La receta perfecta (1)
Detuvieron el coche a un costado de la carretera en una zona de comida, a pocos kilómetros antes de llegar a los límites de la Ciudad de México. El camino les había parecido pesado y más para Regina, quien era la menos convencida de cambiar completamente de domicilio y de costumbres. Ricardo fue bastante claro que era lo mejor económicamente y también lo mejor para sus vidas. A Regina le costaba abandonar a sus hermanas, a su mamá y la tumba de su niño, mientras que Ricardo necesitaba alejarse justamente de la familia de ella, de su antiguo trabajo y de esa casa que le recordaba constantemente aquella tragedia. Su nuevo "jale" en la colonia Granada parecía bastante prometedor en cuestión de dinero. Un amigo suyo le invitó desde hace años al área empacadora de una cervecera y también aprovechó para pagar bimestralmente un pequeño departamento en la colonia centro. Bajaron del coche y los dos decidieron pedir una pancita antes de continuar el recorrido.
–Vamos a necesitar más para taparnos. Dicen que el frío esta fuerte aquí.
– ¿Cuándo vamos a regresar?
– Vieja, ya te dije. Volveremos cuando tenga vacaciones o en algún tiempecito, pero debemos hacernos a la idea de que ahora estamos acá.
–Ellas, no me hacían sentir sola.
–Pero tampoco estaban ayudando.
– ¿De qué hablas?
–Mira, no quiero pelear, ¿va? Termina y nos vamos.
Los dos decidieron ceder al silencio un momento. No querían volver a tocar un tema sensible para los dos.
–Ya quiero que veas la casa.
–Dicen que esa parte del centro está muy peligrosa.
–Todo el mundo está lleno de ratas.
Subieron al coche y llegaron afuera de una vecindad del centro en República de Brasil, en donde ya los esperaba un hombre de cabello estilo militar, playera tipo polo de color azul cielo y con barriga notoria por su vida sedentaria y afición por las caguamas cuatro veces por semana. Era el amigo de Ricardo quien lo invitó y que ahora se había ofrecido para ayudarles a instalarse en su nuevo hogar. Se lo presentó a Regina y caminaron juntos hacia el interior de la vecindad, que se veía deteriorada, sucia y con la mala imagen de ropa secándose sobre los barandales. En una época muy distinta en el siglo XVIII, tanto aquella como otras vecindades del área, eran lo mejor para vivir. Miguel Lerdo de Tejada había fallecido en una de ellas y ahora su aspecto es tan lamentable que jamás se imaginaría uno que personajes célebres hayan muerto entre sus paredes. Los muebles ya los había traído anteriormente Ricardo y solo faltaba traer a su mujer con él. Subieron las escaleras que se posicionaban en el centro del patio largo y llegaron hasta el departamento que se ubicaba en el fondo.
Algunos vecinos se asomaban por sus ventanas y algunos otros cuando cruzaron por el camino, se mostraron algo inseguros con la llegada de un extraño entre sus territorios. Estas miradas hacían sentir a Regina fuera de lugar. Al fin entraron y Regina miraba con renuencia tanto las paredes con huecos, los muebles mal posicionados por su esposo y el suelo con manchas oscuras sobre la loseta.
–Ahorita acomodamos las cosas como quieras. Voy con nacho a ver dónde voy a dejar el coche.
–Está bien.
La dejó sola y empezó a merodear por las pocas habitaciones; un baño, un cuarto, sala–comedor, cocina y al fondo una pequeña zotehuela. Al principio se negaba ante la idea de comenzar una vida en ese lugar, pero de pronto se le empezaban a ocurrir ideas para mejorar el aspecto. Al fin y al cabo, no había otra salida que hacer funcionar las cosas.
Llegó Ricardo al cabo de media hora y Regina ya empezaba a mover los muebles de acuerdo con su gusto personal. La ayudó a mover las cosas pesadas y en la noche salieron por unas quesadillas.
Cuestión de adaptarse.
Pasaron los meses y la vida iba tomando mejor forma. En realidad, tomó solamente como 4 meses para que todo fuera más grato para Regina, incluso ya hasta se había hecho amiga de alguna de sus vecinas. Lo malo es que cuando no estaba su esposo en casa, regularmente se pasaba la tarde en casa de su mamá y sus hermanas a media cuadra en Jojutla y ahora no tenía nada que hacer. A veces salía a la calle, pero regresaba antes de la noche porque era muy peligroso para cualquiera. Ricardo llegaba hasta las 8 de la noche y era cuando al menos podía ver un rato la televisión con él antes de dormir. Desde lo sucedido con su hijo, ambos desaparecieron su apetito sexual y solo quedaban los programas nocturnos o las redes sociales.
