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Relato 2: ¡Divinas y moribundas navidades! (Death Note x Dios Plutón)

Desafío: Navidad entre dos mundos de WattpadMitologiaES y AnimeMangaEs

Dios: Plutón 

Ánime: Death Note

Cayó y su cabeza golpeó el duro asfalto produciendo un ruido seco. Plutón, el Rey del Inframundo, se llevó las manos a la cabeza y aulló de dolor.

—¡Maldita loca endemoniada! —exclamó airado—. ¡Te vas a enterar, repelente arpía!

Se irguió sobre sus largas piernas y miró hacía atrás. Una expresión de sorpresa se le pintó en la cara tras apreciar su alrededor. No tenía ni idea de dónde estaba, pero, desde luego, en su casa no. En el Inframundo el cielo era rojo como el fuego y los terrenos de roca negra como la noche. No obstante, ahora veía nieve blanca y pura por todas partes, luces de colores adornando las calles y miles de personas sonrientes caminando con bolsas a cada lado. Plutón se pasó la mano por su cabello oscuro y se rascó en un gesto de duda. ¿Qué había pasado?

—¿Prosepina? —preguntó en un murmullo y pronto, comprendiendo que había sido ella quien le había mandado allí, alzó la voz—. ¡¿Prosepina?! ¡¿Prosepina, dónde narices estoy?!

En ninguna de las ocasiones en las que pronunció el nombre de su amada esposa, obtuvo respuesta alguna. Plutón tenía su rostro, habitualmente pálido y cadavérico, rojo e hinchado. Sus manos se encerraron en puños e hizo rechinar sus dientes blancos.

Entonces sintió una mirada clavada en él y Plutón, que nunca había sido bendecido con el don de la paciencia, dirigió sus ojos negros sin pupilas hacía la criatura que le observaba.

—¡¿Qué miras tú, ser inmundo?! —espetó—. ¿Acaso nunca has visto al Rey del Inframundo maldecir a su esposa? ¡Pues pasa más a menudo de lo que desearía! ¡Largo de aquí, bicho nauseabundo!

Tan centrado en su ira estaba que no se paró a pensar en lo extraño que era aquel individuo y cuanto desentonaba en el lugar en el que se encontraba. El ser era horroroso y hubiera aterrorizado a cualquiera, aunque no al gran Dios de la Muerte, que estaba más que acostumbrado a tratar en sus dominios con monstruos todavía más despreciables. El que tenía frente a él era muy alto, con extremidades largas y delgadas. Vestía ropa de cuero ajustada y llevaba unas plumas de cuero sobresaliendo a su espalda. Lo más sorprendente, sin embargo, era su rostro alargado y gris, con un par de ojos de pupilas rojas y sin párpados, una nariz achatada casi imperceptible y una espeluznante sonrisa púrpura que le llegaba hasta las orejas y exhibía una hilera de colmillos afilados.

Le miraba fijamente. El monstruo permanecía quieto, observando silencioso.

—Bueno, ¿eres sordo o qué? —dijo Plutón con antipatía—. ¿No me escuchas?

—Te escucho perfectamente —contestó con voz de ultratumba.

Plutón enarcó una ceja.

—Veo que sabes hablar. Parecías una estatua.

—No lo soy —se limitó a responder el otro, sacando una manzana de su bolsillo y devorándola con un par de mordiscos—. Me llamo Ryuk.

—¿Y eso a mí que más me da? —El Rey del Inframundo se limpió su elegante atuendo negro y le miró con desgana—. Yo soy Plutón, Dios de la Muerte.

Ryuk parecía muy poco impresionado y, nada más terminó de comer su apetitosa manzana, se dejó caer sobre un banco de la acera y empezó a jugar con sus largos dedos cargados de anillos con la nieve.

—¿Te has perdido, alteza? —su pregunta sonó jocosa y Plutón esbozó una mueca de disgusto y se cruzó de brazos—. Lo digo porque estás muy lejos de casa y esta no es tu jurisdicción.

—¿Cómo dices, despreciable? —El dios se acercó a Ryuk tanto como pudo y le cogió de su pelo azulado en punta con fuerza, obligándole a mirarle—. ¿Con qué derecho te atreves a hacer semejante afirmación?

