto propio de la realeza escuchar conversaciones ajenas, apoyó la oreja en la puerta.

—No permitáis que la princesa suba a la torre más alta. —Fue lo único que alcanzó a oír.

¿Por qué los sirvientes querrían impedir algo así? Ni se molestó en preguntar, pues sabía que ninguno le diría la verdad.

Al anochecer salió del cuarto evitando ser oída. No estaba nerviosa; la vida en el mar era mil veces más interesante y peligrosa que en ese condenado castillo, así que, con tranquilidad, subió los peldaños de la torre. Varios minutos después le pareció escuchar una voz femenina cantar una triste balada. La princesa tropezó con sus propios pies e interrumpió la canción abruptamente.

—¿Hola?

—Soy la princesa.

En ocasiones como aquella de poco servía mentir. Así que la futura reina de Meridia se dejó ver. La chica de la torre era más o menos de su edad y vestía un hermoso traje blanco. Extrañamente, portaba una venda cubriendo sus ojos.

—¡Alteza, no debéis estar aquí! —dijo nerviosa—. Le prometí al rey que jamás me dejaría ver.

Anhaita no lo comprendía. Su padre era un buen hombre, no dañaría ni por asomo a una chica tan delicada como aquella. Sonrió con dulzura.

—No tenéis nada que temer, querida —aseguró—. ¿Cómo os llamáis?

La princesa la cogió de las manos y entonces vio que ella portaba en su muñeca la pulsera que perdió cuando llegó al Castillo Serpenteante.

—¡Mi pulsera! —exclamó—. ¿Cómo ha llegado hasta aquí arriba?

La muchacha palpó la joya y frunció el ceño.

—Alteza, este brazalete es mio desde hace muchos años.

Eso era imposible. La pulsera estaba hecha con perlas de ostras doradas. Solo había siete como esa, todas idénticas, creadas por el Rey Hydros para sus preciosas hijas. Anhaita observó bien el brazalete, convencida de que o era el suyo o era una imitación. Su sorpresa solo hizo que incrementarse cuando apreció grabado en una de las esferas el sello de la casa real y, bajo él, la palabra «Nila».

—¿Nila? ¿Te llamas así?

—Sí, Alteza.

—¿Quién te dio este brazalete? —La muchacha se negó a contestar. Anhaita insistió—. Dime la verdad o llamaré a los guardias.

—Por favor, no lo hagáis, princesa, os lo ruego... —Tragó saliva y la venda que cubría sus ojos empezó a humedecerse—. Fue un regalo de mi padre.

—¿T-tu padre? Cuéntame la verdad, Nila. Te prometo que no pasará nada, yo te protegeré.

La joven lloraba y a Anhaita se le apiadó el corazón. Sentía remordimientos de conciencia por haberla amenazado, pero en su defensa podía alegar que estaba ocurriendo algo muy extraño. La chica se llevó las manos al cabello temblorosa, empezó a desatar la venda y a Anhaita le latió el corazón con una fuerza atronadora.

—Hace veintidós años el Rey Hydros viajó a Pyros, las tierras del fuego, para asistir a la boda de sus monarcas. Allí quedó prendado de la joven Reina Chiska, que, aunque recién casada, no sentía ni un mínimo de aprecio por su nuevo esposo... —A Nila se le quebró la voz. El nudo de la venda se deshizo—. Ambos pasaron la noche juntos y fruto de su pasión nació una criatura cuyas raíces danzaban entre el fuego y el mar. Una niña indeseada, una chiquilla condenada a ocultarse... Nací yo.

La venda cayó y Anhaita lo comprendió todo. Los ojos de Nila eran rojos como el fuego, igual que los de la Reina Chiska. Se tapó la boca con una mano y, tras prometer que no revelaría a nadie lo que aquella noche había descubierto, regresó a sus aposentos.

A la mañana siguiente, Anhaita subió de nuevo a la torre. Sin embargo, allí encontró sentado a su padre, el Rey Hydros. La princesa sospechó que algo no andaba bien.

—Buenos días, Anhaita —saludó sorprendido—. ¿Qué haces aquí arriba?

—Y-yo... —Frunció el ceño y exploró su alrededor—. Padre, ¿dónde está la chica?

—¿Quién? —Él se mostró incrédulo—. Aquí no vive nadie, cariño. Solo vengo yo de vez en cuando a pensar, es un buen lugar para ello.

—No, yo hablé con una joven anoche.

—Pues, no sé que decirte, como no haya sido un fantasma... —insistió—. Está sala es solo un simple desván.

Podía decirle la verdad. Podía confesar que lo sabía todo. Pero eso sería poner en peligro a Nila por el secreto que le había confiado. Analizó el rostro de su padre. ¿Mentía? Salió de la habitación mordiéndose el labio, decidida a regresar en otro momento, cuando él hubiese vuelto a las profundidades del mar y no fuese un obstáculo. Pero no sirvió de nada.

Anhaita nunca volvió a ver a Nila.

Palabras: 981.

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