Después de un tiempo, Regina fue a República de Ecuador para comprar un nuevo ropero con espejo. Le llevaron el mueble hasta su cuarto, pero en un descuido uno de los trabajadores bajó muy rápido el mueble contra el suelo y se estrelló un cuadro de loseta. A pesar de algunas discusiones, Regina declinó por dejar las cosas en paz y se marcharon con un descuento sobre lo que les correspondía por cargarlo hasta su cuarto. Empujó con cuidado el ropero nuevo para levantar los trozos de la loseta y observó la madera por debajo. Tiró a la basura los pedazos y regresó con una escoba para recoger el polvo. Barrió el hueco que se había formado y se detuvo al ver que en la orilla dejaba entrever un hueco con más profundidad. Cayó de cuenta que el cuadro de loseta contiguo al que se rompió estaba flojo y se podía mover. No sabía si así era todos los cuadros, pero normalmente se pegan sobre el suelo y entre ellos. Levantó con cuidado el cuadro y efectivamente había un hoyo más profundo, como de 10 centímetros llegando a la capa de cemento. En su interior, una libreta café de cuero. Regina levantó la libreta y se fue con ella a su sala, ignorando por completo el hoyo que dejó en su cuarto. Al darle una leída rápida, se dio cuenta que era un recetario.
"Carne en salsa de champiñón"
"Pierna marinada"
"Lomo adobado"
"Filete asado con especias"
...
Tenía como 20 platillos con diferentes cortes y en diferentes formas de prepararlos, pero todos eran carne. Solo había una ensalada con queso de cabra, reducción de vino tinto, fresas, pasas y nuez caramelizada, sin embargo, la receta era muy simplista a diferencia de las demás. Las recetas con carne daban porciones exactas, tiempos y temperaturas precisas:
Ingredientes:
204.12 gr
–Jugo de limón (Génova)
7.03 ml
–Sal marina.
2.14 gr
–Vino tinto syrah joven de la marca "X"
17.2 ml
...
...
...
Procedimiento:
–Remojar el corte sobre un recipiente con el jugo de limón únicamente por 3 minutos y 23 segundos por cada lado (no dejar que le entre corriente de aire y cuidar que no se exponga mucho a la luz emitida por focos comunes de 100 watts)
–La parrilla debe prepararse antes con aceite vegetal y romero antes de poner la carne al fuego. La llama del fuego no debe sobrepasar los 10 cm de longitud y de existir una distancia entre la parrilla de 7.4 cm. El grosor de metal debe ser de 1 cm cuando mucho.
–El tiempo de cocción por cada lado debe ser de 2 minutos y 54 segundos por lado.
...
...
...
Cada receta era una página completa de ingredientes y 3 para el procedimiento. A Regina le parecían excesivas e incluso absurdas las escrupulosas recetas del antiguo dueño de esa libreta café. En la última página, había una nota del autor, hablando de lo mal que le parecía la carne de puerco.
"...sobre todos los animales que existen, el cerdo es el más inmundo y básico que hay sobre la tierra. La gente ignora los sabores más gloriosos que existen, porque les basta con alimentarse como cavernícolas. La comida no solo debe ser una necesidad, sino el placer más grande que convierta al mundo en nuestros sentidos. Si en este caso son 20 recetas, entonces deben ser 20 almas..."
Se notaba que tomaba enserio lo que se metía en la boca, pensaba Regina. Guardó el recetario en su bolsa de mano y regresó al cuarto para tapar el hoyo. Llegó Ricardo de trabajar y admiró el nuevo ropero, pero también se dio cuenta de la loseta faltante en el suelo.
– ¿Qué pasó?
–Nada, solo el pendejo del flete dejó caer el ropero rápido y lo rompió. Mañana iré a ver si consigo de ese color.
–Está bien. Vamos a cenar.
– ¿A dónde?
–A las quesadillas.
Regina por dentro ya estaba aburrida de comer lo mismo y creyó que algunas veces tenía razón el del recetario sobre tener la comida solo como necesidad. No dijo nada y terminaron por ir de nuevo. No era su intención, pero nunca le dijo sobre su descubrimiento.
Pasó una semana y a Regina le daba mucha curiosidad. Algo la había inquietado y quería comprobar por si misma al menos una receta. Tanto misterio en esconderlo, la precisión, los ingredientes y esa forma tajante de expresar la importancia de la comida, solo provocaba en ella una mayor inquietud.