El monstruo, de carácter apático por naturaleza, se zafó de Plutón sin dejar de mirarle y luego se arrodilló en el suelo siguiendo con el infantil juego de reunir la nieve en una pequeña montañita. El dios parecía ofendido por su actitud indiferente, pero debía reconocer que Ryuk despertaba su curiosidad.

—Estás en Tokyo, alteza —explicó el ser—. Aquí somos los shinigamis quienes nos encargamos de llevar a las almas al más allá. Deberías volver a tu hogar y encargarte de las tuyas porque si los de mi especie se enteran de que estás aquí...

—¿Así que eres un shinigami? —interrumpió Plutón sorprendido—. Había oído hablar de vosotros, pero es la primera vez que veo a uno. Pensaba que teníais alas.

Dio un respingo cuando las plumas de la espalda de Ryuk se extendieron hasta formar un par de magníficas alas negras que contrastaban cantidad con la nieve. Su rostro permanecía igual de imperturbable que siempre, pero el de Plutón se había convertido en incredulidad y admiración.

—¡Magnifico! —le aclamó—. ¿Es verdad lo de los cuadernos? ¿Puedo ver el tuyo?

Ryuk negó con la cabeza.

—Cada shinigami tiene un cuaderno en el que anota el nombre y apellido de la persona que quiere matar. Si no especificamos cómo queremos que muera, lo hará de un ataque al corazón al cabo de unos segundos y los años de vida que le restasen por cumplir se sumarán a los del shinigami que le mató —resumió mientras toqueteaba la nieve—. Pero no puedo enseñártelo. Mi cuaderno lo tiene un humano.

—¿Por qué?

—Es divertido jugar con ellos.

—En eso estamos de acuerdo. —Plutón sonrió con sorna y se sentó en el banco, justo al lado de Ryuk—. En mi reino, yo solo gobierno a las almas que abandonaron a los vivos y siguen su camino en el Inframundo. De terminar con la vida de las personas se encargan mis empleadas, que se dedican a hilar el hilo de la vida de cada humano y, cuando llega su momento, lo cortan con unas tijeras. Ese corte es la muerte.

—Pues vaya aburrimiento —dijo el shinigami sin mirarle—. Es mejor cuando eres el verdugo o cuando incitas a otro a serlo.

—Bueno, es que yo tengo entretenimientos diferentes a los tuyos, como, por ejemplo, hacer rabiar a mis hermanos o pelearme con otros dioses. —Plutón parecía perturbadamente orgulloso de su situación, aunque al otro le daba totalmente igual su altanería.

Ryuk no contestó y Plutón pareció ofendido. Se levantó del banco y miró en todas direcciones. Si en algo llevaba razón el shinigami, era en que debía regresar a su reino y seguir con sus labores como gobernante de los muertos, cosa que no podía hacer mientras siguiera en Tokyo. Además, por mucho que intentase volver a casa, no podría por culpa de su condenada esposa.

—Oye, Ryuk, me vendría bien tu ayuda.

El monstruo dirigió sus pupilas rojas hacia Plutón, en un gesto que parecía significar que le escuchaba.

—¿Sabes alguna tradición navideña que pueda cumplir rápidamente?

—¿Le preguntas a un shinigami sobre tradiciones navideñas? —Notó cierto toque irónico en su cuestión—. ¿Por qué querría saber el Dios de los Muertos sobre la Navidad?

Plutón se guardó las manos en los bolsillos y suspiró con molestia. ¿Por dónde podía empezar a explicar a ese apático ser el motivo por el que había aparecido tan de repente en Tokyo sin que se burlase de él? No había ninguna forma positiva en la que poder plantear el conflicto saliendo victorioso, así que lo dijo de un tirón sin mirarle a la cara:

—Mi esposa me ha maldecido y solo puedo volver a casa si hago algo propio de la Navidad.

—¿Por qué haría algo tan ilógico tu esposa?

Plutón rodó los ojos y respiró hondo.

—Porque está enfadada conmigo.

—¿Qué le has hecho? —Pero antes de permitirle decir algo a modo de respuesta, se contestó la duda a sí mismo—. ¿Esto es por secuestrarla de su madre y obligarla a casarse contigo? El motivo por el que os conocisteis Prosepina y tú es conocido en todas partes, no me extraña que te maldijese....

