El misterioso caso del doctor Abdullah (Parte 2)
No se puede imaginar el temor que se siente al no verse de repente. Lo atribuye a la magia negra, a lo demoníaco o a cualquier cosa que no es de este mundo, pero saber su significado causa mayor desesperanza. Por más que intentara darle otra explicación, sabía bien que fue por cometer un pecado. Me asusté mucho y recordé al hombre que se retorcía en el suelo. Al principio no me dolía nada, pero conforme pasaban los días, el dolor se hacía presente. Mi familia lo empezó a notar pero no me podían ayudar. Ellos si me podían ver en el espejo y decidí callar para que no pensaran que estaba loco. El primer día solo fue el temor que provocaba no encontrar mi cuerpo ni el rostro al otro extremo. Esa sensación que se balanceaba entre la cordura y la incertidumbre, y darse cuenta de que mi naturaleza humana no es nada en comparación de estas fuerzas y fenómenos inimaginables. Estar a la deriva de lo desconocido y el miedo a no saber qué hacer, qué es o qué pasará. Al quinto día me mostraba irritado y ansioso. Me atreví a fumar una cajetilla de cigarros sin filtro, auto-medicarme y a mantenerme en cama todo el día. No era un dolor físico y aun así no puede imaginar el sufrimiento que provocaba estar sin alma. No tenía ánimo para nada. Mi familia se empezaba a preocupar, pero no quería angustiarlos. Me insistía en que probamente era causa de una enfermedad. Al sexto fui al hospital para hacerme exámenes de todo tipo. No tenía nada. Estaba más sano que nunca. Era angustia, desesperación, tristeza, miedo, ansiedad y todas parecía que afectaban al mismo tiempo. Después de una semana, esto se fue acompañando también de un dolor físico. Al regresar empecé a idear un plan de emergencia. En el día trece ya empezaba a provocarme ligeros cortes en las extremidades. Compré dos boletos a mi país. Le rogué a mi familia que no me molestara. Me pasaba las horas encerrado en mi estudio, procurando no hacer ruido para que no sospecharan de mi dolor. Debía hacer algo lo más pronto posible, porque llegaría el día en que no toleraría más. No tenía hambre todo el día, pero algunas veces cedía por la preocupación de mi esposa quien me llevaba la comida hasta mi estudio. Además, sabía que solo iba a empeorar las cosas si no comía nada. Comía a veces por gula, pero a cada día me era más difícil ingerir un alimento. El día catorce vomité inmediatamente lo que ingerí, así que tiraba lo que me traía mi esposa. En el día quince noté que la morfina ya no me causaba efecto y recurrí a causarme dolor en los genitales. Mi estudio estaba hecho un desastre, causado por la desesperación y ociosidad que me provocaba estar tanto tiempo encerrado. Era como un dolor de muelas o migraña pero en todo el cuerpo. Un dolor que se acentuaba más y más. A veces el dolor me sorprendía, al grado de cuestionarme tanto los límites del dolor inferido, como el dolor que puede soportar un ser humano. Supuestamente existe un límite, en el que por reflejo de defensa, el cuerpo simplemente deja de funcionar para evitar eso. Yo estaba seguro que o ya casi llegaba a ese límite, o ya lo había sobrepasado. Ahora me pasaba el tiempo insertando agujas en la abertura uretral y en el ano, pegarme con la cabeza con mayor fuerza y a llorar por la desesperación. No había angustia mayor que tuviera que soportar alguien en la faz de la tierra. Creía que una representación visual que se lograra asemejar a mi suplicio, era "El grito" de Edvard Munch. No podía dormir, ni comer a pesar de sufrir los efectos del hambre, no podía gozar de un pequeño lapso de descanso. No podía vivir. La muerte es la solución. Ya no lo toleraba. Ya no podía seguir sufriendo así. Aquel hombre había aguantado un mes y yo apenas estaba en el día veinte. Quería morirme. Quería un sufrimiento que me distrajera. Aun me quedaba la opción de la fractura. Cualquier cosa era mejor que eso. Ahora ya entraba en mi mente la posibilidad que tanto quería evitar. Comerme a uno de mis dos hijos. Tal vez para cualquier persona eso podría ser impensable, pero no conocen el verdadero sufrimiento por el que estás dispuesto a todo con tal de que pare el dolor. No es posible para ningún humano tolerar tal martirio. Somos débiles y no estamos preparados para ciertas pruebas. El infierno lo viví en carne propia. Uno que doblegaría al más valiente y que no perdona condición. Nadie puede juzgarme desde su posición, porque nadie sabe hasta dónde llegan sus límites. Nadie sabe lo que yo sentía ni tampoco lo que sentía ese hombre en Arabia Saudita. Aquí la cuestión es demostrar algo que no se puede comprobar. El dolor por dentro, por fuera y en la mente. Si disparo en la pierna de un soldado, no será la misma resistencia al dolor que con un anciano que nunca hizo deporte ¿Cómo se mide el dolor? Es subjetivo, pero todos lo sentimos alguna vez. Sentirse con desesperanza, con un dolor equiparable a una patada en los testículos o a una neuralgia del trigémino, además de la aparición progresiva de imágenes de la memoria que fueron traumáticas. Al final no sabría cómo explicarlo, pero si pasas el décimo día sin la idea de querer suicidarte, eres la persona más fuerte del mundo. Cada día que pasaba era peor que el anterior y no podía soportarlo más. Quería matarme pero sería peor el castigo. Súbitamente entre mi agonía, hubo una luz de esperanza que me dio la idea. Mi esposa estaba embarazada y así salvaría a mis hijos. Con los boletos que compré previamente para el plan de emergencia, mandé a mis hijos a mí país para que se alejaran de mi lo antes posible. Si no se los di antes, me da pena confesar que fue para considerar matar a uno de los dos. Mientras estuvieran cerca, peligrarían sus vidas porque mi naturaleza no distinguía de moral ni compasión. Solo buscaba la sanación. Mi mayor muestra de amor hacia ellos, fue no haberlos matado de inmediato. Eso para mí, es el verdadero y más puro amor.