Fue a comprar todas las cosas que necesitaba, pero tardó dos días para una receta. El primer día fue a la Merced y como no hubo dos ingredientes específicos tal y como lo requería, al siguiente día fue a una tienda gourmet en San Ángel. Siguió la receta al pie de la letra y hasta llevaba consigo una regla metálica, una báscula eléctrica y guantes de látex. Compró focos ahorradores de luz blanca y cerró todo lo que tuviera ventilación. Se tomó en serio las cosas y como al final de cuentas no tenía nada más interesante que hacer, le pareció mejor pasatiempo. Comenzó con una receta que le parecía más "sencilla": Carne a la Borgoña y laurel.
Toda su tarea tardó como dos horas, pero al final había terminado con satisfacción.
Se sentó con un plato de su creación y al dar el primer bocado, no podía creer lo que estaba comiendo. Era tan delicioso que se esforzaba por comerlo lento, pero sus ansias le exigían en tener más bocados en su boca. Al levantarse con asombro y felicidad, creyó que había descubierto el Santo Grial. Terminó con la mayoría, pero dejó un palto más para Ricardo.
Cuando llegó, lo primero que hizo fue sentarlo con emoción y le dio el plato sobre la mesa. Él la miraba con curiosidad por la forma en que buscaba alimentarlo, como una niña tratando de mostrar a todos los demás su maravilla. Ricardo primero dejó su mochila en el suelo con tranquilidad y después miró el plato con la carne bañada en una salsa café.
– ¿Andamos gourmet?
– ¡Come, ya!
Ante la insistencia de su esposa, Ricardo probó el platillo y se pasmó mientras tenía aun la carne en su boca. Ambos coincidían que era lo más delicioso que habían probado en años.
– ¡Esto es increíble! ¿De dónde sacaste la receta?
A pesar de la emoción que embargaba a Regina, no le dijo sobre el recetario que había encontrado.
–En una revista de chismes. Quería ver si era buena haciéndolo.
–Pues te luciste. Esto es exquisito.
Tardó 9 días en comprar los ingredientes de todas las recetas, inclusive de la única ensalada que había. No estaba mal, pero no era una competencia para las que tenían carne. Realizó las 20 recetas que había y resultaron ser gloriosas. Ricardo estaba encantado con la nueva afición de su esposa y un día le propuso traer a sus amigos para que también probaran su comida. Ahí fue cuando a Regina le entró un poco de miedo, porque las recetas estaban hechas para determinadas porciones, pero en grande no sabía qué procedimiento requería. En cuestión de ingredientes, solo debía sacar la calculadora para multiplicar los gramajes exactos, pero no sabía si con las salsas solo debía multiplicar el tiempo o dependía de la concentración para tener el punto exacto como en las recetas. Llamó por teléfono a su tío que no veía en años y que todavía daba clases en la facultad. A él le sorprendió tanto su llamada y ambos sabían que no eran muy cercanos, pero la necesidad de Regina la obligó en un momento crítico. Le empezó a preguntar sobre las temperaturas y él respondía que no estaba seguro porque su materia era la física y no la química, para determinar el punto de ebullición de determinadas mezclas y menos de salsas de comida. Regina preguntó si dependían los tipos de salsa y él respondió que sí. Una salsa con base de aceite no era lo mismo que una con vino o carne. Terminó por darle las gracias y colgó.
Estuvo toda la noche estudiando los compuestos de las salsas y entre glucosa, alcohol, hidratos de carbono y tantas cosas más, probó con trabajar porcentualmente dependiendo la concentración de masa de una salsa; las que estaban hechas de aceite, duplicaría el tiempo; las que tenían base de alcohol, mantendría la misma más un 25% más de tiempo y con las otras un 75% más o menos. Hizo el intento y la comida era muy buena, pero no tan buena como trabajar con pociones exactas y sacadas del recetario. Cuando llegaron los amigos de Ricardo, estuvieron fascinados con la comida. A Regina no le satisfizo como la original, pero le daba gusto que la reconocieran como una gran cocinera.
Cuando se fueron todos. Ricardo se le quedó mirando con una sonrisa.
– ¿Qué te parece si hacemos un negocio con tu comida?
– ¿Crees que jalaría?
– ¡No inventes! Tu sazón es de otro mundo. Tú viste que salieron chupándose los dedos. Yo me aviento el tiro no sé cómo, pero te pongo un local pequeño y a ver cómo nos va ¿qué dices?
–Pues podemos intentarlo.
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