—¿De qué hablas? —se ofendió el dios—. Eso está superado. Somos adultos y un matrimonio feliz, no se nos ocurriría echarlo todo a perder por un error del pasado...

Por primera vez desde que se habían conocido, Ryuk pareció divertido de verdad. Dejó escapar una estridente carcajada que puso los pelos de punta al griego y cruzó las piernas sobre la nieve, esperando con esa sonrisa demoniaca que Plutón le revelara el verdadero motivo por el que había acabado en Tokyo.

—A ver, mi esposa y yo tenemos un acuerdo, ¿vale? —desveló finalmente Plutón—: ella pasa la primavera y el verano en compañía de su insoportable madre en el mundo de los vivos, mientras que en otoño e invierno se queda conmigo en el Inframundo. Así ha sido desde que nos desposamos y jamás se ha roto dicho pacto. No obstante, este año las cosas han cambiado. Resulta que mi amada ha descubierto lo que son las Navidades y se siente muy desdichada por no poder disfrutarlas. En el Inframundo no hay espacio para esas tonterías de luces, regalos y señores gordos de barba blanca vestidos de rojo y conduciendo un trineo tirado por renos.

—Lo comprendo.

—¿Sí, verdad? —El dios se sintió aliviado al encontrar algo de empatía en Ryuk—. Mi esposa quería pasar el invierno en el mundo de los vivos, con su madre, para disfrutar de la Navidad, pero eso sería quebrantar el acuerdo que hicimos, así que se lo he prohibido y la he maldecido: no puede cruzar ninguna de las puertas que permiten salir del Tártaro hasta primavera.

—Sin duda, en tu matrimonio hay buena comunicación.

Con esos ojos rojos sin párpados fijados en él, Plutón no era capaz de descubrir si las palabras del shinigami estaban cargadas de ironía o no. Aquel espíritu era una especie de robot, siempre con un tono de voz neutra y un rostro inexpresivo pero terrorífico. Por ello, optó por ignorar su comentario y continuó narrando qué infortunio le había llevado a Tokyo y le impedía regresar a su hogar.

—La cuestión es que mi mujer se ha enfadado: ha abierto un portal a este mundo, me ha empujado por él a mí y al resto de divinidades del inframundo, y dice que, hasta que no disfrutemos de una tradición navideña y nos demos cuenta de que es la mejor festividad del año, no podremos regresar. —Se cruzó de brazos, ofendido, y empezó a despotricar de su mujer—: ¡Está loca! ¡Llegamos a un acuerdo! No puede hacer lo que le dé la gana solo porque le gusten los arboles de navidad, las estrellas fugaces o los tres reyes magos, ¿comprendes? ¡Prometió que las navidades las pasaría conmigo y ahora quiere marcharse con mi suegra!

—¿Y tanto te costaría dejarla ser feliz y marcharse a pasar las navidades con su madre?

—Sí —respondió escueto el dios—. Mi suegra es el demonio y está esperando a que cometa el más mínimo error para susurrarle a Prosepina que me abandone. ¿Te lo puedes imaginar? ¡El divorcio de los reyes del Inframundo! Los muertos se reirían en nuestra cara...

Ryuk estaba impresionado. Todos estos años se había imaginado a un ser temible y despreciable cuando la gente nombraba al dios romano Plutón, no obstante, lo que tenía ante él no era más que una criatura inmortal con delirios de grandeza que se pasaba las horas entre quejas y lamentos. Mucho rey del Inframudo y mucha muerte a su alrededor, pero solo era otra persona con problemas conyugales en el mundo. Menos mal que los shinigamis no sentían apego emocional por nada, pues, en caso contrario, estarían condenados a seguir los pasos de cualquiera, enamorarse y sentir ira y tristeza. La vida les iba mejor en su apática rutina.

—Sígueme. —Ryuk abrió sus alas y echó a volar por el nublado cielo de Tokyo. La nieve caía en diminutos copos que al chocar contra su cuerpo se deshacían en agua fría.

—¿Dónde vamos? —inquirió el dios, que corría sobre el aire justo tras el shinigami, sin necesidad de alas—. ¿Volar es una tradición navideña?