Estaba ella sola en la sala. Llamaba al hospital para que vinieran a recogerme, porque ya no toleraba más la situación. Le rogué en la mañana que dejara a los niños en mi país. Le supliqué que me hiciera caso porque era muy importante. No sé si de verdad mandó solos a los niños en avión hasta el otro lado del mundo, pero al menos me complació con no dejarlos en la casa ese día. Preparé un coctel de varios sedantes y bloqueadores neuromusculares que robé del laboratorio. Me aseguré de que no se percatará de mi presencia. Iba sigiloso a cada paso que daba. Se sentó en el sofá y me dio la ventaja de llegar por atrás. Como un asesino silencioso, me acerqué con cuidado y hasta saboreaba cada paso que me aproximaba. Era una satisfactoria sensación el estar a punto de matarla. No venía a mi cabeza que fuera mi esposa. Solo la veía como si fuera el pedazo de carne que me iba a librar de mi infierno. Estaba detrás de ella, acerqué la jeringa a su cuello y le inyecté su muerte. Fue casi instantáneo el efecto.
Saqué un cuchillo y abrí su abdomen sin demora. Me fue fácil identificar su matriz. La arranqué como perro rabioso y la metí en mi boca. A cada pedazo que ingería, disminuía el dolor enormemente. Lloré por tan hermosa sensación. Rápidamente del infierno, ascendía al paraíso. Parecía algo poético. No detuve más que para exhalar de alivio y placer. Ni el mejor orgasmo se comparaba con mi sensación. Ni me había dado cuenta que estaban tocando fuertemente la puerta. Dio un portazo el personal médico y me encontraron lleno de sangre alrededor de la boca, de rodillas junto al cadáver de mi esposa, mis manos unidas como si estuviera rezando, y la sonrisa más sincera que el mortal pudo externar.
Y lo más curioso de todo, es que después de haber sufrido tanto, ahora siento tanta paz que olvidé como se siente la culpa. Tal vez no fue placer en ese momento como tal, sino una sensación de alivio contraria a lo que tuve que soportar. Un efecto rebote por decirlo de alguna forma. Sé que debería sentirme mal, pero no puedo evitar ser feliz. Mi mente está clara sobre los sucesos que cometí, sobre cómo suena mi historia, sobre la gravedad de los hechos, sobre la muerte de mi esposa, pero me siento absurdamente bien. Incluso busco que me encierren de por vida para volver a sentir, un poco de dolor.
Espero que mi respuesta sea suficiente para que se logre justicia."
Quedó en silencio con una sonrisa y volvió a girar para ver su reflejo en el espejo, mientras que yo estaban mirándolo fijamente con una cara de estupefacción. No había podido digerir su horrible historia y ni siquiera había podido saber cómo reaccionar. Después de varios segundos en silencio, regresé en mí para voltear a ver el formulario. No había nada escrito. Me levanté sin hacer ningún ruido y salí de ahí. Pensaba en que tal vez era un psicótico hipocondríaco con delirios místicos, al mismo tiempo que pensaba en esquizofrenia paranoide, trastorno psicótico polimórfico agudo con síntomas de esquizofrenia, esquizoafectivo maníaco y aun así nada valdría de nada. Su historia era la única que tenía en la cabeza. Y de lo único que si estaba seguro, era que quería salir de esa habitación tan pronto pudiera.
En la noche no podía dormir. Ni siquierarecordaba que tenía la cita con aquella mujer. Solo tomé un taxi, entré a micasa, prendí todas las luces, me acosté y me quedé mirando el techo. No conciliabael sueño. Me levanté al baño y miré mi reflejo. Estuve por horas parado frenteal espejo hasta el amanecer, con el temor de que desapareciera mi otro yo.
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