—No. —El otro se detuvo de sopetón y Plutón no consiguió frenar a tiempo, chocándose con él irremediablemente. Una vez más, Ryuk no dio muestras de importarle lo que aconteciere, aunque el dios volvió a quejarse, como llevaba haciendo todo ese rato—. Aquí la tienes.

No lo comprendió hasta que sus ojos negros miraron bajo sus pies. Empezaba a anochecer y las luces de colores que decoraban las calles acompañando el ambiente navideño eran cada vez más intensas. Tokyo brillaba, hubiera sol en el cielo o no. Ryuk y Plutón levitaban sobre un concurrido mercadillo navideño. El olor a comida saliendo de puestos callejeros inundaba las fosas nasales del dios, que estaba absorto contemplando cómo la ciudad podía transformarse en algo tan hermoso solo durante unas pocas semanas al año.

Soramachi —dijo Ryuk, aterrizando sobre la nieve.

—¿Y eso qué es? —Plutón hizo lo mismo que él y sus botas de cuero tocaron el asfalto en un salto brusco.

—El mercadillo navideño más popular de Tokyo. —Se rascó la cabeza hasta dar con un piojo y lo tiró con indiferencia al suelo. Plutón esbozó una mueca de disgusto—. Una tradición muy conocida por aquí es pasear por este barrio y comprar algún regalo navideño.

—¿Para qué querría...?

—Para tu esposa —interrumpió Ryuk echando a andar por las calles—. Mira, allí venden figuritas de porcelana. Seguro que ves alguna que le guste.

—¿Quieres que nos acerquemos? —Plutón se rio—. ¡Vas a asustar a la dueña con tu cara tan fea!

—No puede verme, soy un shinigami.

Por lo tanto, Plutón se aproximó al puesto con desconfianza y fue recibido por la cálida y amigable sonrisa de una señora mayor que limpiaba con un trapo un Santa Claus de cristal. Le preguntó si estaba interesado en algo en japonés. El dios, quien como divinidad tenía capacidades sobrenaturales que le facilitaban la comprensión de cualquier lenguaje, asintió levemente y señaló un muñeco de nieve. La señora volvió a sonreírle y se lo aproximó para que lo tocase. La textura de la porcelana era suave y fría. Plutón sonrió satisfecho; sabía que a Prosepina le encantaría.

—¡Me lo quedo! —sentenció.

Justo cuando dejó caer los yenes sobre la mano de la buena mujer, una puerta ovalada apareció a su lado. Plutón dio un respingo y profirió una exclamación de sorpresa. Ryuk seguía tan poco impresionado como de habitual. La señora, sin embargo, no parecía ser capaz de ver lo que los otros dos seres sobrenaturales veían, así que siguió con sus quehaceres, atendiendo a los ciudadanos de Tokyo que hacían las compras de navidad en el mercadillo.

—¡¿Qué es eso?! —preguntó el dios.

—No lo sé. —Ryuk se encogió de hombros—. ¿Será la puerta a tu mundo, no?

Eso tenía sentido. Acababa de fijarse en que el marco mostraba relieves de hojas de laurel, faunos, lobos y yelmos de gladiadores. Además, el picaporte tenía la forma de un can de tres cabezas, como su apreciado Can Cerbero, guardián de las puertas del Inframundo. Plutón aplaudió de la emoción y se dirigió hacia ella. Antes de abrirla, se giró para ver una ultima vez el temeroso rostro del shinigami, que le observaba imperturbable.

—Oye, Ryuk, si alguna vez las cosas no te van bien por Tokyo, envíame tu currículum al Tártaro, ¿vale? Te aseguro que nunca te faltará trabajo en mis dominios. ¡Ah, y tráete el cuaderno la próxima vez! Me encantaría apuntar el nombre de mi suegra, a ver si se puede matar a una diosa con la Death Note. —Abrió la puerta y sonrió al ver al otro lado la esbelta y prepotente figura de la reina, que le esperaba con una sonrisa de suficiencia—. ¡Cariño! ¡Cariño! ¿Qué te parece si ponemos un mercadillo de Navidad en el Inframundo durante todo el invierno, mi amor? ¿Así no tendrías que irte con tu madre, verdad?

La puerta se cerró y el shinigami alzó el vuelo en busca de Light Yagami, el portador de su cuaderno.

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